CO"Cej0 de Administración Departamental de Montevideo
La cruzada de los
s
Treinta y Tres
Lema: "DIANA TRIUNFAL".
(Trabajo premiado en el
concurso histórico
organizado por el Concejo de Administración
Departamental).-
POR
LUIS ARCOS FERRAND
Imprenta Nacional Colorada
Cerro Largo, 1031
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Concejo de Administración Departamental de Montevideo
La cruzada de los
Treinta y Tres
Lema: "DIANA TRIUNFAL"..
{Trabajo premiado en el concurso histórico
organizado por el Concejo de Administración
Departamental).-
POR
LUIS ARCOS FERRAND
Imprenta Nacional Colorada.
Cerro Largo 3031.
MONTEVIDEO
CAPÍTULO I
PRIMERAS CAUSAS
1. — Tacuarembó y la Agraciada.
2. — Los tenientes de Artigas. — Sumisión del país.
1. — Cuando en 1823, el Síndico General de la Provincia Cis-
platina, don Thomas García de Zúñiga, para calificar la identidad
de los "anarquistas" que entonces se agitaban en Montevideo,
afirmaba de ellos que "en vano claman los perversos, en vano
disimulan; las mismas causas producirán siempre los mismos
efectos, y fuera muy raro que en cinco años de jaula hubieran
perdido su conocida ferocidad los tigres del Uruguay (1), no ha-
cía sino configurar, en términos que las circunstancias del mo-
mento explican, una verdad esencial de nuestra historia, a saber:
la vinculación del movimiento que en Tacuarembó cesa, con el
que después culmina en la Agraciada; la comunidad en la voca-
ción de los que años antes — según la expresión de un funcionario
de la época— "hicieron a los pueblos andar sobre cadáveres" (2),
con los que años después tomaron sobre sí la pesada empresa de
reaccionar contra un estado de cosas que por inercia iba tornán-
dose definitivo; y, en medio del asombro de sus contemporáneos,
hicieron — puede decirse sin hipérbole — que la marcha de los
sucesos volviera a su cauce natural, que la historia comenzada en
1811 prosiguiera el curso de su feliz culminación.
Separados en apariencia por los años corridos desde Tacua-
rembó hasta la cruzada de Abril, el examen de los hechos nos
revelará que en todo ese lapso de tiempo, no hubo un solo día en
blanco para la causa de la libertad. Ahogada la resistencia militar
en 1820 y consumada la sumisión y dispersión de los dirigentes
de la campaña, una mirada un poco prolija que abarque el esce-
nario que nuestros campos y nuestras ciudades ofrecían entonces,
pondrá en evidencia cuando más, uno de esos estados transitorios,
en que no se obra pero se espera, en que los ánimos se inmovili-
zan sin anularse del todo y en que los hechos, ligados a las vo-
( 1 ) Manifiesto del 1.° de Abril de 182.3. — Archivo del Juzgado Le-
trado Departamental de San José (hoy en el Archivo y Museo Histórico).
( 2 ) Manifiesto del 7 de Enero de 1823 del Gobernador Intendente
don Juan Th. Duran. — Archivo del Juzgado Letrado de San Jo^-é (hoy
Archivo y Museo Histórico).
liciones de los hombres, parecen participar también de la ines-
tabilidad del ambiente y se muestran equívocos.
La resistencia no ha muerto. El espíritu de asociación, que
es el síntoma de las situaciones aciagas, va formando en la cam-
paña y en los centros urbanos, núcleos que sigilosamente man-
tendrán en latencia el espíritu de rebelión, y también, sigilosa-
mente, pugnarán por estimular en los hermanos decepcionados y
temerosos, la última predisposición patriótica. La lucha no ha
terminado. Silenciosa, por no denunciarse a destiempo, vela la
inquietud.
' 2. — De los oficiales que acompañaron a Artigas en la cam-
paña, el Capitán Juan Antonio Lavalleja, tomado prisionero en
las puntas de Valentín (2 de Febrero de 1818), cumplía en los
calabozos de la isla das Cobras, la pena que su patriotismo y su
valor (1) le habían conquistado (2); el también Capitán Manuel
Oribe, en unión de su superior jerárquico Coronel Rufino Bauza,
de su hermano Ignacio y de otros oficiales, se habían separado
en Octubre de 1817 de las fuerzas que entonces mantenían el
sitio de Montevideo, bajo el mando de Otorgues, "cansados del
desorden y sin esperanza de suceso"; y habían llegado a un
acuerdo con Lecor, "a efecto de que, a condición de separarse de
la guerra que le hacían, se les permitiera embarcarse en Monte-
video, con sus fuerzas, para dirigirse a Buenos Aires" (3), como
lo hicieron (4) ; y Fructuoso Rivera, con aquellos pocos patriotas
que los sucesos habían hecho últimos depositarios de la consigna
de resistir a la conquista, deponía sus armas, "acosado estrecha-
( 1 ) "Lavalleja cometió la imprudencia de irse con seis hombres y
un ayudante, Salado, sobre la columna enemiga que había campado al po-
nerse el sol, y allí le hicieron prisionero." Memoria de los sucesos de armas.
Escrita en 1830 por un oriental contemporáneo — Biblioteca de Plata — 1849.
(2) "En el año 1821 la Banda Oriental del Uruguay, con el nombre
de Provincia Cisplatina, se declara unida al reino de Portugal, Brasil y Al-
garves. Con motivo de esto, los prisioneros de la isla das Cobras recuperan
su libertad, después de tres años de ostracismo y amarguras. Antes de la
partida de nuestro héroe es llamado por D. Pedro I, quien le ofrece, a
trueque de su sumisión, los despachos de Sargento Mayor del Regimiento
de Dragones de la Unión." — Mario Fernández Latorre, "Minas-Lavalleja".
(3) "Memoria de los sucesos de armas", op. cit.
(4) Senna Pereyra, oficial de Lecor, entendía que la -actitud de Oribe
"dio a conocer que en ella se envolvían ideas de futura restauración". El
historiador Alfredo Várela, en "Duas grandes intrigas", dice a propósito de
Oribe: "aquel brioso oficial que abandonando con Bauza las huestes de
Artigas, puso eficaz impedimento a las mayores pretensiones de Lecor. Sa-
bedor de la discordia, intenta éste conseguir la adhesión del Cuerpo a que
pertenecían los dos militares. Seductoras ofertas le hace; pero ambos re-
sisten con nobleza, sindicándose ya en el incidente el futuro Jefe del Partido
Blanco. Gracias a él pudo la referida unidad trasladarse intacta a la otra
Banda, sin deslustrar en lo más mínimo un paso político de origen hasta
hoy no muy conocido". — Citas de la obra "Oribe y su época", Lorenzo
Carnelli.
— 5 —
mente por el gobierno de Montevideo, que le declaró rebelde si
no se sometía a su legítima y reconocida autoridad", y por las
tropas portuguesas, que "le perseguían en todas direcciones" (1).
Fué entonces cuando para llegar a ese resultado tan apetecido
por el Barón de la Laguna, algunas milicias y vecinos de Santa
Lucía y Miguelete presentaron a Lecor una exposición en la que
se manifestaban "persuadidos de que las intenciones benéficas
de V. E. no se dirigen a hacer la guerra contra sus pacíficos ha-
bitantes, sino a restablecer el orden y la tranquilidad pública y a
sofocar la anarquía"; y dispuestos a consentir en "la incorporación
de la milicia armada y del territorio de su jurisdicción al orden
establecido en la capital" (2). Lecor, que con esta representación
y con otras hábiles medidas que la siguieron, buscaba únicamente
suprimir o suavizar las asperezas que para manifestarse pudiera
encontrar el sometimiento de Rivera, consiguió que el Cabildo
mandase a aquél una diputación, cuyas instrucciones, en las que
se trataba, como siempre, de atenuar y disfrazar el único objetivo
perseguido, tenían por fin aparente, "conferenciar con las corpo-
raciones, jefes y habitantes de la campaña, manifestándoles las
miserias de la anarquía y del desorden, convidándolos a entrar
en negociaciones con S. E. el Sr. Barón de la Laguna, por inter-
medio del Cabildo, como legítimo representante de la provincia,
el cual depositaba en el general toda su confianza". Los compo-
nentes de la diputación, D. Juan José Duran, D. Lorenzo J. Pérez
y D. Francisco Muñoz, después de llenar su cometido y con fecha
4 de Marzo, decían al Cabildo: "La Comisión tiene la satisfacción
de incluir copia de una comunicación de D. Frutos Rivera, que
acaba de recibir en este momento. Por ella verá V. E. el resultado
de las negociaciones que había entablado con aquel jefe: es deci-
sivo y asegura la entera pacificación de la provincia. Por este
feliz resultado la Comisión felicita a V. E., por haber cumplido
satisfactoriamente su misión". (3)
En consecuencia del éxito de la gestión, "se convino en un
armisticio entre Rivera y Bentos Manuel Rivero, armisticio que
fué violado por las fuerzas portuguesas antes de su término" (4).
Suprimidas las desavenencias que este suceso llegara a producir,
Rivera, en nota del 8 de Marzo, expresaba: "Desde el momento
en que determiné reconocei al Supremo Gobierno, como autoridad
del país, nada más consulté que la aniquilación total de la anar-
quía, y el restablecimiento de su tranquilidad, creyendo siempre
(1) Deodoro de Pascual, "Apuntes para la historia de la República
Oriental del Uruguay".
(2) Deodoro de Pascual, op. cit.
(3) Deodoro de Pascual, op. cit.
(4) Isidoro De-María, "Compendio de la Historia de la República O.
del Uruguay".
que el Excmo. Cabildo era el autor de aquella tan grande y plau-
sible empresa, inspirada sin duda por los sentimientos más pa-
trióticos. Mis esperanzas me llevaron siempre a creer que una
estipulación amistosa, fundada en sólidas bases de justicia, con-
solidaría aquellos principios que Vuestras Señorías y mi división
deseaban ardientemente. . ." "Esto se ha realizado; y desde aquel
momento se ha comprometido mi honor, sin reserva alguna, a ob-
servar con religiosa fidelidad tocio cuanto Vuestras Señorías exi-
gen de mí a este respecto." (2)
". . .Otorgues, Lavalleja, Bernabé Rivera, Barreyro, Andre-
sito, Sotelo, Oribe, Bauza, ya no están. Y ¿hora, por fin, el mismo
Rivera, el de india Muerta y de Guayabos, ya no está. Y los otros,
todos los otros, todos los hombres que respiran en tu tierra, res-
piran como hombres que parecen dormidos o muertos." (3)
Empero, la lucha había cesado pero no había concluido. "La
resistencia, aunque débil e impotente para reñir combates y bata-
llas con el conquistador, lo molestó dónde y cómo pudo, mante-
niendo viva la agitación montaraz en las campañas, en las sierras
y en ¡los bosques, y latente o expectante en la mayoría de los
centros urbanos, descontentos y anarquizados." (4)
(2) Ueodoro de Pascual, op. cit.
(3) Zorrilla de San Martín, "La Epopeya de Artigas".
(4) J. Amadeo Baldrich, "Historia de la guerra del Brasil".
CAPÍTULO II
FACTORES DE LA CONQUISTA PORTUGUESA
1. — España y Portugal en Europa.
2. — España y Portugal en América.
3. — Buenos Aires y las Provincias. Artigas.
4. — La diplomacia argentina en Río de Janeiro.
5. — El anuncio de la invasión portuguesa.
6. — La diplomacia española y la expedición de Cádiz.
7. — Todo favorece los planes de Portugal.
Antes de entrar a estudiar las características de la conquista
portuguesa en el período de su intento de consolidación, hemos
de reseñar, aunque sea en forma breve, los factores que determi-
naron la invasión y las causas que hicieron posible su manteni-
miento, en un escenario que, tanto por los antecedentes de un
pasado no muy remoto, como por la comunidad de origen que
con las Provincias Unidas lo ligaba, parecía ya entonces destinado
a ser con aquéllas, el asiento obligado de la democracia y del
gobierno propio. Empero, todos los cálculos habían de fallar, y
la Banda Oriental habría de resignarse, agotada en la lucha, a
soportar, durante más de dos lustros, los estragos de una con-
quista militar extranjera, en medio de la pasividad, cuando no
de la complacencia de los pueblos civilizados de la Europa, y de
los que en América franqueaban, en ese lapso de tiempo, los co-
mienzos de su vida institucional.
1. — España y Portugal, zanjadas sus eternas diferencias de
límites en el Río de la Plata, en virtud del tratado de 1777, vivían
en paz, cuando sobrevino entre ambas un nuevo motivo de dis-
cordia. España, aliada de Francia, invadió en 1800 el territorio
de su antiguo rival y se apoderó de la plaza fuerte de Olivenza,
a lo que Portugal, contando con el apoyo de Inglaterra, respondió
con la inmediata ocupación, en América, de los siete pueblos de
las Misiones, que pertenecían al dominio español desde el tratado
de 1777. Liquidado en Badajoz este nuevo conflicto, no lo fué de
manera definitiva y sólida, pues que Portugal, alegando fútiles
motivos, resistióse a la devolución de los pueblos de Misiones,
con lo que España se creyó autorizada, a su vez, a retener la plaza
de Olivenza. Así las cosas, España une sus destinos a los de
Napoleón Bonaparte. De esa unión derivan para la primera, mu-
chos desastres y no pocas enemistades de entidad. Es así que
Inglaterra invade las colonias españolas de América. Entretanto
acordaban Francia y España el tratado de Fontainebleau (1807),
que, en último término, importaba suprimir a Portugal como es-
tado independiente, y repartir entre los signatarios de la Conven-
ción sus despojos, no sólo europeos, sino también americanos.
Asistimos a la ocupación de Portugal por las armas francesas, y
al retiro de Lisboa del Rey Juan VI, que bajo el apremio de las
circunstancias decide trasladar su Corte a Río de Janeiro (1808).
2. — Las abdicaciones de Carlos IV y Fernando VII y el cariz
que los sucesos europeos tomaban por entonces, arraigaron en los
portugueses la convicción de que España estaba enteramente so-
juzgada. Esa convicción, que Inglaterra compartía, y que, por
otra parte, armonizaba con los propósitos de expansión territorial
a que Portugal aspiraba, con probada tenacidad, en el Río de la
Plata, excitó de nuevo, esta vez con más intensidad, aquella vo-
cación atávica; y en el pensamiento de los hombres del Janeiro
quedaron desde entonces tendidas las líneas de la futura pero
fatal invasión a la Banda Oriental. Tan fué esto así, que cuando
en 1811 el Gobierno Portugués ofreció su ayuda a las autoridades
de Montevideo, a la sazón sitiada por el ejército patriota, "los
españoles, recelosos de las insidias portuguesas", consideraron
"este auxilio como un presente griego"; y, más temerosos de las
intenciones de sus nuevos aliados que de las hostilidades de sus
enemigos, se apresuraron a firmar con éstos un armisticio, a fin
de justificar el retiro de las tropas portuguesas (1). El Congreso
de Viena, que intentó, sin conseguirlo, el arreglo de los negocios
europeos, no concedió a Portugal ninguna ventaja y hasta le negó
la restitución de la plaza de Olivenza. Sin compartir del todo el
criterio que el General Mitre sustenta, de que esta circunstancia,
unida al resentimiento con España, fué lo que determinó a la
Corte de Río de Janeiro a apoderarse de la Banda Oriental, no
puede negarse que ambos factores debieron contribuir a predis-
poner más aún la inveterada vocación de Portugal a llevar ade-
lante la conquista.
3. — Terminada la dominación española en el Río de la Plata,
los años 1814 y 1815 acusan la disidencia, primero, y la lucha,
después, entre Artigas y los elementos directoriales de Buenos
Aires; lucha en que se afirma más cada vez, la pugna que tendrá
después repercusiones hasta mediado el siglo, entre las aspira-
ciones absorbentes de Buenos Aires y la vocación autonómica de
las demás provincias; lucha en que Artigas, y Artigas era entonces
la Banda Oriental, representará la causa de las provincias, y en
la que — en medio de generales extravíos doctrinarios — su pres-
(1) Mitre, "Historia de Belgrano y de la Independencia argentina"
tigio culminará y se extenderá su influencia a Santa Fe, Córdoba,
Entre Ríos, Corrientes y Misiones. Es la apoteosis del "Protector
de los pueblos libres"; es la caída de Alvear; es la derrota de
Buenos Aires. Pero no es la derrota definitiva; no es ni siquiera
una derrota duradera. Fracasados sus empeños de dominación,
agotados todos los recursos propios para anular la influencia del
caudillo de la Banda Oriental, que ellos debieron mirar, con razón,
como la encarnación del régimen que había dado con ellos en
tierra, no cejaron los hombres de Buenos Aires. Había que con-
cluir con Artigas, como fuerza eficiente y representativa. Si no
se podía anular del todo la resonancia de sus postulados, había
que deshacer, por lo menos, su influjo en las provincias de Santa
Fe, Córdoba, Entre Ríos, Misiones y Corrientes. Esto había que
obtenerlo de cualquier manera, a cualquier precio. Todos los
medios eran buenos. Y como en la época que estamos relatando,
la Banda Oriental empezaba a vivir sin amos extraños — lo que
ciaba a Artigas relativa libertad en sus movimientos — , el pro-
blema se reducía a buscar el medio de atarlo a su provincia. Las
circunstancias se aliaron, en este caso, al plan de anulación. Sólo
iba a ser necesario estimular, en un agente extraño, una propen-
sión en' éste natural. El medio era cómodo, porque era indirecto.
Se suprimía la responsabilidad de la acción, y sólo se corría el
riesgo, siempre remoto, de que la sugestión llegase a adquirir
notoriedad.
4. — Más elocuentes que todos los comentarios que pudiera
tejerse, son las notas que a continuación se transcriben, dirigidas
desde Río de Janeiro a su Gobierno, por el Ministro argentino
Manuel José García.
Dicen así: "Yo creo que es un error imaginar proyecto alguno
de sólida prosperidad, mientras sus bases no se asienten sobre las
ruinas de la anarquía que actualmente nos devora. Estoy persua-
dido igualmente, y aún la experiencia parece haber demostrado,
que necesitamos la fuerza de un poder extraño, no sólo para ter-
minar nuestra contienda, sino para formarnos un centro común
de autoridad, capaz de organizar el caos en que están convertidas
nuestras provincias." "El poder que se ha levantado en la Banda
Oriental del Paraná fué mirado desde los primeros momentos de
su aparición como un tremendo contagio. Muchos se han enga-
ñado porque contaban sólo con sus buenos deseos o porque no
querían escuchar sino la voz de sus pasiones. Empero la expe-
riencia ha puesto ya su fallo, y la opinión de los hombres sen-
satos no puede estar dividida sobre este punto: así no recelo a
asegurar que la extinción de este poder ominoso es igualmente
necesaria a la salvación del país." "La desmoralización de nues-
tro ejército ha privado al gobierno de la fuerza suficiente para
sofocar aquel monstruo, y la pasmosa variedad de opiniones y de
— 10 —
intereses, privará también al Soberano Congreso del poder que
necesita para subyugar a su autoridad genios feroces, y hombres
acostumbrados a mandar como déspotas, y a ser acatados por
las primeras dignidades del Estado. En tal situación es preciso
renunciar a la esperanza de cegar por nuestras manos la fuente
de tantos males. Pero como ellos son igualmente terribles a los
Gobiernos vecinos, de aquí proviene que alarmado este Ministerio
de los progresos que sobre el Gobierno de las Provincias Unidas
va haciendo el caudillo de los anarquistas, no ha podido menos
de representar a S. M. F. la urgencia de remediar en tiempo tantas
desgracias, y S. M. parece inclinado a empeñar su poder en extin-
guir hasta la memoria de esta calamidad haciendo el bien que
debe a sus vasallos, y un beneficio a sus buenos vecinos, que cree
le será agradecido." "...es preciso tener presente que por una
combinación de circunstancias harto feliz para los americanos del
Sud, los intereses de la Casa de Braganza han venido a ser ho-
mogéneos con los de nuestro continente, así como los de Estados
Unidos del Norte y los de cualesquiera otro Poder que se estable-
ciese en esta parte del Atlántico. El establecimiento del trono
del Brasil es reciente, y después de haber dado el paso de abolir
el sistema colonial poniéndose al lado de la América en la cuestión
que la divide ahora de la Europa, necesita nuevas fuerzas para
seguir cortando los lazos que todavía detienen los pasos de su
política, y embarazan la marcha natural de esta parte del mundo
a sus altos destinos." (1)
" La escuadra está al ancla esperando el viento. Artigas creo
que dejará luego de molestar esta Provincia. Hay sus intriguillas
de marinos que temen la estación, pero creo que no prevalecen.
He tratado muy de cerca al General Le-Cor; me parece buen ca-
rácter; va bien instruido. Nuestro amigo H... estará luego en
Montevideo. El mismo no lo sabe, ni se lo diré hasta la última
hora. El será el depositario de nuestras comunicaciones, y así
serán más prontas y seguras. Será además encargado de otras
cosas. Las primeras medidas de Le-Cor pienso que inspirarán
confianza; esta es maniobra complicadísima, y se necesita la cir-
cunspección del mundo paia salir sin desgracias. Vaya usted pen-
sando en el sujeto que ha de acercarse a tratar con H. y el Ge-
neral; que sea sin ruido, y que el tal hombre sea sobre todo manso,
callado y negociador. Por Dios: que no sea asustadizo ni de aque-
llos que lo quieren todo en un abrir y cerrar de ojos." "El día
12 del corriente mes dio la vela de este puerto la escuadrilla portu-
guesa, compuesta de un navio de guerra, una fragata, dos corbe-
tas y cuatro bergantines con seis grandes transportes conduciendo
cuatro mil hombres de línea y una abundante provisión de per-
(1) Nota de 9 de Junio de 1816, Mitre, op. cit.
— 11 —
trechos de guerra. La expedición debe tocar en Santa Catalina
para recibir la brigada de artillería y algunas tropas más. Su
destino es a las costas de Maldonado y Montevideo. La mayor
parte de la caballería europea y las mejores milicias de esta arma
deben obrar por las fronteras de la Banda Oriental, en combina-
ción con aquellas tropas de desembarco y todas a las órdenes del
Teniente General D. Federico Lecor."
" Desde que llegué a esta Corte procuré ponerme en la misma
dirección de los sucesos públicos y de los intereses políticos de
aquellos con quienes debía tratar. Pues no teniendo fuerza alguna
para detener aquéllos y alterar éstos, habría sido deshecho en el
caso de aventurar un choque. Así, pues, mi empeño fué combinar
los intereses peculiares a esas Provincias, con los de las extran-
jeras, y neutralizar, ya que no era posible destruir, los principios
de oposición. Los resultados hasta aquí son los siguientes: 1.°
Suavizar las impresiones que un sistema exagerado de libertad
popular había hecho sobre el corazón de soberanos constituidos
y apoyados además por la opinión del mundo civilizado. 2.° Con-
servar la buena armonía y las relaciones mercantiles, que siendo
fruto de transacciones celebradas en circunstancias totalmente
diversas de las actuales, debían naturalmente alterarse con ellas.
3.° Desviar del Gobierno de Buenos Aires el golpe de los proce-
dimientos anárquicos que el caudillo de la Banda Oriental estaba
preparando. 4." Contribuir de este modo para que las operaciones
militares sobre esta provincia se modifiquen, de manera que sean
útiles a las demás, tanto por la aniquilación del poder anárquico
de Artigas como por la preparación de un orden de cosas mejor
que el que jamás pudo traer la anarquía, ni esperarse de una
subyugación enteramente militar." (1)
La complicidad del Gobierno de Buenos Aires con las ma-
niobras de su representante diplomático en Río de Janeiro, está
acreditada por el hecho de que el 8 de Julio de 1816, cuando ya
había llegado a su noticia la primera nota de García, lo único
que se le ocurría, frente a las enormidades que en dicha circular
se estampaban, era publicar una proclama anunciando que la Corte
de Portugal se disponía a despachar "un armamento misterioso
con destino a las provincias argentinas"; y, a continuación, de-
nunciando que el paso que daba se reducía a una mera formalidad,
invocaba su confianza de que serían respetados los tratados de
1812. "Si se compara esta ambigua manifestación con los cono-
cimientos exactos de que el Gobierno estaba en posesión desde
un año atrás, se ve bien que era un papel que lepresentaba, y
no un deber serio que se preparaba a cumplir." (2) Ni la apa-
(1) Mitre, "Historia de Belgrano"
(2) Mitre, op. cit.
— 12 —
ratosa caída de Balcarce, ni la que algunos reputaban promisora
exaltación de Pueyrredón al gobierno de Buenos Aires, variaron
en el fondo la política directorial, menos aún la falsa posición en
que el Gobierno se hallaba colocado. Hubo, sí, muchas procla-
mas, mucho cambio de notas; y las deliberadas y simuladas pro-
videncias del Directorio y del Congreso se publicaron con verda-
dera profusión. No obstante ser bien determinada y precisa la
orientación de los dirigentes ante los problemas que el momento
aparentemente les planteaba, el aspecto externo de los sucesos
configuraba, para los espectadores desprevenidos, una situación
de inseguridad, de incertidumbre.
Contribuía no poco a destacar el tono sospechoso e incierto
del ambiente, la franca disposición evidenciada desde los primeros
rumores, por el pueblo de Buenos Aires, en pro de un tempera-
mento que armonizara mejor con el apremio de las circunstancias.
"Mientras tanto, dice Mitre, las tropas portuguesas avanzaban, la
opinión patriótica se alarmaba, sordos rumores acusando al Con-
greso y al Director de connivencia con la invasión extranjera,
circulaban por todas partes." En consonancia con sus primeros
pasos en esta contienda, la política del Director y la del Congreso
se conservaron inalterables en cuanto a mantener la más estricta
neutralidad formal del gobierno que representaban, sin perjuicio
de que el mantenimiento de su obsequioso embajador ante la Corte
de D. Juan VI fuera para muchos una sugestiva revelación. Acor-
des también, en lo fundamental, con las soluciones monárquicas
que García abordara explícitamente en sus extraordinarias notas
oficiales, se sindica este período de la historia argentina por una
constante y siempre renovada tendencia a propiciar soluciones
dinásticas, como el único medio capaz de sojuzgar la anarquía,
de que a todas horas, y en todos los tonos, se lamentan los im-
provisados monarquistas. De este lamentable proceso se destacan
dos objetivos esenciales, por los que empeñosamente pugnan el
Congreso y los Directores: 1.°, desligar cuanto antes la cuestión
de la Banda Oriental de los intereses y de la suerte de las otras
provincias; 2.°, obtener que Portugal reconociera la libertad e
independencia de las Provincias Unidas; y en caso de ser impo-
sible tal declaración, proponerle la coronación de un Infante del
Brasil, en el gobierno de las mismas Provincias Unidas (1). —
Refiriéndose a esta cuestión, el doctor Eduardo Acevedo expresa
que las ideas de García dieron "orientación definitiva a la diplo-
macia argentina, señalando como suprema aspiración del momento
la adjudicación de la Provincia Oriental a la Corona portuguesa,
en odio a Artigas y a su programa de república federal", y agrega:
"El agente García abrió su correspondencia a fines de 1815, anun-
(1) Instrucciones reservadas a cargo de emisarios, Mitre, ob. cit.
-la-
ciando que la Corte portuguesa consideraba como muy fácil la
conquista, y la prosiguió con detalles amplios y completos del
plan de absorción que en la Banda Oriental se realizaría por la
fuerza de las bayonetas, y en Buenos Aires mediante la erección
de un trono con destino a la dinastía de Braganza." (1)
5. — Contando ya con la buena disposición del Gobierno de
Buenos Aires, la Corte portuguesa, antes de iniciar materialmente
la conquista, anunció sus propósitos a los gobiernos de Inglaterra
y España, en Mayo del año 1815. Inglaterra, que al finalizar la
gestión que en esos momentos se iniciaba, no tuvo reparos en
admitir incondicionalmente con todas sus consecuencias el hecho
brutal de la conquista, se limitó por entonces a recordar a Portu-
gal el convenio del 26 de Mayo de 1812, garantizado por aquella
potencia. La respuesta de Río de Janeiro a la Corte de Saint-
James pareció disipar los recelos de ésta.
España, por intermedio de su embajador en Río de Janeiro,
formalizó su protesta el 31 de Mayo de 1816; y como no obtu-
vieran satisfacción inmediata los cargos que contra la usurpación
de Portugal capitulara, el Gobierno español insistió poco después
en la línea de conducta adoptada, publicando el 8 de Noviembre
del mismo año un manifiesto declaración contra los hechos del
gobierno portugués. Llevada la cuestión a la decisión de las
grandes potencias, Francia, Rusia, Inglaterra, Prusia y Austria,
éstas elogiaron a España su actitud, "que en lugar de recurrir
desde luego, como pudo haberlo hecho, a los medios de la fuerza,
había preferido seguir el camino de la moderación"; e intimaron
a Portugal, que desistiese de sus miras de expansión territorial,
haciéndole presente que las potencias estaban decididas "a tomar
las medidas más prontas y más propias para disipar las justas
aprensiones que la invasión de las posesiones americanas de Es-
paña ha causado en Europa, y a atender tanto a los derechos
reclamados por esta potencia, como a los principios de justicia
y de imparcialidad que guían a los mediadores." (2)
La contestación brasileña concretóse a manifestar que la ocu-
pación era una medida transitoria y de mera garantía para defen-
derse contra las incursiones de los pueblos sublevados del Río
de la Plata.
Refiriéndose al espíritu que esta respuesta revela en lo esen-
cial, y apreciándola a través de los factores que sobre los sucesos
actuaban, el doctor Eduardo Acevedo destaca la necesaria conse-
cuencia de que "si la Corte portuguesa hacía constantes protestas
de que la ocupación de la Provincia Oriental no se realizaba con
(1) Eduardo Acevedo, "José Artigas".
(2) Pereira da Silva, "Historia da Fundacao do imperio Brazileño",
citado por Eduardo Acevedo, op. cit.
— 14 —
fines de conquista, era única y exclusivamente para desviar el
terrible golpe con que amenazaban las cinco grandes potencias
representadas en la Conferencia de París al anunciar el propósito
de ir en ayuda de España para la reconquista de sus colonias
usurpadas". De esta situación equívoca, que no acusaba aún en
su aspecto externo síntomas de violencia, resultó que las grandes
potencias formalizaron proposiciones de arreglo. España restituiría
a Portugal la plaza fuerte de Olivenza; y, a título de reembolso
de gastos hechos en beneficio de la colonia usurpada, entregaría
siete millones y medio de francos. Portugal abandonaría de in-
mediato la Ciudad de Montevideo. Completaba las estipulaciones
del pacto el establecimiento de la libertad de comercio en el Río
de la Plata.
A Portugal debieron sugerirle más de un reparo las bases
propuestas, y no debió ser el menos significativo, la situación
desairada en que vendría a quedar, abandonando Montevideo a
España, después de haber pactado, por medio de su agente Lecor,
ia entrega de las llaves de la Ciudad a sus habitantes cuando
desaparecieran las causas de la invasión (1). A pesar de todo,
Portugal aceptó el convenio. ¿Cuál era, entretanto, la actitud de
España? Por una parte, su representante diplomático, ante las
proposiciones de arreglo, concretaba toda su actividad a remitirlas
a su gobierno; por otra parte, se divulgaba más y más la noticia
de que España recurriría a las armas, y poco después se compro-
baba que ya se hallaban adelantados los aprestos de la expedición
que había de partir del puerto de Cádiz con destino al Río de la
Plata. Tan inminentes parecían los acontecimientos, que el conde
de Palmella resolvió dirigirse y se dirigió a las potencias media-
doras, para que evitasen la guerra. Y en carta a su colega Antonio
de Saldanha, de 10 de Abril de 1819, decía: 'Todo se reduce,
pues, a ponernos en estado de resistir la tentativa, y a este res-
pecto he escrito con la mayor urgencia a la Corte. Si falla la
expedición española, la posesión que hoy sólo tenemos de hecho,
quedará fundada en derecho, en el caso que se adopten medidas
prontas y adecuadas para sacar partido de ella. Entretanto Por-
tugal está seguro, porque la Gran Bretaña declara nuevamente
que subsiste la garantía en todo su vigor." (2)
6. — Se siguieron a esto nuevos errores y nuevas inconsecuen-
cias de parte de la diplomacia española y, por ende, vinieron a
darse nuevas ocasiones de qué sacar partido, que los ágiles di-
(1) El historiador Pereira da Silva, citado por el Dr. Eduardo Acevedo
en su obra "José Artigas", dice al respecto: "Procurábase encubrir esta
falta de fe mediante la efectividad del abandono antes de la llegada de la
expedición española."
(2) Eduardo Acevedo, ob. cit.
— 15 —
plomáticos portugueses no desdeñaron. Así las cosas, todo cami-
naba hacia el fracaso de la mediación de las grandes potencias,
merced a las torpezas de los ministros españoles. Torpezas ma-
nifiestas, pues que después de haber España provocado la inter-
vención de aquellas potencias y adoptado una política mesurada
y pacífica, variaba repentinamente de orientación y resolvía, por
sí y ante sí, usar de los medios violentos; torpeza manifiesta, por-
que este último temperamento labraba su desprestigio ante la
diplomacia europea, y detrás de un rival ostensible le creaba la
hostilidad o la prescindencia de las potencias desairadas; torpeza
manifiesta, porque allanaba el camino de su adversario, dilatando
primero y anulando después, la conclusión del tratado, con lo que
las tropas portuguesas podían permanecer en la margen oriental
del Río de la Plata sin que las potencias mediadoras "lo tomaran
a mal", y los políticos lusitanos podían invocar en su abono
"haber seguido siempre, en medio de tantas contrariedades, una
marcha coherente en la negociación".
La expedición española de Cádiz adquiría a fines de 1819,
proporciones verdaderamente imponentes. Para acreditarlo bas-
tará referirse a la rebaja que inopinadamente se produce en las
pretensiones portuguesas, limitadas desde entonces a constituirse
Portugal en guardián de los intereses de España en América,
hasta la llegada de las tropas españolas, y a percibir como com-
pensación, una indemnización pecuniaria. Estas y otras condi-
ciones habían de quedar reducidas, poco tiempo después, a exigir
únicamente que el mando de la expedición española fuera confiado
a un infante de Madrid. Aludiendo a esta emergencia, don Ignacio
Núñez declara que la expedición hizo revivir en Montevideo 'las
alarmas de los naturales". Se abocaron algunos al general por-
tugués, y éste les permitió dirigir al Janeiro una diputación para
solicitar que S. M. F. volviese a ratificar la capitulación de 1817,
en virtud de la cual no podía entregarse la plaza a los españo-
les" (1).
" El año 19, anunciándose una expedición española para el
Brasil y el Río de la Plata, el Cabildo, temeroso de que el país
fuera ocupado por los españoles, mandó una diputación de su
seno, a don Juan F. Giró y a don Lorenzo Justiniano Pérez, a la
Corte del Janeiro, a exigir del Rey que hiciese efectiva la protec-
ción que había ofrecido. . ." (2) En el mismo sentido don San-
tiago Vázquez afirma: "Llegó la época de anunciarse próximo el
arribo de un ejército español que debía dirigirse a Montevideo, a
ocupar su territorio y sujetar a la República Argentina; la política
tímida del gabinete portugués hacía incierta la conducta que ob-
(1) Noticias de las Provincias Unidas del Río de la Plata, Londres, 1825.
(2) Revista Histórica, documento Lorenzo Justiniano Pérez.
— 16 —
servaría en tal conflicto, aunque para sus intereses fuese la peor
suerte, la de entregar este territorio al gobierno español, que no
le dejaría ni remota esperanza de volver a ocuparlo; el Cabildo
de Montevideo, prevaliéndose de la palabra del Rey de entregarle
las llaves de la Capital, si hubiese alguna vez de desalojarla, envió
una comisión secreta a S. M., por cuyo medio, demostrando la
seria resolución y los elementos que los patriotas tenían de resis-
tir a los españoles y halagando en ese caso sus esperanzas, se
propuso y obtuvo de aquel gabinete la seguridad de que la plaza
sería evacuada a tiempo dado, luego que fuese sabido de cierto el
embarco del ejército español, y que se entregaría al Cabildo pa-
triota, así como gradualmente la campaña, con otras concesiones
no menos importantes..." (1) La expedición de Cádiz era "el
fantasma alrededor del cual giraba toda la política internacional",
dice el General Mitre. "El Gobierno, a la vez de dictar sus me-
didas para recibir la invasión, procuró estimular el espíritu pú-
blico y comprometer el patriotismo de los disidentes, invocando la
causa común de la independencia y el odio contra el antiguo
yugo." El agravio portugués, que fuera sólo una causa ocasional,
venía a remover los nunca renunciados intentos de la metrópoli.
España se disponía a la reconquista material de sus colonias.
" S. E. habrá podido juzgar, por los detalles que le he comu-
nicado, que si hasta cierto punto empieza el Gobierno de Madrid
a familiarizarse con la idea de confiar a un infante de España la
misión de hacer volver a las colonias de la América del Sud a los
principios monárquicos, nada indica que el Rey, sus ministros y
la Nación española entera, no sean hoy tan reacios como antes lo
fueron, a oir insinuaciones que tengan por fin el reconocimiento
del estado actual de las colonias insurrectas." "Después de Fe-
lipe II, no ha habido en España ningún príncipe más celoso de su
autoridad que Fernando." "Si un acontecimiento adverso, tal
como la batalla de Ayacucho, contraría sus miras o destruye sus
arraigadas ilusiones, calla, se irrita y se encierra en una inercia
cuya fuerza negativa no pueden apreciar sino aquellos que lo han
visto de cerca." "No cabe duda de que la Nación española con-
sidera la cuestión americana de manera distinta que su Soberano",
pero "sólo por la violencia y la fuerza van desprendiéndose poco
a poco de la idea de recuperar sus colonias", hasta el punto de
poder afirmar que si se presentase el menor indicio de éxito, la
esperanza volvería a encender de nuevo sus corazones.' (2)
(1) Apuntes biográficos sobre el Coronel D. Ventura Vázquez, Biblio-
teca del Plata, 1849.
(2) Carta del Barón Damas al Marqués Moustier, 28 de Diciembre de
1825, Villanueva: "La Santa Alianza". Tan elocuente como los párrafos
antes transcriptos, para acreditar la resolución que España mantenía respecto
de sus ex colonias, es el siguiente, que alude a un episodio acaecido por
— 17 —
La suerte había de ser adversa a los propósitos de la Corte
de Madrid, y la anunciada expedición, mermada primero a causa
que representaba, por las insurrecciones de Porlier, Lacy, Mina,
Beltrán de Lis y otros; y asolada, después, por la fiebre amarilla,
recibió el golpe de gracia merced a la revolución del 1.° de Enero
de 1820, en la que Riego, "proclamando al frente de las banderas
la Constitución española del año X", abrió "para su patria la era
de la libertad, a la vez que cerraba por el hecho la guerra de la
América contra su antigua metrópoli". (2)
Fracasada así la empresa militar española, el año 1820 marca
la oportuna culminación de la dominación portuguesa en la Banda
Oriental. Oportuna culminación, decimos, porque todo parecía
combinarse para secundarla en sus miras. Predispuestas las gran-
des potencias a mantener una actitud prescindente en el asunto
de la ocupación de la Provincia Oriental; afirmada ya, sin reservas
ni ocultaciones, la buena disposición de Inglaterra para con la
política portuguesa en el Río de la Plata; aniquilado Artigas y
sometido el país por la fuerza de las armas, nada — ni siquiera las
buenas intenciones del pueblo, ya que no del Gobierno de las Pro-
vincias Unidas, presa entonces de la más completa anarquía — ,
nada, repetimos, se oponía al libre desenvolvimiento del plan que
los conquistadores se hubieran trazado, cualesquiera que fuesen
sus medios y sus fines. Las circunstancias eran excepcionales.
Todos los obstáculos habían sido removidos. Los conquistadores
eran libres, no sólo para hacer la conquista; eran también libres
para hacerla sin trabas, sin reservas, sin escrúpulos. Pero he aquí
que cuando pacificado el territorio, disponíanse los nuevos amos
a vivir plácidamente del fruto de sus obras, la resistencia que
ellos creían anulada del todo, se había impuesto sólo una tregua.
Algo semejante a la sorpresa de Bonaparte frente a la heroica e
indomable resistencia española, debió pasar entonces por la mente
de los nuevos conquistadores de la Banda Oriental. A pesar de la
connivencia de los hechos, de todos los hechos, el éxito esperado
no llegaba, porque faltaba la connivencia de los hombres. La
revelación, constatada primero en los hechos, por los simples eje-
entonces en Madrid: "En sesión del Consejo de Estado, tocóse incidental-
mente el asunto de las colonias, y como el Infante observara que Cirilo (el
Padre Cirilo, confesor de Fernando VII) insinuaba a sus vecinos la conve-
niencia de un ajuste, le apostrofó al punto con brusquedad, diciéndole, mon-
tado en cólera, que él esperaba que la palabra reconocifriiento no llegara a
ensuciar jamás la boca de un verdadero español."
El 16 de Enero de 1826, siete años después de la expedición de Cádiz,
Fernando VII abrió las sesiones del Consejo de Estado, y el Duque del
Infantado, en su discurso, expresó la necesidad de conservar intactos los
legítimos derechos de Su Majestad Católica heredados con la Corona de
las Españas, y de impedir que fueran desconocidos o alterados por nadie,
bajo ningún pretexto". — Villanueva, op. cit.
(2) Mitre, op. cit.
— Í8 —
cutores materiales de la conquista, debió provocar en estos hom-
bres de pobre contextura moral y arraigados instintos de codicia,
un gesto de conmiseración. Cuando llegaron a percibir, después,
en toda su magnitud, el alcance ele aquel impulso desinteresado, la
conmiseración tornóse en odio. Odio a los hombres que así ve-
nían a entorpecer sus planes y sus cálculos; odio a sus institucio-
nes, de que aquéllos con razón se vanagloriaban; odio a su pro-
greso; y la conquista portuguesa, que palpó entonces, recién en-
tonces, en forma inconfundible, la imposibilidad moral de una
dominación efectiva de la Banda Oriental, resolvió aniquilarla,
devastarla, destruirla. Esta era la obra del rencor, pero era tam-
bién la obra del interés. Una vez más el rencor y el interés se
aliaban. Era, en suma, el bajo instinto material que iba a agotar
su influjo en las cosas, incapaz de obrar eficazmente en los es-
píritus.
" Desde la ocupación de este territorio, se han extraído por
varios puntos de la frontera 24 millones de animales, entre vacas,
caballos y muías. Esta enorme cantidad no asombrará a los que
hayan visitado nuestros campos y a los que conozcan la rapacidad
de los continentales. Parece que presagiaban lo que está pasando,
y que se precisaban a destruirnos y enriquecerse, a exasperarnos
y obligarnos a tomar las armas, para ver si honestamente podían
encontrar un pretexto de asesinarnos y suplantar una nueva po-
blación enteramente barsilera. En esto último tan sólo se equi-
vocaron.
Al infeliz oriental no le queda otro recurso que la espada, y
sus golpes, impelidos por la desesperación, deben ser terribles.
Sólo le han dejado una vida que nada tiene de apetecible si sus
días deben ser hilados en la desnudez, el hambre y las cade-
nas." (1)
(1) "El Pampero", N.° 1, 19 Diciembre de 1822. Museo Mitre, Bs. Aires.
CAPÍTULO
EL CONGRESO C1SPLATINO
1. — Antecedentes.
¿. — Medidas preparatorias.
3. — El Congreso8 y sus deliberaciones. La incorporación.
4. — El Congreso y su finalidad esencial. Opinión unánime de los pu-
blicistas e historiadores.
5.— D. Juan VI y Lecor.
b. — Fué el Congreso un hecho sin arraigo.
1.- — Pocos días después de la entrada de las tropas portu-
guesas en Montevideo, el 23 de Enero de 1817, cuando era más
decidida la resistencia que toda la población en armas oponía al
conquistador lusitano, el Cabildo de Montevideo, con verdadera
serenidad y no igualado aplomo, convenía con el Síndico Procu-
lador General, en que la prosperidad no tendría nunca lugar "en
este hermoso país, en otros tiempos ni bajo otra dominación que
la de Su Majestad Fidelísima, que actualmente lo protege"; y en
que no había medio más apropiado para "agitar su engrandeci-
miento, que hacer una diputación a Su Majestad Fidelísima el
Rey nuestro Señor, impetrando su protección y suplicándole que
tuviera la dignación de incorporar este territorio a los dominios
de su Corona".
Según rezan las actas de aquella coropración, decidióse poner
en conocimiento del Capitán General lo acordado; y en oficio del
27 del mismo mes, decían a Lecor los Capitulares: "Ha sido tal
Ja combinación de los sucesos y la influencia de la revolución en
el espíritu de los pueblos, que puede sin duda asegurar la inefi-
cacia de toda medida que no tenga por base la incorporación de
esta Provincia en los dominios de un Rey, cuyo dominio suave y
liberal, imponiendo confianza a los pueblos comprometidos, deja
ver la prosperidad que ofrecen las proporciones de este hermoso
territorio. El Cabildo ha pensado elevar sus más humildes súpli-
cas para el efecto a Su Majestad Fidelísima, el único que por sus
virtudes, por la dulzura de su gobierno, por la posición relativa
de esta Provincia con el reino del Brasil, y por la conformidad
de religión, usos, idiomas y costumbres puede restablecer el so-
siego, el orden y la opulencia en este desgraciado territorio."
Habiendo Lecor manifestado al Cabildo su beneplácito, y de-
signado éste a D. Gerónimo Pío Bianqui y a D. Dámaso Antonio
— 20 —
Larrañaga, diputados ante la Corte de Río de Janeiro, con facul-
tades "para tratar y emprender cualquier género de negociaciones,
peticiones, estipulaciones, convenios, súplicas y representaciones
con los Señores Ministros de S. M. F.", y principalmente "para
ponerse a los pies de S. M. F. el Rey Nuestro Señor (que Dios
guarde), y encarecerle el objeto de su misión. . ."; el propio Ca-
bildo, con fecha 3 del indicado mes de Enero, aprobó una repre-
sentación con destino al Rey, en la cual se destacaba "el clamor
de todos los pueblos que representa, por la incorporación del
territorio pacificado a la Nación que lo ha preservado de tantos
desastres, uniendo este nuevo Reino a los tres que forman el
Imperio Lusitano" (1).
Si para interpretar y valorar el significado del Congreso Cis-
platino, careciéramos de los copiosos antecedentes que ponen en
evidencia su artificiosa elaboración, bastarían las providencias
transcriptas — que con aquél tienen una idéntica finalidad, y cuya
tendencia inician — , para descubrir en la gestión política de la
conquista portuguesa, una vocación manifiesta y constante, en el
sentido de dar a la ocupación simplemente militar, aspecto de
legitimidad y de situación consentida y querida por el pueblo
que iba a soportarla. Y es que en estas diputaciones y rogativas
del Cabildo al Rey de Portugal, tan laboriosa y detalladamente
fundadas, y prontas para marchar a su destino a los seis días de
la entrada de los invasores a la ciudad, se muestra con toda evi-
dencia la misma mano que después fraguará cautelosamente toda
la serie de acuerdos, congresos, reconocimientos y ratificaciones
que fueron su necesaria consecuencia.
2.— El 16 de Abril de 1821, el Rey D. Juan VI ofició al Barón
de la Laguna, que "siendo una verdad de primera intuición que
las cosas no pueden ni deben quedar ahí en el estado en que ac-
tualmente se hallan, tres son únicamente las hipótesis que es lícito
asentar sobre el estado futuro de ese país, que hoy se halla ocu-
pado por las tropas portuguesas; pues o se une de una vez cordial
y francamente al Reino del Brasil, o prefiere incorporarse a alguna
de las otras provincias vecinas, o, en fin, se constituye en Estado
independiente. Que S. M., absolutamente dispuesto a hacer todo
cuanto pueda asegurar la felicidad de esos pueblos, ha resuelto
tomar por base de su conducta para con ellos en esta ocasión,
dejarles la elección de su futura suerte, proporcionándoles los
medios de deliberar con plena libertad bajo la protección de las
tropas portuguesas, pero sin la menor sombra de coacción ni su-
gestión, la forma de gobierno y las personas que por medio de
sus representantes regularmente congregados, entendiesen que
son las más apropiadas a sus particulares circunstancias. Que en
(1) F. A. Berra, Bosquejo histórico de la República Oriental del Uru-
guay, pág. 479.
— 21 —
esta conformidad quiere S. M. que V. E., tomando en cuanto fuera
posible por base las instrucciones que tanto en Portugal como
en este Reino del Brasil se adoptaron para el nombramiento y
elección de los diputados que debían componer las Cortes de este
Reino Unido, haga convocar ahí unas Cortes extraordinarias en
número proporcional a la población de esa provincia, de manera
que ni sean en número tan apocado que la temeridad de los par-
tidos las pueda aterrar o seducir fácilmente, ni por otra parte sean
tan numerosas que resulte una funesta alocracia, para lo cual
tienen ya desgraciadamente esos pueblos una decidida propen-
sión (1).
Dando Lecor cumplimiento a la real disposición, y para ha-
cerla, de inmediato, efectiva, decía al Intendente de la Provincia
en oficio del 15 de Junio: ". . .es necesario que V. E., como jefe
político de la provincia, mande convocar un congreso extraordi-
nario de diputados de todos los departamentos, tan pronto como
sea posible, los cuales deben reunirse y abrir sus sesiones el 15
de Julio próximo...", y agregaba: "Sobre todo recomiendo es-
pecialmente a V. E. que tome las medidas que estén a su alcance
para evitar en aquellas reuniones y elecciones la influencia de los
partidos; de suerte que estando representada legítimamente la
provincia, pueda deliberar libremente lo que le convenga para
sus intereses y futuro bienestar".
Conjuntamente con una circular en la que transcribía el oficio
de Lecor antes mencionado, y en la que además indicaba a los
Cabildos que procedieran a citar a los alcaldes ordinarios o terri-
toriales de los pueblos a fin de que concurrieran, en unión con
los mismos Cabildos, a nombrar diputados por el respectivo de-
partamento, acompañaba el Intendente Duran un pliego de ins-
trucciones para que a ellas se ajustase la anunciada elección.
He aquí algunas de esas previsoras instrucciones:
" Artículo 1.° La Provincia se reunirá en un Congreso Ge-
neral Extraordinario de sus Diputados para decidir sobre lo que
convenga a su situación, intereses públicos y felicidad futura.
" Segundo: El Congreso se constituirá de diez y ocho dipu-
tados de los respectivos departamentos, cuyo número se computa
por un cálculo aproximado de sus poblaciones en la forma si-
guiente: cuatro diputados por esta Capital de Montevideo; dos
por la población de Extramuros, incluso el vecindario de Peñarol;
dos por la ciudad de San Fernando de Maldonado, San Carlos,
Minas y Rocha con sus respectivas comarcas; dos por la villa de
Guadalupe de Canelones, Santa Lucía, Pando y Piedras, corres-
pondientes a su departamento; dos por la Colonia del Sacramento,
Colla, Real de San Carlos y Víboras, incluso en su comarca; uno
(1) F. A. Berra, op. cit págsñ 484 y 485.
— 22 —
por la villa de San José, Florida y Trinidad, perteneciente a su
jurisdicción; uno por el pueblo de San Salvador; uno por Santo
Domingo de Soriano; uno por la Capilla de Mercedes; uno por
Paysandú, y uno por Cerro Largo, inclusas las respectivas co-
marcas y jurisdicciones de los respectivos pueblos.
"Tercero: Los Síndicos Procuradores Generales, como re-
presentantes legales de los pueblos y cabeceras de partido, en
cuyos Cabildos se hallan incorporados, asistirán como Diputados
al Congreso por sus respectivos pueblos y departamentos. De
consiguiente, esta Capital sólo nombrará tres diputados, que con
su Síndico completan los cuatro que se le computan atendida su
población; Maldonado, Canelones y Colonia sólo nombrarán un
diputado, que con su Síndico formarán los dos que les correspon-
den, y San José, en cuya villa sólo existe un medio Cabildo sin
síndico procurador general, nombrará el diputado que se le asigna
en la computación general.
" Cuarto: Las elecciones para diputados en los departa-
mentos que tienen Cabildos se harán por los mismos Ayuntamien-
tos en unión con los alcaldes ordinarios o territoriales de los pue-
blos comprendidos en el departamento respectivo, por votación
pública, y será diputado el que reúna la pluralidad de votos; las
elecciones se harán en las Casas Capitulares con asistencia del
Escribano de Cabildo, o Escribano Real, en dondo lo hubiese.
" Sexto: Teniendo en consideración que los Alcaldes ordi-
narios o territoriales de los pueblos que no dependan de la juris-
dicción de algún Cabildo, cuales son Cerro Largo, Paysandú,
Mercedes, Soriano y San Salvador, han sido nombrados por juntas
generales de los respectivos departamentos y comarcas, como
vecinos propietarios de opinión y crédito que merecen la con
fianza pública, y deseando evitar los inconvenientes de las reu-
niones populares en las presentes circunstancias, y las dificultades
y graves perjuicios que resultarían a la Provincia de arrancar en
la presente estación a los hacendados y labradores de sus trabajos
y hacienda para asistir a las cabeceras de sus departamentos;
serán Diputados al Congreso General por sus respectivos partidos
y comarcas los Alcaldes ordinarios, y en su defecto los territoriales
de los pueblos referidos de Cerro Largo, Paysandú, Mercedes,
Santo Domingo de Soriano y San Salvador.
" Decimotercio: Para prevenir todo motivo de demora en un
asunto de tanta importancia, los Cabildos electores remitirán a los
Síndicos Generales, y a los Diputados electos, sus poderes, en
nombre de los Pueblos y Departamentos, con inclusión ¿le la Acta
de elecciones, otorgándoles las más amplias facultades para que
en nombre y representación de los Pueblos de su Departamento,
deliberen, determinen y sancionen cuanto crean conveniente a la
suerte y general felicidad de la Provincia, sin limitación alguna,
— 23 —
protestando que sus Representados pasarán y ratificarán lo que
el Congreso General Extraordinario determine y concrete sobre la
suerte y gobierno futuro de esta Provincia. Estos poderes serán
filmados por todos los electores, se archivarán en los Cabildos y
se pasarán a Síndicos y Diputados en copia testimoniada" (1)
Elegido el Congreso en conformidad a las órdenes e instruc-
ciones transcriptas, el Barón de la Laguna le remitía, a manera
de mensaje, el siguiente oficio:
" Sres. del M. H. Congreso Extraordinario de esta Provincia:
" Su Majestad el Rey del Reino Unido de Portugal, Brasil y
Aígarves ha tomado en consideración las repetidas instancias que
han elevado a su Real Presencia, Autoridades muy respetables de
esta Provincia, solicitando su incorporación a la Monarquía Por-
tuguesa, como el único recurso que en medio de tan funestas cir-
cunstancias puede salvar el País de los males de la guerra y de
los horrores de la anarquía. Y deseando S. M. proceder en un
asunto tan delicado con la circunspección que corresponde a la
dignidad de su Augusta Persona, a la liberalidad de sus principios
y al decoro de la Nación Portuguesa, ha determinado en la sabi-
duría de sus Consejos, que esta Provincia representada en Con-
greso Extraordinario de sus Diputados delibere y sancione en este
negocio, con plena y absoluta libertad, lo que crea más útil y
conveniente a la felicidad y verdaderos intereses de los Pueblos
que la constituyen. Si el M. H. Congreso tuviese a bien decretar
ía incorporación a la Monarquía Portuguesa, Yo me hallo autori-
zado por el Rey para continuar en el mando y sostener con el
Ejército el orden interior y la seguridad exterior bajo el imperio
de las Leyes. Pero, si el M. H. Congreso estimase más ventajoso
a la felicidad de los Pueblos incorporar la Provincia a otros Es-
tados, o librar sus destinos a la formación de un gobierno inde-
pendiente, sólo espero sus decisiones para prepararme a la eva-
cuación de este territorio en paz y amistad, conforme a las Orde-
nes Soberanas. La grandeza del asunto me excusa recomendarlo
a la sabiduría del M. H. Congreso. Todos esperan que la felicidad
de la Provincia será la guía de sus acuerdos en tan difíciles cir-
cunstancias.
"Montevideo, Julio diez y seis de mil ochocientos veinte y uno.
" Barón de ía Laguna.
<;A los Sres. del M. H. Congreso de esta Provincia." (2)
3. — Las deliberaciones del Congreso Cisplatino, armónicas
con los antecedentes de su instalación, revelan en sus componentes
una rara uniformidad de apreciación respecto de las pocas pero
(1) De-María, Compendio de la Historia de la República Oriental del
Uruguay.
(2) De-María, Compendio de la Historia de la República Oriental del
Uruguay.
— 24 —
fundamentales cuestiones sometidas a su decisión y dictamen. Sin
avanzar nada en el terreno de las suposiciones aventuradas y ci-
ñéndose estrictamente al contenido de las actas de aquel Congreso,
puede y debe afirmarse que los oradores de la célebre represen-
tación se limitaron a decir su papel, conforme a un reparto dis-
puesto de antemano.
Ni en lo esencial, ni en lo accesorio de los temas a tratarse
hubo una sola discordancia apreciable. Todos estuvieron acordes
en todo, y el acuerdo y la conformidad fueron tan abrumadores,
que cuando el Diputado Bianqui, en la primera sesión del Con-
greso, aludiendo a los males de la independencia, dijo que con
ella la sociedad volvería a ser una vez más "la presa de un ambi-
cioso atrevido sin otra ley que la satisfacción de sus pasiones",
todos aquellos hombres callaron. Quizá al caer pesadamente estas
palabras sacrilegas en el recinto de aquella Asamblea, hubo más
de un conato de rebelión en los espíritus; pero de inmediato reco-
bró su imperio el factor material y la razón de las circunstancias
se sobrepuso al influjo de toda otra sugestión.
Si, prescindiendo de otros elementos de juicio, demasiado
elocuentes, hubiera de calificarse la tendencia y el carácter del
Congreso Cisplatino sólo por el rasgo más saliente de sus cordiales
deliberaciones, habría que confesar — duro es decirlo — que los
personajes que intervinieron en aquel cuadro activamente, no co-
nocían, para regular y dirigir su acción pública y su conducta
cívica, otra norma ni otra pauta que las circunstancias. Resulta,
en efecto, de las actas ya citadas, que el debate — de alguna ma-
nera ha de llamársele — se concretó invariablemente a proclamar
la sumisión de los Pueblos de la Provincia a los hechos consu-
mados. "La Provincia Oriental es preciso que se constituya nación
independiente o que se incorpore a otra que esté constituida: esta
es la única alternativa que le dejan las circunstancias.
" Hacer de esta Provincia un Estado, es una cosa que parece
imposible en lo político; para ser Nación no basta querer serlo;
es preciso tener medios con que sostener la independencia. En el
país no hay población, recursos ni elementos para gobernarse en
orden y sosiego."
En estos términos sintetizaba su pensamiento y, según vere-
mos después, el pensamiento de toda la Asamblea, el Diputado
Bianqui. — Y siempre en el terreno de los hechos, entendía
que debía descartarse la posibilidad de unirse a Buenos Aires,
anarquizada por sus guerras civiles, o de contar con la protección
de España, tan resistida en el país. La conclusión de todos sus
razonamientos, de puro hecho, era que no quedaba otro recurso
"que la incorporación a la Monarquía Portuguesa, bajo una cons-
titución liberal". Usando de un procedimiento diverso y desarro-
llando un razonamiento mucho más expeditivo que el de su colega
— 25 —
Bianqui, el diputado Llambí no se tomaba el trabajo de construir
hipótesis sobre la base de la independencia para demostrar des-
pués su imposibilidad práctica. El problema que el diputado
Llambí se planteaba era mucho más concreto, si se quiere mucho
más palpable. "En el momento mismo en que el territorio (de la
Banda Oriental) fuese evacuado, tendremos tal vez sobre nosotros
las fuerzas de Entre Ríos para dominarnos o sacar de nosotros
las ventajas que le proporciona el país en la guerra que tiene
pendiente contra Buenos Aires. Abandonados a nosotros mismos,
vamos a fomentar el celo de las provincias limítrofes." Así mien-
tras el diputado Bianqui temía la independencia de la Provincia,
el diputado Llambí temía pura y simplemente la evacuación del
territorio por las tropas portuguesas. En el concepto del primero
cabía aún, bien que como una mera posibilidad, la independencia;
las ideas del segundo sólo admitían para la Banda Oriental, claro
está que como imposición fatal de las circunstancias, una situa-
ción de dependencia de otro Estado.
Acusa el debate diversos matices de una misma y única tesis;
pero lo cierto es que en todo el desarrollo de las deliberaciones
no aparece un solo principio invocado, ni siquiera una razón de
conveniencia aducida, que no sea el apremio de las circunstancias
y la razón de la fuerza. Si los portugueses se van, Buenos Aires
o Entré Ríos nos dominan, o los españoles nos reconquistan. Tal
es, puede decirse, la teoría del Congreso; teoría simple y escueta,
en la que no tienen cabida los preceptos más primarios de demo-
cracia elemental; ni siquiera los imperativos primordiales del ins-
tinto. Y esa doctrina, que hemos visto preconizaba la sumisión
incondicional a las circunstancias, fué también compartida por
el benemérito Larrañaga, quien pugnó por legitimar la incorpora-
ción a Portugal, aduciendo el abandono en que dejaron a la Pro-
vincia Oriental, España y Buenos Aires.
Triunfaba, pues, sin ninguna resistencia, la causa que un di-
putado del Congreso formulara en estas palabras: "De hecho,
nuestro país está en poder de las tropas portuguesas; nosotros,
ni podemos ni tenemos medios de evitarlo." Era, como se ve, ad-
mitir como razón suprema el hecho consumado y compartir ellos
y estimular en los pueblos que representaban, la superstición bo-
chornosa de la infalibilidad ajena y de la propia ineptitud.
Cierto es que en su descargo debe tenerse muy presente que
obraban bajo la imposición de la fuerza, y que muchos de ellos
habían dado ya y darían después a la Patria, pruebas concluyen-
tes de patriotismo y desinterés.
Dicen las actas del Congreso (18 de Julio de 1821) que
cuando el diputado Larrañaga terminó su discurso en pro de la
incorporación, "entonces, por una aclamación general, los dipu-
tados dijeron: este es el único medio de salvar la Provincia; y en
el presente estado a ninguno pueden ocultársele las ventajas que
se seguirán de la incorporación bajo las condiciones que aseguren
la libertad civil de su vecindario. Por lo mismo, sin comprometer
el carácter que representamos, tampoco podemos pensar de otro
modo. En este estado, declarándose suficientemente discutido el
punto, acordaron la necesidad de incorporar esta provincia da
Reino Unido de Portugal, Brasil y Algarves, Constitucional, y bajo
las precisas circunstancias de que sean admitidas las condiciones
que se propondrán y acordarán por el mismo Congreso en sus
últimas sesiones como bases principales y esenciales de este acto,
que se reservará hasta que con aquéllas se propongan a la Auto-
ridad que corresponda. Así lo acordaron y firmaron los señores
diputados por ante mí el infrascripto secretario. Juan José Duran.
Presidente: Dámaso Antonio Larrañaga. Diputado por Montevi-
deo: Tomás García de Zúñiga. Diputado por Montevideo: Fruc-
tuoso Rivera. Diputado por Extramuros: Loreto de Gomensoro.
Diputado por Mercedes: José Vicente Gallegos. Diputado por
Soriano: Manuel Lago. Diputado por Cerro Largo: Luis Pérez.
Diputado por San José: Mateo Vissillac. Síndico Diputado por la
Colonia: José de Alagón. Diputado por la Colonia: Gerónimo Pío
Bianqui. Síndico Procurador y Diputado por Montevideo: Ro-
mualdo Ximeno. Diputado por Maldonado: Alejandro Chucarro.
Diputado por Canelones: Manuel Antonio Silva. Síndico Procu-
rador de Maldonado: Salvador García. Diputado por Guadalupe:
Francisco Llambí. Diputado por Extramuros: el Secretario."
Remitido que fué a los Cabildos y Alcaldes territoriales tes-
timonio del voto de incorporación, para que por medio de sus
diputados expusieran las bases que creyeran convenientes para
condicionar la unión a Portugal; y atendidas las contestaciones
recibidas, el Congreso, reunido en sesión de 31 de Julio, con
asistencia del Barón de la Laguna, declaró: "que habiendo pesado
las críticas circunstancias en que se halla el país y consultando
los verdaderos intereses de los pueblos y de las familias, hemos
acordado y por el presente convenimos en que la Provincia Orien-
tal del Río de la Plata se una e incorpore al Reino Unido de Por
tugal, Brasil y Algarves, Constitucional, bajo la imprescindible
obligación de que se les respeten, cumplan, observen y hagan
observar las bases siguientes"; que en síntesis estipulaban que el
territorio del país debía considerarse como un Estado diverso de
los demás del Reino Unido, bajo el nombre de Cisplatino, "y que
gozaría del mismo rango que los demás de la Monarquía".
Así las cosas, y pendiente la ratificación de "Su Majestad
Fidelísima" para dar efectividad al convenio pactado, se enco-
mendó la misión de recabarla al doctor Lucas José Obes, quien
con ese y otros cometidos partió para su destino, que muy pronto
había de variar, llevando para el gobierno de su gestión un pliego
— 27 —
de instrucciones, cuyo contexto es interesante reproducir aquí:
" 1.° Recabar del Gobierno y Representación Nacional la
conservación del pacto de incorporación de este Estado a la mo-
narquía portuguesa en los términos decretados por el Congreso
Extraordinario de estos pueblos. A ese efecto se le prevenía pu-
siera en ejecución todos los resortes del convencimiento, haciendo
valer ias promesas sagradas del Rey, el decoro de la Nación, los
compromisos de casi todas las familias del país, la sangre derra-
mada, los enlaces y establecimientos de un número considerable
de individuos de la nación portuguesa que quedarían arruinados
para siempre, las ventajas políticas y mercantiles que reportaría
la Nación de conservar esta Provincia, que constituye en península
al reino del Brasil, con barreras insuperables, y la necesidad en
que se hallaría la Nación, abandonado este país, de sostener sobre
sus fronteras la misma o mayor fuerza que la guarnecía anterior-
mente.
" 2.° Conseguir que en el caso de parecer al Gobierno in-
admisibles algunas de las condiciones o bases del pacto de incor-
poración, se ordenará y decretará por el mismo Gobierno o re-
presentación nacional que se reuniera un nuevo Congreso en este
Estado para modificarlas y ajustarías a los principios liberales y
de igualdad civil que se indicasen, conformes al espíritu del sis-
tema constitucional.
" 3.° Solicitar del Rey que en el caso no pensado de ser
incompatible la incorporación con los intereses políticos de la
monarquía, se avisará en tiempo a este Estado para que volviera
a reunirse en cortes extraordinarias y pudiera tomar en sosiego
las medidas necesarias para su seguridad, orden interior y defensa
exterior, y que por ningún motivo pudiera ser abandonada hasta
que las autoridades del país se hallaren constituidas, que se or-
ganizara la administración y se estableciera la fuerza armada que
debía sostener el orden; hasta que los vecinos y comerciantes por-
tugueses y los del país que se considerasen comprometidos, hu-
bieran puesto a salvo sus personas, familias e intereses; y final-
mente, hasta que se hubieran expedido por el gobierno nacional
las providencias correspondientes para ocurrir a los gastos de
transporte y alimentación futura de las familias de todos los in-
dividuos que por haber servido la causa de la Nación, por la buena
fe e inviolabilidad de las promesas del Rey y de la dignidad na-
cional, quisieran abandonar el país para librarse de los peligros
de aquellos comprometimientos" (1).
4. — Si hubiera de sintetizarse un juicio explicativo acerca del
Congreso Cisplatino, no sería aventurado afirmar que su finalidad
(1) Cuadros históricos De la Sota (transcripción del Dr. Eduardo
Acevedo en su obra "José Artigas").
— 28 —
primordial se redujo a legalizar, en lo posible, una situación de
pura fuerza; sus causas ocasionales más salientes, al fracaso de
la expedición española de Cádiz, y a la anarquía en que las Pro-
vincias Unidas se hallaban; sus medios y sus procedimientos, a
los mismos con que hasta entonces mantuvo la conquista su ar-
tificial dominación.
Si se quisiera reducir aún más este concepto sintético, ga-
nando mucho en elocuencia, bastaría recordar la feliz expresión
del doctor Valentín Gómez, cuando equiparaba los manejos de
aquel Congreso con las famosas transacciones de Bayona del
año 1808 (1).
La legalización de la conquista mediante un acto que pudiera
representar, aunque sólo fuera en sus elementos externos, una
manifestación de voluntad del pueblo sometido, debió ser la preo-
cupación constante de la Corte portuguesa. Sólo que un paso de
tanta trascendencia no podía darse sin contemplar el ambiente de
que conquistador y conquistado formaban parte. Mientras con la
intervención de la diplomacia europea Portugal pactaba con Es-
paña el abandono de Montevideo y reconocía, una vez más, que
la ocupación de la Banda Oriental era una medida transitoria y
de mera garantía; mientras la expedición española de Cádiz or-
ganizaba sus poderosos contingentes, hasta que la insurrección
de Riego hacía frustrar el proyectado intento de reconquista ;
mientras el pueblo de Buenos Aires, mejor aún, mientras los pue-
blos de las Provincias Unidas, pacíficos merced a los artificios de
su Gobierno, estaban en aptitud de renovar y hacer efectivos los
vínculos que con la Provincia Oriental los unían, la solemnidad
de la incorporación hubiera colocado a Portugal en una situación
bien desairada frente a sus gestiones diplomáticas; y, lo que es
aún más grave, hubiera alentado sin duda a los españoles a pre-
cipitar sus conatos de reconquista; y, quizá, hubiera. llevado a las
Provincias Unidas, descubierto el afrentoso plan del Gobierno de
Buenos Aires, a impedir la ocupación, que entonces hubiera sido
definitiva, de un territorio que consideraban, no sin algún funda-
mento, como parte de su integridad nacional.
De ahí que la representación que el Cabildo de Montevideo
remitiera en 1817 al Rey de Portugal implorando la incorporación
de esta provincia a los dominios de su Coiona, no tuviera los re-
sultados que sus patrocinadores aguardaban; de ahí que descar-
tada la resistencia de los patriotas desde principios de 1820, se
dejase transcurrir casi un año y medio para dar el paso que las
circunstancias, y no los deseos de la Corte, habían detenido hasta
entonces. A los que insinúan la posibilidad de que las miras del
(1) Memorándum presentado al Ministro de R. E. de la Corte del
Brasil, transcripto en la obra "Noticias de las Provincias Unidas del Río
de la Plata", Londres, 1825.
— 29 —
Rey D. Juan VI, al propiciar — antes de su partida para Lisboa —
la celebración de un Congreso en la Banda Oriental, pudieran
responder a un cambio de política de la Corte portuguesa res-
pecto de la provincia usurpada, bastaría oponerles la letra de la
comunicación real dirigida al Barón de la Laguna el 16 de Abril
de 1821, en la que se anunciaba que los pueblos podrían deliberar
"bajo la protección de las anuas portuguesas"; se prevenía que
las Cortes que debían reunirse no fuesen en número tan apocado
"que la temeridad de los partidos las puedan aterrar o seducir
fácilmente"; y sólo enunciaban como resultados posibles del Con-
greso, la declaración de independencia de la Provincia o su deci-
sión de unirse a. Portugal, con absoluta prescindencia de toda
otra hipótesis, lo que no dejaba de ser muy sugestivo, siendo bien
notoria, como lo era entonces y lo fué después, la arraigada co-
munidad de miras e intereses que unía a la Banda Oriental con
las demás Provincias Unidas del Río de la Plata.
Mucho más elocuente que la letra del oficio real es, si bien
se mira, su espíritu, su contenido, su substancia. El Rey quiere
que los pueblos deliberen sobre su suerte futura; el Rey se com-
place en dar a sus presuntos subditos, un medio de manifestar su
voluntad; el Rey aspira a que los pueblos nombren las Cortes
de la manera más libre y popular. Todo esto es muy encomiable,
todo esto es muy edificante. Pero el Rey se olvidado parece olvi-
darse de que toda la irreprochable doctrina que él expone en su
memorial, para que las cosas se hagan "sin la menor sombra de
coacción ni sugestión", va a aplicarse en un país rudamente some-
tido a una dominación militar, nada más que militar; y que todo el
control y toda la garantía con que podrán contar los pueblos lla-
mados a pronunciarse, radicará en los titulares de aquella misma
dominación militar, según el propio monarca lo confiesa, al es-
tampar en su mensaje, quizá el único pensamiento desnudo de
artificio: "que la deliberación será bajo la protección de las armas
portuguesas".
Por lo demás, los deseos del Rey por conocer la voluntad de
los pueblos, estaban de antemano satisfechos. Y es que "la opo-
sición armada de Artigas y de la gran mayoría de la población
a la dominación portuguesa, constituía una manifestación bastante
de la voluntad popular" (1).
La única solución admisible es que D. Juan VI obraba como
obraba, porque estaba seguro de que sus deseos se cumplirían
sin necesidad de recurrir a medios menos convenientes, y porque
esperaba que al proceder así favorecería su política para con las
(1) Oliveira Lima, "O movimento da Independencia".
— 30 —
Provincias Unidas" (1).
Si en cuanto al objetivo central que con el Congreso Cispla-
tino perseguía la Corte de Portugal no cabe, a nuestro juicio, otra
opinión fuera de la expuesta, en lo referente a los medios em-
pleados para poner en práctica la decisión del monarca debe es-
tablecerse una distinción entre los procedimientos autorizados por
el Rey y los empleados por el Capitán General de la Provincia.
El Rey, que miraba las cosas a la distancia y a través de
halagüeños informes, contaba quizá con que el voto de los habi-
tantes de la Banda Oriental sería por la incorporación a Portugal;
y, partiendo de tal supuesto, no consideraba necesario extremar
las medidas de previsión para que el resultado apetecido se cum-
pliera. Lecor, en cambio, familiarizado con el ambiente siempre
nostil a la conquista portuguesa, debió confiar menos y obró en
consecuencia.
Prescindamos de esta distinción y atengámonos a la impre-
sión de conjunto que el hecho del Congreso revela.
Su elaboración, conforme con las indicaciones del monarca,
comienza por recomendar que se evite la influencia de los partidos.
Sigúese a esto la maniobra de anular por completo la intervención
activa de los vecindarios en el nombramiento de los diputados,
dando la autoridad calidad de tales, sin elección, a los síndicos
de Montevideo, Canelones, Maldonado y Colonia, y a los alcaldes
de Cerro Largo, Paysandú, Mercedes, Soriano y San Salvador,
con lo que nueve de los diez y ocho diputados que integrarían el
Congreso fueron funcionarios dependientes del Gobierno de la
conquista. En lo demás, el pretendido acto popular se redujo a
la votación de diputados que hicieron los Cabildos de las ciudades
y pueblos.
El Congreso, pues, lo formarían nueve empleados directos
del Gobierno y nueve diputados elegidos por funcionarios depen-
dientes de la autoridad. En cuanto a las demás instrucciones que
oportunamente hizo circular el Intendente, no se ocultó el deseo
de evitar los inconvenientes de las reuniones populares. Para que
ia sugestión y la coacción fueran completas, Lecor, en oficio di-
rigido al Congreso ya instalado, le decía: "Si el M. H. Congreso
tuviere a bien decretar la incorporación a la Monarquía Portu-
guesa, Yo me hallo autorizado por el Rey para continuar en el
mando y sostener con el Ejército el orden interior".
La elocuencia de los hechos relatados ha uniformado el cri-
terio de los historiadores ¡y de los publicistas en el sentido de
condenar con severidad esta parodia de acto de soberanía. Ex-
presa el doctor Valentín Gómez en su memorándum ya citado:
(1) F. A. Berra, op. cit. Ver nota de la Cancillería Portuguesa al
Gobierno de Buenos Aires, fecha 16 de Abril de 1821.
— 31 —
"Pero, ¿qué confianza podrían inspirar a aquellos pueblos las
deliberaciones, en materia tan ardua, de un Congreso compuesto
en gran parte de empleados al servicio de S. M. F., dotados con
rentas pingües, y seducidos con la esperanza de más elevados
destinos? Los que no se hallaron en estas circunstancias fueron
aterrados a la presencia de un poder armado, que no disimuló su
particular interés en los negocios sobre que él debía deliberar.
Sus discusiones comprueban bastantemente esta verdad. El pueblo
de Montevideo fué un frío y paciente espectador de la arbitrarie-
dad e injusticia con que se dispuso de sus primeros derechos. . .".
En carta fechada en Londres el 15 de Junio de 1825 (1), se
decía que "en Montevideo el General (Lecor) formó un Congreso
en 1821 compuesto en su mayor parte, como se acreditará des-
pués, de empleados civiles al sueldo de S. M. F., de personas
condecoradas por él con distinciones de Lecor, y de otras colo-
cadas de antemano en los Ayuntamientos; hizo acuartelar y mu-
nicionar los regimientos como en estado de guerra, y bajo esta
salvaguardia, el Congreso declaró que la Provincia de Montevideo
se incorporaba espontáneamente al Reino Unido de Portugal, Bra-
sil y Algarves, como un estado federado, en virtud de lo cual fué
bautizado con el nombre de Estado Cisplatino".
El brillante historiador brasilero Alfredo Várela, en una de
sus hermosas producciones (2), afirma que Lecor "ilamó a los
pueblos a comicios, en armonía con las órdenes de palacio",
"ajusfando todos sus actos a las reglas que le parecieron apro-
piadas para revertir, a la larga, de una apariencia de perfecta
legitimidad, el voto salido de las urnas. Nada escatimó, de lo que
fué menester para invalidar la expresión de la voluntad sincera de
los naturales".
El mismo Lecor decía a su Gobierno que "después de haber
hecho la unión, tomaría todas las medidas que la presencia de
las fuerzas de su mando le ofrecía para decidir la efectiva incor-
poración de la Provincia, postergando cualquier reclamación que
los pueblos acordaran formular contratan violenta unión" (5)
Acordes en lo esencial, todos los juicios pronunciados acerca
del Congreso Cisplatino reproducen con pequeñas variantes los
conceptos expresados y convienen en la ineficacia de los medios
usados para arrancar el voto de incorporación. La incorporación
"nació enferma", según la acertada expresión de un historiador
brasilero (4)
5. — No es posible abordar aquí un paralelo definitivo entre
las instrucciones con que D. Juan VI recomendaba la celebración
(1) "Noticias de las Provincias Unidas del Río de la Plata", op. cit.
(2) "Duas grandes intrigas".
(3) Alfredo Várela, op. cit.
(4) Fernando Luis Osorio, "Historia del General Osorio".
— 32--
cíe unas Cortes como medio de que se expresara el querer de íos
pueblos, y las atrocidades de todo género que el Barón de la
Laguna puso en práctica para cumplir, a su manera, con el man-
dato de su soberano. Si bien es cierto que las instrucciones dadas
al doctor Lucas José Obes, después de consumado el atentado,
acusan en los autores materiales del mismo una desconfianza
manifiesta de haberse excedido en el cumplimiento del real en-
cargo; y si no es dudoso que la actitud ulterior de la Corte por-
tuguesa se contrajo a reprochar a Lecor la flagrante violación de
las órdenes recibidas, en que había incurrido, es indudable que
estas circunstancias no tienen el alcance que algunos escritores
pretenden atribuirles, para arrojar sólo sobre Lecor todo el baldón
que del tortuoso negocio se desprende para sus inspiradores. Es
cierto que Lecor agotó los recursos que la fuerza le daba y llegó
a colmar la medida; es cierto que sus procederes, juzgados a
través de su versátil conducta posterior, acusan a las claras una
fuerte dosis de interés puramente personal; pero no es menos
cierto que la política y la diplomacia portuguesas, dirigidas desde
mediados del siglo XVII a apropiarse de esta porción del virrei-
nato del Río de la Plata, constituyen un antecedente abrumador
en la apreciación de las intenciones del Rey que en la época que
estudiamos regía sus destinos, máxime cuando este mismo Rey
mantenía allí, a sabiendas, una conquista puramente militar, y,
también a sabiendas, deseaba consultar la voluntad de los pueblos
cuando estaban humeantes todavía las cenizas de los caídos en
Tacuarembó.
6. — Acordes o no el Rey y Lecor, lo esencial es que el Con-
greso Cisplatino venía a constituir, para quienes miraban desde
lejos los sucesos del Río de la Plata, un síntoma inequívoco de
que la conquista portuguesa estaba consumada. Esta debió ser,
por lo menos, la impresión del momento.
En cuanto a su influjo en el territorio que se decía conquis-
tado, hechos posteriores evidenciarán cuanto se enconó el espíritu
nativo de resistencia con el agravio que aquella indigna farsa
infería a la dignidad de los pueblos. No faltaron, claro está, los
que creyendo definitiva la usurpación, aquietaron sus ímpetus y
se resolvieron a vivir en paz con sus nuevos amos.
Pero la nota dominante de aquel ambiente de agotamiento
puramente material, fué mirar con gesto más indiferente que
amargo la estéril maniobra del conquistador. "Parece que el 15
del corriente será la apertura congresal de Montevideo, y en ella
va a decidirse (aún mejor diré a declararse, porque los bien ha-
llados no quieren irse) nuestra incorporación al Brasil" (1). Esto
(1) Correspondencia confidencial y política del señor don Gabriel
A. Pereira.
— 33 —
está contenido en un papel de la época, y los términos empleados
y las pocas líneas dedicadas al terna evidencian que el asunto era,
para el autor, de poca monta. Y el autor era nada menos que don
Carlos Anaya.
Acorde con el espíritu de esa carta, otro contemporáneo de
los sucesos, don Lorenzo Justiniano Pérez, califica de "irrisible"
el Congreso Cisplatino, "compuesto de empleados y paniaguados
portugueses" (1).
(1) Resumen histórico, "Revista Histórica".
CAPÍTULO IV
LA BANDA ORIENTAL BAJO LA DOMINACIÓN
PORTUGUESA-BRASILERA.
1. — Factores que contrariaban la expansión de la conquista portuguesa.
2. — La conquista y sus medios: a), nulidad de su aporte; b), fué una
obra de rapacidad; c), desproporción entre funcionarios y gober-
nados; d), fué una ocupación puramente militar; e), nunca fué
aceptada por los nativos; f), estuvo confiada a la discrecionalidad
de un jefe irresponsable.
Descartado el tono enfático, acorde, por lo demás, con el gé-
nero literario que a su índole correspondía, refleja "El Piloto"
del 27 de Octubre de 1823, en el párrafo que se transcribe, una
impresión bastante exacta de la obra que la conquista portuguesa
legó a nuestro país: "...la sangre de los orientales ha corrido
en todas direcciones, sus fortunas han sido depredadas, su pobla-
ción ha sido bárbaramente deportada a los climas más ardientes
del África; y tiranos los más despreciables han podido gozarse
impunemente nueve años, en la opresión de un pueblo de los más
libres y valientes de la tierra" (1). Para completar esta definición
y destacar la ineficacia de tantas atrocidades, bastará recordar
aquella afirmación categórica de Augusto Saint-Hilaire, según la
cual en la Banda Oriental "se resistiría como absurda la idea de
pertenecer definitivamente a los portugueses" (2); afirmación
cuyo significado ha de apreciarse teniendo presente que con ella
se quiso expresar una impresión recogida en los momentos en
que recién terminada la resistencia armada, eran más intensos el
abatimiento y la postración de los elementos subyugados.
1. — La conquista portuguesa de la Banda Oriental, ni en el
período de su iniciación, ni en la época en que, pacificado el país,
pareció aquélla consolidarse, ni en sus postrimerías, halló en el
territorio que pretendía sojuzgar, ambiente propicio a sus miras.
Ideas, hombres, sentimientos, idioma, tradiciones, todo le era
adverso.
El instinto de libertad de los nativos, después de poner a
prueba su empuje en las luchas de la emancipación contra España,
había tenido ocasión de apreciarse a sí mismo como fuerza efi-
(1) "El Piloto", N.o 20, colección particular del doctor don Luis Me-
Iián Lafinur.
(2) "Voyage a Rio Grande do Sul".
— 36 —
cíente, capaz de influir en la marcha de ios sucesos. Cultivado
por irresistible vocación orgánica, ese instinto — que en sus pri-
meras manifestaciones debió ser de una ruda simplicidad y que
como tal se limitó a ejercitarse contra la única fuerza que venía
a contrariar su natural expansión — hubo de adquirir después,
merced a progresivas gradaciones, una relativa perfección, que
insensiblemente lo' llevaría a sucesivas generalizaciones, sin ha-
cerle perder por ello nada de su primitiva espontaneidad. Gracias
a la revelación que los hechos arraigaron en los nativos, la resis-
tencia puramente orgánica tornóse deliberada. Fué entonces mi-
rada, no sólo como cosa necesaria, sino también como cosa legí-
tima. Legítima contra los españoles, primero; legítima contra toda
conquista, después. A esta vocación de la libertad uníase, como
obligado complemento, un inveterado repudio por todo aquello
que significase negación o desmedro de las ideas democráticas,
que tan en armonía estaban con la natural propensión de los pue-
blos, cuando más empeñados se hallaban en la obra de su libe-
i ación. Y como por disposición providencial, la Banda Oriental
y los hombres que pugnaban por regir sus destinos, parecían
elegidos para ser, por entonces, los únicos depositarios, inaltera-
blemente fieles, de los postulados democráticos en las colonias
del Río de la Plata. Contra todas las críticas, contra todos los
ataques, contra todas las reservas, la figura de Artigas sigue
siendo la personificación inconfundible de esa tendencia.
Reacio a las sugestiones engañosas que obscurecían las ideas
y entorpecían los procedimientos de muchos hombres de Buenos
Aires, Artigas proclamó la lucha sin cuartel contra toda conquista
extranjera y consideró indispensables, como única base para el
gobierno de estos pueblos, los postulados de la democracia.
Tal era, a grandes rasgos, el ambiente que la conquista por-
tuguesa, conquista y monárquica, se proponía adaptar a sus miras
de dominación. Como si todo esto no fuera bastante, el conquis-
tador, al acometer esta nueva empresa, suscitaba en los orientales
el ingrato recuerdo, conservado o trasmitido, de sus anteriores
conatos de dominación, con lo que nadie creyó en las intenciones
que ostentosamente se formularon al ratificar el pacto de 1812 (1) ;
y, al contrario, la resistencia participó, en cierto modo, de ia irre-
conciliable hostilidad que en épocas anteriores cobrara entre es-
pañoles y portugueses. Atribuyendo a este factor un influjo de
más entidad que el que tuvo realmente, un emisario del Gobierno
francés, que en 1820 visitó estas regiones, expresa: "Los españoles
de ambas riberas del Plata tienen las mismas costumbres, hablan
la misma lengua y están separados de los brasileros por esa an-
tipatía que existe de tiempo inmemorial entre sus madres patrias
(1) Nota al Director Pueyrredon de Thomas Antonio de Villanova,
Portugal. Apéndice Historia de Belgrano-Mitre.
— 37 —
respectivas: esa antipatía atravesó el Océano en los barcos que
llevaron a los primeros conquistadores de América" (1) Son,
pues, al decir de Baldrich, viejos antagonismos, no de razas, na-
turalmente, dado el estrecho parentesco social y étnico que los
liga, sino de derecho, de política, de ambición, de emulación, he-
rencia viva y enconada, llena ele prevenciones y de celos, de es-
pañoles y portugueses" (2).
2. — Frente a los factores adversos que se han señalado, ¿qué
ventajas o qué elementos de civilización traía la conquista portu-
guesa para contrarrestar su influjo? ¿Qué medios puso en prác-
tica a fin de atenuar siquiera el desprestigio y la hostilidad que
en el momento de" su iniciación la rodeaban?
a) Ni material ni espiritualmente la conquista portuguesa
aportó al pueblo colocado por la fuerza bajo su dominio, una sola
mejora de alguna entidad. "v . .La provincia no sólo no debe una
obra pública a los usurpadores, sino que, por el contrario, éstos
han arruinado las más que tenía antes que ellos entrasen. Las
murallas de piedra que cercaban la ciudad, y que antes eran un
lugar de seguridad y de recreo, ahora lo es sólo de ratones, con
brechas por todas partes. Todas las baterías que vestían estas
mismas murallas, están destruidas, con excepción de una que
domina el puerto. El arsenal, que era un grande edificio, no se
presenta sino en esqueleto. Los cuarteles, incluso el de la gran
ciudadela; los cuerpos de guardia que había en contorno de la
muralla, abandonados los unos, el resto abunda de inmundicia y
de toda clase de sabandijas; no hay en ejercicio un solo estable-
cimiento de recreo, y en esta proporción todo lo demás, que pre-
senta a Montevideo como una colonia lóbrega, colmado de mi-
seria, en donde las gentes viven en un perfecto aislamiento, casi
sin dar más muestras de racionalidad que los edificios con que
se libran de la intemperie. Pero ¡qué más, señor mío!: la linterna
y farol colocados en la cima del famoso cerro que está al frente
de Montevideo, y que hace muchos años ha servido de guía a la
navegación por la noche, está sin ningún uso. Hay sobre esto
un hecho singular. En 1819 el General portugués se comprometió
c< construir un farol en la isla de Flores, que dista de Montevideo
cinco leguas, situada entre la costa y el Banco Inglés; pero, para
que siempre se comprobara que nada hacía esta nación para
aquella provincia que no fuese a costa de sacrificios enormes por
parte de sus naturales, exigió que la Municipalidad, en cambio,
le declarase a Portugal el derecho de una mayor porción de te-
rritorio, avanzando sus límites hasta tirar una línea recta desde
el Yaguarón al Arapey... Véase aquí por primera vez en el
(1) Villanueva, "El Imperio de los Andes".
(2) Baldrich, op. cit. En igual sentido, Fernando Luis Osorio: "Historia
do General Osorio''.
— 38 —
mundo cambiar territorios por un farol, y ser un farol la base de
un tratado de límites entre dos pueblos extranjeros. Pero el re-
sultado es que el farol no se hizo ni se hará, y el Gobierno farolero
se quedó con el tratado" (1).
Al día siguiente de haberles sido entregadas las llaves de
Montevideo y "para alojar en las piezas del Fuerte que ocupaba
la Biblioteca (2) al General Sebastián Pinto de Araújo Correa,
los portugueses mandaron sacar precipitadamente los libros, y
fueron arrojados a una pieza baja de dicha casa, donde estaba
una pequeña imprenta. Las obras de la Biblioteca debían sufrir
gran detrimento y disminución en un lugar donde fueron hacinadas
y a merced de todos los que entraban y salían" (3). A pesar de
la intervención del Cabildo, y después de haber sido puestos los
labros bajo la custodia de particulares, la Biblioteca — reinstalada
en 1819 por Lecor — continuó sin abrirse para el público hasta
que, "cuando mandaba en la plaza de Montevideo el Presidente
brasilero Francisco de Paula Magesfi Tavares de Carvalho, des-
tinó para las sesiones de la Junta de Hacienda la sala de la Bi-
blioteca; cubrieron los estantes con unas tapicerías verdes, ex-
cepto las columnas y chapiteles dorados, para que sirvieran de
adorno, después de haber mandado y obtenido que don José
Raymundo Guerra sacase los libros. Este señor tuvo que enviar
carretillas precipitadamente para impedir que fuesen arrojados
por las ventanas al patio del Fuerte los libros que quedaban en
la Biblioteca" (4). Las transcripciones precedentes, que copiamos
hasta en sus detalles, porque hasta de los detalles surgen elocuen-
tes y asombrosas revelaciones, eximen, por lo mismo, de todo co-
mentario. Pero prosigamos. Un viajero inglés, que visitó, de 1820 a
1825, la Colonia del Sacramento, dice: "La Colonia tiene 800
habitantes. Hay pocas casas buenas, la mayor parte debían lla-
marse chozas, y estaban ocupadas por una mezcla de sudameri-
canos, españoles antiguos, portugueses y algunas docenas de in-
gleses, casados con americanas. La casa del Gobernador es un
edificio muy grotesco. Las calles son irregulares y la ciudad en-
tera presenta el más miserable aspecto. La ciudad no puede sos-
tener una taberna, no hay más que un miserable salón de billar,
en una casa a la cual frecuentaban los oficiales portugueses. La
Colonia tiene muy poco comercio" (5).
: r¡T ¥FjF¡
(1) "Noticias de las Provincias Unidas del Río de la Plata", Lon-
ches, año 1825.
(2) Entonces "Biblioteca Pública", inaugurada el 16 de Mayo de 1816.
(3) Memoria sobre el establecimiento, destrucción y obstáculos para
la restauración de la Biblioteca Pública, "Revista Histórica".
(4) Memoria referente a la Biblioteca Pública, "Revista Histórica".
(5) "Cinco años de residencia en Buenos Aires, durante los años 1820
a 1825", por "Un Inglés", Londres, 1825. (Traducción de Margarita Suárez
Abella, "Revista Histórica.")
— 39 —
Expresa Armitage que después de la guerra, "la población
(de esta Banda) había quedado reducida a una tercera parte de
lo que antes era y los alrededores de la Ciudad (Montevideo) a
míseras ruinas". "La conquista, agrega, hizo avanzar esta obra
de aniquilamiento: las ciudades y los establecimientos fueron des-
truidos en su mayoría, y Montevideo quedó desierto" (1).
Un sacerdote italiano, el padre Sallusti, que a fines de 1824
visitó el país acompañando al Arzobispo Muzzi y al Canónigo
Mastai Ferreti (después Pío IX), recogió la impresión de que todo
se hallaba en completo estado de abandono, y que la campaña,
despojada de los ganados que antes la poblaban, veía reprodu-
cirse y multiplicarse "tigres, leones, ñandúes y otros animales
salvajes".
Alcides D'Orbigny refiere que al pasar cerca del río San José
debió soportar "el desagradable espectáculo de una gran cantidad
de esqueletos de animales esparcidos en toda la extensión de la
llanura, que testimoniaban los estragos de la guerra", y el estado
de abandono de la campaña. Después de referirse a la pobreza
del comercio de Maldonado, recuerda que "Montevideo cuenta
hoy con 15.000 habitantes. Su población, antes de la guerra, era
de 20.000 almas". Y aludiendo a modalidades de la misma Ciu-
dad, agrega: "Antes de la guerra las quintas o lugares de recreo
de los habitantes pudientes, constituían para sus propietarios re-
tiros rurales llenos de encanto. . ., pero muchos de esos delicados
retiros han sido saqueados, devastados; no pocos de sus dueños,
antes adinerados, se ven reducidos hoy a la más cruel indi-
gencia" (2).
b) La conquista portuguesa-brasilera fué una obra de ra-
pacidad y de desorden. — Movida por miras de pura ambición
material, además de resultar nulo en absoluto su aporte a los
intereses de la Provincia sojuzgada, la codicia de sus represen-
tantes oficiales arrasó, ésta es la palabra, cuando estuvo a su
alcance y estimuló iguales apetitos en la inmigración provocada.
En "La Aurora", diario editado en Montevideo por el año 1823,
un suelto titulado "Variedades" califica a los usurpadores diciendo
de ellos que son "una gavilla de ladrones", que a los pobres ve-
cinos "les robaron los ganados, les violaron las hijas y les qui-
taron hasta los cueros de deshecho que cubrían las chozas de
algunas familias infelices" (3).
Los habitantes de Río Grande, dice el Almirante Sena Pereira
(Colección Lamas, "Memorias y reflexiones sobre el Río de la
Plata") dilataron sus estancias a la parte de Tacuarembó, Luna-
(1) "Historia do Brazil".
(2) "Voyage pittoresque dans les deux Ameriques", París, 1826.
(3) "La Aurora", N.° 16, Abril 8 de 1823, Biblioteca Nacional.
— 40 —
rejo y aún a la frontera del Yaguarón, que llegaron a convertirse
en propiedades brasileñas" (1).
En carta de Octubre de 1827, al General Lavalleja, el gran
patriota don Pedro Trápani, previendo la posibilidad de que la
paz se consumara, le insinuaba entre las medidas que en tal oca-
sión debería tomarse, el cubrir los perjuicios de los naturales con
las propiedades "de todos aquellos generalotes y magnates por-
tugueses que se han hecho ricos con el sudor y la sangre orienta!.
Si tal cosa no sucede, que no quede piedra sobre piedra" (2).
" Un pueblo como el de Montevideo, lo que debe a los in-
vasores es: que hayan robado ele su campaña violentamente y con
la autoridad del General, más de cuatro millones de cabezas de
ganado vacuno, que han introducido al territorio brasilero, según
consta de la toma de razón llenada en los pasos de la frontera.
Véase con referencia a este punto dos hechos curiosos. Antes'de
1817, en la Capital General de Río Grande, perteneciente al Brasil,
distante de Montevideo 120 leguas, no había sino trece saladeros:
en el día hay ciento veinte. Antes que entraran los portugueses,
la campaña de Montevideo abundaba de ganado como ninguna
otra en aquella parte de América: en el día los mismos brasileros
que .se están poblando en ella, tienen que traer ganado de su te-
rritorio para fundar las estancias" (3). Se denuncia en la carta
a que corresponde la precedente transcripción, el plan de la con-
quista "de poblar la campaña con brasileros", y con ese fin, "el
General quita los terrenos a los naturales y se los adjudica a
aquéllos (los brasileros) sin la menor compensación, y antes por
el contrario, haciéndoles entender que lo deben de justicia". En
presencia de tan terminantes pruebas documentales de la rapa-
cidad de la conquista, no debe asombrarnos la afirmación de
Saint-Hilaire (4) de que la batalla de Tacuarembó fué seguida
de una "arriada de unas ochenta mil cabezas de ganado con des-
o
lino a Río Grande"..
El General Rivera, en testimonio enviado al Gobierno de
Buenos Aires el 4 de Julio de 1828, formula un verdadero proceso
de la conquista portuguesa, que en lo referente al aspecto que
ahora desarrollamos, dice: "Sería preciso llenar muchas páginas
para enumerar todas las tropelías, vejámenes; rapiñas y arbitra-
riedades que se dejaron sentir desde aquel momento" (se refiere
a la época de la pacificación del país), y prosigue: "En un cerrar
y abrir de ojos desaparecieron de entre nuestras manos las pin-
gües estancias que hacían la base esencial de nuestra riqueza. Los
terrenos pasaron luego a otro poder y sus dueños quedaron en la
(1) Citado por el Dr. Eduardo Acevedo, op. citada.
(2) Colección Lamas, documento núm. 808. Archivo y Museo Histórico.
(3) Noticias de las Provincias Unidas del Río de la Plata, op. cit.
(4) Op. cit.
— 41 —
última indigencia, y algunos que osaron reclamarlos fueron arro-
jados a los calabozos de la isla das Cobras y otros que se erigie-
ron para aterrar a nuestros conciudadanos y muy particularmente
a aquellos que soñaban siquiera por la libertad e independencia
de su adorada patria" (1).
"La Aurora" del 11 de Enero de 1823 dirigía a los habitantes
de Montevideo, en consonancia con el movimiento que allí se
desarrollaba, una especie de proclama; y entre otras cosas intere-
santes hacía, en estos términos, el juicio de la codicia portuguesa:
" ¿Quién os ha hecho ciegos instrumentos de su engrandecimiento
y ha decretado -en el célebre Congreso Cisplatino vuestra suerte
y la de vuestros hijos, sin consultar siquiera la voluntad de un
sólo habitante? ¿Quiénes los que desde aquel momento os han
sometido al imperio de su capricho soberano para repartirse la
riqueza del Estado y engrandecerse sobre vuestras ruinas? —
¿Quiénes los que os hicieron una guerra sorda de exterminio y
toleraron que vuestras haciendas fuesen escandalosamente sa-
queadas y transportadas a los campos de nuestro eterno enemigo,
dejándonos reducidos al esqueleto de la miseria? ¿Quiénes los
que hicieron de las estancias de Zamora el depósito y receptáculo
de los ganados del Estado y de los particulares abriendo en ellos
la fuente del escándalo que produjo un manantial de plata a todos
los monopolistas de la logia? ¿Quiénes los que aniquilaron el
comercio gravándolo con derechos asombrosos sin otro objeto
positivo que facilitarse los medios de hacer exclusivamente con-
trabando lucrativo paralizando el giro de los otros concurren-
el General Saldanha" (3).
El Cabildo de Guadalupe, con fecha 12 de julio de 1823, se
dirigía al Gobierno de Río de Janeiro, por intermedio del doctor
Lucas José Obes, y en un substancioso memorándum, le hacía
saber: "Los pueblos ven que contra los decretos y leyes de un
sitio entran ganados a la línea y salen cargamentos de la plaza
con permisos especiales, y que con pretexto de ser para consumo
de las tropas, se depositan en los almacenes del Brigadier Síndico,
que se ha hecho Proveedor General del Ejército." insiste el Ca-
bildo en sus reveladoras denuncias, y entre ellas señala "que los
ganados de la Provincia fueron en su mayor parte saqueados por
el General Saldanha'r (2).
En el Archivo Administrativo se conserva un manuscrito, que
muy fundadas presunciones atribuyen a la brillante pluma del
doctor Lucas José Obes, en el que se contiene una exposición de
(1) Transcripción de la obra "José Artigas", por Eduardo Acevedo.
(2) "La Aurora", Biblioteca Nacional.
(3) De la Sota, "Cuadros históricos", manuscrito en el Archivo del
Juzgado Letrado de lo Civil de tercer turno.
— 42 —
la situación de la conquista brasilera en 1824. El documento es,
sin duda, copia o borrador de una exposición dirigida a S. M. F.;
y haciendo alusión al Síndico García de Zúñiga, dice que para
éste son cosas muy principales, "el sueldo, los galones y un co-
mercio lucrativo en letras, en ponchos, en yerba, en tabaco y cien
artículos diferentes, cuya subadministración a precios equitativos
no es el único servicio que le debe la milicia del Estado" (1).
El historiador De la Sota, en ei manuscrito citado, da como
cierto que durante la dominación extranjera, las partidas de la-
drones infestaban la campaña, "llegando al extremo de que asal-
tada la estancia del finado Zamora hicieron desaparecer 16.000
cabezas de ganado vacuno".
Para clausurar el relato de esta serie de horrores, reproduci-
mos de "La Aurora" del 21 de Diciembre de 1822, lo siguiente:
"La pastura de los campos, que en todo tiempo ha constituido la
principal riqueza de este país, y cuyo manufacto ha sido siempre
el atractivo del comercio de Europa, no sólo se vio despreciada
después de tantas y tan profundas desgracias como habían expe-
rimentado los hacendados arrancando a los brazos de la industria,
en un solo golpe, centenares de hombres enviados a poblar otros
climas, sino que con fría indiferencia se vieron las haciendas en-
tregadas al pillaje de las hordas brasilenses que a título de tran-
quilizar la campaña, se robaron los millones de reses y caballos
que la cubrían, dejándola en la quietud mortal de la miseria"- (2).
c) La conquista portuguesa hizo pesar sobre la escasa po-
blación sometida, una burocracia inútil y dispendiosa. — En Mon-
tevideo se daba el caso de que "para gobernar solamente (puede
decirse) un pueblo de doce mil almas", (3) había un Capitán
General, un Gobernador Intendente, un Síndico, un" Presidente de
la Cámara de Justicia, una Junta de Hacienda, un Cabildo, un
Tribunal de Comercio, un Tribunal Eclesiástico y dos Juzgados
Ordinarios. El Cabildo de Canelones, en oficio a S. M. F., ya ci-
tado, le hacía presente que "los pueblos ven que en una Provincia
tan corta hai un Gobernador Capitán General, un Gobernador In-
tendente, un Gobernador Militar en la Colonia y otro en Maldo-
nado, pequeñas poblaciones que apenas merecen el nombre de
ciudades" (4).
d) La conquista portuguesa se redujo a la ocupación pura-
mente militar de algunos puntos del territorio del país; y su pre-
tendido gobierno organizado no fué sino la más absoluta, despó-
(1) Archivo General Administrativo, Enero 16 de 1824.
(2) "La Aurora", N.o 1, Biblioteca Nacional. — Ver "El Pampero",
N." 2, 25 de Diciembre de 1822, Museo Mitre (Buenos Aires).
(3) Representación del doctor Lucas José Obes a S. M. F., "Cuadros
nacionales", De la Sota.
(4) De la Sota, manuscrito citado.
— 43 —
tica e irresponsable centralización de facultades y funciones. —
Para justificarlo ampliamente bastará mencionar testimonios y
documentos procedentes de elementos integrantes del régimen de
la conquista, que sintiéndose anulados, ellos mismos, por el sis-
tema de absorción que el Barón de la Laguna implantara con un
celo digno de mejor causa, lo señalaban a la atención del gobierno
del Janeiro como un síntoma de descomposición al que era nece-
sario poner pronto y eficaz remedio. En representación dirigida
al Emperador, con fecha 12 de Julio de 1823, el Cabildo de Gua-
dalupe exponía: "Cuando los pueblos esperaban las convenientes
reformas en la administración de este Estado, ven con disgusto
que continúa el mismo sistema militar absoluto que empezó a re-
gir desde la ocupación de este país por las armas portuguesas;
sistema odioso, por cuya destrucción han hecho tantos sacrificios
en trece años." Y esbozando un paralelo bien ilustrativo entre la
dominación española y la conquista que entonces pesaba sobre
la población, agregaba: "La Provincia se halla bajo el régimen
destructor de los Virreyes, en tiempo de las Colonias; mas con
la diferencia muy marcable de que entonces existía una Real Au-
diencia que defendía a los vasallos de las arbitrariedades del Po-
der Militar, y una Junta Superior de Real Hacienda que conocía
exclusivamente de las rentas reales, y un Tribunal de cuentas que
castigaba los abusos del manejo de los empleados en su cobro,
administración, etc., mientras que ahora todo depende del Jefe
Militar." La misma Corporación advertía al Emperador que los
decretos de Río Janeiro que ordenaban medidas benéficas para
la Provincia no se publicaban, se ocultaban y sólo llegaban a
conocimiento de los interesados por conducto de los papeles pú-
blicos de Buenos Aires; y que siendo el sistema con que se go-
bernaba el Estado de que formaban parte, "todo militar", y obrán-
dose en todos los casos conforme a las normas militares, los jue-
ces no podían entender en los asuntos de su incumbencia y los
habitantes veían que sus autoridades civiles er?n desairadas y no
desempeñaban el rol que a su alta misión correspondía.
¿Hasta cuándo han de sufrir los pueblos, escribía el doctor
Lucas José Obes, "el peso enorme de una autoridad tanto más
temible cuanto menos conocida: tanto más cruel cuanto menos
responsable: tanto más odiosa cuanto menos digna del culto que
nos exige y de la divinidad que se atribuye? Si es hasta que
cesen las inquietudes de la campaña, las inquietudes ya cesaron;
si es hasta que Montevideo recobre el sosiego, Montevideo está
sosegado; si hasta que el Estado Cisplatino tenga una ley fun-
damental, ya tenemos una Lei y los Pueblos la han jurado." Son
estas las palabras del doctor Obes, quizá el propagandista de ma-
yor relieve que la causa de la conquista portuguesa pudo contar
entre sus escasos adeptos. Y es el propio doctor Obes el que,
— 44^
frente al desquicio del gobierno del entonces llamado Estado Cis-
platino, proponía al Emperador, como medio de alejar los sínto-
mas de rebelión que ya se anunciaban, la creación de una Comi-
sión encargada de ''operar los arreglos precisos en los ramos de
Justicia, Hacienda y Policía, independiente de las autoridades lo-
cales, cuyas deliberaciones no tendrían efecto hasta la aprobación
de S. M. I., e integrada por miembros de la Cámara de Justicia,
Junta de Hacienda, Cabildos, Real Consulado y Junta de Hacen-
dados". Consideraba el proponente de esta reforma, que en el
estado lamentable a que las cosas habían llegado, no quedaba
otro camino a seguir sino el nombramiento de la aludida corpo-
ración, dependiente directamente del soberano. Y, a propósito,
expresaba: "Todo lo demás es inútil, es pequeño, es pernicioso:
hai dos caminos: o confiarlo todo a un hombre, o entregarlo todo
a la Justicia. En el primer caso V. E. debe escuchar a don Tomás
García de Zúñiga, al Barón de la Laguna y cuantos en su abono
suponen a los pueblos orientales satisfechos en el orden presente,
resignados a sufrir sus consecuencias y obedecer sin discerni-
miento al impulso de las bayonetas; pero en el segundo caso díg-
nese V. E. escuchar los gritos de su bella razón, aguzada por la
experiencia".
En el manuscrito ya citado, refiere el historiador de la Sota
que durante el período de la dominación lusitana y especialmente
en el año 1818, eran repetidos "los insultos y desaires que hacían
los oficiales de la guardia principal del Cabildo (de Montevideo),
sometiendo a mil vejaciones a los vecinos, obligándolos, para po-
der entrar a" las oficinas, a hacer un círculo alrededor de las ar-
mas, con sombrero en mano: negarse a dar auxilios para la excar-
celación de presos y otros mil denuestos que formaban un con-
traste con el título de Excelencia que investía la Corporación y
el de Señoría de sus miembros".
El doctor Valentín Gómez, en su memorándum al Gobierno
de Buenos Aires, antes mencionado, da como probado que durante
la conquista portuguesa, fué corriente que las casas de los habi-
tantes se destinaran violentamente para servir de alojamiento a
los oficiales y tropas del Brasil, y que los vecinos pacíficos se
vieran arrancados de sus hogares para engrosar las filas del
ejército.
Sería interminable tarea el transcribir una por una todas las
pruebas documentales de las que resulta confirmada la premisa
de que la conquista portuguesa no pasó nunca de una ocupación
puramente militar. De ella pudo decirse con verdad: "Sin justicia,
sin apoyo en la opinión, sin otro nombre que el que les da su
oprobiosa conducta, continúan su plan favorito de exterminio e
intolerancia, y empeñados en ahogar la voz triunfante de sus ad-
versarios, gritan como energúmenos y dan al mundo un ejemplo
— 45 —
de escándalo, opresión y desorden." ("El Pampero")
e) La conquista portuguesa nunca fué aceptada por los
nativos. — Un historiador brasilero, Fernando Luis Osorio, afirma
que "cuando el general Lecor penetró en la Banda Oriental, fué
combatido. Se apoderó de la Ciudad de Montevideo porque los
orientales la abandonaron, no pudiendo defenderla. El general,
después ele conquistar el territorio oriental, esforzóse por con-
quistar a sus habitantes. Para captarse simpatías prodigó pro-
mesas y honras en nombre del Emperador Pedro í. Aconsejó el
matrimonio de sus oficiales con hijas de la tierra conquistada, y
él mismo dio el. ejemplo, pues contando 70 años casó con una
joven de 18. Mas el hecho es este: en la intimidad de las familias,
a pesar de esas seducciones, nunca dejó de hablarse contra la
dominación portuguesa" (1). En idéntico sentido, una carta pu-
blicada en Londres en 1825, contiene conceptos como estos:
"Desde el año 1817, en que los portugueses invadieron la Pro-
vincia, faltan de ella más de ocho mil almas que han emigrado a
Buenos Aires y territorios adyacentes. . . Esta emigración no ha
podido motivarla sólo la miseria, la nulidad total a que ha que-
dado reducido aquel país por la falta de giro, ninguna sociedad,
ningún atractivo, ningún motivo de placer, etc.; la razón es que
siempre se alimenta la esperanza de libertarse de un yugo que
degrada a los orientales."
Aun en el período en que la lucha armada contra los invaso-
res se impuso una tregua, la voluntad de resistir mantuvo inal-
terable su mira y el espíritu de rebelión de los nativos no traicionó
jamás la consigna que la derrota de Tacuarembó debió dejar,
como un imperativo ineludible, en la conciencia de aquellos hom-
bres libres. "Exhaustos por casi un decenio de batallas, obligados
a esperar que unos cuantos años de quietud permitiesen recons-
truir las fuerzas vivas del país, a bien decir del todo consumidas
asistían los orientales — dice el historiador brasilero Alfredo Va
reía — a la triste escena, sin las reacciones de un civismo -que
entonces carecía de medios para vengarse" (2).
Para evidenciar la persistencia de la hostilidad de los nativos
frente a la conquista, nada más decisivo que juzgarla a través de
un relato obra de uno de los más decididos sostenedores de la
causa del Brasil, el tantas veces citado .doctor Obes, según do-
cumentos que las más fundadas presunciones permiten atribuirle.
Dice así: "Si el espíritu de intriga, ambición y codicia alguna vez
dijeron que las instituciones liberales eran peligrosas o que en
darlas se conseguía menos que en tener sujetos por la fuerza estos
pueblos recién arrancados al torbellino de las revoluciones, yo me
(1) "Historia do General Osorio".
(2) "Dirás grandes intrigas".
-46-
íevanto para desmentirlas con la razón de cada hombre sensato,
y la experiencia de todos los siglos: me levanto para defender a
mis compatriotas de esta injuria y para asegurar a V. E. que el
despotismo y la fuerza podrán alejar, pero no impedir, que una
explosión repentina haga ver a los déspotas de Montevideo que
los hombres por todas partes son los mismos: "amantes del que
los protege y enemigos del que los oprime". Después de relatar
las guerras que los naturales mantuvieron con los españoles, con
los ingleses, con los argentinos, sintetiza su pensamiento en estos
términos: "Esta es la historia de 14 años en que propagadas y
debatidas las ideas del siglo, debe suponerse a la población del
Estado Cisplatino más dispuesta, como más instruida, a renovar
aquellas escenas siempre que lo pidan iguales causas." Plantea
después la hipótesis de una nueva resistencia armada, y acerca
de su posibilidad es terminante: "En cuanto a mí, ciertamente, ni
lo tengo por imposible ni por remoto, cualquiera que sea la suerte
de los Estados que están en contacto con Montevideo" (1).
Una prueba más de que la resistencia a la dominación lusi-
tana se conservó inalterable y fué unánime hasta el final de la
conquista, y que ésta no llegó a tener nunca arraigo en el país
subyugado, nos la ofrece un viajero francés que visitó estos países
cuando se acababa de ajusfar la paz con los brasileños. "No po-
día llegar yo en un momento más favorable. La guerra entre Bue-
nos Aires y los Brasileros, por la posesión de Montevideo, aca-
baba de terminar. Todo estaba en conmoción, como sucede en
las revoluciones políticas, que necesariamente ponen en movi-
miento las pasiones. Por todas partes no se oía otra cosa sino
reflexiones y comentarios contradictorios acerca de los sucesos;
y por doquiera, en todas las rutas, los gritos de ¡viva la patria!
se mezclaban al ruido de la marcha de las tropas extranjeras que
en cumplimiento del tratado comenzaban ya su retirada" (2). Y
el mismo D'Orbigny sintetiza el fracaso y la perversidad de la
conquista y el constante repudio de los orientales, cuando declara:
la República Oriental está "separada del Imperio del Brasil por
las aguas del Río Cuareim y del Río Yaguarón; pero lo está mucho
más por el recuerdo imborrable de los males con que la afligieron
sus enemigos implacables".
í) La conquista portuguesa y su consolidación estuvieron a
cargo exclusivo del Barón de la Laguna, funcionario que durante
diez años obró discrecionalmente. Así, a la exagerada política
de absorción que los portugueses pusieron er¿ práctica respecto
de la Banda Oriental, se unió como nuevo elemento de despres-
tigio, la ambición vulgar y desmedida del Jefe que para su some-
(1) Documento fecha Enero 27 de 1824, Archivo Gral. Administrativo.
(2) Alcides D'Irbigny, op. cit.
— 47 —
timiento le destinaron. Su única condición, y aun ésta, relativa,
fué la ¡astucia. "A cada uno lo complacía por el lado de su inte-
rés", expresa el historiador de la Sota (1). "Lecor es un raposo
y no un león", dice el General Lavalleja en carta a don Pedro
Trápani (2).
Y el mismo Trápani, en cartas a Lavalleja, le recuerda que
el arma favorita de Lecor es "la discordia", y le recomienda que
no se descuide, pues "Lecor es intrigante" (3). Para conseguir
su único objetivo, conservar su bien remunerado destino y explo-
tarlo sin tasa ni medida, Lecor "puso en juego todos los resortes
del maquiavelismo más refinado"; y no le faltaban razones para
ello, pues en todo el Imperio "no hallaba empleo que pudiera
lisonjear más su amor propio". De la Sota, a quien pertenecen
los párrafos transcriptos, concluye por decir que Lecor "disponía
de las rentas; daba empleos, gratificaciones, tierras, vacas; gober-
naba en todas las reparticiones a su arbitrio; mandaba como Vi-
sir; todos le doblaban la rodilla; y, en pequeño, era un verdadero
soberano". Los medios empleados para perpetuar este sistema
despótico, se redujeron en lo esencial a "hacer durar la guerra
y hacer aparecer al país en peligro y dominado por el desorden",
Era, pues, un digno ejecutor de la censurable conquista portu-
guesa; y, con sus tortuosos procedimientos había de contribuir a
excitar más y más la resistencia que el atentado por sí solo pro-
vocaba.
(1) "Cuadros históricos", manuscrito citado.
(2) Colección Lamas, documento N.° 842, Archivo y Museo Histórico.
(3) Colee. Lamas, documentos 830 y 771, Archivo y Museo Histórico.
CAPÍTULO V 7
INDEPENDENCIA DEL BRASIL
1. — El espíritu antimonárquico en el Reino Unido.
2. — La revolución en Portugal y en el Brasil.
3. — Regreso del rey a Portugal. La obra de las Cortes.
4. — La independencia del Brasil.
5. — La independencia del Brasil en la Banda Oriental.
1. — El historiador brasileño Alfredo Várela, recoge una afir-
mación del "Investigador", diario portugués que en 1817 se edi-
taba en Londres, en que se reconocía en la regencia de Lisboa
una propensión general del espíritu público para abrazar princi-
pios antimonárquicos; y haciendo suya aquella afirmación, el au-
tor citado expresa: "En verdad, el espíritu de renovación, como
queda dicho, se agitaba vigorosamente en el Reino Unido. . .", y
el designio era "republicanizar gradualmente todos los Estados
portugueses, para lo que existían acuerdos clandestinos entre las
logias carbonarias de toda la Península, y aun mismo con las de
Italia y con las demás sociedades revolucionarias de otros paí-
ses" (1). El gobierno del general Beresford, que después de la
huida de la familia real dirigía, en calidad de regente, los destinos
del país en su política interna, "perseguía, sobre todo, a las so-
ciedades secretas", y en decreto dictado en el año 1818, disponía,
entre otras medidas: "Todo el que venda, dé, preste o deje salir
de sus manos una medalla, sello, símbolo, grabado, libro, cate-
cismo o instrucción que se relacione con estas sociedades mal-
ditas, será castigado con la pena de cuatro a diez años de depor-
tación" (2).
En el entonces Reino Unido del Brasil actuaban también efi-
cazmente las tendencias revolucionarias de la metrópoli; y a los
empeños de sus prosélitos y a la predisposición que en los natu-
rales hallaban para extenderse y arraigarse, uníase como factor
decisivo para que la obra cobrara en intensidad lo que ya había
alcanzado en extensión, la nota entonces dominante en el cuadro
que la América Meridional presentaba, o sea \b resistencia armada
contra la conquista española. Claro está que la influencia de este
factor y su repercusión en el Brasil, no se reducían a la mera
sugestión que del ejemplo de los vecinos emanaba; sino que con
el ejemplo venían también las incitaciones directas, los ofreci-
(1) "Duas grandes intrigas".
(2) C. Seignobos, "Histoire politique de l'Europe contemporaini
— 50 —
mientos ocultos, los convenios clandestinos. "Un europeo de
tránsito en Recife por Febrero de 1816, nos certifica hallarse la
tierra sosegada; pero que en las almas era tan grande la fermen-
tación, que todo anunciaba que la Provincia no tardaría en par-
ticipar del movimiento revolucionario que sacudía a la América
española" (1).
2. — Los amagos de revolución concrétanse, en la Metrópoli,
en el levantamiento de 1817, tan cruelmente reprimido, y en la
revolución que iniciada en Porto, tuvo eco en Lisboa y aclamó
un régimen democrático en que el Príncipe Real quedaba reducido
a la condición de mascarón de proa y en que ia realidad del poder
s*e encomendaba a una sola Cámara del tipo de la Conven-
ción" (2). El espíritu de rebelión no se limita tampoco en el
Brasil, a la obra de proselitismo. "Una revolución, proclamando
un gobierno absolutamente independiente de la sujeción de la
Corte de Río de Janeiro, estalla en Pernambuco en 1817" (3).
Dice bien Oliveira Lima, cuando afirma que este intento re-
volucionario — "manifestación poco equívoca de nacionalismo" —
fracasó por haberse presentado bajo una forma republicana. Pre-
matura no por falta de ambiente en las masas sobre que actuaba,
sino porque los elementos moderadores contaban todavía con la
gran palanca que para ellos y sus fines representaba la presencia
de la Corte en el Brasil, es innegable que la rebelión de Pernam-
buco "abrió una ancha zanja entre los dos bandos. La turba por-
tuguesa que llenaba las calles cuando fueron llevados al patíbulo
los patriotas brasileños, les escupió a la cara" (4).
3. — El levantamiento de Porto, que "llenó al Rey de asombro
y a la Corte de terrores", tuvo por consecuencias más salientes
la instalación de un gobierno provisorio, el destierro del General
Beresford y el retorno de D. Juan VI y de su Corte a la Capital
de la metrópoli portuguesa, en Abril de 1821. La obra legislativa
de la revolución encontró medio y ocasión de exteriorizarse en
las Cortes constituyentes convocadas por el Rey. De allí salió la
Constitución portuguesa de 1822, concordante en lo esencial con
la española de 1812.
La obra de las Cortes portuguesas, en lai" que, como se ha
visto, primaba el elemento liberal, inició entonces respecto del
Brasil una política tendiente "a ahogar las libertades concedidas
a éste por Juan VI". El ideal de las Cortes se resumía "en un
sistema de recolonización, es decir, en la vuelta pura y simple del
Reino Unido al estado anterior de colonia"; su más firme propó-
(1) Alfredo Várela, op. cit.
(2) M. Oliveira Lima, "Formación histórica de la nacionalidad
brasilera".
(3) V. de Porto Seguro, "Historia Gral. do Brazil".
(4) Oliveira Lima, op. cit.
— 51 —
sito era "mantener en sujeción incondicional a un pueblo que ya
estaba políticamente emancipado; y los medios empleados para
conseguir los fines propuestos, dirigíanse de preferencia a esti-
mular la desunión entre las distintas provincias del Brasil, comu-
nicándose las Cortes con cada una de ellas por separado, "con
la mira de restablecer la primitiva organización feudal y con el
resultado de quebrantar las fuerzas de un cuerpo que si tenía
algún valor, era por la armonía del conjunto" (1).
Idéntica finalidad tenía el envío de refuerzos a la División
portuguesa de Río, y la pretensión de que el Regente admitiera
en el Brasil un' comité militar con facultades para asuntos mili-
tares y un comité civil con jurisdicción en materia administrativa,
ambos constitucionalmente responsables ante las Cortes.
Por último "las Cortes dispusieron que el Príncipe Regente
se trasladara a Europa para completar su educación, y que se
dividiera el Brasil en cuatro provincias independientes entre sí.
pero sometidas a la Metrópoli" (2).
4. — Se había colmado la medida. Los ocultos designios de
los agentes revolucionarios, tanto tiempo contenidos, volvían a
asomar a la superficie de los sucesos, ahora con la intensidad y
el nuevo empuje de que las indirectas provocaciones de Lisboa
los habían dotado. Y es así que el 13 de Mayo de 1822 el pueblo
se maniifesta contra la partida del Príncipe y le otorga el título
de "Príncipe Regente constitucional y defensor perpetuo del
Brasil".
Hechos posteriores pero inmediatos, consuman la obra: "Don
Pedro de Alcántara, que quedaba recorriendo la Provincia de San
Pablo, se detuvo a orillas del Ipiranga. Allí le alcanzó un correo
de Río de Janeiro con importantes comunicaciones de Lisboa.
Eran los decretos del 1.° de Agosto de 1822, por los cuales se
anulaba la convocatoria de procuradores de las provincias bra-
sileñas, se mandaba responsabilizar a los ministros, se les imponía
completa sujeción a las leyes y resoluciones de las Cortes y se
nombraban nuevos ministros, con absoluto desconocimiento del
derecho de D. Pedro a elegirse consejeros. Don Pedro entonces^
"llamó a su alrededor a toda la comitiva; arrancándose del som-
brero el lazo portugués que tenía prendido y tirándolo al suelo,
gritó con energía: ¡Independencia o muerte!, montó a caballo,
dejó que el Ypiranga siguiera corriendo alegremente y encaminóse
a la ciudad en medio de los vivas estruendosos que por todo el
trayecto provocaba su comitiva" (3).
La independencia del Brasil, consumada ya en los hechos,
(1) Oliveira Lima, op. cit.
(2J F. A. Berra, op. cit.
(3) Eduardo Acevedo, op. cit. (Transcripción de Pereira da Silva,
"Historia da fundagao do Imperio Brasileiro".
— 52 —
entraba en el período de su consolidación institucional.
5. — Son notorias las repercusiones de los sucesos relatados,
en la Banda Oriental. Contra los que creyeron "que desde enton-
ces las cuestiones sobre Montevideo serían más llanas, que el
Brasil daría un gran paso que contribuyese a asegurar su inde-
pendencia, a acreditarse con los estados contemporáneos, y con
el mundo", sucedió todo lo contrario. El 1.° de Agosto de 1822
D. Pedro se dirigió al Barón de la Laguna, ordenándole "que la
división portuguesa denominada Voluntarios Reales del Rey fuese
removida cuanto antes de la Plaza de Montevideo, donde se ha-
llaba estacionada, intimándole al Brigadier D. Alvaro da Costa
su embarque con la mencionada División para Lisboa, en los
transportes que se le designasen" (1). El historiador citado agrega
que "se le prevenía lo que iba a acontecer en pocos días, es decir,
la proclamación de la independencia y la aclamación del Empe-
rador D. Pedro I, que debían secundarse en la Cisplatina". Si-
guióse a esto, el 1 1 de Setiembre, la intimación de Lecor a da
Costa para que sometiéndose a la voluntad de D. Pedro proce-
diese, en consecuencia, a embarcarse de inmediato para Lisboa; y
la airada actitud de D. Alvaro, que ante las repetidas comunica-
ciones que para su retiro se le dirigieran, y frente a las imputa-
ciones con que fracasado aquel intento procuran denigrarlo,
expone, en oficio de 30 de Setiembre, al Cabildo de Montevideo,
para que éste, "por el medio que le parezca más propio", lo de-
clare, "que la División, de su "motu proprio", nunca volverá sus
armas contra los que desde 1820 reputa amigos"; que su único
objeto "es embarcarse para Portugal en los transportes que se le
proporcionen", y que mientras dure su estada en Montevideo, las
tropas que comanda se ajustarán a respetar los fueros y privilegios
de aquellos que no ataquen sus derechos" (2).
La consecuencia inmediata de los hechos relacionados, su
consecuencia ostensible y material, por lo menos, fué que "el ejér-
cito que ocupaba la plaza de Montevideo, apareció repentina-
mente dividido en dos bandos: el uno, que estaba por la indepen-
dencia del Brasil, capitaneado por el Barón de la Laguna, decla-
(1) De-María, "Compendio de la historia de la República Oriental del
Uruguay". Las órdenes de D. Pedro I a Lecor le indicaban que reasumiese
toda la autoridad de la Provincia y que cumpliera sus órdenes anteriores,
referentes al Consejo Militar de la División de Voluntarios Reales, que el
Príncipe Regente consideraba ilegal, "pues todo hecho en que una porción
de tropas se constituye liquidadora y reguladora de sus propios intereses,
es totalmente anárquico y destruye la subordinación, debida a las autorida-
des". La circular prevenía además a Lecor que en caso de desobediencia
abandonara la ciudad y, reunidos con el Síndico y e! Brigadier Manuel Már-
quez, tomasen las medidas más propias para forzar al Consejo y a i?s
tropas a la obediencia". — De la Sota, "Cuadros históricos", man. citado.
(2) Archivo General Administrativo, Libro de oficios.
— 53 —
rado traidor en Lisboa, que había sido el General en Jefe, y el
otro, que estaba por la dependencia del Brasil al Portugal, capi-
taneado por uno de los generales europeos, llamado D. Alvaro da
Costa de Souza de Macedo" (1).
La disidencia acentuó sus contornos y cobró caracteres de-
finitivos, cuando el 12 de Octubre, Lecor, con los funcionarios y
tropa que lo habían seguido, primero a Guadalupe y a San José,
después, aclamaron Emperador del Brasil y de la Provincia Cis-
platina a D. Pedro I. Es interesante y parece oportuno hacer aquí
alguna referencia a las solemnidades que en consonancia con la
actitud del Barón de la Laguna hicieron los otros Ayuntamientos
que respondían al partido del Brasil.
El Cabildo de Florida, en sesión del 10 de Octubre, dejaba
constancia en su libro de actas, de "que habiendo llegado a su
noticia que todos los Pueblos, Cabildos y Pueblos Militares de
la Provincia del Reyno del Brasil han declarado solemnemente
su Independencia, estableciendo un Imperio de todas las Provin-
cias Confederadas, y han proclamado por su primer Emperador
Constitucional al señor don Pedro de Alcántara, antes Príncipe
Regente, y defensor, protector del Brasil, bajo la condición de
prestar previamente el juramento solemne de jurar, guardar, man-
tener y defender la Constitución que hiciere la Asamblea General
Constituyente y Legislativa del Brasil", y considerando que "está
en los intereses y en los deberes de este Estado entrar en la gran
Confederación del Brasil: 1.°, porque de este modo asegura su
independencia general del Continente de la América del Sud; 2.°,
porque asegura su libertad, teniendo una intervención directa en
la Constitución liberal de las Provincias Confederadas; 3.°, porque
forma parte dé un vasto Imperio; 4.°, porque constituido bajo el
gobierno y protección de un Emperador Constitucional y poderoso
dexa garantida para siempre la seguridad exterior de este territo-
rio, unido por la naturaleza al continente del Brasil. . .; 5.°, por-
que con esta resolución sofoca y dexa nulos los esfuerzos con que
trabajan los hombres perversos y ambiciosos para sumir el País
en todos los horrores de la pasada anarquía, abusando de los
nombres sagrados de Libertad y Patriotismo, y finalmente, porque
no teniendo el Estado Cisplatino los elementos necesarios para
constituirse en Nación Independiente, dictan la razón y la conve-
niencia pública y privada se confedere e incorpore a un Imperio
poderoso que le defienda de las invasiones extranjeras, de las in-
trigas, de los perturbadores del orden interior. Por todas estas
consideraciones acordaron que por su parte y como intérpretes
de la voluntad y de los votos de todos los pueblos de este Depar-
tamento", declaraban: "su Independencia Política; ratificaban sus.
(1) Noticias de las Provincias Unidas del Río de la Plata.
— 54 —
incorporaciones al grande Imperio Brasilense; aclamaban y pro-
clamaban con la efusión de sus corazones por su primer Empe-
rador Constitucional al señor don Pedro de Alcántara, antes Prín-
cipe Regente y defensor pereptuo del Brasil; y en este concepto,
repitiendo con el mayor júbilo:
1. — Viva nuestra Santa Religión.
2. — Viva la Independencia del Brasil y del Estado Cisplatino.
3. — Viva la Asamblea Constituyente Legislativa del Bra-
sil..." (1).
Análogas demostraciones se llevaban a cabo en los demás
centros de población a donde llegaba la influencia y las inspira-
ciones de Lecor. Con simples variantes de d2talle, todas revelan
un estrecho parentesco espiritual y hasta literal. Son los mismos
manejos que fraguaron en 1821 el Congreso Cisplatino, los que
ahora pugnan, una vez más, por dar aspecto de legalidad a los
actos de la conquista que deben llegar a tener cierta notoriedad
fuera del territorio conquistado. Y como un nuevo antecedente
de tan interesado empeño, sucédense en los distintos cuerpos del
ejército las aclamaciones al nuevo orden de cosas, que inicia el
Regimiento de Dragones de la Unión, en estos términos: "En el
Arroyo de la Virgen, a 17 de Octubre de 1822, a las 11 de la ma-
ñana, reunido en formación el Regimiento de Dragones de la Unión,
su comandante, el Coronel don Fructuoso Rivera, manifestó a los
señores oficiales las incalculables ventajas que resultarían al Es-
tado Cisplatino de imitar a los demás cuerpos de tropa veterana,
pueblos y cabildos de las provincias del Brasil, que habían decla-
rado solemnemente su independencia y confederación, aclamando
por su primer emperador constitucional al señor don Pedro de
Alcántara, antes Príncipe regente y defensor perpetuo del Brasil,
bajo el juramento de jurar y guardar, mantener y defender la
constitución política del Imperio, que hiciese la Asamblea General
Constituyente Legislativa del Brasil, compuesta de los represen-
tantes de todas las provincias confederadas, cuya aclamación hizo
el 12 del corriente al frente de las tropas del continente eLExcmo.
Sr. Barón de la Laguna, jefe del ejército, gobernador y capitán
general de este Estado, y que seguirán haciendo los pueblos, ca-
bildos y cuerpos militares, como una medida, la más importante
para fijar la libertad e independencia de este Estado, sofocar las
aspiraciones de los anarquistas y garantir bajo la poderosa pro-
tección del Imperio los inalienables derechos de los pueblos, po-
niendo un término no esperado a la revolución de estos países:
seguidamente vueltos los señores fiscales a ocupar sus puestos,
en sus respectivas compañías, dirigió la voz al todo del regimiento,
expresándose en estos términos:
(1) Archivo del Juzgado Letrado de San José (hoy Archivo y Museo
Histórico).
— 55 —
" Soldados: Doce años de desastrosa guerra por nuestra re-
generación política nos hicieron tocar el infausto término de nues-
tra total ruina, con tanta rapidez, cuanto mayor fué nuestro em-
peño por conseguir aquel fin laudable: este desastre era consi-
guiente a nuestra impotencia, a nuestra pequenez, a la falta de
recursos y demás causas que por desgracia debéis tener bien pre-
sentes, y que más de una vez habían hecho verter nuestra sangre
infructuosamente. El remedio de tantos trabajos, desgracias y
miserias, demasiadamente nos lo tiene exigido y enseñado la ex-
periencia; pues que no es otro que apoyarnos de un poder fuerte
e inmediato para ser respetables ante los ambiciosos y anarquis-
tas, que no pierden momentos para proporcionarse fortuna y es-
plendor a costa de vuestros intereses, de vuestro sosiego y tran-
quilidad, y últimamente de vuestras vidas, mil veces más apre-
ciables que las de aquellos fratricidas: si ellos se desvelan por su
interés particular y momentáneo, ¿con cuánta más razón debemos
noostros desvelarnos para fijar para siempre los destinos de nues-
tro amado país? Y así, soldados, en ratificación de los deseos que
ha doce años manifestáis, decid conmigo:
1.°: Viva nuestra santa Religión. — 2.°: Viva la independencia
del Brasil y del Estado Cisplatino. — 3.°: Viva la Asamblea Gene-
ral Constituyente y Legislativa del Brasil. — 4.°: Viva el Empe-
rador constitucional del Brasil y del Estado Cisplatino. — 5.°:
Viva la Emperatriz del Brasil, y la dinastía del Brasil y del Estado
Cisplatino. — 6.°: Viva el pueblo constitucional del Brasil y del
Estado Cisplatino. — 7.°: Viva la incorporación del Estado Cis-
platino al grande Imperio brasilense.
" Estos vivas fueron correspondidos con el mayor júbilo por
los señores oficiales, con aclamaciones y salvas de fusilería. De
este modo concurrió con sus votos el Regimiento de Dragones de
la Unión a la exaltación del Sr. D. Pedro I al trono del Brasil; y
por no hallarse en la actualidad el capellán del regimiento, acor-
dóse diferir, para cuando se halle en él, la misa solemne con "Te-
Deum", que se celebrará en el mismo regimiento, para sellar tan
plausible acto con sus súplicas al Todopoderoso para la conser-
vación y acierto de S. M. F., por el de la Asamblea General Cons-
tituyente y Legislativo, y por el del Estado Cisplatino. Asimismo
se acordó que se extendiese acta de esta aclamación en el libro
del regimiento, firmada por su coronel y oficiales, y que se pase
una copia autorizada de ella al Excmo. Sr. Barón de la Laguna,
para su conocimiento, y otra al Excmo. Sr. Síndico Procurador
General del Estado, para que se digne elevarla a la augusta pre-
sencia del Emperador, con las más plausibles felicitaciones, y ac-
tivar cuanto esté de su parte las elecciones de diputados a la
Asamblea General Constituyente y Legislativa del Imperio del
¡Brasil" (1).
(1) Deodoro de Pascual, op. cit.
CAPÍTULO vi
LA REVOLUCIÓN DE 1823
1. — Su iniciación.
2.— Repercusiones del movimiento en la campana.
ó. — Los "Caballeros Orientales".
4. — Las resoluciones del Cabildo.
5. — El Cabildo y D. Juan Antonio Lavalleja.
6. — Los diputados del Cabildo en Santa Fe.
7. — Los diputados del Cabildo y el Gobierno de Buenos Aires.
8.— La revolución de 1823: su fracaso.
9. — Síntesis.
1. Su iniciación. — Desde los primeros días de Setiembre de
1822, quedaban nítidamente deslindados, uno de otro, los dos
bandos en que había venido a dividirse el núcleo antes homogéneo
de la milicia portuguesa: Alvaro da Costa en Montevideo, Lecor
en Guadalupe primero, y por último en San José.
Descartado el significado que esos hechos indudablemente
tenían mirados desde un punto de vista material, grande era, por
lo que en sí mismos representaban, su alcance moral, y más grande
aún por el momento y el ambiente en que venían a producirse.
La conquista portuguesa, que, según se ha visto, no fué nunca
querida por los nativos del país sojuzgado, carecía de elementos
de arraigo y sólo mantenía su artificial dominación merced a un
sistema de gobierno pura y exclusivamente militar. Era la fuerza
organizada la que obraba el milagro de dotar a un país de suyo
rebelde y levantisco, del aspecto de colonia sometida. Pero he
aquí que sucesos que vienen de fuera, previstos pero inevitables,
disgregan el contingente militar de más entidad en que la situación
de fuerza se apoyaba y rompen para siempre un equilibrio que
sólo conservaba su relativa estabilidad debido al imperio de fac-
tores materiales que entonces se desmoronan.
No se reducen al centro urbano más directamente afectado
las repercusiones que los acontecimientos traen consigo; y la
campaña, estimulada por imperativas sugestiones, siente que se
estremecen una vez más en sus raíces más hondas, los viejos
ímpetus.
Son las predisposiciones innatas a la libertad que vuelven a
recobrar su imperio y acusan en forma inconfundible que su quie-
tud no era más que una tregua.
Cuando don Alvaro da Costa, según antes se expresó, hizo
llegar al Cabildo de Montevideo su oficio del 30 de Setiembre, los
capitulares, haciéndose cargo de la gravedad de las circunstancias,
le contestaban cuatro días después: "Es menester, Excelentísimo
Señor, que el Cabildo, como representante de este Pueblo, hable
una vez a V. E. con franqueza y dignidad. En general los natu-
rales de la Provincia son mucho más ilustrados que lo que co-
— 58 —
munmente se les supone; ellos conocen muy bien sus derechos;
saben el grado de respetabilidad exterior que las luces del siglo
le han dado;, y saben finalmente de antemano la suerte infeliz que
se les prepara; pero no por la división de Voluntarios Reales del
Rey, la que para inspirarles seguridad y confianza, basta cons-
tarles que respeta y obedece a una Corte que, como notoriamente
sabía, debe ser justa y liberal, sino por otros que echando mano
de la fuerza en defensa de su justicia, pretenden atacar simultá-
neamente la ajena; bien que acaso procediendo sobre informes
sugeridos por la intriga, el interés y el egoísmo. Partiendo de
estos principios, V. E. debe quedar persuadido de que los habi-
tantes todos de la Provincia no están en disposición de alucinarse;
y que en consecuencia desprecian y despreciarán siempre las si-
niestras voces que se hagan correr por los autores- de su futura
opresión; manifestándose por tanto indiferentes en las actuales
desavenencias, respecto a las cuales nadie ignora el lugar de la
justicia."
En esta circular, el Cabildo, al exponer su situación frente a
los hechos, empieza por recordar a Da Costa que le habla "como
representante de este Pueblo"; encarece después, con habilidad,
las buenas disposiciones de Portugal para con el país; a renglón
seguido declara que los males futuros no pueden sobrevenirle
sino de los brasileros, a quienes, sin embargo, reconoce que obra-
ron con justicia al emanciparse; y, por último, se declara "indi-
ferente en las actuales desavenencias". Si bien se mira, esta nota
contiene ya todos los elementos de la doctrina de la revolución.
No obstante ser el Cabildo un cuerpo de carácter público, perte-
neciente a la administración mantenida por el país conquistador;
no obstante emanar su situación "legal" del régimen todavía im-
perante; no obstante formar parte de un gobierno que hasta en-
tonces fué portugués, y que "legalmente" tendría que ser — una
vez liquidado el pleito pendiente — o portugués o brasilero, sin
otra alternativa; no obstante todo esto, el Cabildo se declara, por
propia decisión, neutral en la contienda. Hablar de neutralidad o
de indiferencia, como lo hace el Cabildo frente a la ruptura de
Portugal y del Brasil, es proclamar — en forma que no deja lugai
a dudas — la voluntad de no ser ni portugués ni brasilero. Y como
el Cabildo hablaba como representante del Pueblo, está configu-
rada en sus elementos esenciales la doctrina que el discurso de
Echeverriarza expondrá después en su formulación definitiva.
Entretanto, la situación de la División de Voluntarios Reales
se mantenía invariable, no obstante los propósitos de su Jefe de
embarcarse para Portugal. Hubo, a este respecto, un cambio de
notas entre Da Costa y el Intendente Duran, pero las cosas no
acusaron ninguna variación apreciable. En cuanto a la ruptura,
fué acentuándose gradualmente, hasta el extremo de que instado
por Duran para que lo auxiliase contra el Cabildo, D. Alvaro le
— 59 —
-contestó "que no auxiliaba a las autoridades que no cumplían el
decreto de las Cortes del 24 de Setiembre, declarando traidores
al Emperador y al General Lecor"; y con respecto al embarque
de la División de Voluntarios Reales, que también le había comu-
nicado, no le dio otra contestación que mandarlo salir de Mon-
tevideo (1).
Y así llegan los sucesos al 16 de Diciembre de 1822, en que
el Cabildo, por medio de uno de sus miembros, don Cristóbal
Ecbeverriarza, expone el programa de Ja revolución. "Cuando
las circunstancias comprometen la salud pública y los intereses
de los pueblos, es criminal la autoridad que sin ser órgano legí-
timo de su voluntad, decide de la suerte de ellos, exponiéndoles
a los azares de la incertidumbre. El Cabildo de Montevideo se
halla en este caso y no tiene otras bases ciertas para dirigir su
conducta que la siguiente. La Capital se halla ocupada por la
División de Voluntarios Reales a S. M. F. La campaña por trepas
que reconocen la autoridad de S. M. I. en oposición a las resolu-
ciones de aquel monarca. Estos son los hechos, y si la prudencia
hubiera de dirigir nuestros pasos con concepto a doblar la cerviz
al más poderoso; si la energía de los mandatarios del pueblo hu-
biese de promover sus derechos por principios de eterna justicia;
si nuestra suerte hubiera de fijarse abandonados absolutamente a
estas dos1 fuerzas opuestas, aun así el tino más delicado, no podría
fundar el cálculo de la superioridad constante de una sobre otra:
la suerte del Brasil es tan incierta, como lo son sus operaciones
en este territorio: las fuerzas de S. M. F. se anuncian próximas
por mar, al paso que se indica la salida de las de tierra, todo es
incertidumbre. Entretanto los dos poderes en cuestión son por
naturaleza extraños a esta tierra, y están a nuestro lado los go-
biernos americanos, de quienes se puede asegurar que no serían
indiferentes a nuestros derechos, si llegase el caso de resistir a la
opresión. En este estado, nuestras conciencias deben sentir el peso
de las siguientes reflexiones.
Es un compromiso para este vecindario y para las autorida-
des constituidas de la Capital reconocer y obedecer la del Excmo.
Sr. Barón de la Laguna, comprendiendo entre los indicados por
el decreto de 26 de Setiembre. Es otro compromiso peligroso el
reconocimiento de la autoridad de S. M. el Emperador del Brasil,
en esta Provincia. La incorporación de ella propuesta por el dicho
Congreso Cisplatino (prescindiendo de lo que puede decirse sobre
su legitimidad) fué al Reino Unido de Portugal, Brasil y Algarvez:
este Reino Unido no existe de hecho; y cuando el Gobierno de
Lisboa lo considera existente, no consta que haya aceptado la
incorporación, mientras que diputados de los más ilustrados de
las Cortes la declaran viciosa en su origen, inconveniente e inad-
(1) De la Sota, manuscrito citado.
— 60 —
misible en su efecto. La incorporación de esta Provincia y espe-
cialmente un nuevo Estado, no puede ser legitimado sino por un
acto público de un Congreso regular, que expresa el voto libre
de sus habitantes. Así el titulado Síndico don Tomás García de
Zúñiga no pudo ni debió, inconsultos los pueblos, proponer la
incorporación ele la Provincia al Imperio del Brasil.
Así atendidos los principios liberales que desplega el Go-
bierno del Brasil, es preciso penetrarse de que la conducta de
S. M. el Emperador respecto a la Provincia, procede necesaria-
mente de los equivocados informes de dicho Síndico. El Empe-
rador cree, sin duda por ello, que el voto universal de los habi-
tantes reclama la incorporación. Si este voto se consultase franca
y libremente, cualquiera que fuese el resultado, es moralmente
imposible que S. M. F. se empeñase en oponerse a la voluntad de
los pueblos.
El General Barón de la Laguna, juzgando también prudente-
mente, ha sido inducido a error, creyendo dispuestos los habi-
tantes de la campaña a uniformarse a su marcha: este error debe
proceder de los informes de sus consejeros, y sobre él mismo,
deben haberse trabajado los repugnantes juramentos arrancados
a los pueblos inermes de la campaña de un modo demasiado co-
nocido.
Entretanto, la División de Voluntarios Reales, aunque no pro-
vista, a lo que se advierte, de todos los medios, anuncia su próximo
embarco. Esta división está bajo el dominio de S. M. F., que se
comprometió expresamente para este caso a entregar en manos
del Cabildo las llaves de- la Capital. En este estado, parece que
la conducta más franca, más honrosa, más prudente, y por fin más
justificada por parte del Cabildo, debe ser promover por todos
los medios la convocación regular de un Congreso, para que sus
R. R., nombrados con presencia de las circunstancias, puedan
decidir de su suerte.
Manifestar estos sentimientos a las fuerzas que nos cercan y
a los gobiernos que puedan tener influjo en ellos y en la Provincia.
Alejar del modo posible el choque de las armas, y por fin, teniendo
presente que la Capital y los suburbios contienen una parte muy
principal de los habitantes de la Provincia, reunir en caso preciso
los diputados de ella, y dejar en sus manos las providencias de
tan críticos momentos.
Después de seria discusión se acordó por voto unánime que
de la parte libre de la Provincia se convocase una Asamblea de
diputados libres y regularmente elegidos, para que ésta, en vista
de las actuales circunstancias políticas, determinase lo más con-
veniente al país.
Que se oficiase al Barón de la Laguna, manifestándole que
esta Capital suspendía la obediencia de su autoridad y la desco-
nocía, hasta la resolución de dicho Congreso. Que se oficiase al
— 61 —
pretendido Síndico Procurador del Estado, manifestándole que se
desconocían desde ahora su representación y funciones, hacién-
dole responsable de su obstinación.
Que se publique un Manifiesto fundando estas resoluciones.
Que se dirija testimonio al Consejo Militar de la División de Vo-
luntarios Reales, no alterándose la situación de la División, siendo
garantida del modo posible la seguridad que han disfrutado hasta
ahora los habitantes" (1).
La doctrina que el Cabildo postula por boca de don Cristóbal
Echeverriarza, revela en sus lincamientos fundamentales la acep-
tación de estas tres premisas: 1.a: bajo el influjo de una causa
ocasional, cual es la divergencia entre brasileros y portugueses,
el Cabildo se suplanta a las autoridades para velar por los inte-
reses de los pueblos, seriamente comprometidos; 2.a: el Cabildo
postula, en afirmación implícita, pero no por eso menos categó-
rica, que tanto Portugal como el Brasil son poderes por naturaleza
extrañosa esta tierra; y 3.a: la suplantación del Cabildo a las de-
más autoridades es sólo temporaria y se limita a atender los asun-
tos de más apremio y a ofrecer al pueblo ocasión de darse sus
autoridades con las facultades que considere necesarias (2). La
doctrina, así planteada, tiene muchos puntos de contacto con las
construcciones ideológicas puramente abstractas; pero, si a la
doctrina agregamos como antecedente explicativo los títulos que
Jas autoridades que el Cabildo suplantaba podían invocar en su
apoyo y los hechos de pura fuerza en que aquellos títulos se asen-
taban, la doctrina del Cabildo resulta inatacable. "Desde el mo-
mento en que el derecho haya sido lesionado en un individuo, o
en una nación, si el individuo o la nación se suplantan a las au-
toridades que no han cumplido con su deber de justicia o que lo
han violado, entonces el que se hace justicia por sí mismo debe
ser considerado como sostenedor del derecho, siempre que, claro
está, su acción se haya limitado a la necesidad del mantenimiento
del derecho" (3). Sorprende la concordancia de la frase trans-
cripta — que bien puede servir para reflejar la solución estricta-
mente jurídica del caso planteado — con las normas que regularon
los procedimientos del Cabildo en aquella emergencia. La única
autoridad que conserva algo de su origen popular, hallándose
.avocada a la acefalía de los demás órganos de gobierno y te-
(1) De-María, op. cit.
(2) En cuanto al argumento de que disuelto el Reino Unido de Por-
tugal, Brasil y Algarves, y no habiendo las Cortes de Lisboa aceptado la
incorporación, ésta era manifiestamente viciosa, su finalidad consistía en
reforzar aún más los razonamientos que condujeran a proclamar la necesidad
de un pronunciamiento de la voluntad popular.
(3) "Revue du droit public", año 1898, pág. 433. — Errera, "Le procés
Sacheverell et le droit a la resistance".
— 62 —
niendo presente que éstos habían violado los principios elemen-
tales de justicia, resume en sí todos los poderes y obra de manera
que la situación anormal, así creada, no se prolongue más que él
tiempo absolutamente necesario para que el pueblo manifieste
cuál es su voluntad.
Más que la concordancia de la doctrina jurídica con las nor-
mas del Cabildo, debe sorprendernos, como cosa mucho más ex-
traordinaria, la absoluta coincidencia de la hipótesis de hecho
— necesariamente extrema — que la doctrina toma como base para
legitimar su aplicación, con los hechos del proceso que estudia-
mos. Y es que no caben dos opiniones en la apreciación de la
conquista portuguesa y de las herejías jurídicas y morales de todo
calibre que fueron el corolario y el sostén precario de sus tortuo-
sos antecedentes.
II. Repercusiones del movimiento en la campaña. — Suceso
del Rincón de Clara. — Circunscripta en apariencia al recinto de
Montevideo, la revolución de 1823 tenía arraigadas repercusiones
fuera de los límites de la ciudad. El Cabildo y la Sociedad de
Caballeros Orientales "habían extendido su influencia a la cam-
paña, donde contaban con la de Otorgues, Fragata, Ojeda, Yupes
y Lavalleja" (1).
De más está decir que ante la inminencia de ser atacados y
perseguidos por las fuerzas brasileras que estaban de guarnición
en los pueblos inmediatos o se hallaban diseminadas por la cam-
paña, la consigna de los patriotas que trataban de fomentar en el
interior del país el espíritu de resistencia, debió reducirse, en estos
momentos tan angustiosos, a hacer obra de proselitismo, a pro-
vocar en lo posible la concentración de los elementos dispersos,
pulsando de paso el ambiente, lo que permitiría apreciar la medida
y la eficacia de los medios con que en caso de necesidad podría
contarse. Protegidos por el disimulo y el sigilo que ocultaban sus
patrióticos empeños, sólo la llama del entusiasmo que en sus co-
razones ardía, pudo darles nuevos alientos para llevar adelante
la ímproba labor que se les encomendara. Los resultados se pal-
paron muy pronto. Hombres de prestigio arraigado en el seno de
las masas campesinas, su palabra y la autoridad que les daban
antecedentes honrosos que nadie ignoraba, hacían menos áspera
la jornada. Y así fué que las reuniones se sucedieron, y los grupos
fueron tomando alguna homogeneidad y consistencia, y los desor-
denados instintos de rebelión se fueron orientando y unificando
gradualmente, hasta llegar a constituir un acuerdo espiritual pri-
mero, una fuerza eficiente después.
(1) üe la Sota, manuscrito citado. Lavalleja y los demás patriotas
prisioneros en la Isla das Cobras, recobraron su libertad poco después de la
emancipación del Brasil.
— 63 —
Muchos meses antes de la revolución que estamos relatando,
en Abril de 1822, el entonces Coronel Fructuoso Rivera, Jefe del
Regimiento de Dragones de la Unión, se dirigía a don Gabriel
Antonio Pereira, para decirle: ''Habiéndome informado que en los
campos de Meló, situados del otro lado del Río Negro, lindando
con Juan Antonio Martínez, se hallan con unas especies de barra-
cas Juan José Cabral, donde viven varias familias sueltas, sin
ocupación conocida, siendo esto el alpiste de los gauchos, que por
su vagatura, les acarrea el pan a los campos de Aho. Martínez,
el vicio anexo en ellos, es de necesidad el que tome V. la provi-
dencia, de alejar semejante colmena; en atención a que mis tareas
no me permiten evaquar esta diligencia, pero creo firmemente
hará V. todo lo posible sobre el particular" (1).
El 15 de Setiembre de 1822, el mismo Coronel Rivera, en
carta a su inferior jerárquico el Teniente Coronel Juan Antonio
Lavalleja, le expresaba: "No puede figurarse Ud. lo sensible y
bochornosa que me ha sido una prevención que S. E. me ha he-
cho, relativa a la residencia de Berdún en esas inmediaciones,
extrañando que Ud. no haya dado parte de su venida y de los
planes que formaba, así como de las invitaciones que ha dirigido
a algunos sujetos; si esto sigue, puede contribuir al desconcepto
de Ud. y es necesario acordarnos que esta clase de sujetos no son
capaces de influir en la felicidad general; bien desgraciadamente
lo experimentamos en nuestra descabellada revolución; el talento
de ellos está limitado a intrigar por sus fines particulares, y nos-
otros no estamos en este caso. Ud. remedie esta desconfianza
prendiendo a ese sujeto si realmente se explica de un modo gra-
voso a la tranquilidad pública, y si no de cualquier modo dé Ud.
parte del objeto de su venida y residencia en este punto, sin hacer
referencia de este mi aviso, que así le hará más honor y quedará
cubierta su responsabilidad" (2). En estas dos cartas se trasluce
bien a las claras, que la situación de la campaña empezaba a
despertar inquietudes en los hombres adictos al régimen que go-
bernaba el país; y en la transcripta en segundo término se adivina
que su autor, el Coronel Rivera, debía tener datos bastante ilus-
trativos acerca de los trabajos en que Lavalleja ya estaba empe-
ñado. Por el tono que en ella domina, esta carta tiene menos de
(1) Correspondencia confidencial y política del Sr. D. Gabriel A. Pe-
reira, año 1895.
(2) Por esta misma época don Juan Antonio Lavalleja estaba hecho
cargo de las estancias de Zamora, ias cuales administraba por cuenta del
Estado, pero habiéndose comprometió i en un proyecto de revolución contra
la dominación brasilera, fué perseguido por don Fructuoso Rivera, al servicio
del Imperio, y tuvo que emigrar a Entre Ríos, pasando de allí a Buenos Ai-
res, donde estableció un saladero. — "Memorias de Spickerman", tomadas-
de "El Nacional", de 19 de Abril de 1899 (Biblioteca Nacional).
— 64 —
simple trasmisión de un encargo que de enérgica amonestación.
Para encomendarle a Lavalleja la prisión de un sujeto peligroso,
no hubiera sido necesario hacerle notar que si las maniobras de
Verdún continuaban, podrían "contribuir a su descrédito"; ni re-
cordarle que "esa clase de sujetos no son capaces de influir en la
felicidad general"; menos aún aconsejarle que no hiciera referen-
cia al oficio que él le dirigía, para que quedase más a cubierto
"su responsabilidad". La conclusión que de esa misiva se deduce,
es clara y concluyente.
" Entretanto — dice un papel de la época — el fuego santo
de la Libertad circula por todas partes, y es sabido que con es-
pecialidad sobre el Río Negro se han reunido o deben reunirse
diferentes partidas dispuestas a hacer la guerra. Estas, sin un
centro de unidad, es decir, sin un jefe a quien estén sujetas, jamás
podrán emprender algo de consideración" (1).
Refiere el historiador de la Sota, que durante su estada en
Guadalupe y San José, el General Lecor interceptó cartas de La-
valleja al Cabildo de Montevideo, y de éste a Manuel Duran y
Pedro Amigo, "para que trabajaran incesantemente e incendiaran
la campaña a toda costa, nombrando a Duran comandante interino
hasta la llegada de Lavalleja" (2).
El mismo de la Sota, al hacer la crónica de estos sucesos,
señala la emigración que entonces se operó de la campaña a la
capital, y entre los primeros pasados anota, entre otros, al Cadete
Cázeres y al Teniente Trápani, del Regimiento Dragones de Ri-
vera, y de la escolta del Síndico en Canelones, nueve soldados y
un Teniente Fernández.
Abundan en el archivo del Juzgado Letrado de San José (3)
pruebas documentales del estado de excitación en que la campaña
se hallaba desde fines del año 1822. En circular oficial del 25 de
Noviembre de dicho año, se encarga al Cabildo de San José pro-
ceder al arresto "de cualesquiera emisarios o personas seductoras
que se presenten en los pueblos divulgando noticias para inducir
a los vecinos a la rebelión y al desorden, a fin de darles aquí sus
pasaportes para que salgan de nuestro territorio y pasen a vivir
en otros estados cuyo sistema político sea más conforme a sus
miras y proyectos revolucionarios" (4). En oficio del 7 de Enero
de 1823, el Síndico exponía al Cabildo de San José que el objeto
de un bando por aquél publicado respecto de medidas reprensivas,
era "no admitir excepción de personas, mayormente quando sean
pilladas con papeles, correspondencias y tratos con los anarquis-
(1) El Cabildo de Montevideo a don Manuel Duran, 1823; Archivo
General Administrativo.
(2) Cuadros históricos (manuscrito citado).
(3) Actualmente Archivo y Museo Histórico.
(4) Archivo y Museo Histórico.
— 65 —
tas de Montevideo" (1).
"Quedan declarados como sospechosos los que con el sem-
blante honesto de pasatiempo y con hipocresía leyeren y propa-
garen las noticias de los papeles incendiarios". . . "Que ninguna
persona, sea de la clase que fuere, pueda transitar de pueblo a
pueblo sin el seguro del pasaporte dado por sus jueces, bajo pena
de ser declarados sospechosos..." (2).
El Intendente Duran, en nota de 5 de Marzo, recuerda al Ca-
bildo de San José, que "en todos los pueblos hay hombres que
de intento trabajan por perturbar la tranquilidad pública, proyec-
tando insurrecciones y atacando la opinión con embustes y arbi-
trios muy reprobados, hasta desalentar a no servir a algunos, y
a otros a desertarse para incitar a que sobrevenga la anarquía";
y le pide que "remitiéndolos presos se asegure el sosiego pú-
blico" (3).
Con fecha 22 de Abril de 1823, el Barón de la Laguna mandó
fijar edictos, para los pueblos y villas de campaña, en que se es-
tableciera que "nadie puede admitir huésped alguno sin dar previo
aviso al Alcalde del cuartel, con expresión del objeto y motivo de
su viaje, lugar de donde viene y a dónde se dirige" (4).
El Cabildo de San José recibe el 28 de Abril una comunicación
del Gobernador Intendente, en estos términos: "Noticioso este
Superior Gobierno de que en los departamentos de la campaña
hay esparcidas muchas armas y municiones, y conviniendo al so-
siego público reunirías, se ha de servir V. E. librar las órdenes
convenientes para que se recojan todas las que no estén en podei
de militares que se hallen en servicio" (5).
En "El Nacional" del 18 de Marzo de 1896, se publicó una
"Recopilación de documentos" (6) referente al sumario seguido
contra don Manuel Duran, Comandante de Milicias de San José,
con motivo de imputársele haber tenido parte en la insurrección
de los patriotas contra las autoridades imperiales; y de las dili-
gencias que allí se transcriben, resulta un nuevo antecedente do-
cumental para graduar el alcance y la entidad de la rebelión de h
campaña en los años 1822 y 1823.
Interrogado "el negro Gerónimo", uno de los esclavos deJ
procesado, contestó que después de haber llegado Miguel Quin-
teros con veinte hombres, Duran partió con éste, y una vez en la
estancia del primero, del otro lado del Río Negro, se les reunieron
•doce hombres más del Capitán Toribio; que el objeto que llevaba
(1) Archivo y Museo Histórico.
(2) Orden del Intendente, del 7 de Enero de 1823; Archivo y Museo
Histórico (copia).
(3) Archivo y Museo Histórico.
(4) Archivo y Museo Histórico.
(5) Archivo y Museo Histórico.
(6) Joaquín Muñoz Miranda, Biblioteca Nacional.
— 66 —
era reunirse con la gente incorporada a Lavalleja, y que perse-
guido su amo por las partidas de don Fructuoso Rivera, tomó
dirección para la estancia de Pavón. Finalmente, preguntado el
deponente "si sabe que su amo, don Manuel Duran, cuando salió
de la estancia a reunir gente, contaba con alguna reunida por el
Río Negro o alguna otra parte", y "si creía que esta gente estaba
al mando de Juan Antonio Lavalleja o algún otro, y qué número*
se decía que tenían", contestó que ignoraba, que lo único que
sabía es que "iban para el Uruguay a reunirse con Lavalleja, que
se decía contaba con 4.000 hombres". A estas declaraciones
agregó el mismo testigo, "que del otro lado del Río Negro man-
daron a Juan Estevan (alias, "El Paraguayo") para saber si es-
taba Lavalleja del otro lado del Uruguay, y como hubiera traído
la noticia que no estaba, determinaron volver a sus casas"; y que
todos los de la partida "iban armados con sable, pistola y cara-
Dina". Análogas respuestas dio "el negro Antonio", otro esclavo
del procesado. Fué encargado de formar este proceso el Teniente
Coronel Bernabé Sáens, a quien Lecor se dirigía con ese objeto,
encareciéndole la celeridad que debía imprimirse al diligencia-
miento del proceso y haciéndole notar la gravedad del motivo de
la insurrección, dirigida, según él mismo declaraba, "a conmover
la campaña" y "a atacar al gobierno, al ejército, al orden y a la
tranquilidad pública".
El procesado Duran se limitó a declarar, en Jo sustancial,
"que la gente que se le reunió fué invocando el nombre de Patria".
Interrogado después el sargento Valdez — que fué quien tomó
prisionero a Duran — manifestó haber salido el día 3 (Abril) en
dirección a Chamizo, y valiéndose de una carta que llevaba, man-
dada por don Fernando Otorgues, pudo dar con el paradero de
Duran después de haber dicho a uno de sus peones que traía
particular encargo de don Fernando para su patrón. Después de
relatar las incidencias de la persecución a Duran y a su gente,
el sargento Valdez declaró que entonces tomó prisionero "al negro;
Gerónimo", el cual confesó "que Duran había mandado gente
para Pavón".
En nota del Gobernador Intendente, del 29 de Abril, se da
cuenta al Cabildo de San José que Lecor ha venido en "declarar
indultados del crimen de deserción y conspiración a todos los
oficiales, soldados de milicias y paisanos que por haberse pasado
a la Plaza o tomado partido contra el Gobierno se hallan ocultos
y prófugos en sus hogares, con calidad de presentarse los que
hayan de gozar esta gracia, a las Justicias de sus domicilios."
La documentación que precede, procedente toda de funciona-
rios dependientes del Barón de la Laguna, no admite dudas sobre
el verdadero estado de la campaña ante los sucesos de Montevi-
deo. La obra de Lavalleja y demás agentes de la Sociedad de
Caballeros Orientales, había dado los resultados apetecidos, y et
— 67 —
pronunciamiento del Rincón de Clara (1) era la señal de que los
acontecimientos se precipitaban.
Enterado Lecor de las proporciones que la conspiración iba
adquiriendo, y conocedor de los hombres que se movían en aquel
escenario y del influjo que en los sucesos podían ejercer, no dudó
un momento en ordenar la prisión inmediata de Lavalleja. Y a
ese efecto dispuso que el Coronel Rivera se pusiera en campaña
para impedir toda reunión hostil al orden. En consecuencia, mar-
charon dos escuadrones al Rincón de Clara, a deshacer la que
formaba Lavalleja y aprehenderlo. Rivera era compadre y antiguo
compañero de armas de Lavalleja, y probablemente le hizo pre-
venir de lo ordenado, para su gobierno. En el momento Lavalleja
se puso en salvo, marchando para el Uruguay, cruzándolo y refu-
giándose en la otra margen" (2).
En borrador de carta de su puño y letra, el General Lavalleja
se dirige a Rivera con fecha 7 de Agosto de 1824, y entre otras
cosas le dice: "...después de los acontecimientos del año 22
tomo la pluma por primera vez, obligado a contestar a una res-
puesta de V. dirigida a mi esposa en 26 de Octubre de 1823. Mi
esposa exigía en su solicitud le entregase V. mis carretas. . ., que'
de mi propiedad tomó V. en Clara quando fué a perseguirme".
Y agrega: "También dice V. que me auxilió con dinero a mi lle-
gada del Janeiro. Yo no sé cómo tiene V. libertad para producirse
en esos términos. Si he de hablar a V. con franqueza, en obsequio
a la verdad diré a V. que quando vine de prisionero estaba dis-
gustadísimo con V. por motivos que V. no ignora" (1).
A pesar de la afirmación del historiador De-María, el tono
de este borrador parece revelar que las relaciones entre Lavalleja
y Rivera no habían tenido nada de cordiales después de los su-,
cesos de 1822, pues toda comunicación entre ambos había cesado,
y la carta que venía a interrumpir este recíproco aislamiento, es-
taba escrita en tono agresivo y dejaba adivinar rencores ma-
nifiestos.
Si la bien intencionada suposición del citado historiador hu-
(1) "Los patriotas de Montevideo quisieron probar sus solos esfuerzos;
muchos patriotas hipotecaron sus propiedades para auxiliar al Cabildo en
los gastos de la empresa; se acordó mandar a la campaña comisionados a
diferentes puntos: el comandante don Juan A. Lavalleja a Clara, don Gabriel
Pereira al Río Negro, don Francisco J. Muñoz a Maldonado; éste debía re-
cibir por las costas de Maldonado un buque con armamento y municiones
para distribuir entre la gente que se reuniese en la campaña, y un Regidor
del Cabildo debía salir a ponerse a la cabeza del movimiento. Pereira no
salió; el General Lecor supo el pensamiento, pues hizo prender y conducir
a su campamento a Muñoz; mandó prender a Clara, a Lavalleja, que pudo
fugar y emigrar por entre Ríos a Buenos Aires; esta empresa caducó." —
Lorenzo Justiniano Pérez, documento "Revista Histórica".
(2) De-María, op. cit.
(1) Papeles del General Lavalleja, Archivo y Museo Histórico.
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biera acaecido realmente, no tendrían explicación ni el retrai-
miento en que Lavalleja se encerró después del suceso de Clara,
respecto de su ex compañero y compadre, ni los términos duros
del borrador transcripto.
Nunca se encarecerá bastante la virtud, el desinterés y la
abnegación que las inciertas tentativas de rebelión aquí señaladas,
debieron exigir en los encargados de llevarlas a término; y deci-
mos que nunca se encarecerá bastante estos empeños de estu-
pendo desinterés, casi siempre destinados a perecer en la obscuri-
dad de sus comienzos, porque ellos representan la base angular
de todo propósito de transformación, y en ellos se concreta, en él
gran proceso de evolución y revolución que estudiamos, el verda-
dero y auténtico punto de partida de los esfuerzos que después
tendrán en la cruzada de los 33 la síntesis de su primera etapa,
y por sucesivas aportaciones culminarán en el hecho sorprendente
de nuestra independencia.
El espíritu de resistencia a la conquista, que no había muerto
pero que había perdido la capacidad de iniciativa, recibe de los
emisarios de Montevideo el primer impulso para la nueva empresa.
Renuévanse los votos de otros días; los eternos héroes de
todas nuestras cruzadas se disponen de nuevo al sacrificio; las
esperanzas, las tantas veces defraudadas esperanzas de libertad,
renacen. "Es la voz de la patria, pide gloria".
III. Los Caballeros Orientales. — La Sociedad de Caballeros
Orientales, cuyo rol en los sucesos del año 23 es bien preponde-
rante, había sido fundada en Montevideo por el año 1819, según
todas las probabilidades; y si nos atenemos a la palabra autori-
zada del historiador de la Sota (1), la iniciativa de su estableci-
miento correspondió a don Juan Zufriategui.
Don Lorenzo Justiniano Pérez, en la exposición tantas veces
citada (2), expresa sobre este particular: "Como los orientales
no gustaban de la dominación portuguesa (alude al período com-
prendido entre los años 1817 y 1819), se formó una sociedad se-
creta cuyo voto era trabajar con todo su saber y su fortuna para
expulsar a los portugueses del país; esta sociedad trabajó mucho,
y mucho ha contribuido para la expulsión de los extranjeros. En
ella estaban todos los patriotas de viso que residían en Monte-
video; la sociedad tenía su archivo, que encierra documentos muy
importantes para la historia de nuestro país; todo estaba en una
caja de lata depositada en poder del finado don Manuel Vidal;
temo que se haya extraviado."
Bastante generalizada es la versión que atribuye decisiva in-
fluencia en la creación de la Sociedad de Caballeros Orientales, a
(1) Manuscrito citado.
(2) Revista Histórico.
— 69 —
las insinuaciones del General Carlos María de Alvear, durante su
estada en Montevideo, desde 1819 en adelante (1). Contribuyen
a dar consistencia a esta versión, dos oficios del Síndico García
de Zúñiga, que en la parte pertinente se transcriben a continua-
ción: "Acabo de saber por conductos confidenciales de toda cre-
dibilidad, que el jefe de la facción de anarquistas de Montevideo,
es don Carlos Alvear, que desde Buenos Aires expide sus instruc-
ciones a sus agentes en Montevideo para precipitar este país en
todos los desórdenes pasados..." (28 de Noviembre de 1822).
El segundo oficio, del 19 de Diciembre siguiente, relata los hechos
que en esos momentos tienen por teatro a Montevideo, y termina:
'Todo esto, Excmos. Sres. (del Cabildo de San José), se ha tra-
tado en el Cabildo de Montevideo, seducido por la facción de don
Carlos Alvear. . ." (2).
Es indudable que los "Caballeros Orientales",, desde la fun-
dación de la sociedad hasta fines del año 1822, obraron con abso-
luta reserva y debieron adoptar para el gobierno de sus actos y
deliberaciones, las normas de las sociedades secretas, entonces
tan en boga (3). Lo cierto es que su existencia no trascendió ni
se hizo pública, hasta que la emancipación del Brasil contribuyó
a que los acontecimientos se precipitasen y a que las expectativas
se hiciesen ostensibles. "Fué entonces pronunciada y pública la
opinión del General argentino que se hallaba consignado en Mon-
tevideo, don Carlos María de Alvear (natural de las Misiones del
Uruguay), la de los señores don Santiago y don Ventura Vázquez,
don Manuel y don Ignacio Oribe y don Juan Benito Blanco, orien-
tales, la de don Francisco Aguilar, canario, la de don Antonia
Díaz y don Prudencio Murguiondo, españoles, y la de don Tomás
Uriarte, siendo éste y don Ventura Vázquez los que iban y venían
de Buenos Aires para la combinación de los planes de la sociedad
de orientales" (4).
De progreso en progreso, la sociedad fué tomando verdadero
incremento, pues el número de sus afiliados, a estar a las indica-
ciones de De la Sota, llegó en poco tiempo a doscientos, "los más
de ellos pudientes, gran parte de extranjeros, ingleses, españoles
y franceses".
Es manifiesta la unidad de miras que ligaba al Cabildo de
(1) Don Santiago Vázquez, en sus apuntes biográficos del Coronel
Ventura Vázquez, dice que éste llegó a Montevideo por Abril de 1818, y que
también vinieron a la Ciudad en esa época "el General Alvear y muchos
otros de los proscriptos" de la administración de Pueyrredón.
(2) Archivo y Museo Histórico.
(3) En ese sentido, Alcides Ciuz, "Epitome da guerra entre o Brazií
e as provincias unidas do Rio da Prata".
(4) De la Sota, manuscrito citado. En los citados apuntes biográficos
sobre el Coronel D. Ventura Vázquez, "se refiere que éste se unió a los
patriotas que en 1823 actuaban en Montevideo" y sirvió varias comisiones,
cerca del Sr. Rivadavia.
— 70 —
Montevideo con la Sociedad de Caballeros Orientales; pero es in-
dudable que ésta precede a aquél en la gestación del movimiento
que ambos consumarían después.
"Los anarquistas han conseguido extraviar y entrar en sus
iniquos planes a algunos de los miembros del Cabildo de Monte-
video, y les influyeron la idea de que aquel Ayuntamiento es una
-autoridad soberana a que deben obedecer ciegamente todos los
demás Cabildos y Pueblos del Estado. No fué menester más para
trastornar las cabezas de algunos ignorantes exaltados que existen
én el seno de aquella corporación, y desde entonces se han visto
en aquel Cabildo sesiones y acuerdos frecuentes para despojar
del Gobierno al honrado y benemérito compatriota don Juan José
Duran" (1).
En el propio oficio se declara que el Cabildo de Montevideo
ha sido "seducido por la facción de D. Carlos Alvear". Otra cir-
cular de fecha próxima, que pertenece al mismo García de Zúñiga,
alude a "una pequeña facción de anarquistas de Montevideo, que
trabaja sin cesar sobre la buena fe de los crédulos y los incautos,
para sumir este Estado en todos los desórdenes de la pasada
anarquía" (2).
De la Sota, al hacer referencia al hecho que a su juicio marca
el punto de partida de la influencia efectiva de la Sociedad tí3
Caballeros Orientales sobre el Cabildo, dice que la sociedad pudo
influir en el Cabildo de Montevideo y hacer que los señores don
Cristóbal de Echeverriarza, don Gabriel Pereira y don Agustín
Aldecoa, escribiesen un papel contra la conducta de Lecor, que
publicado por la prensa fué delatado por algunos al Intendente
don Juan José Duran como anárquico y capaz de comprometei
ía seguridad del pueblo. Puesto en conocimiento de Lecor, pidió
al Cabildo explicase el concepto y sentido de sus expresiones
El Cabildo se negó a hacerlo, pues ya se hallaba dispuesto a sa-
cudir la dominación extranjera.
Puede tener importancia el destacar la precedencia de los
"Caballeros Orientales" respecto al Cabildo, en la elaboración
efectiva del movimiento de 1823. Y decimos que esto puede tener
importancia, porque constatado aquel extremo, se acredita a la
vez que la revolución no era sólo la decisión personal y arbitraria
de cuatro o cinco personas, que encontrándose colocadas en los
altos destinos oficiales, aprovechaban de esta situación transitoria,
y por sí y ante sí lanzaban a los azares del incierto destino que
la voluntad popular le reservase, el proyecto de una revolución;
sino que el pronunciamiento de 1823 se había gestado laboriosa-
mente en el seno del pueblo y como decisión del pueblo se exte-
riorizaba, y como decisión del pueblo penetraba en las casas con-
(1) Oficio del Síndico al Cabildo de San José, 19 Diciembre, 1822;
Archivo y i»iuseo Histórico.
(2) Archivo y Museo Histórico.
— 71 —
sistoriales y empleaba en la consecución de sus altas miras el
influjo y la autoridad de las investiduras.
Como medio de mayor difusión de la tendencia que repre-
sentaba, la Sociedad de Caballeros Orientales tuvo sus órganos
de publicidad, que agitaron aún más el ambiente.
Inicióse la campaña periodística con "La Aurora", dirigida
por el General don Antonio Díaz. He aquí parte de un suelto
denominado "Espíritu público":
" El de la independencia es el único que anima a todo el
vecindario de la provincia. En esta Capital y sus inmediaciones,
a donde no alcanza el influjo del despotismo imperial, se ha pro-
nunciado con una rapidez y generalidad asombrosa, y la multitud
de impresos que han circulado sin contradicción es una de las
pruebas de aquel aserto. Todos los habitantes aman la libertad,
la desean y aparecen dispuestos a consagrarle los sacrificios que
ella exija. Esta disposición a sacudir el vergonzoso yugo qué
nuevamente ha querido imponérseles no es ciertamente nacida de
las circunstancias, ni es hija de instigaciones que hubieran podido
hacer los agentes de una innovación. Este es el sentimiento de la
libertad, que está identificado en el corazón de todos los ameri-
canos y españoles, cuyos derechos conocen los unos, y cuyos
intereses no desconocen los otros. Es un fuego que virtualmente
alimentaban en el seno mismo de la opresión, dispuesto a infla-
marse con el menor soplo que lo agitase. Que este fuego, se con-
centre en un solo cuerpo, que presida a sus destinos es el objeto
de sus anhelos. Este astro luminoso aparecerá sin duda, orien-
tales. La aurora le precede y el sol se levantará sobre un hori-
zonte que nunca más vuelva a obscurecerse" (1).
Siguió a "La Aurora", "El Pampero", aparecido el 19 de Di-
ciembre de 1822, bajo la dirección de don Santiago Vázquez, don
Antonio Díaz y don Juan Francisco Giró. En su número inicial,
haciendo el elogio del viento Pampero, que limpia la atmósfera y
despeja el horizonte, decía: "A su aspecto huyen aterrados los
vientos calientes del norte que abrasan nuestras nieves, que este-
rilizan nuestros campos, que aniquilan nuestra hacienda, y si al-
guna vez, osados, se atreven a disputarle el puesto, sañudo y
-terrible, como la ira del Júpiter, los arrastra en su furia hasta el
Trópico, y va a ocultarse en sus montañas. Enseñoreándose en-
tonces de la vasta superficie de su imperio, su soplo vivificante
reanima la naturaleza lánguida y marchita con el aliento abrasador
de la zona tórrida, disipa los densos nubarrones que cubrían el
sol, despeja el horizonte, y haciendo sentir su influjo aún en el
corazón del hombre, el alma se desplega a ideas grandes, el espí-
ritu se ensancha, y la razón, antes aletargada, recobra su primer
^igor. ¿Habrá alguno que desconozca las virtudes del Pampero?
(1) "La Aurora", núm. 1, 21 de Abril de 1822, Biblioteca Nacional.
— 72 —
¿Hay alguno que no lo desee? Creemos que no. En estos últimos
días, particularmente, en que la lluvia, la cerrazón y la pesadez
han sido tan constantes como poco comunes, todos han manifes-
tado su ansiedad (y nosotros también) por un "Pampero", y no
se oía decir sino: ya aclara, ya tenemos "Pampero". . .; y agre-
gaba: "Pues bien, montevideanos, y vosotros habitantes todos de
la margen izquierda del río, no desmayéis. Los editores de "El
Pampero" os anuncian uno fuerte, impetuoso, irresistible: desde
la elevación de nuestro observatorio vemos hacia la parte occi-
dental irse levantando los negros celajes, que ofuscaban el hori-
zonte, y que entre la claridad que dejan descubrimos en la orilla
opuesta un pueblo moderno, sin duda, entre los otros pueblos^
pero antiguo y grande por la importancia y solidez de sus insti-
tuciones, gozando ya de un cielo puro, respirando un aire salu-
dable, y robusteciéndose bajo los benignos influjos de un Pam-
pero. Ya lo sentimos acercarse bramando hacia nuestras playas,
y cuando haya llegado, la espesa niebla que pesa sobre nuestras
cabezas se dispersará como el humo. El sol radiante del Río de
la Plata brillará entonces en toda su magnificencia, y restablecido
el tono en nuestras fibras relajadas, entonaremos himnos al Pam-
pero. . .
Aquí llegaba este artículo cuando se nos avisa que la armada
imperial se hace a la vela para abandonar nuestras costas. Este
es el prodigio del primer Pampero. Ni allá llegue ni acá vuelvar
dijo un chusco que oyó la noticia, y otro que lo oía respondió:
Amén" (1).
IV. Las resoluciones del Cabildo. — Suspendida por el Ca-
bildo la convocatoria de la Asamblea propuesta en la sesión del
16 de Diciembre, en virtud de que el Consejo Militar — sin per-
juicio de aceptar lo acordado por el Cabildo — creyó conveniente
aguardar órdenes de su monarca, los capitulares, en sesión deF
24 de Diciembre, acordaron suspender aquel llamamiento, "que-
dando no obstante desconocida la autoridad del Barón de la La-
guna" (2). "Pero, en cambio, resolvió el Cabildo restaurar otra
hermosa tradición artiguista: la elección de capitulares por el
pueblo, que ya había caído totalmente en desuso, porque así con-
venía a los intereses de la conquista portuguesa" (3). Y reunida
al efecto la corporación el 31 de Diciembre de 1822, previa con-
sideración "del interés y conveniencia de que la Corporación re-
vista toda la legitimidad y facultades que las circunstancias exi-
gen; de manera que ni la malicia pueda atribuir el nombramiento^
a intereses particulares, ni la falta de confianza y autoridad en-
torpezca o evite las resoluciones que demanden los votos e inte--
(1) "El Pampero", Museo Mitre, Buenos Aires.
(2) De-María, op. cit.
(3) Acevedo, op. cit.
— 73 —
reses del pueblo", "acordó unánimemente que el Cabildo para el
año entrante, 1823, sea nombrado popularmente, y que al efecto
se pasen hoy mismo las circulares e instrucciones correspondientes
a los alcaldes principales de los cuatro cuarteles en que está di-
vidida esta ciudad", para que "citen a los vecinos de sus respec-
tivos distritos", "encargándoles (a los alcaldes) recomienden la
asistencia y adviertan que el objeto de la convocación es el nom-
bramiento de electores para la elección del Cabildo" (1). Al día
siguiente, el 1.° de Enero de 1823, se verifica, en primer término,
la elección directa del Cuerpo de Electores; y reunidos el mismo
día, son éstas las consideraciones que preceden a la elección de
que están encargados: "En este estado, penetrado el Cuerpo Elec-
toral de los deberes que lo ligan a sus comitentes, de la impor-
tancia y gravedad de organizar una representación acomodada a
los votos y confianza pública, revestida de la extensión del poder
y facultades que demandan las extraordinarias circunstancias del
día, agregándose la consideración de ser la única autoridad des-
tinada a promover y velar sus destinos e intereses del pueblo,
acordó que se procediese a recibir y asentar los votos de los
electores. Electos los componentes del nuevo Cabildo, se expresa
que: queda refundida la autoridad de representantes y capitulares
para el presente año, con cuantas atribuciones y facultades sean
necesarias para el más amplio ejercicio de sus funciones". (2).
Como se ve, se iba trasladando, poco a poco, pero fielmente,
a los hechos, las premisas del programa de Echeverriarza; y con-
tando ya con el pronunciamiento efectivo de la opinión, se avan-
zaba más en el terreno de las afirmaciones y se declaraba rotun-
damente que el Cabildo a nombrarse sería la única autoridad des-
tinada a promover y velar los destinos e intereses del pueblo.
Entretanto, y con fecha anterior a los hechos últimamente
relatados, el 26 de Diciembre de 1822, un núcleo representativo
de vecinos de Montevideo, había dirigido al Gobernador de Santa
Fe, don Estanislao López, la siguiente representación: "Una por-
ción de vecinos respetables del pueblo patriota de Montevideo y
su campaña, animados por el sentimiento de su libertad e inspi-
rados por el amor a su país, despreciando los riesgos y compro-
misos en que los coloca su situación, eleva ante V. E. la voz cla-
morosa de la Patria, e implora de la generosidad de sus hermanos
los santafecinos su poder y auxilio para la salvación de la tierra,
que no pueden esperar de sus propios esfuerzos. El momento ha
llegado, Excmo. señor, de dar la libertad a la Banda Oriental y
arrojar de nuestro suelo un enemigo que sólo puede ocuparlo a la
sombra de nuestras disenciones. El a su vez empieza a sentir los"
elementos de la discordia que la razón ya sofocó entre nosotros,
y dándonos en su confusión un auxilio poderoso, nos ofrece un
(1) De-María, op. cit.
(2) De-María, op. cit.
— 74 —
rtriunfo fácil y un vasto campo de gloria al esfuerzo y patriotismo
de nuestros hermanos. La Provincia no cuenta hoy más enemigos
que un número inconsiderable de continentales que colocados en
medio de una población guerrera que arde en deseos de vengar
los ultrajes de su honra y el saqueo de sus propiedades, mantienen
insolentes los principios de dominación que no quieren para sí, y
sería fácil fuera del brío y denuedo de estos habitantes, si contasen
con una fuerza exterior de las Provincias hermanas que sirvieran
de centro de reunión y apoyasen sus esfuerzos aislados.
La división europea de Voluntarios Reales aspira sólo a re-
gresar a Europa, se mantiene en una completa separación de la
tropa en el continente, y no teniendo interés en conservar el país,
lejos de mezclarse con la guerra que suscitare la insurrección,
vería con placer secreto excitados nuestros esfuerzos en arrancar
la tierra a la dominación de un enemigo que nuestros intereses
hacen común. ¡Un cuerpo de quinientos hombres que atravesaren
el Uruguay, sería más que suficiente para realizar nuestras espe-
ranzas! La noticia de hallarse en nuestra banda, sería la señal
de una insurrección general que distrayendo por todas partes la
atención de nuestros enemigos, apoyaría los movimientos parcia-
les de la población.
La Banda Oriental en masa saldría al encuentro de sus liber-
tadores; y reproduciendo unidos las épocas de nuestras primeras
glorias, libertaremos nuestro suelo del peso de una dominación
que le desagrada. Este es el voto de los habitantes todos de la
Banda Oriental, y si la circunspección y secreto con que es preciso
proceder en tan delicadas circunstancias no lo hicieren inverifi-
cable, mil firmas suscribirían esta representación.
Los que suscribimos no tenemos carácter alguno público o
representativo, pero constituímos una parte respetable del pueblo
patriota de Montevideo y su campaña; estamos estrechamente
unidos y relacionados por intereses, parentesco y opiniones con
los hombres de más crédito, influjo y consideración en todos los
puntos de la Provincia; estamos conformes en los principios como
en los medios de la ejecución, y nuestra voz puede considerarse
como el eco de la parte sana de la Banda Oriental.
Bajo este mismo concepto hemos elevado antes de ahora
igual solicitud al Gobierno de Buenos Aires, considerándolo no
solamente ligado en principios e intereses con los Gobiernos de
Santa Fe, Corrientes y Entre Ríos, sino también autorizado exclu-
sivamente por las tres Provincias para negociar y emprender con-
tra la usurpación de este territorio; nosotros no podemos menos
que lisonjearnos del resultado de nuestra solicitud, pues que aquel
Gobierno no sólo está dispuesto a auxiliarnos, sino que prepara
los medios de hacerlo con dignidad y eficacia. Pero, como la for-
malidad y circunscripción con que quiere proceder puede dar
Jugar a malograr los mejores momentos quizás para siempre, he-
— 75 —
irnos considerado conveniente, sin embargo de la confianza que
•igualmente ambos Gobiernos nos inspiran, dirigir a V. E. nuestros
clamores a nombre de la Patria, cuya sagrada voz invocamos,
para que ya sea de acuerdo con las demás provincias, ya por sí
sola, interponga en nuestro favor su brazo poderoso, prestándonos
el auxilio que hemos solicitado, Si, como no puede dudarse, la
fortuna corona nuestros esfuerzos, el Gobierno que la Provincia
libre se dé se hará un deber sagrado de reconocer la deuda, y
satisfaciendo los gastos que ocasione a ese Gobierno la expedición
y socorros que facilite, y la decisión de los santafecinos, fijará en
la gratitud de los orientales un monumento indestructible con el
glorioso renombre de libertadores.
Si V. E. acoge benigno nuestros votos, don Domingo Cúllen,
encargado de presentar a V. E. esta comunicación, lo está también
para hacer a V. E. las explicaciones que considere necesarias al
efecto .
Su capacidad y el conocimiento exacto que tiene de nuestra
situación, servirá poderosamente para allanar las dificultades que
puedan ofrecerse. El ampliará nuestros conceptos e instruirá a
V. E. de todo cuanto sea conducente a facilitar la empresa. Díg-
nese V. E. creerlo y nuestra suerte está asegurada. El pueblo
bravo de Santa Fe no desatenderá nuestros clamores y velando
en nuestro auxilio nos dará en la guerra el ejemplo que nos da en
la paz en sus instituciones. — Montevideo, 26 de Diciembre de
1822. — Juan Francisco Giró, Daniel Vidal, Manuel Vidal, José
M. Platero, Gregorio Pérez, Manuel Oribe, Ramón Castrez, Pablo
2ufriategui, Ramón de Acha, Silvestre Blanco, Francisco Araucho,
Antonio de Chopitea, José Félix Zubillaga, Francisco Aguilar, Ga-
briel A. Pereira, Atanasio Aguirre, Pablo Antonio Nieto, Pedro
Lenguas, Lorenzo J. Pérez, Francisco Solano Antuña, Juan Benito
Blanco, Roque Graceras, Luis Eduardo Pérez, Francisco Lecocq,
Juan Zufriategui, Santiago Vázquez, Antonio Acuña, Gregorio Le-
cocq, D. F. Benavente, León J. Ellauri, Agustín de Aldecoa, Rafael
Sánchez Molina. — Excmo. Sr. D. Estanislao López, Gobernador
de Santa Fe."
La representación transcripta fué conducida a su destino por
don Domingo Cúllen, quien a su llegada a Santa Fe, a fines de
Diciembre, "entablaba negociaciones con el Gobernador López
para decidirlo a prestar los auxilios necesarios a empresa tan
gloriosa" (1).
Invocando también la representación de un núcleo respetable
de la población de Montevideo, el Coronel argentino don Tomás
Iriarte llegaba a la sazón a Buenos Aires con análogo objeto; y,
no obstante la buena acogida que Rivadavia le dispensó, no dejó
éste de oponer reparos a la representación del emisario y a las
(1) Lasaga, Historia de López.
— 76 —
facultades con que sus comitentes actuaban. La respuesta de Ri-
vadavia se redujo, en sustancia, a manifestar "que el General Ro-
dríguez esta6a dispuesto a prestar a sus hermanos todos los auxi-
lios necesarios, siempre que se instalase en Montevideo una au-
toridad que representase la opinión del pueblo de aquella provin-
cia, porque era absolutamente imprescindible entenderse con una
autoridad responsable en todos sus actos públicos para que los
compromisos que habían de contraerse no gravitasen única y ex-
clusivamente sobre el Gobierno de Buenos Aires, si los resultados
eran adversos" (1).
Aludiendo a la misión preliminar ante el Gobierno de Buenos
Aires, dice de la Sota: "Era bien notorio que los pueblos orientales
sentían en silencio el modo con que se les gobernaba, sin consi-
deración a los pactos, privados de las formas constitucionales y
de las garantías de la Carta Constitucional del Brasil, que habían
jurado". Pero, como habían jurado y proclamado su incorpora-
ción al Brasil, Buenos Aires contestó que "no podía, sin compro-
meterse, auxiliar invasiones contra el Estado Cisplatino, pero ase-
guraba que en cualquier época que la Banda Oriental se pronun-
ciase de un modo solemne contra la incorporación al Imperio,
Buenos Aires y todas las Provincias Unidas auxiliarían con tropas
y dinero a las dichas provincias".
Impuesto Santiago Vázquez (Diputado en Buenos Aires del
Cabildo), "promovió la reunión de todos los "Caballeros Orien-
tales" residentes en la Capital de las Provincias Unidas. "En ella
hizo sentir que la Banda Oriental se pronunciaría contra el Impe-
rio, tan luego como en ella se viera cualquier punto de apoyo: pues
que habiéndoles faltado a las bases de incorporación y no habién-
dose establecido el sistema constitucional, los pueblos se hallaban
gobernados militarmente, y a más, el Cabildo de Montevideo había
pedido el absolutismo para la Provincia; que el espíritu público
se hallaba en plena efervescencia y una sola chispa produciría el
incendio en ella." Sin embargo, el resultado de las misiones pre-
liminares a Buenos Aires y Santa Fe, quedó en suspenso.
En tales circunstancias, el nuevo Cabildo de Montevideo pro-
cura remover estos primeros obstáculos, mediante el envío a Bue-
nos Aires y a Santa Fe, de dos delegaciones, con el cometido de
recabar de los Gobiernos de estas dos Provincias su cooperación
y sus auxilios para la empresa revolucionaria. Integraban la pri-
mera, don Santiago Vázquez, don Gabriel A. Pereira y don Cris-
tóbal Echeverriarza; estando la segunda formada por don Luis
Eduardo Pérez, don Ramón de Acha y don Domingo Cúllen.
Antes de seguir a los comisionados en las diversas incidencias
de su gestión, volvamos a los sucesos que en Montevideo y San
José se desarrollaban. En consonancia con la política de su añ-
il) Lasaga, op. cit.
— 77 —
^tecesor, el nuevo Cabildo de Montevideo considera en su primera
reunión, la acefalía en que "la Provincia" se hallaba respecto á^
su Gobierno civil, y a ese fin designa de su seno una comisión,
^en la que delega las facultades que hasta entonces habían corres-
pondido a los Capitanes Generales y Superintendentes. Esta de-
cisión no es, si bien se mira, sino la consecuencia necesaria de las
circunstancias, que por entonces apremiaban y a las que el Ca-
bildo,'en uso de las facultades amplísimas de que estaba dotado,
venía a poner eficaz remedio; y, en último término, viene a cerrar
la serie de disposiciones legales de la revolución que comienza.
Por su parte, los elementos adictos al Brasil, que, como ya
-se ha dicho, habían adoptado para sede provisoria del Gobierno
la ciudad de San José, trataban de aleccionar a la campaña en
favor de la causa que representaban, y como medio de conseguir
su objeto, lanzaban manifiestos y proclamas en los que se hacía
resaltar, con marcada insistencia, un estrecho parentesco o afi-
nidad entre la "logia de anarquistas de Montevideo" y "los dema-
gogos que envejecieron en la única tarea de amontonar crímenes
sobre crímenes" (1).
Al oficio del Cabildo de Montevideo en que anunciaba haber
"resumido" toda la autoridad civil y política que por las leyes
residía en los Capitanes Generales de Provincia y Superintenden-
tes de Hacienda, en virtud de la voluntad general del vecindark
de esta capital y extramuros y exigía en consecuencia el reco-
nocimiento de dichas facultades y la obediencia a sus órdenes,
el Tribunal Consular respondía: "En contestación cree de-
ber exponer a V. E. que lejos de haber llegado a su noticia el
sufragio de la voluntad general que V. E. le significa, sabe, por
el contrario, como notorio no haberse hecho conbocación del
besindario, ni aber este dado poderes para otro acto que el de las
elecciones Capitulares, bajo cuya denominación no pueden enten-
derse comprendidas inobaciones de tan grande importancia. Cree
también el General que si el besindario ubiese sido conbocado a
ese efecto, habría vacilado mucho en arrogarse atribuciones que
resiste el espíritu de las L. L. vigentes y derrogar a la potestad
regia que quando menos de hecho reconoce la Provincia. Y dado
caso de procederse en un sentido contrario, el Tribunal se deten-
dría mucho en contraer una tan grande responsabilidad con su
obediencia, toda bez que no empléndose las vías de hecho en
arrancarle su allanamiento se considerase imposibilitado de sos-
tener las atribuciones de sus instituto. . . En este consepto V. E.
no extrañará que el Gral. Consular no se sienta dispuesto a adhe-
rir a las insinuaciones de V. E." (2)
El 7 de Enero de 1823 publicaba el General Lecor este ie-
(1) Oficios de 1.° de Diciembre de 1822 y 1.° de Abril de 1823, del
Síndico García de Zúñiga; Archivo y Museo Histórico.
(2) Copia oficio de 7 Enero de 1823; Archivo y Museo Histórico.
— 78 —
creto: "Por quanto el nuevo Cabildo de Montevideo, electo por
una fracción de anarquistas, ha llevado su insolencia y descare»
hasta el punto de declararse de "motu-proprio" autoridad suprema
de este Estado, desconociendo y desobedeciendo las autoridades
legítimamente constituidas, y queriendo yo prevenir las conse-
quencias de tan escandaloso atentado, en que se ven a un tiempo
holladas las Leyes, ultrajada la Majestad, despreciados los Pue-
blos, insultados los derechos de los ciudadanos y comprendido el
orden público. Por tanto he venido en declarar, como declaro,
que los individuos ilegítimamente nombrados en Montevideo en
calidad de capitulares no forman Cabildo; que es una autoridad
intrusa y delinquente, y que sus órdenes, acuerdos y actos de
cualquier clase que sean, son írritos, nulos, atentatorios y sub-
versivos del orden; que todas las autoridades legítimamente cons-
tituidas. . . deben desobedecer abiertamente las órdenes y decretos
del Cabildo intruso baxo la más estrecha responsabilidad, ha-
ciendo dimisiones de sus cargos y oficios, los que hallándose den-
tro de la Plaza sean violentados a someterse a sus disposiciones;
que cualesquiera gejes o empleados públicos... que obedezcan
al Cabildo intruso de Montevideo o a cualesquiera otras autori-
dades creadas o nombradas por él, por el mismo hecho quedan
privados de sus empleos. — Baráo da Laguna" (1).
Como consecuencia de la tirantez a que habían llegado las
relaciones de los dos bandos en lucha, el 20 de Enero declara Le-
cor en estado de bloqueo a la ciudad de Montevideo; medida ésta
que provoca en el Jefe de los Voluntarios Reales, una actitud re-
suelta y enérgica, frente a lo que él considera un ultraje para los
derechos de los habitantes y para la dignidad de las tropas de su
mando, según lo expresa en oficio al Cabildo, de 26 del mismo
mes. Y dispuesto a proceder al armamento de las milicias de
Extramuros, pide a aquella corporación le proponga un oficial
para encargarlo del mando.
Las hostilidades que había iniciado el Barón de la Laguna
el 26 de Enero, continuaron sin novedad de bulto hasta el 17 de
Marzo, en que 400 soldados de caballería y 600 infantes de la
División cíe Voluntarios y la partida de caballería al mando de
don Manuel Oribe, se pusieron en marcha hacia el campo enemigo
con miras de llevarle un ataque. El "17, al rayar el día, se cho-
caron coin las abanzadas imperiales las del Comandante Oribe.
El General don Alvaro da Costa le seguía de cerca con 500 ca-
ballos que cargaron sobre el enemigo aturdido y no le dieron
más lugar que para ver y huir. Los voluntarios se han comportado
con el valor y disciplina por que siempre los hemos apreciado.
El mayor Abreu, como un bravo. El comandante Oribe, con su.
(1) Archivo y Museo Histórico.
— 79 —
valor acostumbrado" (1).
" Todos los días han entrado a la Plaza vecinos de los que
componían las milicias de la campaña, alistadas al servicio del
Imperio, que se han dispersado después de la acción del 17. Ayer
tarde entraron un oficial y 15 soldados de los del Departamento
de Maldonado; hoi lo verificó el teniente Vidal y cinco soldados
de la de Canelones" (2).
Cuando el Cabildo se enteró, por los primeros oficios de sus
comisionados a Santa Fe y Buenos Aires, de la impresión favo-
rable que aquellos oficios, los de Santa Fe sobre todo, reflejaban
sus procedimientos se hicieron desde entonces más decisivos y
concluyentes, y en comunicación al Jefe de los Voluntarios Rea-
les, no trepidó en manifestarle: "el señor Comandante debe saber
que los habitantes todos de la Provincia no anhelan otro fin que'
el de su absoluta libertad e independencia, y que no hay duda
que por la parte que representamos nosotros, la promoveremos a
toda costa, para lo cual destruiremos las fuerzas del Brasil, y si
respetamos ahora las suyas, es porque Vd. nos ha prometido que
lo único que desea es embarcarse con honores" (3).
Era la declaración que quedaba por hacer para dar a la causa
del Cabildo, bien definida ya, una publicidad y una notoriedad
tales, que, el silencio de los interesados en contrariarla, pudiera
ser interpretado desde entonces, como prueba concluyente de
acataminto.
No descuida la corporación capitular la parte financiera del
movimiento; y es de los primeros empeños de su laboriosa ges-
tión, promover "una suscripción de 88.000 pesos" (4), parte de
los cuales llegó a recaudarse y cuyo destino se expresaba en los
documentos de resguardo, en estos términos: "El Excmo. Cabildo,
Representante de Montevideo y sus suburbios, ha recibido de don
Francisco de las Carreras la cantidad de doscientos pesos, que
para las urgencias de las presentes circunstancias se ha servido
suplir mediante nuestra insinuación. . ." "(5). La política de pres-
cindencia del Gobierno de Buenos Aires hizo que los comisiona-
dos para gestionar allí la obtención del empréstito, no alcanzaran
los resultados que se esperaban; pero, a pesar de todo, el em-
préstito llegó a cubrirse en gran parte, gracias a los desvelos de
don Pedro Trápani, don Braulio Costa y don Félix Castro, quienes-
contribuyeron con sus trabajos e hicieron personalmente un prés-
tamo de 26.374 pesos. Los demás prestamistas fueron, según De-
María, "Gregorio Lecocq, Pedro Francisco Berro, Daniel Vidal,
Manuel Oribe, Gabriel Antonio Pereira, Gregorio Gómez Orcajo,,
H) "La Aurora", núm. 13, Marzo 18-1823; Biblioteca Nacional.
(2) "La Aurora", núm. 14, Marzo 25-1823; Biblioteca Nacional.
(3) Archivo General Administrativo (cita de Blanco Acevedo, op. cit.)í.
(4) Aureliano G. Berro, "Bernardo P. Berro", 1920.
(5) Archivo General Administrativo.
— 80 —
Conrado Rucker, Pedro Pablo Vidal, Ramón Carreras y algunos
¿)tros" (1).
Conjuntamente con los oficios que el Cabildo dirige a Lava-
lleja, a Otorgues, a Simón del Pino y a otros destacados patriotas,
para requerirles su cooperación a la empresa guerrera, comunícase
«1 6 de Marzo con Rivera, a quien exhorta en igual sentido. Rivera
formula en estos términos su negativa: "V. E. se decide y me invita
a defender la libertad e independencia de la patria, y felizmente
estamos de acuerdo en principios y opiniones. V. E. sabe que mis
afanes no han tenido otro fin que la felicidad del país en que nací.
La diferencia entre V. E. y yo, en la causa que sostenemos, sólo
consiste en el diverso modo de calcular la felicidad común a que
aspiramos. V. E. cree que el país será feliz en una "independencia
absoluta", y yo estoy convencido de que sólo puede serlo en una
"independencia relativa", porque la primera, sobre imposible, es
inconciliable con la felicidad de los pueblos. V. E. no puede contar
-con el auxilio de estas tropas europeas: pues, como V. E. afirma,
sólo esperan para marchar, las órdenes de su Gobierno. Tampoco
con el auxilio de las Provincias hermanas, porque nadie da lo que
no tiene, ni lo que tiene con riesgo inminente de perderlo, y sin
esperanza alguna de utilidad.
A V. E. no puede ocultarse, que las Provincias hermanas,
divididas en pequeñas repúblicas, continuamente agitadas del es-
tado de revolución, no han de agotar por esta Banda los recursos
que necesitan para conservar la suya; ni han de comprometerse
en una guerra desastrosa con una nación americana y limítrofe,
sin otro interés que establecer en esta parte del río un Estado
independiente. Los pueblos, como los hombres, nunca arriesgan
su fortuna y sosiego sin fundada esperanza de gloria o de prove-
cho. Es preciso, pues, que V. E. cuente con sus propios recursos
para hacer la guerra y triunfar de una nación poderosa y vecina;
porque arrojarse a una empresa de esta especie, en la esperanza
remota de auxilios quiméricos y dudosos, siempre sería la más
fatal de las imprudencias" (2).
V. El Cabildo y D. Juan Antonio Lavalleja.
1. Es nombrado Teniente Coronel y Jefe del Ejército.
2. Disidencia entre el Cabildo y Lavalleja. La nota contestación de éste.
3. El Cabildo nombra a Rondeau General en Jefe. La opinión de don
Luis Eduardo Pérez y don Ramón de Acha.
4. Consecuencias que se desprenden del proceso a don Manuel Duran.
5. Lavalleja en Buenos Aires y Santa Fe. Formación de la Compañía
de Orientales.
b. El fracaso y las venganzas de los portugueses.
7. El Cabildo se rectifica.
(1) Op. cit.
(2) Papeles del General Lavalleja, Archivo y Museo Histórico.
— 81 —
1. Antes se hizo referencia a las gestiones de Lavalleja para
«que la campaña del país secundara la iniciativa de los "Caballeros
Orientales", en el sentido de provocar un movimiento revolucio-
nario, y se aludió también a los sucesos que obligaron al futuro
Jefe de los Treinta y Tres, a huir al extranjero. Durante su resi-
dencia en Buenos Aires, el Cabildo de Montevideo le remitía "los
despachos de Teniente Coronel y el nombramiento de Jefe Militar
del Ejército independiente" (1).
He aquí la nota respuesta de Lavalleja: "Tengo el honor de
.acusar a V. E. el recibo de su nota de 23 del corriente y de los
.despachos de Teniente Coronel de las tropas en esa Provincia,
que se ha servido incluirme. Yo siempre reconoceré esta distin-
ción con que V. E. me honra, y entretanto tengo lugar de asegu-
rarle no viva V. E. ya muy inquieto sobre mis últimos procedi-
mientos. Ellos quedan completamente paralizados por disposición
de V. E. y todo queda al cargo y responsabilidad de la Diputación
Diplomática Ínterin yo paso a esa al arreglo de negocios particu-
lares o me ocupo en ésta de lo mismo (2).
2. Sobrevino en ese entonces, entre el Cabildo y Lavalleja,
una disidencia acerca de la cual, como de la línea de conducta
del último, es bien ilustrativa la nota de 20 de Febrero, que en
seguida se transcribe: "La honorable de V. E., fecha 6 de Fe-
brero. . ., si bien es reproductiva de las distinciones con que V. E.
me favorece, y de la confianza que le inspira mi persona, humilla
demasiado mi delicadeza y mi desinterés y se coloca en visible
-distancia del respeto que me merecen las Autoridades de mi País.
Partiendo V. E. del principio de creerme ofendido por haberme
sujetado en su anterior comunicación a las inmediatas órdenes de
la Comisión Diplomática de-ese Gobierno existente en ésta, e inhi-
bido en mis operaciones sin su consentimiento y anuencia, y mi-
rando como un efecto de mi resentimiento las expresiones de mi
anterior, de que no viviese ese cuerpo inquieto, por mis ulteriores
procedimientos, se juzga altamente injuriado en la sinceridad de
sus sentimiento y me reputa desconocido a sus personas, empe-
ñándose al mismo tiempo en desvanecer unas sospechas que no
existen. Si V. E., haciéndome la justicia debida, debió creérmela
en subordinación y dependencia, y si la Comisión Diplomática era
una verdadera emanación y representación de V. E., no pudo sin
agravio creerme ofendido porque se me sujetase a ella. Un tal
juicio importaría en mí, ideas de aspiración que desconozco, y que
aun quando desgraciadamente existieran, sería impolítico y aun
opuesto al fin que debía proponerme manifestarlas en su cuna.
Persuádase V. E. que yo más que otro alguno, después de corridos
(1) Pablo Blanco Acevedo, "Primer Centenario de la Independencia".
(2) Original: Archivo General Administrativo, Buenos Aires, 30 de
,Enero de 1823.
— 82 —
años enteros en la muy dura campaña, después de haber experi-
mentado todos sus rigores y penurias, y después de haber gemido
en extraño clima bajo el poderío y cautiverio de un implacable
enemigo vengador, aborrezco los horrores de la anarquía y co-
nozco el valor de las ordenadas y mutuas relaciones que deben
existir entre todas las partes de una sociedad y muy especialmente
entre los ciudadanos y el Gobierno, entre éste y los Jefes militares»
Todo paso que tenga tendencia a perturbar este equilibrio es ene-
migo del orden y es un germen de fatalidad y de desgracia. Ani-
mado de estos sentimientos, V. E. ni debió creerme ofendido ni
mirar mis notadas expresiones con un tan mal ojo. V. E. temía
y no dexaba de temer con razón, que obrando yo en desconfor-
midad, más claro, en oposición con la Comisión Diplomática, que
estaba encargada de graves y arduos negocios en política que
eran a mí desconocidos, pudieran malograrse los buenos efectos
que ésta se proponía y refluir de ello irreparables males sobre
nuestro suelo patrio, y aunque en su previsión y en el deseo y
necesidad de precaverlos, V. E. tuvo a bien hacerme las preven-
ciones oportunas y declarar mi dependencia de aquella Comisión;
y entonces, ¿en qué ofenden mis expresiones de que no viva ese
Cuerpo inquieto por mis ulteriores procedimientos? ¿No están
ellos en consonancia con los propios sentimientos manifestados
por V. E.? ¿He hecho yo otra cosa que procurar calmar los te-
mores que V. E. preveía podían sobrevenir? Interpretándose en
otro sentido mis expresiones, ha resultado una inteligencia muí
distinta de la que ellas tienen; a V. E. se le ha conmovido y a mí
se me ha dado un motivo de sentimiento. Yo, como más inmediato
a la Comisión y observador de sus trabajos, ya tocaba sin dificul-
tad los resultados que luego han sido notorios, y viéndome impo-
sibilitado por mucho tiempo para obrar en conformidad a mis
sentimientos y en utilidad de mi patria, no era extraño que mien-
tras durase la calma me ocupase de mis particulares intereses.
Por lo demás, la persona de V. E., colectiva e individualmente
tomada, no podía dejar de serme en estimación, aprecio y con-
fianza. Yo tengo el honor de conocer de inmediato a todos los
honorables miembros de esa Corporación, de haberlos tratado, y
de ser un testigo de sus virtudes cívicas y morales, yo sé cuánto1
han trabajado ellos por reverdecer el árbol de nuestra libertadr
y en quanto compromiso se han constituido para con nuestros
opresores. De estos antecedentes nacen otros tantos títulos para
que V. E. me crea ser venerador, y que mis operaciones nunca
dejen de uniformarse con los deseos de V. E., lo que producirá
constantemente la desesperación de nuestros enemigos" (1).
Esta carta de Lavalleja es interesante en cuanto pone de
manifiesto, aunque sin precisarlos con exactitud, los motivos de
(1) Original: Archivo General Administrativo.
— 83 —
distanciamiento que entre el Cabildo y Lavalleja debieron sobre-
venir, y sin los cuales no tendría explicación la inesperada deci-
sión del primero de conferir al General Rondeau el cargo militar
de más jerarquía en la Revolución, después de haber nombrado
Jefe de la misma al entonces Teniente Coronel Lavalleja (1);
pero es aún más interesante, si se la considera como la más for-
mal y categórica manifestación de subordinación al poder civil,
de un militar de grandes y bien ganados prestigios, en momentos
en que a los militares había de quedar confiada toda o casi toda
la suerte del país. Lavalleja había alcanzado ya en esta época,,
como tendremos ocasión de comprobarlo en seguida, un grado
de consideración de mucha entidad entre sus compatriotas. Su
heroica actuación en las milicias de Artigas, el duro ostracismo
que su heroísmo le impuso después en la Isla das Cobras, su in-
trepidez, su valor, su enorme desinterés, su nunca superado pa-
triotismo y, por último, su incansable y tenaz propaganda para
que fueran más eficaces los resultados de la revolución del año
1823; todo eso y mucho más, contribuyó a dotar su personalidad
de relieves indiscutibles y de prestigios que nadie desconocía.
3. Don Luis Eduardo Pérez, uno de los Diputados del Ca-
bildo ante el Gobierno de Santa Fe, en nota del 17 de Agosto, a
la Corppración que representaba, le decía: "No me parece acer-
tado que venga el General Rondeau a mandar; es indudable que
causará un disgusto general en el pago. La gente está consentida
y espera a Lavalleja; éste tiene muchísima más opinión que el
otro, no sólo en los suyos sino hasta en los enemigos. También
puedo decir que los Jefes auxiliares están contentos y acordes
con él, lo que con el General Rondeau, habría mil dificultades. . .
Yo, vista la mala impresión que esta noticia ha causado, hago
entender que no es cierta, y que aun cuando lo sea, que no tendrá
efecto. V. E. mire con mucho pulso este asunto y contésteme sin
pérdida de tiempo lo que determine" (2). En idéntico sentido,,
el mismo Luis Eduardo Pérez, que conocía muy bien el ambiente
que dominaba la campaña del país y que en esos momentos asis-
tía como agente directo a los preparativos de las tropas en Santa
Fe, en otra jugosa icarta del 7 de Setiembre, declaraba: "Quando>
salimos los miembros de ese Cabildo (de Montevideo) a esta
comisión, uno de los principales objetos que traíamos era colocar
en el mando a don Juan Antonio Lavalleja para quitar las aspi-
raciones a él de otros que entonces se decía lo solicitaban. A más
de eso ese mismo Cabildo ofició a don Manuel Duran que tomase
el mando de las tropas mientras llegaba don Juan Antonio Lava-
lleja, quien debía mandar en Jefe." Siempre refiriéndose al mismo
asunto, hacía notar al Cabildo que a pesar de haber sido decre-
cí) Ver Blanco Acevedo, op. cit., pág. 48.
(2) Archivo General Administrativo.
— 84 —
tado así, la comisión no podía ser la que mandase, pues de lo
contrario se faltaría a las más elementales nociones de milicia.
"Desengáñese V. E., y si quiere que el país se salve, desprecie
esos viles intrigantes, y fíese de los que puden contribuir a sal-
varlo; mire que en la Banda Oriental no hay muchos, y los pocos
que hay están descontentos. V. E. ha brindado con el mando de
General en Jefe a Rondeau, que para nosotros es un extraño. . . ,
y lo mezquina a Lavalleja, que ha mandado un Regimiento de la
Provincia, Dragones de la Unión, y no una Compañía, como dice
el oficio. Supongamos que Lavalleja no haya servido a la Patria
más que de capitán; y ¿qué importa esto?; si la Patria necesita
hacerlo General, será lo primero que se ve" (1).
El rol de Lavalleja en los sucesos de 1823 es, como se ve,
decisivo. La campaña oriental lo espera para pronunciarse. "Es-
peramos sea de la mayor importancia el paso de aquel Jefe (alu-
sión a Lavalleja), a quien tenemos noticias aguardan no sólo los
paysanos para armarse y trabajar, sino también la mayor parte
de los oficiales y tropas de frutos que deben pasársele luego que
se presente a su inmediación. V. E. conoce bien la reserva que
conviene tener sobre esta medida, aunque creemos que a la fecha
de la llegada a esa de esta comunicación ya Lavalleja se hallará
fuera de aquí y cerca de su destino" (2).
4. En otra parte de este capítulo se hace especial referen-
cia al proceso que en los primeros meses del año 1823 se siguió
en Canelones a don Manuel Duran, por imputársele haber contri-
buido a la insurrección de los patriotas contra las autoridades
imperiales. Y en este proceso, instaurado y diligenciado por fun-
cionarios dependientes de la conquista, no sólo las respuestas
de algunos de los deponentes, sino hasta los artículos del inte-
rrogatorio a cuyo tenor aquéllos fueron preguntados, hacen ex-
presa alusión a Juan Antonio Lavalleja, como cabeza dirigente
de los conatos de revolución que caracterizaron aquel período.
La figura de Lavalleja llena el ambiente de la campaña, donde
triunfa sin retaceos y sin miserias, la irresistible sugestión de su
patriotismo, que fué, sin duda, la más saliente de sus encomiables
condiciones. "Tal vez muy pronto aparecerá en esta Banda la
Comisión en que este Cabildo ha delegado sus facultades res-
pecto de la campaña: y ella vendrá acompañada del benemérito
don Juan Antonio Lavalleja, cuyo honor y reconocida adhesión al
orden han hecho fijar en su persona las mayores esperanzas (3).
5. Lavalleja, que hasta fines de Febrero había permanecido
en Buenos Aires, según se comprueba con la circular del 20 de
(1) Archivo General Administrativo.
(2) Nota del 27 de Abril de 1823, de Luis Eduardo Pérez y Ramón de
Acha, al Cabildo de Montevideo: Archivo General Administrativo.
(3) Circular del Cabildo de Montevideo a don Manuel Duran: Archivo
General Administrativo.
— 85 —
ese mes, ya transcripta, debió llegar a Santa Fe a principios de
Marzo siguiente, pues en carta de don Manuel Leyba a don Do-
mingo Cullen, aquél alude a hechos en que Lavalleja intervino y
que se produjeron en Santa Fe el 5 de Marzo del mismo año (1).
El 24 de Marzo escribe Lavalleja a don Andrés Morel, desde
Santa Fe; y para darle cuenta de la marcha de los trabajos le dice:
"Latorre informará a Vd. del estado de nuestras circunstancias:
ellas son las más tristes que nos pueden presentar" (2). La per-
manencia de Lavalleja en aquel destino y su activa intervención
directiva en el reclutamiento y organización de los contingentes
militares que se preparaban para la invasión, como asimismo en
la obra de recabar el auxilio y la cooperación de las Provincias,
está comprobada por toda la documentación que se conserva de
la correspondencia mantenida por el Cabildo de Montevideo con
sus diputados en Santa Fe. Sólo a mayor abundamiento vamos
a transcribir en su parte pertinente un relato del propio Lavalleja,,
que se conserva en el Archivo y Museo Histórico (3). Dice así:
"Después de perdida la empresa de libertar la Patria del poder
de los portugueses, los patriotas que en aquella época quisieron
hacerlo, y siendo uno de ellos don Juan Antonio Lavalleja, Comi-
sionado por el Cabildo de Montevideo..., y mandado éste una
Comisión a Santa Fe para exigir auxilios de aquella Provincia,
compuesta ésta de los señores don Ramón Acha, don Luis Eduardo
Pérez y don Domingo Cullen, y don Juan Antonio Lavalleja nom-
brado Teniente Coronel por el citado Cabildo y autorizado bas-
tante para operar por el punto que le fuese o creyese más conve-
niente con la fuerza o auxilios que dicha Comisión pudiera reca-
bar de aquélla o más provincias. En consecuencia, un año pasó
esta Comisión sin poder recabar nada efectivo, en razón que el
Gobierno de Entre Ríos en cuya época el General don Lucio Man-
silla no quería prestar la cooperación ni menos permitir que por
aquella provincia se hiciera el tránsito o la marcha que pretendía
hacer Lavalleja para asaltar a la de su patria con los pequeños
auxilios que el Gobernador de Santa Fe, don Estanislao López, le
proporcionara, siendo ésta de un escuadrón de 100 hombres más
o menos, que podía entregar prontos de armamento y monturas
menos la cabalgadura... y dándonos la franqueza para engan-
char o contratar todo hombre que voluntariamente quisiera con-
venirse en acompañarnos." Alude después a la creación de un
cuerpo de milicia oriental que Cervera llama "piquete de Drago-
nes Orientales" (4), y en tal sentido dice Lavalleja "que algunos
orientales que se hallaban dispersos por aquellas provincias, o
emigrados, se presentaron a Lavalleja, y formó una compañía de
(1) Archivo General Administrativo.
(2) Revista de Derecho, Historia y Letras, Buenos Aires, 1908.
(3) Papeles del General Lavalleja, 1821-1824.
(4) Op. cit.
— 86 —
ciento y pico de hombres. Por muchos esfuerzos que se hicieron
no se pudo emprender la marcha en razón del obstáculo de la
Provincia de Entre Ríos". Después de hacerse cargo de la suerte
adversa que corrieran las milicias insurreccionadas en la cam-
paña a principios de 1823, agrega que "sabida la pérdida de la
Provincia, la Comisión (Diputados a Santa Fe) ordenó se disol-
viera la compañía que se había formado y que cada uno se reti-
rara donde mejor le conviniera, como lo hacían ellos, pues ya no
había recursos cómo sostener estos hombres e imposible hacer
nada de provecho. Sucesos posteriores obligaron a Lavalleja a
trasladarse a Buenos Aires, y con ese motivo la compañía quedó
al mando del Capitán don Manuel Lavalleja, y el Gobernador
"López le dio orden para salir a campaña, y él junto con ella en
razón que los indios... hostilizaban la Provincia. En el primer
choque que tuvieron con los bárbaros murieron cuatro orientales,
la conducta que observaron éstos en la acción merecieron la me-
jor acogida y protección del señor Gobernador".
Descartada, por último, la cooperación de la Provincia de
Santa Fe, Lavalleja "mandó disolver a la compañía con el con-
sentimiento del señor López", y que los oficiales de la mayor
confianza se retiraran a Buenos Aires" (1).
6. Los resultados de este prolongado peregrinaje y de esta
constante dedicación a los intereses del País, sólo le reportaron
a Lavalleja un desengaño más y una merma considerable en los
intereses de sus hijos, como él decía. Las autoridades brasileras
no trepidaron en embargarle los bienes que tenía en campaña,
consistentes en "una estancia poblada en la costa del Santa Lucía
grande" y "un almacén surtido". A propósito dice Lavalleja en
el manuscrito citado, que "don N. Herrera, sobrino político de
don Fructuoso Rivera, que estaba al servicio de los portugueses,
fué comisionado por el mismo Rivera para levantar en peso todas
las haciendas de aquella estancia y conducirlas a San José para
alimento de aquellas tropas o para darles el destino que ellos
creyeran más conveniente. Doña Ana Lavalleja se presentó exi-
giendo los intereses de su marido e hijos; el doctor don Nicolás
Herrera le contestó que "hasta las sillas de su casa se las habían
•de quitar". Estos hechos no admiten comentarios; pero es inte-
resante destacar que don Tomás García de Zúñiga, "uno de los
principales agentes de los portugueses, fué la protección de esta
familia, pues siendo informado que se le iban a embargar los
muebles de su casa, fué a hablar con este señor y su contestación
fué que primero le habían de quitar a él lo que tenía, que a ella
los restos que le habían quedado" (2).
7. En cuanto a las reservas que el Cabildo de Montevideo
(1) Papeles del General Lavalleja (Archivo y Museo Histórico)
(2) Archivo y Museo Histórico.
— 87 —
-dejara traslucir en ocasión ya recordada, respecto de la designa-
ción de Lavalleja como Jefe del movimiento de 1823, no está de
más destacar aquí dos pruebas terminantes de la rectificación de
miras del Cabildo y de la altura con que Lavalleja prosiguió en
sus trabajos, después que la disidencia señalada debió sugerirle
las maniobras que contra él se tramaban y que tuvieron por re-
sultado nombrar a Rondeau General en Jefe de todas las fuerzas
-orientales. Con fecha 23 de Julio de 1823, el General Rondeau
hacía presente al Cabildo, que en su calidad de militar depen-
diente del Gobierno de Buenos Aires, no podía separarse de su
destino sin una autorización de sus superiores, "que es preciso
recabar por las vías que indican la razón y el orden" (1); y el
16 de Agosto siguiente, el Cabildo, en oficio a don Domingo Cu-
llen, le hacía esta reveladora confidencia: "Respecto al nombra-
miento de Rondeau, avisa el señor Blanco que no asiente su Go-
bierno y que aquél está conforme con sus ideas; de manera que
siéndonos esto más bien favorable después que la Diputación de
Santa Fe acordó dar el mando de las fuerzas orientales al señor
Lavalleja (lo que ha aprobado este Cabildo siendo en su mismo
grado de Teniente Coronel por ahora) será conveniente que Vd.
prescinda de aquella primera elección y no dé paso alguno con
el General Rondeau ni con el Gobierno a su respecto" (2).
El 15 de Mayo, Lavalleja, desde Santa Fe, expone al Cabildo:
"Yo me marcharía inmediatamente a esa Capital, pero cuando
esta Provincia nos franquea auxilios para marchar con brevedad
en dirección a nuestra campaña, estoy seguro que V. E. hubiese
desaprobado aquella determinación. Yo me apresto con la acti-
vidad posible, pues conozco cuánto necesita mi patria de mis pe-
queños esfuerzos" (3).
VI. Los diputados del Cabildo de Santa Fe. — En los pri-
meros días de Marzo de 1823, llegaban a Santa Fe los diputados
del Cabildo, don Ramón de Acha, don Luis Eduardo Pérez y don
Domingo Cullen, "hallando buena acogida de parte del General
López" (4).
Acerca de las buenas disposiciones del Pueblo y Gobierno
de Santa Fe, en ocasión del arribo de los comisionados de Mon-
tevideo, un papel de la época relata, entre otros pormenores, que
el 5 de Marzo de 1823 llegó la diputación al paso de Santo Tomé
acompañada del Secretario del Gobierno, don Juan Francisco Se-
guí; que cuando los Diputados eran conducidos en los coches de
los capitulares a las Casas Consistoriales, "las damas arrojaban
flores por donde iban a pasar"; que en reunión solemne, los en-
viados expusieron "el estado en que se hallaba la Banda Oriental,
(1) Archivo General Administrativo.
(2) Archivo General Administrativo.
(3) Archivo General Administrativo.
(4) Cervera, " Historia de la Ciudad y Provincia de Santa Fe".
— 88 —
cuánto han sufrido sus vecinos a los opresores, las aspiraciones
de ésta, su carácter, estado y fuerzas; la opinión general de la
Provincia, y últimamente la resolución firme del Cabildo Repre-
sentante y de todos los de la Banda Oriental de arrojar a los
extranjeros con las armas o morir todos en la lid". Agrega el
referido documento que todos los presentes unánimemente con-
vinieron en que se auxiliase a la Banda Oriental, y que "hubo
personas tan exaltadas, que después de haber ofrecido sus per-
sonas y bienes, ofrecieron también sus familias, si se las consi-
derase útiles en el Ejército Libertador". Tuvo lugar después una
"gran comida", a la que asistieron López, Mansilla y "lo más
selecto del vecindario; la mesa fué ostentosa y servida con mag-
nificencia, mientras lo cual alternaban las músicas militares y la
de un hermoso Fuerte Piano tocado a cuatro manos". No faltaron,
como es natural, los brindis, de los que entresacamos estos, de
Pascual Echagüe: "Vosotros habéis dejado vuestros bienes y
vuestra Patria para no gemir más tiempo bajo el yugo de una
dominación extranjera, y buscar entre las provincias hermanas,
arbitrios para salvarla". Del doctor Seguí: "Por este felice día —
que en mis fastos signará — aqueste Ilustre Ciudad — de Santa
Fe — Patria mía — hoy con dulce melodía — mi musa intenta
cantar — himnos para celebrar — tan lisongera reunión — Donde
unida la opinión — más gloria quiere ganar." Mencionan las
crónicas un sarao en el Cabildo, al que concurrieron, además deí
elemento oficial, "un gran número de vecinos de los más respe-
tables de la ciudad con algunas señoras, todos los que fueron
obsequiados con un decente refresco", siendo tal "el concurso y
la conmoción lisonjera del pueblo porque había llegado el día de
salvar a Montevideo de sus opresores, que hasta los caciques
que se hallaron en la ciudad concurrieron a brindar amistad y
servicios a los diputados" (1).
Santa Fe se disponía a secundar los esfuerzos de los patrio-
tas. Además del expresivo recibimiento con que solemnizaba su
llegada cuando apremiaba el momento de concretar compromisos
y ajustes, el Gobernador López no defraudaba con su actitud a
los comisionados de Montevideo. "En quince comunicaciones que
he recibido de Santa Fe y Entre Ríos, todas convienen que el
Gobernador López verificará su expedición a la Banda Oriental
en el momento que regrese a Santa Fe" (2). Refiriéndose a ma-
nifestaciones de Lavalleja respecto de su confianza en el auxil,o
de Santa Fe, en una carta de Buenos Aires, se expresa: "Yo fui
testigo de la conversación que emprendió el señor Teniente Co-
(1) Exposición de los obsequios hechos en Santa Fe a los señores"
üiputados del Cabildo Representante de Montevideo y suburbios (manus-
critos): Archivo General Administrativo y Archivo y Museo Histórico.
(2) Nota de Domingo Cullén al Cabildo de Montevideo, 7 Mayo 1823:
Archivo General Administrativo.
— 89 —
ronel don Juan Antonio Lavalleja con el señor Aldao. En ella se
expresó de un modo quejoso por la negativa del Gobierno de
Buenos Aires relativa a la Provincia Oriental. Expuso que en
todas partes habían sido mirados con indolencia los riesgos de
los orientales, y que sólo en Santa Fe se habían oído sus clamo-
res" (1). Los diputados del Cabildo a Santa Fe, en carta del 13
de Mayo, dicen: "El proyecto que anunciamos a V. E. sigue con
la mayor celeridad posible, a fin de que cuanto antes se verifique
el importante paso de Lavalleja" (2).
" Sólo Santa Fe está decidida de buena le en nuestro auxilio-
su Gobierno marchó a campaña contra los indios el 20 del co-
rriente con 700 hombres y a su partida nos aseguró del modo
más positivo que sólo hiba a cumplir; que su buelta indudable-
mente devía verificarse antes de un mes de su salida y que en los
momentos que ella se realizase pasaría sin demora con todas sus
tropas a esa Provincia. ínterin se trabaja en reunir al menos cien
hombres, con los quales deve pasar en breves días Lavalleja en
seis lanchones bien armados" (3).
Para acreditar la buena disposición de Santa Fe, es por de-
más elocuente un oficio del Gobernador López al Cabildo de
Montevideo; "El Gobierno de Santa Fe ha recibido con las mayores
expresiones de júbilo la distinguida nota dirigida por la Ilustre
representación del Excmo. Cabildo Representante de Montevideo.
Agradece altamente los honorosos conceptos con que la viste en
obsequio de su persona, por el desempeño de unos deveres que
siempre reconoció anexos a la calidad de buen patriota, herma-
nado por tantos títulos e intereses con los demás americanos de
las provincias integrantes del territorio nacional. Queda orientado
del importante objeto de su misión y a pesar de hallarse ligado
solemnemente con el Gobierno de Buenos Ayres para una expe-
dición convinada sobre los bárbaros del Sur, cuios momentos exi-
gen para que la simultaneidad de los movimientos facilite el logro
de la empresa; es muy grave, justa y penetrante la voz y clamoreo
de una provincia oprimida, cuanto recomendable por un cúmulo
de títulos, para que no haga impresión en corazones sensibles y
generosos como son los de individuos que tengo el honor de
presidir. Esta voz unísona de dignidad y de amable ambición a
una gloria inmortal en la práctica de bienes públicos han confir-
mado mis sentimientos, siempre prontos a sacrificarse por el bien
de la Nación Americana. Yo protexto no dejar piedra por mover
para que el intruso usurpador extranjero, que ataca con escándalo
los sagrados derechos de la Provincia Oriental, como la integri-
(1) Manuel Leyba a Domingo Cúllen, 14 Abril 1823: Archivo General
Administrativo.
(2) Archivo General Administrativo.
(3) Diputados en Santa Fe al Cabildo, Abril 27: Archivo General Ad-
ministrativo.
— 90 —
dad del territorio de la América del Sur, recoja amargos frutos
de su osadía" (1).
Como una ratificación de las intenciones expresadas, Santa
Fe celebra tres días después, con los diputados orientales, un
tratado público, cuyas cláusulas principales establecían: "Art. 1.°:
La Provincia de Santa Fe, mediante su Gobierno, solemniza con
la Honorable Diputación del Excmo. Cabildo Representante de
Montevideo, una liga ofensiva y defensiva contra el usurpador
extrangero Lecor y demás de sus satélites americanos que ocupan
el territorio oriental, reconociendo el dominio y prestando obe-
diencia al insurgente e intruso Emperador Pedro I. — Art. 2.°:
En su virtud, llevará la voz en esta guerra, bajo recíprocos acuer-
dos con la Representación Montevideana; pondrá cuantos medios
estén a su alcance; incitará a las provincias hermanas a la coope-
ración y auxilio, y organizará el ejército santafecino del Norte,
nombrando jefes y demás oficiales subalternos, y practicando to-
dos los demás actos conducentes al logro de la libertad absoluta
de la provincia oriental, con la brevedad que reclama su peligroso
estado, conciliándolo con el obligatorio compromiso con Buenos
Aires para expedicionar en combinación sobre los bárbaros del
Sur. — Art. 3.°: Todos los gastos que se ocasionen en esta ardua
empresa, la facilitación de competentes recursos, en municiones,
armas, préstamos, sustento y paga de soldados, será de la ins-
pección de la provincia auxiliada de Montevideo, realizándolo
según lo exijan las circunstancias. — Art. 4.°: La de Santa Fe
queda garante con la generalidad de sus fondos públicos y de
Estado, propiedades reconocidas y demás acciones en su favor
de cuantas sumas de dinero y útiles se negocien al indicado ob-
jeto, por sola su garantía, abonándosele en esta razón uno por
ciento mensual, a los plazos que se designan a la terminación de
la guerra y con reserva de sus derechos en cualquier tiempo, en
caso desgraciado o contrario. — Art. 5.°: Lograda la libertad de
la provincia oriental, será entregado el armamento y municiones
que de su propiedad salga de Santa Fe, como las de cualquiera
que auxiliase, de que se tomará razón, y sea cual sea, la de uti-
lizarse o perderse" (2).
A estas protestas de adhesión a la causa que el Cabildo de
Montevideo representaba, síguense pruebas inmediatas. El Go-
bernador López se dirige a las demás provincias solicitando auxi-
lios para la empresa.
" Buenos Aires negóse a ello, pues creía peligroso este paso,
y agregaba enviaría un diputado al Brasil, el doctor Gómez, que
fué en el mes de Agosto para resolver pacíficamente este anhelo
de los orientales. El Entre Ríos contesta lo mismo, de acuerdo
(1) Archivo General Administrativo, oficio del 11 de Marzo de 1823.
(2) Cervera, op. cit.
— 91 —
<con Buenos Aires" (1). "El Entre Ríos está completamente de
acuerdo con Buenos Aires, y no crea V. E. que hará otra cosa que
seguir lois pasos de aquel Gobierno, por más que Mansilla con
palabras tan inconsecuentes como falaces trate de engañar a to-
dos" (2). Más que comprobadas están las vinculaciones que por
entonces Ligaban al Gobierno de- Entre Ríos con los brasileros
que ocupaban la Banda Oriental. "El Estado Cisplatino confede-
rado al Brasil, jamás perturbará el sosiego del Entre Ríos y de-
más provincias limítrofes", decía Lecor a su aliado ocasional (3).
Hubo entre Mansilla y Lecor un tratado de alianza (4), en el que,
entre otras cláusulas, se estipulaba: "No será permitido, baxo la
responsabilidad más sagrada (en el caso desgraciado de que por
causas que no están en la esfera de las facultades de los Gobier-
nos de ambos Estados) el declarar la guerra ni dar paso alguno
hostil, sin una previa declaración y aviso". Esta condición era
propuesta por Mansilla el 7 de Diciembre de 1822; y a su vez
Lecor, "mui rapozeiro", introducía esta otra: "Ambos Gobiernos
se obligan a no dar auxilio directa ni indirectamente a los caudi-
llos y demás personas que se hallen refugiados, o que en adelante
se refugien en qualquiera de los dos territorios por haber cons-
pirado contra el orden y la tranquilidad pública, impidiendo toda
agresión que intenten hacer con fuerza armada" (5).
Mansilla, después de su negativa a la exhortación del Go-
bernador de Santa Fe, quejábase el 21 de Abril, de que los dipu-
tados orientales intentaran una atroz conspiración contra él" (6).
Lavalleja, que se vio envuelto en esta imputación, decía al res-
pecto a don Andrés Morel, en carta del 24 de Marzo: "Cuando
estaba más persuadido que el brazo fuerte que. nos había de sos-
tener contra la tiranía ha sido el que se nos ha mostrado más
indiferente a contrario, jugándonos unos cubiletes indignos de
iodo hombre, el amigo Mansilla aquel que me ha hecho tantas
protestas de amistad, aquel que con sus cartas desde el año 22
me ha estado franqueando la protección a la causa de la Banda
Oriental. La insolencia de este hombre ha tocado en el extremo
de insultar la Diputación de Montevideo, y a mí en particular.
:Si este hombre se ha figurado que los montevideanos han de de-
sistir de su empresa porque él no nos presta sus auxilios, se ha
engañado; tenemos resignación la bastante para pelear solos o
(1) Cervera, op. cit.
(2) Los diputados de Montevideo al Cabildo, Abril 27 de 1823: Ar-
chivo General Administrativo.
(3) Archivo y Museo Histórico (copia), Papeles del Juzgado de S. José.
(4) Mansilla, temeroso de una invasión portuguesa -al Entre Ríos ayu-
dada por López Jordán, sin conocimiento ni de Buenos Aires ni de Santa Fe
había efectuado un tratado con el General Lecor en Diciembre de 1822:
^Cervera, op. cit.
(5) Archivo y Museo Histórico.
(6) Cervera, op. cit.
— 92 —
acompañados; ya tenemos esta generosa Provincia decidida a
sacrificarse junto con nosotros, como usted lo verá por los pa-
peles públicos. A mí me es bochornoso santificarme; pero ase-
guro a usted que yo no engaño a nadie, no soy de la indigna raza
porteña; es preciso, pues, amigo, que haga usted un esfuerzo, que
preste todo su influjo en obsequio de aquel desgraciado país,
digno de mejor suerte; cuanto usted haga no lo hace en obsequio
particular, sino en el de toda una Provincia que sabrá recompen-
sar a aquellos que cooperen a su salvación; bajo este principio
repito a usted que Latorre va impuesto de todo, y hablará con
usted" (1).
Después de haber entorpecido de todas maneras, con su opo-
sición, el éxito de la expedición revolucionaria, Mansilla, "al re-
conocer los comprometedores pasos que había dado", cambia de
política. "Cuando Mansilla se manifestaba más obstinado en to-
mar medidas que indicaban desavenencias inevitables de la orien-
tal, se han dado pasos por parte de la Diputación, de acuerdo con
el Gobierno de ésta, que han puesto las cosas bajo el más favo-
rable aspecto posible, tanto que por conducto del Secretario de
ella acaba de ofrecernos aquel Jefe en la forma más solemne, dar
a nuestra Provincia cuantos auxilios estén a su alcance, sin otro
interés que el de salvarla, franqueándose al mismo tiempo a en-
trar en tratados con esta Diputación, como lo solicita en la nota
oficial que nos ha dirigido con fecha 8 del actual" (2).
En esta misma carta el Diputado Pérez anuncia el allana-
miento de todos los obstáculos con la próxima llegada del Gober-
nador López, de regreso de su expedición contra los indios, "no-
pudiendo haora dudar de conseguir muy en breve convinaciones
de más importancia, atendido el poder de estas provincias y las
fuerzas de esa capital y campaña". El 8 de Agosto siguiente, el
mismo Pérez dice a don Domingo Cullen: "He tenido qué hacer
muchos viajes a la Bajada, pero creo que no he perdido el tiempo,
pues se ha conseguido lo que usted ve no sin bastantes dificulta-
des. Las tropas de Mansilla van a caminar ya para la costa del
Uruguay, hoy debe haber salido el Esquadrón de Morel. Estas
provincias están decididas a hacer la guerra, ayude o no Buenos
Aires." Y terminaba: "Amigo: Creo que ha llegado el tiempo de
libertar nuestro País. Mansilla me dijo: Cuando escriba a Cullen
dígale de mi parte que ya tiene lo que deceava" (3).
El resultado de esta variación en la actitud de las provincias
argentinas, favorable a la causa oriental, es la Convención cele-
brada el 4 de Agosto de 1823 entre los Gobiernos de Santa Fe y
Entre Ríos, para salvar al Pueblo Oriental "de la opreción en
que se halla por las tropas imperiales que ocupan aquel territo-
(1) Revista de Derecho, Historia y Letras, Buenos Aires, 1S08.
(2) Luis Eduardo Pérez al Cabildo, 13 Junio 1823, Archivo Gral. Adm.
(3) Archivo General Administrativo.
— 93 —
rio". La Convención, ratificada después por los gobernadores
Mansilla y López, contenía estas tres calculas: "Artículo 1.a: El
^Gobierno de Entre Ríos queda perfectamente de acuerdo con el
de Santa Fe, para prestar sus auxilios a la causa oriental y expul-
sar de aquel territorio por las vías de hecho a las tropas impe-
riales que lo oprimen, por el convencimiento en que se hallan de
que esta es la única que en las circunstancias puede restavlecerlo
al goce de sus derechos. — 2.°: En su virtud, los gobiernos de
Santa Fe y Entre Ríos invitarían a los de Buenos Aires y Co-
rrientes para que tomen una parte en tan gloriosa empresa, y se
presten a ella con los auxilios que su situación y el amor a la
gloria de su patria les haga facilitar en su obsequio. — 3.°: Los
artículos de *esta Convención serán ratificados por los gobiernos
contratantes en el término de tres días" (1).
Pocos días después, el 16 de Agosto, los gobiernos de Santa
Fe y Entre Ríos y la Diputación de Montevideo, suscribían un
tratado sobre estas bases: "Art. 1.°: El Gobierno de Entre Ríos
facilitará por lo pronto 300 hombres de caballería, a situarlos en
la co;ta del Uruguay, a donde dirigirá el de Santa Fe igual o
mayor fuerza dentro de 15 días, para de allí determinar el pasaje
con los mejores conocimientos que se adquieran al fin de asegu-
rar la empresa a que se dirigen, cuyas medidas serán tomadas de
acuerdo por ambos gobiernos, o por el que lleve la acción de
mandar en Jefe. — Art. 2.°: Los gobiernos de Santa Fe y Entre
Ríos invitarán a los de Buenos Aires y Corrientes para que se
presten a cooperar en la empresa por la vía de hecho con los
de que puedan desprenderse en conformidad al Art. 2.° del tratado
reservado celebrado con el Congreso cuadrilátero y al 2.a del
público en el mismo. — Art. 3.": El Gobierno de Montevideo pro-
porcionará todos los recursos que precise el de Entre Ríos para
hacer obra en auxilio de aquel territorio, la fuerza que mueba a
este objeto. — Art. 5.°: Emprendidas las operaciones militares
que se derivaran de este convenio, las partes contratantes solem-
nizan que por ningún pretexto se dará una parte, por pequeña
que sea, a los caudillos y demás hombres perjudiciales que el
Gobierno de Entre Ríos ha expulsado de su seno, a no ser que
hayan merecido indulto; antes bien, se le entregarán en caso de
ser aprendidos, bajo la responsabilidad de conservarles las vi-
das. — Art. 7.°: El Gobierno de Montevideo dará conocimiento a
los jefes de la liga, o sea a los que se unen para su libertad, de
la fuerza con que cuenta para el sostén de laguerra, en el término
de veinte días. — Art. 8.°: Los artículos de esta convención serán
ratificados por los gobiernos que la promueven en el término de
íres días. — Montevideo, Agosto 16 de 1823" (2).
(1) De-María, op. cit.
(2) Archivo General Administrativo.
— 94 —
Así las cosas y manteniéndose invariable en la línea de con-
ducta que se había trazado, el Gobernador López ratifica su pro-
pósito de llevar adelante "los esfuerzos que hace la Provincia de
Santafé al lleno de su compromiso"; pero, encarece la necesidad
de que los recursos prometidos no queden en proyecto. "Las
tropas de mi mando ya se hallarían en el Banda Oriental, si los
recursos convenidos se hubieran colocado en la aptitud disponible
que reclama la celeridad de la empresa. Mi decisión es inbaria-
ble quando se apoya en el honor de mi palabra. . ." Y termina:
"...el tratado celebrado producirá los efectos que nos propusi-
mos, si los medios que entonces se facilitaron no retardan los
momentos al logro de los dignos objetos detallados en su hono-
rable comunicación..." (1).
Empero, la obra que tantos empeños pusiera en acción y que
tan halagadoras esperanzas hiciera concebir, no sólo a quienes
miraban desde lejos el desarrollo de los sucesos, sino también a
los que en ellos eran actores principales, debía fracasar. Los
propósitos de Buenos Aires así lo habían dispuesto, y los tor-
tuosos procedimientos de aquel Gobierno habían de consumarlo
en los hechos, según veremos en seguida.
VIL Los diputados del Cabildo y el Gobierno de Buenos
Aires. — La diputación del Cabildo, que, conforme se ha expre-
sado, estaba formada por dos Cristóbal Echeverriarza, don San-
tiago Vázquez y don Gabriel Antonio Pereyra, en seguida de lle-
gada a su destino, debió percatarse que entraba a actuar en un
ambiente oficial de prevención, o cuando menos de indiferencia.
"Desde su llegada estuvo dispuesta la Diputación a hacer cuanto
pudiese para acelerarlo (el objeto de su encargo); pero, aunque
firme en esa disposición, no ha podido hasta aquí evitar pruden-
temente la marcha que la situación de este Gobierno y otras con-
sideraciones le hicieron juzgar necesaria" (2).
Pocos días después, el 4 de Febrero, la Comisión hace pre-
sente al Cabildo, que dando por descartada la posibilidad de ob-
tener la intervención oficial de Buenos Aires, "se propuso conse-
guir el apoyo de armas, municiones y dinero, de un modo privado,
y la tolerancia de otras medidas importantes, manifestando que
estos recursos facilitarían el mayor resultado de la empresa". A
fin de predisponer todavía a su impasible contendor a una deci-
sión favorable y humana, los diputados, según reza la carta que
transcribimos, manifestábanle "que cuando la fortuna los aban-
donase en su empeño, entonces, aunque con dolor, tomarían de
la mano a los caudillos y los lanzarían sobre el territorio oriental,
para que aprovechando de la desesperación de los habitantes
(1) Nota al Cabildo de Montevideo, 28 Agosto 1823, Archivo General
Administrativo.
(2) Nota del 23 de Enero de 1823 al Cabildo de Montevideo, Archivo
General Administrativo.
— 95 —
produjeran una conflagración". "V. E. penetrará — decían al Ca-
bildo sus emisarios — que este terrible quadro se propuso más
para preparar el ánimo de este Gobierno a imitarle que con reso-
lución de llevarlo a efecto; mas, por desgracia, el Ministro, tre-
pidando en su última decisión, avisó que la comunicaría después
de consultada; y, en efecto, previno que el Gobierno había re-
suelto no auxiliar de modo alguno nuestro proyecto" (1).
Las palabras de la carta aludida en primer término, escritas
a los pocos días de iniciar la Comisión sus trabajos, están reve-
lando a las claras en la mente de los comisionados, el empeño
patritóico de retardar hasta donde fuera posible la revelación de-
finitiva de las intenciones del Gobierno de Buenos Aires. La se-
gunda carta lo dice todo: es la negativa rotunda, sin atenuacio-
nes; es la revelación de que nuevamente se estaba fraguando
para la Banda Oriental una suerte que la Banda Oriental no que-
ría. Y el proceso de esta intriga sigue su curso. Las cartas de
los comisionados del Cabildo, con el correr de los días, van ad-
quiriendo cada vez más desconsoladora elocuencia: "... debo
exponer a V. E. sinceramente que según el conocimiento que he
adquirido de los principios maquiavélicos que tiene adoptados
este Gobierno, haciendo alarde de sostener y marchar de frente
en toda dirección una vez acordada, sea o no así la opinión ge-
neral, esté o no en sus intereses; sabiendo también por experien-
cia que el "Centinela" es el barómetro que indica con anticipa-
ción sus operaciones, y que las explicaciones que hace en ellos
sobre la negociación al Brasil en el núm. 35 no llevan otro de-
signio que envolver a las provincias cuadriláteras en la misma
inacción en que él se mantiene. . ., hallándonos ya en el caso de
olvidar sus escritos y palabras y tener muy presente solamente
sus hechos; . . .por un sin fin de pormenores que no detallo por
no cansar la atención de V.E., pero que todos ellos persuaden
hasta la evidencia que no es solamente la manía de llevar ade-
lante la vía pacífica el que le empeña a conducirse en los térmi-
nos que vemos, sino que hay que despejar aquí alguna otra in-
cógnita; y viendo por último la impavidez con que se explica el
"Centinela" núm. 39 sobre las intenciones de los que han promo-
vido la causa de esta Provincia, que no parece sino dictado del
mismo Síndico García o el Asesor Herrera, son otras tantas ra-
zones que me obligan a concluir decididamente, que es necesario
renunciar a toda espranza sobre la reunión de fondos. . ., porque
el Gobierno, sin declararse ni impedir expresamente, está en ap-
titud de poder hacer nulos todos nuestros esfuerzos y conseguir
sus fines, no debiendo, por consiguiente, contar más que con
nuestros propios recursos" (2). Los procederes del Gobierno de
(1) Archivo General Administrativo.
(2) Nota de Echeverriarza al Cabildo, del 28 de Abril, Archivo Ge-
neral Administrativo.
— 96 —
Buenos Aires "aparecen muy pequeños ante los documentos que
extractamos", dice el historiador Cervera refiriéndose segura-
mente a las pruebas que en los Archivos de Santa Fe se conservan.
Ante la actitud prescindente de las autoridades de Buenos
Aires, los comisionados deben luchar con nuevas dificultades.
Teniendo sobre sí la misión de gestionar allí un empréstito para
los gastos de la empresa revolucionaria, las inseguridades que
del estado de los sucesos se derivan multiplican los obstáculos y
hacen más agudas las prevenciones. Es así que Echeverriarza,
en nota del 28 de Abril, se lamenta de "ver paralizada la remisión
de fondos" (1), y vuelve a lamentarse una y otra vez, en pre-
sencia de los pedidos apremiantes que de Santa Fe le llegan, re-
comendándole "nuevamente a que se doblen los esfuerzos de la
consavida recaudación de fondos" (2).
Héroes ignorados para los más, estos hombres del año 23!
Cuando se mide el altruismo con que obraron y la oscuridad en
que iban elaborando el gran proceso, se palpa toda la grandeza
de su enorme desinterés. Mientras los orientales nos debatimos
estérilmente para que Lavalleja o Rivera primen uno sobre otro
en la opinión de sus conciudadanos, vamos dejando de lado estas
hermosas y edificantes vidas patricias, de los Echeverriarza, de
los Trápani, y de los que con ellos alternaron; y obrando así, va-
mos perdiendo en forma lamentable un invalorable caudal de su-
gestión.
Insisten los comisionados en hacer resaltar al Cabildo, la
estrecha dependencia y surJordinación del éxito de la empresa
que en Santa Fe se preparaba entonces, con la obtención de los
recursos en que ellos estaban empeñados. Y a fuerza de tenaci-
dad logran estos hombres extraordinarios, en aquellas críticas cir-
cunstancias, arrancar a los prestamistas la promesa de entregar
los fondos "cuando la Diputación que marchó para Santa Fe el
26 del pasado conteste estar de acuerdo aquellos gobiernos"
(Entre Ríos y Santa Fe) (3). Sobreviene a la sazón la llegada
a Buenos Aires del Gobernador Mansilla, entonces en abierta
pugna con Santa Fe y con los diputados orientales que en esta
provincia se hallaban; y esto da nueva ocasión para que los co-
misionados encargados de la recaudación del empréstito, don
Braulio Costa, don Félix Castro, y el nunca bastante ponderado
don Pedro Trápani, expresen con pesar que "las ideas quasi
hostiles que manifestó aquí (Mansilla) han dejado a este comer-
cio en duda sobre el resultado de las disensiones políticas entre
ambas provincias (Santa Fe y Entre Ríos) e inclinado el ánimo
de los prestamistas a creer impedido por ahora el tránsito de las
(1) Archivo General Administrativo.
(2) Archivo General Administrativo.
(3) Nota del 5 de Marzo, Archivo General Administrativo.
— 97 —
tropas santafecinas a la Banda Oriental" (1). Contra viento y
marea la obra continuaría su proceso y los comisionados podrían
anunciar al Cabildo haber puesto en manos de don Francisco Plá
nueve mil pesos fuertes" (2).
La política del Gobierno de Buenos Aires frente a la revolu-
ción de 1823, es, como se ve, de absoluta prescindencia. Pres-
cindencia como norma de su propia conducta, primero; prescin-
dencia, después, en la obra de sugestión y hasta de coacción,
ejercida sobre las provincias que se disponían a secundar el mo-
vimiento.
Tres son los medios que Buenos Aires pone en práctica en
estos momentos, para alejar la solución inmediata del problema
que la ocupación de la Banda Oriental y el giro de los sucesos
le plantean. Redúcese el primero a enviar a Santa Fe la misión
del doctor Juan García Cossio, quien se presenta en el lugar de
su destino con las instrucciones de su Gobierno, y entrando al
desempeño de su Comisión, expone a López "que la guerra sería
desventajosa para él, teniendo los portugueses más recursos para
vencer y más ventajas que reportar de la victoria; que no des-
truiría el enemigo lleno de recursos. Contra ellos no se podrían
poner sino pocos soldados; si vencidos, deberían repasar el Uru-
guay; si vencedores, la plaza de Montevideo no se entregaría sino
por orden del Rey de Portugal, aliado al Rey de España, lo que
traería complicaciones, y aún sometida, provocarían con ello la
anarquía y miseria en la campaña y país que se intenta ayudar.
Si vencen los portugueses, su dominio se consolida, invadirían
el Entre Ríos, Corrientes quedaría aislada, y las demás provin-
cias, temerosas, nada harían. A más, dos provincias, Santa Fe y
Entre Ríos, no pueden sin descrédito general iniciar esta guerra,
y hallándose pendiente la diputación al Brasil, debe esperarse
resultado. Mejor sería, pues, esperar a la reunión del Congreso
para decidir". "Está pendiente la diputación de Buenos Aires
ante la Corte del Brasil y no habría prudencia en recurrir a la
guerra antes de conocer el resultado de la gestión ya enta-
blada" (3).
" Los argumentos artificiosos deberían influir en los ánimos.
No se conocía bien la debilidad del Brasil, ni sus internas luchas,
ni la falta de recursos para sostenerse en el país conquistado" (4).
Aislado el Gobernador López y alimentando Mansilla serios te-
mores de que los brasileros invadiesen su provincia, la voluntad
de Buenos Aires se imponía. Esta variación impuesta a la vo-
luntad manifestada de los dos gobernadores, no debió entrañar
para el segundo ninguna violencia moral, porque Mansilla ante-
(1) Nota del 19 de Abril, Archivo General Administrativo.
(2) Nota del 10 de Setiembre, Archivo General Administrativo.
(3) Cervera, op. cit. Losaga, op. cit.
(4) Cervera, op. cit.
— 98 —
ponía a todas las razones y a todos los intereses, su arraigado
porteñismo; pero en López hubo de operarse más de un conato
de rebeldía, si se considera que poco tiempo antes, dos meses
escasos, escribía a Mansilla a propósito de la conducta de Bue-
nos Aires: "...no son los caminos de la intriga y degradación
los que debemos trillar para labrarle (a la patria) su engrande-
cimiento, sino los de la dignidad, honor y buena fe; no hay que
contrariar los principios por intereses privados, desaparezcan los
tiranos o muramos con la gloria de haberlos perseguido" (1).
Olvidaba López que la intriga envuelve a veces a los hombres
más prevenidos, porque elige para sus miras los caminos menos
esperados.
El segundo medio usado por Buenos Aires en esta emergen-
cia, consiste en la misión del doctor Valentín Gómez a Río de
Janeiro. En el memorándum que el comisionado presentó al Mi-
nistro de Relaciones Exteriores del Brasil el 15 de Setiembre de
1823, después de señalar el hecho "legal" de la unión de las
Provincias Unidas y la ineficacia del Congreso Cisplatino, agre-
gaba: "El Brasil se encuentra aún en los primeros períodos de
su regeneración política: con grandes dificultades y peligros que
vencer, y su erario con gravísimas urgencias. ¿Le convendría
distraer por más tiempo de sus atenciones interiores la fuerza del
ejército que ocupa la Banda Oriental, y continuar en las inmensas
erogaciones que le ha causado ya, y serán siempre inevitables?
Aquel país jamás se prestará dócil a la dominación extranjera, y
cuando para sujetarlo después de correr los azares de la guerra
se le haya reducido a mayor grado de languidez, las utilidades
que de él se reportarían no podrían compararse con las que pro-
porciona la franqueza de comercio que la paz debería establecer
con arreglo a los principios que rigen en todas las naciones ci-
vilizadas. Entretanto las Provincias de la Plata no pueden pres-
cindir de la necesidad de sostener su decoro y dignidad: y si han
de consultar a su independencia y demás intereses nacionales
aventurarán, si es necesario, hasta su iproipia existencia, por ob-
tener la reincorporación de una plaza que es la llave del cauda-
loso río que baña sus costas, que abre los canales a su comercio,
y facilita la comunicación de una multitud de puntos de su inde-
pendencia. Tampoco serán indiferentes a la suerte de una po-
olación que les ha estado unida por tanto tiempo, que clama por
restablecer su anterior posesión política y que les pertenece, no
sólo por los vínculos sociales que les ligan, sino por relaciones
antiguas de familias, de intereses, de costumbres y de idiomas.
El Gobierno de Buenos Aires ha sentido la fuerza de su deber a
este respecto cuando en circunstancias bien marcadas se han
reclamado sus auxilios por los habitantes de Montevideo. Ha
(1) Cervera, op. cit.
- 99 -
creído conveniente a su propia dignidad, y a los respetos debidos
a un estado vecino, el recurrir previamente al honorable medio
de una reclamación oficial, enviando un diputado cerca de esta
Corte con ese objeto, y el de reglar, si hay lugar, sus relaciones
políticas con un país cuya emancipación ha celebrado cordial-
mente, así que respeta la forma de gobierno que se ha dado como
más conveniente a sus necesidades y deseos. El se lisonjea de
que este paso será apreciado en su verdadero carácter por el Go-
bierno del Brasil, y que tendrá los resultados que le correspon-
den" (1).
La respuesta del Brasil se concretó, en lo sustancial, a in-
vocar como títulos, el exterminio de Artigas, los gastos hechos
en beneficio de la provincia y la decisión del Congreso Cisplatino.
Esa respuesta, desprovista de un solo argumento, no ya decisivo,
sino hasta serio, es la mejor comprobación de que al Gobierno,
imperial le constaba que la misión de Buenos Aires era sólo un
medio expeditivo de salir mal o bien de una situación compro-
metida. Y al Brasil le constaba aquel extremo, porque nadie ig-
noraba que el Gobierno de Buenos Aires no había dado un solo
paso en el sentido de organizar sus tropas o aumentar sus con-
tingentes, para hacer frente a una posible eventualidad; y, ade-
más, porque mientras el emisario Gómez aguardaba en Río de
Janeiro el término de su cometido, "otro comisionado argen-
tino, el doctor Cossio, se encargaba de desbaratar la ayuda que
habían obtenido los orientales en Santa Fe y en Entre Ríos, con
el argumento asustador de que en el caso de ser desalojados los
portugueses, quedaría "de nuevo la Banda Oriental expuesta a
repetir los excesos horrosos con que había ardido en otras épo-
cas" (2).
Como si todo esto no fuera bastante, la Cancillería brasilera
demoraba casi cinco meses su contestación al memorándum del
comisionado de Buenos Aires, demora tanto más sugestiva cuanto
que el negocio encomendado al doctor Gómez era de los que
podían comprometer la "existencia" de las Provincias Unidas, a
estar a los términos literales del memorándum.
Un mes después de presentarse en Río de Janeiro el doctor
Gómez, el Gobierno de Buenos Aires pone en práctica la tercera
parte de su programa de indefinido e incoloro pacifismo; y e'l
General don Miguel Estanislao Soler, encargado del nuevo co-
metido, ante los generales Lecor y da Costa, y ante el Cabildo de
Montevideo, parte con las siguientes instrucciones:
" 1.a Recabar de los generales Lecor y don Alvaro da Costa,
conserven sus posiciones, impidiendo toda hostilidad hasta el
resultado de las negociaciones con el Brasil, encomendadas al
(1) Noticias de las Provincias Unidas del Río de la Plata.
(2) Eduardo Acevedo, op. cit.
— ido —
señor Gómez. Al efecto, el comisionado debía instruirles de lo
que se le había ordenado a dicho diplomático, dirigiéndole co-
municaciones a Río de Janeiro para que exigiese una resolución
pronta y decisiva, debiéndoles exponer que era indispensable en
la misma negociación, tratar sobre el destino y seguridad de la
división de los Voluntarios reales. Los medios de iniciar y de
obtener este importante cometido, siendo varios, sólo el conoci-
miento y las impresiones mismas del momento influirían del modo
y medios que deban preferirse y que pertenecían exclusivamente
al buen juicio del Comisionado.
" 2.a Haría valer la representación de su Gobierno, para
emplear todos los medios de persuasión, hasta el de la decorosa
energía de la protesta, a fin de que se respeten la inviolabilidad
de las personas y propiedades de toda la provincia oriental.
" 3.a Este era tan importante o más que los anteriores. Ex-
tendiéndose a que el Comisionado adquiera el más exacto cono-
cimiento del estado de la opinión, disposiciones y recursos, tanto
en la plaza de Montevideo como en toda la campaña, distinguiendo
el sentimiento que domina en la masa de 1» población y la que
subdivide a todas las partes de ellas, que obran activamente, ya
en favor del Brasil, ya en el de Portugal, como principalmente
los que están decididos o al menos prefieran los intereses nacio-
nales y reincorporación de dicha provincia a la Unión ..." ( 1 ) .
Cuando el General Soler llegó a Canelones con el fin de
conferenciar con el Barón de la Laguna, se enteró por datos de-
finitivos, de la Convención celebrada entre brasileros y portugue-
ses ,que había puesto fin a la disidencia que desde hacía un año
los separara. En consecuencia con las instrucciones de su Go-
bierno, Soler dirigió a Lecor una nota, en la que manifestaba su
deseo de que la transacción acordada entre los dos bandos "se
manifestase al público, persuadido de que conciliaria varios ob-
jetos en beneficio de sus habitantes"; e insinuaba la conveniencia
de formular una declaración de "si quedan protegidas las propie-
dades y personas de los ciudadanos de esta Provincia, sea cual
hubiese sido su opinión o conducta durante la desavenencia que
da mérito a dicha declaración" (2).
Es interesante reproducir aquí, bien que nos alejemos algo
del tema de este capítulo, las referencias que el General Soler
remitió al Ministro Rivadavia, y que reflejan las impresiones del
primero sobre el ambiente en que transitoriamente le tocaba ac-
tuar. "Por lo demás, no hay habitante que se acomode con el
yugo de unos ni de otros; a todos los consideran enemigos de su
libertad y de lo poco que les resta de su codicia devoradora; basta
decir que en el mes pasado se han diseminado partidos de con-
(1) ü. Rodríguez, "El General Soler".
(2) Gregorio F. Rodríguez, op. cit.
— 101 —
tinentales y reunida la poca hacienda que varios infelices pudieron
sujetar, después de la célebre pacificación del año XX, se asegura
que muchos de éstos han abandonado sus domicilios. . ." (1).
A las comunicaciones oficiales del Comisionado de Buenos
Aires, respondió Lecor dando a entender que conceptuaba termi-
nada ante su persona la misión de aquél, y con tal propósito le
expresaba: "todo cuanto puede convenir a la tranquilidad de este
Estado y bienestar de sus habitantes, ya no puede derivar de las
oficiosas insinuaciones de S. Exea, ni de la negociación también
oficiosa de que fué encargado" (2).
La conclusión que de toda la frustrada negociación se des-
prende, es. que ella resultó absolutamente ineficaz por imposición
de las circunstancias; y, además, que el General Lecor, frente a
la originalísima actitud —ni pacífica ni guerrera — del Gobierno
de Buenos Aires, ajustó su conducta diplomática al criterio que
la Cancillería de Río de Janeiro parecía reservar a los emisarios
porteños, excepción hecha, claro está, de don Manuel José García.
VIH. La revolución de 1823: su fracaso. — La revolución
iniciada bajo tan buenos auspicios y a cuya consolidación pare-
cían contribuir todos los elementos puestos en juego, vería des-
vanecerse1 una tras otras, las esperanzas y los cálculos de sus
hombres dirigentes. Fallaba primero Buenos Aires, negándose a
secundar activamente la empresa y llevando su radical prescin-
dencia hasta el extremo de ''no auxiliar de modo alguno el mo-
vimiento" (3). La actitud de Buenos Aires, y más que la actitud
en sí misma, las maniobras que después se pusieron en práctica
para arrastrar a la inacción a las Provincias de Entre Ríos y Santa
Fe, provocaron en éstas desconfianza y temores y decretaron, en
último término, su acatamiento a los planes del Gobierno de Bue-
nos Aires. Fracasados los auxilios y hasta gran parte de los re-
cursos con que Montevideo contaba para llevar adelante sus pla-
nes, se insinúa primero una resistencia cada vez más clara de
Alvaro da Costa ante las decisiones del Cabildo, y poco tiempo
después, la posibilidad de un acuerdo entre Lecor y da Costa;
hechos, éstos, cuyo proceso empieza a manifestarse en las notas
cada vez más llenas de reservas, que el Jefe de los Voluntarios
Reales dirige a la Corporación iniciadora de la revolución.
" El Gobierno ejerce desde el 31 de Julio de 1821 toda su
autoridad, bajo los auspicios de Su Majestad el Rey Sr. D. Juan VI,
por el pacto que en aquel tiempo formó el Congreso Cisplatino,
que aunque todavía no haya sido ratificado , existe aún en vigor".
"Las autoridades civiles y militares deben conservar las atnbu-
(1) Gregorio F. Rodríguez, op. eit.
(2) Gregorio F. Rodríguez, op. cit.
(3) Oficio de los Comisionados al Cabildo, 4 de Febrero, Archivo
General Administrativo.
— 102 —
dones que las leyes dispongan conforme al sentido que en dicho
pacto se expresó, o de lo contrario pueden nacer ideas inconve-
nientes e impresiones peligrosas, cuyos resultados pueden llegar
a ser de cuidado. En estas circunstancias me veo obligado a so-
licitar de V. E. que para bien de la tranquilidad de todos, se evi-
ten en cuanto sea posible innovaciones que aun cuando no tengan
ese carácter, pueden significar para algunos ideas de independen-
cia" (1). En nota del 8 del mismo mes, encarece Da Costa la
necesidad de tomar medidas "para que los perversos no lleven
adelante los proyectos que formaron en silencio, sirviéndose para
apoyarlos, de los discursos referentes a las vistas que V. E. lle-
vaba de crear una Junta que a ellos les parecía querer asumir
atribuciones de Gobierno Provincial" (2). Insistiendo en las re-
servas que el nombramiento de la Comisión delegada, hecho por
el Cabildo, le sugiere, dice: "Ignoro también por qué se quiere
inducir la persuasión de que yo reconocí como legal y bien esta-
blecida la Junta de Gobierno que V. E. creó, pues el modo en que
de ella hacen mención mis oficios no es el de quien reconoce".
"Yo debería hablar claro, pero confiado en que las reflexiones
que a V. E. hice e) 5 del corriente pidiéndole no se encareciesen
las innovaciones, y demostrándole en el que le dirigí el 8, que
todas las autoridades ejercen sus funciones bajo los auspicios de
Su Majestad, dejaba claramente establecido que después del Pacto
formado, pertenecía a las Cortes Soberanas crear nuevos estable-
cimientos".
En síntesis, su pensamiento postula que no debe innovarse
"sin el consentimiento de Su Majestad" (3).
El 25. de Julio, comentando el manifiesto del Cabildo del 24
del mismo mes, en que se anunciaba estar próxima a abrirse la
campaña para la expulsión de las tropas brasileras, decía: "cuando
trato de comparar las ventajas y los males que pueden nacer del
lenguaje empleado por V. E. en el manifiesto publicado ayei, no
puedo menos que lamentar los desastres que esperan a los mí-
seros vecinos de extramuros si las tropas acantonadas en San
José hacen sobre los suburbios de esta plaza las incursiones que
en su poder está el realizar. ¿Y de quién sería en este caso la
culpa? ¿Los salvan acaso las amenazas que V. E. promete para
el futuro, o deberán ellos quejarse de que yo no empleé la fuerza
para contrarrestar los movimientos a que V. E. ha dado lugar. . .?
Yo concibo que se hagan amenazas, que se provoque a un ejército,
cuando se tienen fuerzas para batirlo y de ello puede resultar un
bien; pero ¿con qué fuerzas cuenta V. E.? ¿Con las tropas orien-
tales, que en Montevideo sólo existen en la fantasía, o abrigó V. E.
la intempestiva idea de que las fuerzas portuguesas, por el hecho
(1) Oficio del 5 de Junio de 1823, Archivo General Administrativo.
(2) Archivo General Administrativo.
(3) Archivo General Administrativo.
— 103 —
cíe ocupar esta Provincia, debían entrar en una lucha que su jefe
no consideraba oportuna ni conveniente a los intereses de la Mo-
narquía?" A continuación pide al Cabildo que no publique pa-
peles comprometedores para los vecinos y para las tropas por-
tuguesas, "pues V. E. no ignora que tengo dificultad (a pesar
de ser superior en fuerzas) en romper las hostilidades", y que
en esta decisión "debe influir alguna razón que V. E. no puede
alcanzar" (1).
No obstante haberse librado el 23 de Octubre, frente a Mon-
tevideo, una acción naval entre las fuerzas marítimas brasileras
y portuguesas, que según De-María tuvo las características de un
simulacro entre D. Alvaro y Lecor, el acuerdo que entre ambos
iba a hacerse notorio dentro de pocos días, se traslucía cada vez
más en los oficios de da Costa al Cabildo, a pesar de los esfuerzos
del primero por retardar la publicidad de sus manejos. Es así
que el 25 de Octubre comunicaba da Costa haber recibido oficios
de D. Juan VI, ordenando que "inmediatamente se proponga a los
generales o comandantes de las tropas brasileras, una suspensión
de armas y un total olvido de las pasadas divergencias; y siendo
de mi deber ajustarme de inmediato a esas Regias órdenes, voy
a proponer al General Barón de la Laguna una suspensión de ar-
mas" (2).' Las manifestaciones contenidas en las últimas notas
transcriptas, produjeron en el Cabildo y en la población de Mon-
tevideo una alarma explicable, que llegó hasta la exaltación de
los ánimos cuando se conoció el contenido del oficio del 29 de
Octubre, en que Alvaro da Costa, instado por los capitulares a
calmar la agitación que dominaba a la ciudad, mediante la insi-
nuación que se le hacía sobre cuál sería la suerte de la Plaza en
caso de retirarse las tropas portuguesas, eludía toda respuesta
concreta y se limitaba a manifestar: "Mantendré la tranquilidad
pública como me compete y se ejecutarán las Regias Instrucciones
de Su Majestad Fidelísima sobre salvar a esta capital de los com-
promisos pasados a que V. E. alude, no pudiendo adelantar nada
más definitivamente respecto de su suerte política futura" (3).
Dada la gravedad de los sucesos en presencia de la actitud
evasiva y comprometedora del Jefe de los Voluntarios Reales, el
Cabildo se reúne extraordinariamente para considerar la nota del
General da Costa, con cuya lectura se da comienzo al acto. "V
habiendo quedado S. E. sorprendido al imponerse de que desen-
tendiéndose aquel jefe de la entrega de la Plaza a esta autoridad,
según para el caso lo había S. M. F. ordenado, estaba, por el con-
trario, dispuesto a franquearla a las tropas brasileras que nos
asedian, mandadas por el Barón de la Laguna, bajo la promesa
de que serían garantidas las personas por sus opiniones anterio-
(1) Archivo General Administrativo.
(2) Archivo General Administrativo.
(3) Archivo General Administrativo.
— 104 —
res; cuya circunstancia es tan ineficaz, como pública y notoria
que en 9 de Agosto de 1820 fueron expulsados de esta Corpora-
ción cinco miembros por reclamar enérgicamente del mismo Ba-
rón de la Laguna el cumplimiento de las condiciones bajo de las
que depusieran las armas los habitantes de la campaña por el
mes de Diciembre de 1819, y reflexionándose que con resolución
semejante eran atrozmente atacados los derechos y libertad de
este pueblo, cuyos servicios a la seguridad y conservación de los
Voluntarios Reales, lo hacían acreedor a la consideración de su
Jefe, aunque no mediare la Real Orden citada, acordó S. E. por
voto unánime que se representasen libremente y con la posible
extensión estos males al enunciado Brigadier don Alvaro de Costa,
protestándole para quien hubiese lugar los resultados de la ne-
gociación que ha iniciado, y de las que en adelante promueva con
el Barón de la Laguna o el que lo sustituya a la cabeza de las
fuerzas imperiales que oprimen el país relativamente a esta plaza;
y declarándole como este Cabildo Representante declara en virtud
de los poderes que sus comitentes le otorgan por el Acta de su
elección en 2 de Enero del corriente año: Que la Provincia toda,
tomando la voz de la campaña por el estado de opresión en que
ella se encuentra, y con especialidad esta capital, se pone libre y
espontáneamente bajo la protección de la Provincia y Gobierno
de Buenos Aires, por quien es su voluntad se hagan, cómo y
cuándo convengan, las reclamaciones competentes. Seguidamente,
tomando S. E. en consideración que la mayor parte de este ve-
cindario pedía con instancia que por este Cuerpo se hicieran las
protestas que contra los actos violentos de las fuerzas brasileras
en campaña, haría lo mismo, si no se hallase hoy en iguales cir-
cunstancias que aquélla; y haciéndose referencia de la arbitra-
riedades y nulidades con que se había formado el Congreso Pro-
vincial de 1821, después de una ilustrada discusión, acordó S. E.
por unanimidad de votos:
1.° Que declara nulo, arbitran oy criminal el estado de in-
corporación a la Monarquía Portuguesa sancionado por el enun-
ciado Congreso de 1821, compuesto en su mayor parte de em-
pleados civiles al sueldo de S. M. F., de personas condecoradas
por él con distinciones de honor y de otras colocadas previamente
en los Ayuntamientos para la seguridad de aquel resultado.
2." Que declara nulas y sin ningún valor las actas de In-
corporación de los pueblos de campaña al Imperio del Brasil,
a arbitrariedad con oue +odas se han extenii ;<; ,;
mismo Barón de ía Laguna y sus Consejeros, remitiéndolas a fir-
mar por medio de gruesos destacamentos de tropas que condu-
cían los hombres a la fuerza a las casas capitulares, y suponiendo
o insertando firmas de personas qu*3 no existían, o que ni noticias
tenían de estos sucesos por hallarse ausentes en sus casas.
3.° Que declara que esta Provincia Oriental del Uruguay
— 105 —
no pertenece, ni debe ni quiere pertenecer a otro Poder o Estado
o Nación, que las que componen las provincias de la antigua
Unión del Río de la Plata, de que ha sido y es una parte, habiendo
tenido sus diputados en la soberana Asamblea General Constitu-
yente desde el año de 1814, en que se sustrajo enteramente del
dominio español. Y por último acordó S. E. que sin pérdida de
instantes, mediante el inminente peligro en que la Plaza se en-
cuentra, se pasara copia de esta Acta, certificada por la misma
Corporación, al Excmo. Gobierno de Buenos Aires, acompañando
las últimas comunicaciones habidas con el Jefe del Ejército por-
tugués, y la que ahora debe dirigirle, con más los documentos
que acreditan la legitimidad de este Cuerpo Representante, y las
facultades con que se halla para la extensión de este Acuerdo,
que firmó S. E. conmigo el Escribano, de que doy fe" (1).
Las negociaciones entre los jefes brasilero y portugués si-
guieron adelante hasta llegar el 18 de Noviembre, fecha en que
ambos ajustaron la convención que había de liquidar sus disiden-
cias. Pero antes de transcribir las bases de ese pacto, es oportuno
hacer alguna referencia a las notas cambiadas entre Lecor y da
Costa, con anterioridad. El 5 de Setiembre decía el primero:
''Cuando se considera el origen, progresos y pretensiones del
partido revolucionario que V. E. protege, no hay quien no vea
allí el resultado inequívoco del apoyo que V. E. le tiene prestado
(2); y a continuación agregaba algunas reflexiones tendientes a
demostrar que si se persistía en la misma línea de conducta, el
único responsable de todo el daño que se siguiera sería da Costa.
Este, por su parte, contesta a Lecor: "En 1817 Su Majestad el
Rey Sr. D. Juan VI mandó que la división de los Voluntarios Rea-
les (que comando) entrase en Montevideo: desde 1821, a pesar
de las promesas hechas y de las repetidas solicitaciones, el Rey
nada se ha dignado disponer, y recién con fecha 4 de Octubre
del año pasado hizo saber que la División recibiría transportes
y órdenes. Expresa además que si no ha conseguido concurrir
con las tropas de su mando a la felicidad de la Nación, al menos
se ha mantenido constante a los Preceptos Reales y es su deber
ejecutar las órdenes del Rey hasta que el mismo las revoque".
"V. E. trabaja por desmembrar la monarquía y yo por cumplir
las órdenes del Rey". En tono de indecisión, que revela no estar
lejano el momento de una reconciliación con Lecor, agrega: "una
lucha que en el territorio del Brasil apenas podría haber tenido
lugar, nunca debió tener principio en este país, y mucho menos
debió ser proseguida en él". "Si estos infelices habitantes que
se han unido a mí sin que los llamase, quisieran abrazar el partido
que V. E. les ofrece, muy breve he de esperar su decisión, pues
07 De-María, op. cit.
(2) De la Sota, manuscrito citado.
— 106 —
que es cierto el anuncio que V. E. me hace, ya desapareció el
motivo que dio lugar a la funesta lucha, y Su Majestad, que sabe
mi conducta y que sólo la obediencia a sus órdenes me demora
aquí, sin duda ha de mandarme retirar, y estas tropas siempre
fieles, siempre obedientes al Monarca y a la Nación no se demo-
rarán en embarcar. . ." "El supremo arbitro del Universo permita
que la vía de la razón penetre en el corazón de V. E. y en el de
todos los brasileros y los persuada de que no es por mi voluntad
sino por mi deber que me incumbe guardar Montevideo. Si des-
pués de lo que dejo expuesto la desgracia o el capricho- quisieran
verter aún más sangre, y si por fatalidad la suerte fortuita de la
guerra me fuere funesta, todos dirán acabó, pero acabó con
honra" (i).
Las bases sobre que se ajustó la Convención entre los jefes
de la conquista, se redujeron, en lo esencial, al embarque de las
tropas portuguesas, unión al ejército imperial de las milicias que
amtes habían estado con los portugueses, exceptuados los jefes y
oficiales; y garantía de que las autoridades y habitantes en ge-
neral, que hasta entonces se habían adherido o puesto bajo la
protección de D. Juan VI, no podrían ser molestados en sus per-
sonas ni en sus bienes. Otra base, la más resistida por la opinión,
era la de entregar las llaves de la ciudad a las tropas imperiales,
violando la promesa varias veces renovada, de Portugal. Alvaro
da Costa no podía dejar en silencio el renunciamiento que la acep-
tación de esa entrega significaba, y a fin de cohonestar esta in-
fidelidad, decía al Cabildo en 21 de Noviembre: "Reflexionando
en que por una insistencia de mi parte comprometía la ejecución
de los otros artículos ya citados", y teniendo presente que obrar
de otra manera hubiera sido "faltar a las últimas Instrucciones
Pacíficas del mismo Augusto Señor Juan VI", decidime finalmente
a obrar en este sentido con espíritu de obediencia" (2).
En el mismo oficio el Geneial da Costa indica al Cabildo que
habiendo cesado los motivos de su creación, debe licenciarse al-
gunos de los cuerpos, sin limitación de tiempo, y deben ser res*
tituídas sus armas y bagajes al personal del ejército.
A continuación se transcribe una interesante nota del Capi-
tular don Pedro Francisco Berro al Gobernador Intendente, en
que se relata con curiosos detalles el proceso de la negociación
entre Lecor y da Costa, al margen del Cabildo, a pesar de las
promesas en contrario.
"Impuesto del oficio que con fecha 16 se ha servido V. S.
pasarme sobre lo que hubiere ocurrido desde el momento que el
Jefe de los Revolucionarios Reales de S. M. F. y el de las fuerzas
imperiales que nos sitiaban se resolvieron a transar sus diferen-
(1) De la Sota, manuscrito citado. Oficio de 9 de Setiembre de 1823.
(2) Archivo General Administrativo.
— 107 —
cias, devo decir a V. S. que haviendo recibido el primero a prin-
cipios de Septiembre, la primera indicación oficial pública del
jefe de las fuerzas imperiales pasó a mi casa y haciendo que con-
curriera al cavallero Síndico Procurador, nos manifestó el oficio
que havía recivido para que se concluyese una guerra desastrosa
a este País; en consecuencia, después de dos oras de conferencia,
en que tuvo la mayor parte el Jefe de los Voluntarios Reales, quedó
resuelto para dar cuenta al Excmo. Cavildo, como lo hicimos, que
mediante aliarse en situación apurada quizás se vería en la pre-
cisión de hacer un combenio con el Jefe del Exército Imperial
para retirarse a Europa, según las órdenes que tenía, cuya demora
havía dependido del interés que tomava en la liberación del País
para entregarle a su retirada a las autoridades de él libre de la
irnbasión imperial; por consiguiente, tomase las medidas combe-
nientes, ya para pedir auxilios a Buenos Aires, para entrar en
negociaciones con aquel Jefe unidos o solos, i otras del bien del
País, en la inteligencia que nada haría sin acuerdo del Cabildo, y
que sean quales fuesen los empeños del Jefe de los Imperiales
para entregar las llaves de la Plaza, que de ningún modo lo harija
sino a aquella corporación, según las órdenes de S. M. F. y su
palabra empeñada repetidas veces. Habiendo dado cuenta al
Excmo. Cavildo, fuimos comisionados para hacerle presente si
tendría inconbeniente expresar por escrito sus protestas del día
anterior, y me contestó que no nos apurásemos, porque él no nos
avandonaría; pero contestando a, su oficio el Jefe de los Imperia-
les, acordaríamos en lo que devía hacerse: Siguió algún tiempo de
silencio, y quando nos preparávamos a una transacción vimos que
aumentando los sacrificios del Pueblo tratava de armar una es-
cuadra para batir la Imperial, y en seguida hacen otro tanto con
el ejército: El Cavildo tomó ya el partido en esta diversidad de
cosas de estar en observación, porque' no hera fácil calcular el
objeto de estos preparativos con la experiencia de tantas ocasio-
nes que havía perdido de batirles con suceso con superiores fuer-
zas de las que nos sitiaban, y nada inferiores en balor y diciplina.
Dado el primer paso de la escuadra y que por él se calculó devía
ser derrotada con una pequeña bariación, y quando todo el mundo
estava en espectación de estos resultados por el entusiasmo que
se advertía en la Marina, se anunció al público por el Jefe de los
Voluntarios Recales los motivos que obligaron a entrar en un ad*-
venimiento con el Jefe de los Imperiales, motivos que no fueron
bastantes a principios de Septiembre y lo son con mejor posición
a fines de Diciembre. Aquel Jefe faltó a sus protestas de no hacer
nada sin acuerdo del Cavildo, con quien (después de sacrificar al
Pueblo y de haverle salvado con su división con no haverse de-
clarado su enemigo) no contó para nada, inconsecuencia que hase
poco favor al honor militar y a su nobleza. El Cavildo le ofició
sobre esta medida, y aunque su contestación fué sobrado incon-
— 108 —
secuente espuso que los comisionados llevavan en su instrucción
la circunstancia de entregar las llaves a aquella corporación:
durante la negociación me espuso quanto espresa el oficio de V.S.,
añadiéndome que no havía necesidad de que éntrasenos en rela-
ciones con el Jefe de los Imperiales, pues que él cuidaría quedasen
a cubierto todos los compromisos del Pueblo y sus autoridades,
ratificándome quando se concluyeron, pero que el punto de las
llaves havía sido tratado varias veces con una terrible oposición,
esponiendo que no quería hacernos un desaire como lo haría re-
civiendo de nosotros supuesto que sin fuerzas tomarían la Plaza,
que todo quedase según estava quando él salió de ella, que se
hechava un velo a todos los compromisos, y nadie sería recom-
benido ni molestado sobre ellos; sin embargo, el Cavildo estaba
dispuesto, concluida la negociación, a entrar en negociaciones con
el Jefe de los Imperiales, a pesar de la opinión del Jefe de los
Voluntarios Reales sobre la ninguna necesidad de hacerlo, para
corroborar el tratado, en la parte del Pueblo y autoridad y am-
pliarlos con objetos de interés general; pero impuesto por los
comisionados de la oposición que havía manifestado a entenderse
con un Cavildo que no havía reconocido (un Cavildo popular y
hecho según la Constitución con la autoridad del Jefe que man-
dara la Plaza, no parece de necesidad su reconocimiento para
tener toda la autoridad y plenitud de poder que los avitantes del
Pueblo o suburbios se lo havían dado y que en el orden legal na-
die puede desconocer), no le pareció decoroso esponerse a un
desaire que el mismo Jefe de los Voluntarios Reales no havía in-
dicado particularmente, añadiéndome que haviendo S. M. F. de-
cretado que los Cavildos se nombrasen como antes se hacía y no
popularmente, que nosotros devíamos nombrar así (lo mismo ex-
presó por oficio) al que devía sucedemos a fin de año.
"Yo no sé en qué ha fundado el Jefe de los Imperiales la
oposición que ha hecho para entrar en relaciones con un Cavildo
el más legal y autorizado bajo el pretexto de no haverlo recono-
cido, sin acordarse, sin duda, que para este acto debió ser tam-
bién en el hecho Jefe de la Plaza y de la fuerza que la sostiene.
El Cavildo nada adelantaría con recivir las llaves del Jefe que hoy
manda la Plaza para entregarlas a su entrada al de los Imperiales,
pero hera de su obligación reclamar el cumplimiento de los tra-
tados y órdenes reales y tenía un motivo de entrar en relaciones
con él, aun quando estuviera concluidos los compromisos (que no
deve haver ningunos donde la causa es justa), tratar sobre su
suerte futura, y mediante la autoridad que en él residía entrar en
la unión del país bajo bases fijas y duraderas, y sino qué papel
hará en esa incorporación al Imperio la capital y sus suburbios,
que componen la mitad de la población en la Vanda Oriental, en
medio de la fuerza imperial? Que es grato, puedo decir a V. S.,
para conocimiento del Excmo. Cavildo*, en contestación al citado
^109 —
oficio" (1).
Afirma de la Sota (2) que en sus maquinaciones, Lecor decía
a da Costa "que era preciso evitar las batallas para ver venir los
sucesos de Europa y del Imperio, y en su vista adoptar el partido
mejor y más seguro".
Comentando la disidencia entre los jefes del Brasil y Por-
tugal, dice Ignacio Núñez, en su carta de 15 de Junio de 1825, ya
citada: "Todo esto no era más que una intriga fraguada en efecto
con arte por ambos generales. El Barón, cuya opinión empezaba
a declinar en el Brasil por su nacimiento y por otras cosas más
que no son del caso, necesitaba conquistarla de nuevo. Don Al-
varo quería retirarse a Lisboa, pero llevando alguna carta que
realzase su mérito, y además no tenía ni pretexto ni dinero. Esta
guerra" lo facilitó todo, pues que aún entonces llegaron órdenes
de S. M. F. para que la división europea se retirara a Portugal.
Puestos en acción ambos ejércitos, nada excusaron los generales
por darle toda la apariencia de una guerra encarnizada, entretanto
que privadamente se comunicaban los dos por escrito todos los
días" (3).
De la Sota, comentando estos sucesos, expresa que mientras
la misión Gómez estaba en tratativas en Río de Janeiro, las intri-
gas de Lecor hacían su efecto en Montevideo, "introduciendo en
las tropas de D. Alvaro el desorden, y el disgusto en el Consejo
Militar sobre que se apoyaba. Los soldados del l.er Regimiento
de Infantería y 2.° de Caballería de Talaveras se habían presen-
tado a D. Alvaro pidiendo se les' aprontasen buques para irse a
Europa, y sino que ellos los pedirían al General Lecor" (4).
El resultado de toda esta trama fué que el 28 de Febrero de
1824 entraron en Montevideo las tropas imperiales.
Mientras los sucesos llegaban a su crisis, según se ha visto,
se encontraba en Montevideo, encargado de la misión a que antes
se hizo referencia, el General Miguel Estanislao Soler, quien se
dirigió al Cabildo, "dándole cuenta de su misión y de la decidida
resolución del Gobierno de Buenos Aires para trabajar por la li-
bertad de la Provincia, secundando las declaraciones de ese Ca-
bildo en 29 de Octubre. . ." (5).
La contestación del Cabildo es doblemente importante, no
sólo por los conceptos decisivos que en ella. se comparte, sino
también por las circunstancias en que el Cabildo y la ciudad de
Montevideo se encontraban en esos momentos: "El Cabildo, re-
presentante de Montevideo y los suburbios, ha tenido el honor
de recibir la nota oficial que el señor General Comisionado del
(1) Archivo General Administrativo (oficio del 21 de Enero de 1824),
(2) Manuscrito citado.
(3) Noticias de las Provincias Unidas del Río de la Plata, op. cit.
(4) De la Sota, manuscrito citado.
(5) Gregorio F. Rodríguez, op. cit.
— UÓ —
Excmo. Gobierno de Buenos Aires se ha servido dirigirle. . . Por
ella advierte el Cabildo representante, que decidido el Excmo.
Gobierno de Buenos Aires a trabajar empeñosamente por la li-
bertad de esta Provincia, quisiera que sus habitantes fuesen fir-
mes en no pertenecer a otro poder que el de las Provincias de la
Unión, como prudentes en su conducta, y dóciles a aquel Go-
bierno que mejor pueda dirigirles y reponerlos en el goce de sus
derechos. El Cabildo representante no se desdeña de confesar
en esta ocasión, que tan penetrado se halla de las luces y poder
del Excmo. Gobierno de Buenos Aires, para esperar ciegamente
de él la libertad de esta Provincia, como constante ha sido sü
buena fe, en dirigirse por sus indicaciones y consejos; si el mismo
Excmo. Gobierno se hubiese dignado hablarle oficialmente con la
propia franqueza que ahora lo hace el señor General su Comisio-
nado; de este modo se habrían ahorrado muchos sacrificios y no
pocas equivocaciones que al fin no han producido más que males
a esta Provincia. Por lo demás, el señor General Comisionado
puede estar seguro de. que el Cabildo Representante, y aún toda
la Provincia, serán tan firmes en sostener las declaraciones de
29 de Octubre último, como cuerdos en no dejarse alucinar de
otras personas o poderes que el del Excmo. Gobierno de Buenos
Aires, en cuyas manos ha depositado el Cabildo solemnemente la
salvación de la Provincia. En tal concepto el Cabildo represen-
tante se promete las mayores ventajas de los talentos y actividad
del señor General Comisionado, y espera se digne aceptarle las
protestas de su mayor consideración y respeto hacia el Excmo.
Gobierno de Buenos Aires, que representa" (1).
IX. Síntesis. — La revolución de 1823, por la finalidad
esencial que con ella se perseguía, por los hombres que en su
laboriosa gestación intervinieron, y hasta por los lugares en que
los dirigentes operaban cuando intentaban obtener recursos y re-
clutar y organizar contingentes, es el antecedente obligado del
movimiento que luego ha de concretarse en la Cruzada de 1825.
Obligado antecedente hemos dicho, y no hemos dicho bastante,
porque si bien se mira, estas dos manifestaciones del espíritu de
rebelión de los nativos frente a la conquista extranjera que pug-
naba por perpetuarse, no son sino el principio y la culminación
de una misma y única empresa.
Las postrimerías de la revolución que estudiamos, se con-
funden con los prolegómenos de la cruzada de los 33. Los pa-
triotas que de Montevideo emigran a Buenos Aires una vez con-
cluido el pacto entre brasileros y portugueses, son los mismos
que durante el año 1824 y principios de 1825, celebran sus reu-
niones y aprestan sus elementos para la grande y definitiva li-
quidación del pleito pendiente. El militar virtuoso y patriota que
(1) Gregorio F. Rodríguez, op. cit.
— 111 —
en 1823 pone a contribución todas sus energías y entusiasmos,
y no mezquina ni sacrificios ni desvelos para que "la compañía
de orientales" de Santa Fe adquiera la disciplina y la experiencia
de un contingente eficaz para la guerra, es el mismo que en 1824
vuelve al lado de su amigo Estanislao López, prolonga su pere-
grinaje patriótico ante el Gobernador de Entre Ríos, León Sola,
y bajo la apariencia de "comerciante" (t) prosigue sin ninguna
solución de continuidad los trabajos a que su vocación patriótica,
jamás superada, lo arrastra. El hombre abnegado y generoso qué
en 1823 coopera con Echeverriarza, con Santiago Vázquez, con
Félix Castro, con Braulio Costa, para que la revolución no se
ahogue en la carencia de recursos, es el mismo Pedro Trápani,
que en 1825 y en los años que siguen hasta la independencia,
buscará auxilios, dará sanos y elevados consejos, trazará normas
salvadoras, descubrirá manejos tortuosos, desbaratará planes an-
tipatrióticos y coronará después su vida procer, no pidiéndole
na'da a la Patria, después de habérselo dado todo, abnegada-
mente. Son los mismos hombres que siguen buscando más armas
para concluir con la misma ignominia. Si hemos de considerar
la revolución del año 23 como parte integrante del proceso que
culmina .en 1825, será necesario destacar aquí la orientación fun-
damental que los hombres de 1823 tenían en vista. El problema
es arduo; y como será tratado después, a propósito de los actos
institucionales que en 1825 siguieron a la instalación del Gobierno
Provisorio, será planteado entonces, bien que desde ahora los he-
chos lo planteen.
(1) Papeles del General Lavalleja, Archivo y Museo Histórico.
CAPÍTULO VII
LA ÚLTIMA ETAPA
1. Lecor en Montevideo. Emigración patriota.
¿. Los emigrados en Buenos Aires.
6. Preliminares de la cruzada.
4. Ayacucho.
1. Lecor en Montevideo. - Emigración patriota. — Aludiendo
a las Hostilidades que durante el año 1823 separaron en bandos
opuestos a portugueses y brasileros, dice Juan Spikerman, uno
de los Treinta y Tres: "Sitiaba esta plaza (Montevideo) el Ge-
neral don Carlos Federico Lecor con un ejército de más de tres
mil hombres. Duró este sitio once meses y se concluyó por medio
de un tratado, por el cual los lusitanos entregaron la plaza a los
brasileros, y se embarcaron para Europa. Esta fué la causa por
la cual emigramos a Buenos Aires como ciento y tantos orientales
entre jefes, oficiales y algunos particulares" (1).
Don Lorenzo Justiniano Pérez, que cuando el Barón de la
Laguna entró en Montevideo, en 1824, se hallaba en la misma
ciudad, refiere que a raíz de aquel suceso, "todos los jefes com-
prometidos con el Cabildo en la 'defensa de la plaza, emigraron a
Buenos Aires" (2).
"Se hallaban emigrados en Buenos Aires muchos jefes pa-
triotas orientales que habían tomado parte activa en los sucesos
del año 1823 en Montevideo, con la esperanza de dar libertad a
la Provincia, dominada por los portugueses desde 1817, que la
invadieron" (3).
Al hacer el relato de las disposiciones que el Gobierno bra-
silero tomó en la emergencia señalada, expresa De-María: "Con
manifiesta infracción de una de las cláusulas de la Convención
de 18 de Noviembre, se libró orden de destierro el 25 de Marzo,
contra el Canónigo don Pedro Vidal; don José Cátala y Codina,
Director de la Escuela de la Sociedad Lancasteriana; Fray Lázaro
Gadea, su ayudante, y don Zenón Piedra, ex Franciscano. A la
vez eran separados de sus empleos el doctor don Jaime Zudañe,
Asesor del Cabildo, y don Francisco Araucho, secretario, sindi-
cados de contrarios a los imperiales durante la lucha entre éstos
y los lusitanos" (4). Entre los emigrados entonces de Montevideo
(1) "La primera quincena de los Treinta y Tres".
(2) Documento, Revista Histórica.
(3) Luis de la Torre, Memoria de los sucesos de 1825. Archivo y
Museo Histórico.
(4) De-María, op. cit.
— 114 —
hállase don Manuel Oribe, quien al igual de otros patriotas, nó
pudiendo "hacer ya nada por sí solos, se fueron de nuevo a Bue-
nos Aires para invadir en 1825" (1).
A propósito del mismo Oribe, dice don Carlos Anaya, que
"exasperado de tal perfidia (el pacto de Da Costa y Lecor) se
embarcó para Buenos Aires con los patriotas que quisieron se-
guirle", y que "establecido en aquella capital con muchos patrio-
tas orientales que por iguales sentimientos se habían asilado allí,
permaneció sin acción"; hasta el arribo del entonces Comandante
Lavalleja" (2).
"Bajo el ridículo pretexto de que dos hombres pudieron al-
terar el orden público y que por llegar con procedencia de Buenos
Aires podría paralizarse el convenio celebrado con el Barón, ex-
pidió don Alvaro orden para que en el acto se expidiera pasaporte
de regreso a don Juan Vázquez y don Pablo Zufriategui. Este
hecho, que arroja la idea de ser en cumplimiento de algún otro
arreglo reservado para dar ejecución a las órdenes del imperio,
respecto a los Caballeros del Club Oriental, justifica la aserción
de que siendo la convención recíproca en beneficio de unos y otros
contratantes, quedaban sujetos aquéllos ai sistema colonial... (3).
Entre las consecuencias del convenio de portugueses y bra-
sileros, el historiador Berra incluye el que "los jueces, oficiales y
muchos particulares que se habían adherido a la causa portu-
guesa como medio para conseguir la incorporación de la Provin-
cia a las Unidas -del Río de la Plata, se ausentaron, dirigiéndose
a Buenos Aires, Santa Fe y Entre Ríos, en donde ya estaban Juan
Antonio Lavalleja y otros oficiales" (4). El General Lavalleja, al
referirse al éxito de los brasileros después de la sumisión de Da
Costa, recuerda que "en este tiempo las fuerzas patriotas que pe-
leaban por la libertad de la patria tubieron que sucumbir al poder
del General portugués Visconde de la Laguna. Los patriotas que
no quisieron hincar la rodilla a los portugueses emigraron a Bue-
nos Aires"; y aludiendo después al regreso a esta misma ciudad
de los orientales que habían formado parte de la Compañía militar
reclutada en Santa Fe, en 1823, dice: "Así Lo hicieron, donde (en
Buenos Aires) se encontraron con lo>s emigrados de Montevideo,
y entre ellos don Manuel Oribe" (5).
Es la emigración unánime de todos los elementos compro-
metidos en la gran empresa, que vuelven, casi podría decirse, ins-
(1) Aquiles B. Oribe, "Brigadier General D. Manuel Oribe".
(2) Suplemento a la memoria biográfica de Carlos Anaya, Archivo y
Museo Histórico.
(3) De la Sota (manuscrito citado). En el Archivo General Adminis-
trativo existe comprobante de haber solicitado Zufriategui autorización para
pasar a Buenos Aires en Noviembre de 1823, y de habérsele concedido.
(4) Berra, op. cit.
(5) Papeles del General Juan Antonio Lavalleja, Archivo y Museo
Histórico.
— 115 — -
tíntivamente, a los lugares que* la naturaleza de las cosas parecía
haber dispuesto para que en ellos se elaborara y de ellos partiera
el impulso inicial. Y es también la emigración forzada, que los
nuevos ímpetus del conquistador provocan, obligando a muchos
sospechosos a abandonar familia, intereses y afectos. Es copiosa
la documentación que acerca de esta doble emigración, una en
cierto sentido voluntaria y forzada la otra, existe dispersa. Du-
rante el año 1824 se multiplican extraordinariamente las solicitu-
des de autorización para salir de Montevideo con destino a Bue-
nos Aires.
Montevideo, entretanto, debe padecer otra vez más, la dura
coyunda. Pero en esta ocasión, el Barón de la Laguna ha perdido
hasta las. buenas maneras. Habituado a mandar a su arbitrio, la
tregua que a sus imperiales inclinaciones le impusieran los acon-
tecimientos, manteniéndolo alejado del centro de su dominación
cerca de un año-, ha exasperado el ánimo de aquel hombre vulgar
y ambicioso. Y las maneras suaves que antes encubrieran las más
torcidas intenciones, desaparecen ahora. "En 1825, en Montevi-
deo, las persecusiones eran sin término; todos los hijos del país
temblaban y yo nunca estuve más asustado, dice don Carlos Anaya
en sus Memorias. Ocho días me mantuve oculto sin ver la calle
en casa de mi amigo Anavitarte, y al fin el 1 1 de Junio me evadí
de la dominación brasilera para siempre" (1).
Nunca como entonces habían de ser exactas las afirmaciones
de "El Pampero", cuando un año antes decía, haciendo el proceso
de la conquista extranjera: "¡Cuántas violencias podríamos citar!
¡Cuántas sentencias confirmadas en vista y revista, casadas por
el favor o el dinero! ¡Cuántos juicios finalizados y abiertos de
nuevo para aplicar el derecho de las circunstancias! ¡Cuántos
campos robados a sus legítimos dueños para entregarlos a los
nuevos amos!". "La seguridad personal atacada turcamente, le-
vantando de sus camas a docenas de ciudadanos pacíficos para
llevarlos a tostar en las playas equinocciales o a perecer de ham-
bre y frío en horribles presidios" (2).
Una incidencia de la vida de don Bernardo Prudencio Berro,
relatada por uno de sus biógrafos, revela el estado de inquietud
y de inseguridad en que por entonces se vivía dentro de la ciudad
de Montevideo. "Cierta noche, a "principios de Mayo de 1825,
mientras Berro se encaminaba a la casa de comercio para arre-
glar los libros del establecimiento, cuyas operaciones arrojaban
grandes pérdidas por la situación de guerra que se iniciaba, varios
oficiales brasileños de la guarnición de la plaza le salieron al en-
cuentro, haciéndolo objeto de un atentado salvaje en venganza
de sus manifestaciones, que no ocultaba. . . Uno de los oficiales
(1) Archivo y Museo Histórico.
(2) "El Pampero", núm. 4, 8 de Enero de 1823, Museo Mitre, Bs. Aires.
— 116 —
brasileños, encarándose con Berro* e insultándolo como cantarada
dos patrias, le descargó por tres veces el enorme sable corvo
sobre la cabeza, produciéndole una herida de alguna importan-
cia" (1).
La conquista portuguesa, ahora brasilera, después de haber
agotado al país en todas las fuentes de su riqueza, seguía en su
obra de artificial dominación; y su inconsistencia y su falta de
arraigo se ponían bien de manifiesto una vez más, en los momen-
tos críticos que para ella representó el año 1823 y representarían
los siguientes, sin interrupción, hasta el final del drama patrio.
Dotada, como ya se ha dicho, sólo de elementos materiales para
consolidarse, la conquista pudo mantener su dominio mientras el
estado de postración que siguió a la guerra, no permitió que sa-
lieran a la superficie las fuerzas que en estado latente se hallaban;
pero cuando, arrasado el territorio, pudo el conquistador compro-
bar que quedaba por arrasar el espíritu de resistencia que alimen-
taban los nativos, espíritu cuya intensidad hicieron más palpable
los sucesos, los usurpadores, que hasta entonces habían adminis-
trado este país como una gran estancia, empezaron a administrarlo
como una colonia de salvajes. A la codicia y a la rapacidad se
unió la violencia sobre las personas; y empezaron con una saña
hasta entonces no alcanzada, las persecusiones, los destierros, las
confiscaciones. Los brasileros daban la impresión de que querían
quedarse con el territorio y deshacerse de sus habitantes. Extraña
conquista, ésta.
Con la entrada de Lecor a Montevideo, recrudecen también
las medidas tendientes a evitar las deserciones y reuniones sos-
pechosas en la campaña. En oficio de Marzo de 1824, el Gober-
nador Intendente se dirige al Jefe de Policía de la campaña, don
Fructuoso Rivera, y le anuncia haberse, enterado de las medidas
acordadas para conseguir el "soriego común", las que han me-
recido su aprobación en todas sus partes, "debiendo con este
motivo indicar a V. E. que siendo muy frecuentes las fugas de los
negros esclavos en poder de sus amos y por consiguiente mayor
el número de los malhechores a quienes se reúnen, es muy nece-
sario recomiende V. E. a las partidas que destine en Comisión de
la Policía la persecusión y aprensión de todos los negros que
diciendo ser libres, se encontrasen por la campaña". "Que se
zele así mismo no transite persona alguna de un punto a otro de
la camapña sin el seguro pase del Juez del Partido de donde haga
viage..." (2). Otro oficio del Intendente Duran al Comandante
militar de Maldonado, expresa que un sujeto llamado Piedra, "sa-
lió sin licencia de este gobierno ni de otro, el día mismo en que
entraron las tropas imperiales en esta Plaza, dirigiéndose a cam-
(1) Apuntes de don P. F. de Berro citados por Aureliano G. Berro en
su obra "Bernardo P. Berro".
(2) Manuscrito borrador en el Archivo General Administrativo.
— 117 —
paña, donde permaneció por tres días oculto, y como lo había
hecho antes de la transacción (entre Lecor y da Costa), en que
por una noche pasó también a dicha Villa con varios planes re-
volucionarios a efecto de hacer ilusorio el combenio que se pac-
taba entre ambos generales. Se me ha asegurado así mismo que
a los tres días de su permanencia en aquella Villa salió para la
Calera de García, de que allí se dirigió a esta Ciudad y Rocha,
de donde retornó para la Capilla de San Ramón, donde me avi-
saron se halla fomentando a sus prosélitos en sus antiguos planes.
Este individuo tiene por costumbre ya el burlarse de las Autori-
dades: Por tanto, a fin de que esta vez no lo consiga, espero que
V. E., sin pérdida de momento y con la mayor reserva destaque
al Pueblo .de Rocha persona de su confianza, y comisione otra en
esa Ciudad a fin d eque puedan sorprenderle..." (1). En bo-
rrador de 31 de Enero de 1824 se dispone se haga público por
Bando que "en la persona de cualquier clase o condición que se
provare el crimen de seducir algún individuo para desertarse de
su Cuerpo o que para ese efecto se le hubieran dado auxilios, haré
aplicar como es de mi deber sobre el tal delinquente todo el rigor
de las penas militares" (2).
Daba pábulo a estas y otras medidas, la actitud del Cabildo
de Montevideo, que con fecha 22 de Abril de 1824 declaraba
"amar sobremanera la augusta persona del Emperador del Brasil,
y venerar las sabias máximas de su Gobierno, defiriendo por lo
mismo con sumo júbilo y entusiasmo a dar el mayor aprecio y
estima al proyecto de Constitución que redactó el consejo de Es-
tado sobre las bases ofrecidas y presentadas por el mismo au-
gusto Señor, cuyo sabio código fundamental no sólo había sido
reconocido por los pueblos del Brasil en virtud de urgentísimas
y sólidas ideas de conveniencia pública, para que — según lo pi-
dieron— desde luego y sin más demora se pusiese en ejercicio,
como constitución política del Imperio, sino que todos los pueblos
de este Estado Cisplatino habían a su turno convenido en lo mismo
por iguales razones, mientras esta ciudad se hallaba muy de an-
temano íntimamente persuadida de ellas, en virtud de comunica-
ciones del Illmo. y Excmo. Sr. Gobernador y Capitán General, Ba-
rón de la Laguna, con este Excmo. Cabildo, sin haber hasta ahora
estado totalmente expedito para poder hacerlo con aquella es-
pontaneidad que da inequívocas señales de adhesión a la causa
que de buena voluntad se sigue, y es en el presente caso la del
Brasil..." (3).
Acreditaban las referencias que los capitulares hacían, las
ceremonias celebradas en el mes de Abril, en Maldonado, Cerro
Largo, San José, Colonia, Paysandú, Guadalupe, Soriano y otros
(1) Archivo G. Administrativo. Borrador del Gobernador Intendente.
(2) Archivo G. Administrativo. Borrador del Gobernador Intendente
(3) Deodoro de Pascual, op. cit.
— 118 —
pueblos, cuyo objeto consistió en votar la incorporación al Brasil.
De loque ahora se trataba era de manifestar con igual solemnidad,
la voluntad de someterse a la constitución del Imperio; y, en ese
sentido, el Cabildo comunicaba a todas las clases de ciudadanos,
"que habiendo leído y examinado dicho proyecto (de Constitu-
ción) con madura atención — especialmente desde que ocupada
de regreso esta Ciudad por las armas imperiales, pudo verificarlo
sin zozobra ni temor — no le queda que hacer alguna reflexión so-
bre su contenido, puesto que permanece vigente en debidos tér-
minos lo acordado el año 21 al Congreso Cisplatino" (1). "Así
que hubo dado su aprobación el Estado Cisplatino a la constitu-
ción, se pasó a celebrar la jura de la misma, lo que tuvo lugar el
domingo 9 de Mayo con toda solemnidad en la capital de Monte-
video, cuyo Cabildo, justicias y regimientos invitaron a todas las
clases de la sociedad a prestarle, señalando desde el 13 hasta el
18 del mismo mes como el plazo en que podían presentarse en la
sala capitular para verificarlo. Llegado el día se presentaron 594
ciudadanos, sin contar los empleados públicos, por haberlo nicho
ya en sus respectivas oficinas, y juraron bajo esta forma: Juro
por los santos Evangelios obedecer y ser fiel a la constitución
política de la nación brasileña, a todas sus leyes y al emperador
constitucional y defensor perpetuo del Brasil, Pedro I" (2).
Lecor y el Síndico García de Zúñiga seguirán pensando, en-
tretanto, "que el país no estaba en estado de recibir formas cons-
titucionales, que eso era para allá, después, con el tiempo" (3).
2. Los emigrados en Buenos Aires. — Refiere Lavalleja que
mientras duró su estada en Santa Fe, ya fracasadas las gestiones
del año 23, conservó y siguió cultivando su amistad con don Es-
tanislao López; "y este señor, ya fuera por vernos desgraciados
o por patriotismo, siempre alimentaba la esperanza a Lavalleja;
el caso es que le propuso que él creía había algún modo como
pelear a los portugueses, que dejara en pie aquella compañía
(la que se reclutó en 1823) con los mismos oficiales orientales
que la forman y aquellos que le merecieran mayor confianza, pues
era preciso mucha reserva y que él pagaría dicha fuerza con los
fondos de la Provincia Ínterin estuvieran al servicio de ella; en
esta época (Febrero de 1824) cumplió legalmente su tiempo el
Gobernador Mansilla y fué nombrado el señor don León Solas,
amigo de Lavalleja. El Gobernador López le propuso a Lavalleja
fuera a hablar con Solas, que le daría una carta de recomendación
y que en ella le aseguraría también su protección en lo que estu-
biera de su parte, sin comprometer la dignidad de su Gobierno"
(1) Deodoro de Pascual, op. cit.
(2) Deodoro de Pascual, op. cit.
(3) De la Sota, manuscrito citado.
— 119 —
(1). La aludida gestión de Lavalleja ante el nombrado Goberna-
dor de Entre Ríos resulta comprobada con los documentos que
en seguida se mencionan, el primero de los cuales es la carta que
Estanislao López escribió a León Solas el 5 de Mayo de 1824,
cuyo texto dice así: "El conductor de ésta, don Juan Antonio La-
valleja, pasa a ese Destino agitado siempre del vivo deseo de sal-
var su Provincia del Poder que la oprime. El objeto en sí es sin
duda interesante para todo americano amante de su patria y de
por sí recomienda sus designios. Mas, como para conseguirlo se
deben tocar resortes que comprometan tal vez la suerte de nues-
tras Provincias si se malogra, y estos males puede cada uno con-
cebirlos, de mayor o menor magnitud según el modo y principios
de calcular, no se debe extrañar que sean divergentes las opinio-
nes de los gobiernos en este particular. Así, pues, si impuesto
del nuevo proyecto de Lavalleja no encuentra motivos de temor
sobre su honor, y la tranquilidad de su Provincia me es muy satis-
factorio recomendárselo" *(2).
"Alimentado con esta esperanza — continúa el General La-
valleja en su manuscrito — , marchó inmediatamente a hablar con
Solas. Este señor le hizo la oferta de un escuadrón pronto, dán-
dole 3.000 pesos para prepararlo, y acordaron que para el día 1.°
de Octubre estaría pronto en Mandisoví, y que a efectos consi-
guientes nombraría un Comandante de toda confianza para que
se pusiese a las órdenes de Lavalleja; efectivamente, todo se con-
vino y Lavalleja marchó a Buenos Aires a preparar los recursos
necesarios para la empresa en el tiempo indicado" (3). Los nue-
vos desvelos que ponía a contribución Lavalleja, no debían tener
más éxito que sus anteriores empeños. El 1.° de Julio siguiente,
el Gobernador de Entre Ríos le contestaría en estos términos:
WÁ otra cosa; boy a ablarle a V. con franqueza: yo jamás dexaré
de ser henemigo de los portugueses, y amigo de los ombres pa-
triotas, y en particular lo soy de V., pero permítame por haora
más tiempo para rresollar en el todo de nuestro asunto, por que
a la berdad tengo un proyecto de mucha importancia. . . Yo eter-
(1) Papeles del General Juan Antonio Lavalleja (manuscrito citado,
en el Archivo y Museo Histórico).
(2) Papeles del General Juan Antonio Lavalleja, Archivo y Museo
Histórico.
(3) No obstante la versión que da como disuelto el cuerpo de milicias
orientales de Santa Fe en Setiembre de 1823, el General Lavalleja afirma
que a su regreso a Buenos Aires —que fué ya bien entrado el año 1824 —
aquella dotación quedó a cargo de su hermano, Manuel Lavalleja; que fué
empleada contra los indios; que posteriormente fué destinada a la guarnición
del Pueblo de Rosario; y que a raíz del engaño de uno de sus oficiales, que
encargado de cobrar los sueldos lo consiguió pero se pasó a los portugue-
ses, y como consecuencia del fracaso de la esperada cooperación del Go-
bernador Solas, mandó Lavalleja disolver la compañía, con lo que los ofi-
ciales de mayor confianza pasaron a Buenos Aires.
— 120 —
ñámente travaxaré por el bien de V. y en el último caso yo le
avisaré, no es tiempo todavía. . . Tenga paciencia, que el que ha
pasado lo más puede sufrir lo menos" (1).
Ratifica el Gobernador Solas la línea de conducta que se
había trazado, cuando al día siguiente, 2 de Julio, le dice a La-
valleja: "Yo bien beo que V. medirá que en la tardanza está el
peligro. . . Yo conbengo en ello, pero no alio medio en mí que
desirle a V. la verdad. . . Yo no soy hombre que pretendo poner
en los cuernos del toro a mis paisanos, aora ni jamás. Don Frutos
me an dicho que quiere tener una entrebista con migo. . . El pa-
rece que está patriota con la boca, quién sabe con las obras..." (2).
Pero el futuro jefe de la cruzada, poseído de la misión que
pesa sobre él y de la responsabilidad que entrañaría el menor
renunciamiento ante su exigente e inflexible patriotismo, no cede.
'Sólo sí suplico a V., le dice a León Solas el 20 de Julio, no nos
e,che en olvido; la época es la más favorable para nuestro asunto."
Y termina: "Amigo: yo conozco muy bien la pobreza en que nos
hallamos tanto V. como yo para emprehenderla (la empresa);
pero, amigo, tenemos muchas vacas del otro lado. . ." (3). Refe-
rente a la gestión, dice además Lavalleja, que "la contestación
del señor Solas fué evadiéndose, diciendo que se hallaba ligado
por el tratado cuadrilátero, y que sería un compromiso mui grande
para él y particularmente para la Provincia de su mando, pues si
ios portugueses lo invadían, los demás de la liga lo dejarían en
la estacada y que por consequencia no podía ser" (4).
Llegado Lavalleja a Buenos Aires, sus trabajos en pro del
movimiento patriótico que desde tanto tiempo atrás se venía ges-
tando, debieron continuar activamente, porque en carta de 22 de
Julio a don Manuel Cifuentes, radicado en Montevideo, le decía
desde aquella ciudad: "Ocurrencias que tal vez no pueden ocul-
tarse a V, me obligan a suplicarle que este asunto (se refería a
un negocio privado de Lavalleja que tenía por objeto asegurar
recursos a su esposa e hijos), debe ser reservado; no se las ma-
nifiesto a V. por no fiarlas a la pluma, y que tal vez perjudicaran
a V. mismo si se hicieran trascendentales" (5). En copia o bo-
rrador de carta a don Domingo Cúllen, fecha 20 de Julio, de puño
y letra de Lavalleja, éste se expresa así: "En la de V. hallo mucho
temor, no en que Solas nos falte, ni en la escasez de recursos;
sólo, sí, en el feliz resultado de la empresa. Cuando se trató de
este negocio, y acordamos con V. seguir con el proyecto, no fué
(1) Carta de León Solas a Juan Antonio Lavalleja, Archivo y Museo
Histórico.
(2) Carta de León Solas a Lavalleja, Archivo y Museo Histórico,
(3) Borrador, Archivo y Museo Histórico.
(4) Archivo y Museo Histórico.
(5) Manuscrito, Archivo y Museo Histórico.
— 121 —
contando con más recursos. . ." (1). El 31 de Agosto, don Pas-
cual Costa daba cuenta a Lavalleja de estar "alistado el lanchón
nombrado "vl.° de Octubre"; si este nombre no le parece a V. bien,
puede ponerle el que guste" (2).
Entre los papeles del General Lavalleja, tantas veces citados,
se conserva también un borrador de carta a don José Vidal, vecino
de Montevideo, en el que a pesar de las rayas con que ha sido
testado, se lee lo siguiente: "Yo no dejaré de escribir a V. mien-
tras mis letras no puedan causar algún disgusto a V.; yo vien veo
que en la época es preciso medirse mui mucho para poner la
pluma" (3). El nombrado don José Vidal, desde Montevideo, le
escribía a Lavalleja el 23 de Noviembre: "Si no fueran las espe-
ranzas, habríamos de desesperar, pero no miramos los dos por
un mismo anteojo. De donde V. se promete algo, yo nada aguardo,
al menos que un genio como el de Bolívar no compulse" (4).
Se ha dicho antes, haciendo la transcripción de un -documento
del General Lavalleja, que cuando algunos de los componentes
del regimiento de orientales de Santa Fe regresaron a Buenos
Aires, se encontraron allí con los emigrados de Montevideo. Se
ha visto también, por las propias declaraciones de Lavalleja, cómo
por las comunicaciones de León Solas, de Vidal y de Estanislao
López, que el primero de los nombrados, a su llegada a Buenos
Aires, continuaba con toda decisión y energía sus planes de in-
vasión a la Banda Oriental y acariciaba siempre con porfiada
tenacidad sus propósitos de dar en tierra con la conquista que
seguía oprimiendo a los orientales, Todos los relatos de estos
sucesos preliminares coinciden en cuanto a que los emigrados
orientales llegaron a formar en Buenos Aires un grupo caracte-
rístico, cuya fuerza de cohesión consistía en la uniformidad de
sus miras. La finalidad esencial era entonces como había sido
un año antes, como había sido siempre, libertar al país de la
fuerza negativa que le impedía evolucionar conforme a la volun-
tad de sus naturales; y como el empeño requería organización y
recursos, los emigrados pugnaban por allanar los obstáculos que
la hostilidad, el interés o la indiferencia pudieran oponerles. La
celeridad con que obraban obedecía, a no dudarlo, al propósito
de impedir que el enorme ascendiente moral que el movimiento
de 1823 había ejercido en el país, se perdiera. Porque si la revo-
lución que un año antes había tenido por teatro a Montevideo no
había producido entonces los resultados que se esperaban, era
indiscutible que su fracaso no acusaba en realidad sino falta de
lealtad en aquellos que se consideró aliados y suerte adversa
en las circunstancias, nunca falta de disposición en el ambiente
(1) Archivo y Museo Histórico.
(2) Archivo y Museo Histórico.
(3) Manuscrito de Lavalleja, Archivo y Museo Histórico.
(4) Archivo y Museo Histórico.
— 122 —
para secundarlo (1). Así las cosas, la obra en que los emigrados
se hallaban empeñados era de magnitud y de apremio. De ahí las
reuniones, los conciliábulos, las continuas comunicaciones con las
provincias y Montevideo; de ahí las nuevas emigraciones que van
a engrosar el primer núcleo.
No hay un acuerdo definitivo sobre el lugar que los orientales
elegían habitualmente para sus deliberaciones; pero parece indu-
dable que frecuentaban por igual la casa de comercio de don Luis
Ceferino de la Torre, de quien era socio don Antonio Villanueva,
y los saladeros de don Pedro Trápani, en la Ensenada, y de don
Pascual Costa, en San Isidro, del que Lavalleja llegó a ser ma-
yordomo, según De-María. En carta a Lavalleja, después de la
cruzada, don José Mauricio Trápani se complace en expresarle
la satisfacción que experimenta por sus victorias; y entre otras
consideraciones le dice: "S. E. no olbidará cuánto hemos hablado
en la quinta de mi hermano Costa a ese respecto, y tanto que yo
perdí el juicio por algún tiempo, volviéndolo a recuperar p
que quizá pueda ser un día útil a mi cara Patria" (2). No obstante
la poca precisión que esta carta revela, parece indudable la alu-
sión al saladero de don Pascual Costa.
¿Quiénes eran esos emigrados que con Lavalleja combinaban
los planes de la futura emancipación? Los que primero rodearon
a Lavalleja y con él cooperaron en los primeros paros, fueron,
según todas las probabilidades, Manuel Oribe, Manuel Lavalleja,
Simón del Pino, Manuel Meléndez, Pedro Trápani y Luis Ceferino
de la Torre, a quienes se unirían después Pablo Zufriategui, Ata-
nasio Sierra, Manuel Freyre y Basilio Araújo. No hay discrepan-
cia apreciable entre los historiadores acerca de los nombres de
Oribe, Zufriategui, del Pino, Meléndez, De la Torre y Manuel
Lavalleja; pero si puede ser interesante precisar las personas que
tuvieron la iniciativa de concretar un impulso que todas sentían,
fuera mezquino retaceo sacar de esta sola circunstancia, ninguna
otra consecuencia de entidad, máxime cuando hombres como don
Pedro Trápani, que es, a nuestro juicio, con Lavalleja, la figura
más saliente de todo el movimiento, no aparecen incluidos por
algunos de los cronistas de la cruzada.
Antes de ahora hemos hecho alusión a los sucesos en que
directamente intervinieron Lavalleja, Oribe y Zufriategui, con lo
que su presencia en Buenos Aires en la época a que llega esta
(1) El historiador Berra afirma, en este sentido, que la fibra patriótica
de Lavalleja "se había sentido herida en 1823 por el grito de los montevi-
deanos". Bosquejo Histórico.
(2) Colección Lamas, Documento núm. 297, Archivo y Museo Histó-
rico. "José Mauricio Trápani estuvo en esta Banda, mas ignoro si con co-
misión del Gobierno o de su hermano Pedro, unido al cual fué ei que pro-
porcionó al General Lavalleja armas, municiones y demás recursos..." —
Joaquín Suárez, Informe Julio 22 de 1886, "La Alborada", 1899.
— 123 —
exposición, no necesita más comentario. En cuanto a Manuel
Lavalleja, que, según se expresó, había quedado al mando de la
"compañía de orientales" de Santa Fe, disuelta aquélla siguió los
pasos de su hermano y a su lado pasó en Buenos Aires. Simón
del Pino, a quien los dirigentes de la revolución de 1823 se diri-
gieron especialmente para que secundara el movimiento, había
sido arrastrado por la emigración que siguió al convenio entre
Lecor y Da Costa. Luis Ceferino de la Torre, oriental, estaba ra-
dicado en Buenos Aires, "en calidad de gerente primero, y en ca-
lidad de socio después", de la casa de comercio de don José An-
tonio Villanueva. Manuel Meléndez, que había llegado en la milicia
al grado de Teniente, había corrido la misma suerte que sus com-
pañeros."
La misión que estos hombres sencillos volvían a emprender,
es el último acto del drama cuyo desenlace es la cruzada. Eran
los mismos hombres que en 1822 daban escape a sus contenidos
impulsos y agitaban la campaña oriental, y proclamaban la revo-
lución desde Montevideo, y peregrinaban por Santa Fe y Entre
Ríos, y libraban en Buenos Aires la gran batalla contra la indi-
ferencia. No surgía de las cordiales reuniones de Buenos Aires,
la idea de libertar a la patria, ni siquiera la idea más concreta de
la "cruzada". En las deliberaciones de la casa de Villanueva o
en las tertulias del saladero de don Pascual Costa, no se elabo-
raba la idea de la cruzada; y decimos que tal cosa no sucedía,
porque la cruzada estaba manifiesta en el pensamiento de los
patriotas desde fines de 1822, cuando trabajaban heroicamente
en "reunir al menos cien hombres con los cuales debe pasar en
breves días Lavalleja en seis lanchones que ya están listos para
desembarcar en Santo Domingo de Soriano" (1). No asistimos
a la iniciación del drama de la revolución, porque la revolución
ya está en todas partes: en la campaña v en los centros urbanos;
en los hombres de espada y en los hombres de pensamiento; en
el programa de los doctrinarios v en el alma de las multitudes.
Todas las líneas están ya tendidas; todas las voluntades libres
están acordes; todas las energías puestas ya en guardias, sólo
esperan el toque de atención.
ó. Preliminares de la cruzada. — Es unánime entre los cro-
nistas de la cruzada, destacar como su causa ocasional más de-
(1) Luis Eduardo Pérez y Ramón de Acha al Cabildo, Abril 27 de 1823.
Archivo General Administrativo. En carta de 5 de Marzo de 1856, don Fran-
cisco S. Antuña, al felicitar a don Gabriel Pereira por su elección dice tener
para ello motivos especiales, "y uno de ellos es el recuerdo de que usted;
el finado patriota Echeverriarza y yo, los tres solos acordamos poner y pu-
simos el día 4 de Octubre de 1822 la primera piedra sobre que se cimentó
la reconquista de la indeoendencia de nuestra patria. El pronunciamiento
de aquel día nos trajo el 19 de Abril de 1825." — Correspondencia confiden-
cial y política del señor don Gabriel A. Pereira.
— 124 —
cisiva, la noticia de la victoria de Ayacucho. Dice de la Torre en
sus ya recordadas memorias, que desde el día en que aquélla se
supo en Buenos Aires, los siete emigrados que él cita en su relato
"se reunieron diariamente en la casa de la Torre y se acordaban
los trabajos que cada uno debía desempeñar". Refiere asimismo
que él personalmente, "reunía el armamento posible y construyó
con sus propias manos las dos banderas que debían tremolar
triunfantes en su Patria" (1).
Otra de las providencias que los emigrados tomaron a raíz
de Ayacucho, conjuntamente con la redacción y firma del com-
promiso escrito que se les atribuye, consistió en designar por su
jefe y jefe de la empresa, a Lavalleja. Las dos medidas revelan
ya el espíritu de organización y de orden que dentro de las im-
posiciones del medio ambiente caracterizaría todos los hechos
mili-tares e institucionales que a la cruzada se siguieron. Es cu-
rioso reproducir aquí, porque de ella se deducen interesantes con-
clusiones, la carta que Lavalleja escribió dos meses antes de co-
nocer el acontecimiento de Ayacucho, a don Francisco juanicó..
Dice así: "Nuevamente han llegado los momentos que preciso de
su protección. He arrendado el saladero de don Pascual Costa
para hacer carnes saladas; el principal que tengo es corto y pre-
ciso que me socorran mis amigos. Yo jamás he dudado de sus
buenos deseos hacia mí y toda mi familia. Y puede figurarse quál
estará mi espíritu dos años peregrinando por estas provincias y
sin tener a quién arrimarme" (2). El contenido de esta carta debe
ser interpretado examinando, si es posible, otras manifestaciones
del mismo Lavalleja que tengan alguna relación con los hechos
a que la carta hace alusión. "Lavalleja trató en Buenos Aires de
figurar pasarse a comerciante, tratando un lugar para llevar efec-
tos al Paraná, donde debía establecerse. Mientras llegaba esta
decisión (de llevar a cabo la empresa), Lavalleja estableció en
Buenos Aires un saladero, con dos objetos: primero, aguardar los
resultados del Para, y segundo, distraer los portugueses, que es-
taban con el ojo sobre él" (3). Quiere decir, pues, que sin desistir
de sus proyectos y de la gestión activa que hasta finalizar el año
24 absorbe todas sus energías, Lavalleja se da una tregua, espe-
rando una ocasión más propicia; y de paso se sustrae a la severa
vigilancia brasilera, con lo que sus trabajos pueden contar desde
entonces con este nuevo factor favorable. Empero Ayacucho tras-
torna todos los planes, porque cuando Buenos Aires recibe albo-
rozada la noticia, nadie la esperaba.
Aceptadas las circunstancias como las más favorables para
(1) Memorias de los sucesos de 1825, Luis C. de la Torre, Revista
Histórica.
(2) Carta del 22 de Noviembre de 1824, "La Democracia".
(3) Papeles del General Juan Antonio Lavalleja. Archivo y Museo
Histórico.
— 125 —
llevar el proyecto a los hechos, deciden los patriotas pulsar de
nuevo, no tanto el espíritu de la población oriental, que ellos ya
conocían, sino más bien la disposición de ciertos elementos pres-
tigiosos, que con su influencia podían llegar a constituir factores
decisivos de éxito o de fracaso. "Don Manuel Lavalleja, don Ata-
nasio Sierra y clon Manuel Freiré fueron destinados a la Banda
Oriental en comisión, que partieron secretamente de Buenos Ai-
res, desembarcaron en la Agraciada, dirigiéndose a la estancia
de don Tomás Gómez (hoy Coronel), a quien comunicaron el
objeto, y afiliándose a él les facilitó caballos para que se dirigie-
sen a Montevideo. Esta comisión era la de hablar en nombre de
los firmantes a todos los patriotas conocidos en el tránsito, exa-
minando sus opiniones en favor de la empresa. Puestos de acuerdo
con inmensidad de ellos, como los Burgueño, Figueredo, Latorre,
Duranes, Calleros y muchos que no se recuerdan y que han figu-
rado de jefes, regresaron para Buenos Aires, embarcándose por
el mismo punto de la Agraciada" (1). Respecto de estos comi-
sionados, don Isidro De-María agrega que eran portadores de
cartas para varias personas. Las trajeron en rollos, ocultas en los
bastos de los recados. Desembarcaron disfrazados de peones en
la Agraciada, costa del Uruguay, aparentando venir a buscar tra-
bajo en alguna estancia" (2). En su obra "Los Treinta y Tres",
don Luis Revuelta dice que los comisionados, comunicando con
el señor don Tomás Gómez, a quien conocía íntimamente Lava-
lleja, lo iniciaron en el secreto, pidiéndole el auxilio de caballos
para llevar su comisión, así como el de ese elemento oportuno
para el personal de la invasión. Luego se dirigieron a Montevideo,
comunicándose con personas cuyos sentimientos patrióticos co-
nocían. Recordamos habérsenos citado por Manuel Freiré a las
siguientes personas, que aceptaron entusiastas la idea y se pu-
sieron con decisión a su servicio: Juan Arenas, oficial en esa época
al servicio del Brasil, pero patriota de corazón; los Burgueño, los
Figueredo, los Latorre y los Calleros, y la señora doña Josefa
Oribe de Contucci".
Entretanto los emigrados continuaban en Buenos Aires sus
trabajos y reunían elementos secretamente, como lo afirma de la
Torre en sus memorias. En carta del 24 de Marzo a don Gabriel
Antonio Pereira, don Manuel Oribe Te decía: "Sé que has sido
informado por Lavalleja de nuestra próxima empresa de invasión;
y que nuestro amigo Lecocq te habrá dado los detalles de que
era él portador. Es preciso una reserva absoluta y completa, pues
parece que el Gobierno de aquí ha recibido reiteradas reclama-
ciones, para alejarnos y hostilizarnos y que algo se recela, pues
(1) Luis C. de la Torre, Memoria citada.
(2) Dice el historiador De-María que estos datos son referencias de
don Manuel Freiré y don Manuel Lavalleja.
— 126 — -
vivimos con una vigilancia que no nos dejan respirar" (1). Acerca
de la vigilancia de que los patriotas eran objeto de parte de los
portugueses, el General Lavalleja refiere en su memoria, varias
veces citada, que uno de los fines que tuvo en vista al arrendar
un saladero en Buenos Aires, fué "distraer a los portugueses, que
estaban con el ojo sobre él". En idéntico sentido, "El Nacional"
del 12 de Mayo de 1825, expresaba a propósito de la cruzada:
"La empresa fué concebida y combinada con tal reserva, que no
llegó a traslucirse sino después que estos bravos habían dejado
nuestras playas" (2).
" Si bien es rigurosamente exacto que Lavalleja, Oribe, Zu-
friategui, Simón del Pino, Manuel Lavalleja, Freiré, Araújo, Jacinto
Trápani y otros eran los directores de las combinaciones militares
que se habían propuesto, también es no menos cierto que los ciu-
dadanos civiles del grupo confabulado, Luis Ceferino de la Torre
y Pedro Trápani, fueron el alma en Buenos Aires de los trabajos
preparatorios de la Cruzada Libertadora, y no solamente se ha-
bían inscripto en el registro de aclherentes con fuertes sumas de
dinero, sino que recolectaban muy estimables donativos de orien-
tales y argentinos que se mostraron partidarios del movimiento
reivindicador" (3). Los primeros resultados de la actividad
desplegada por los emigrados y por los orientales que radicados
en Buenos Aires los secundaban, empezaron a hacerse apreciables;
y a las donaciones de Lavalleja, de la Torre y Trápani, hubo que
agregar las de "don Nicolás y don Juan José Anchorena, don Pe-
dro Lezica, don Alejandro Martínez, don Miguel Riglos y don Ra-
món Larrea" (4).
La crónica destaca en estos laboriosos preliminares de la
cruzada, el plan de una revolución dentro de Montevideo, utili-
zando para ese fin la cooperación eficacísima del Batallón de
Pernambucanos confinados en aquella plaza. "Este trabajo le fué
encomendado a la señora Josefa Oribe de Contucci, patriota en-
tusiasta, que logró seducir a los sargentos, que en prueba de su
decisión remitieron a Buenos Aires un Acta de compromiso y pi-
diendo una persona que se pusiese a la cabeza, pero se creyó
conveniente retardarlo hasta que al frente de Montevideo los
patriotas pudiesen proteger el movimiento". Agrega de la Torre
que él remitió de su peculio 18 onzas de oro para que fuesen re-
partidas entre los sargentos, y tres cajones de cartuchos a bala
(1) Correspondencia confidencial y política del señor don Gabriel
A. Pereira.
(2) "El Nacional", núm. 21, Colección de! doctor Luis Melián Lafinur.
Don Juan Spikermann, en su memoria "La primera quincena de los Treinta
y Tres", afirma que él y sus compañeros se habían ocultado del Gobierno
de Buenos Aires para salir de su territorio.
(3) J. Muñoz Miranda, "Sarandí", Revista Histórica.
(4) F. A. Berro, op. cit.
— 12? —
que clandestinamente consiguió extraer del Parque de Buenos
Aires y que fueron conducidos a Montevideo en el paquete "Pepa",
capitán Chentopé, a ser entregados a la misma señora de Oribe,
con quien se entendían los sargentos" (1). Conocedora la señora
de Contucci del estado de ánimo de los sargentos pernambucanos,
por sus criados y sirvientes, con los cuales tenían aquéllos estre-
chas relaciones, había salido airosa en la arriesgada empresa de
hacer sublevar el batallón" (2).
Para apreciar la tensión del espíritu patriota dentro de las
murallas de Montevideo e ilustrar en lo posible, con un antece-
dente sugestivo, el concepto que entonces debía predominar aún
en las clases, colocadas en más humilde nivel, y por ende en aque-
lla a que los soldados pernambucanos pertenecían, he aquí un
curioso documento dirigido a Lavalleja al finalizar el año 1825:
"Comprometidos nosotros todos los del color bajo a tomar las
armas para defender nuestra patria y derramar ambos la última
gota de sangre para libertar a nuestro país del tirano portugués,
con el myor silencio y secreto, se pone de dicho color bajo 400 a
500 hombres, solamente para defender el pavellón de nuestra
patria; y con el mayor silencio sorprendiendo las dos guardias
principales; que son la del Muelle y del Portón, y en el mismo
instante presentando V. E. las tropas que le parece sean bastantes
para asaltar la plaza, con lo que creemos será suficiente para
romper las cadenas de nuestra esclavitud, y así suplicamos a V. E.
sea servido mandarnos un giador, por el cual quedremos ser di-
rigidos a la gran empresa. V. E. podrá discurrir un modo por el
cual puede mandarnos armas y municiones para librar la plaza
de los tiranos. También tenemos los Libertos preparados y sólo
esperan el más mínimo movimiento para declararse cuanto antes
contra el tirano Emperador. A V. E. suplicamos tener la contes-
tación lo más breve que se pueda. — Comprometidos para la em-
presa: Pedro Barreiro, Juan Escobar, León Cuchos, Ciríaco Mar-
tínez, Pedro Fernández, Pedro Cipriano, Felipe Figueroa, Rufino
Gasarte, Gregorio Martínez, Luis Giménez, todos comprometidos
bajo el juramento que han de derramar su última gota de sangre
y hacer los mayores esfuerzos para libertar la patria y morir des-
cuartizados. Guarde Dios a V. E. muchos años. — Montevideo,
10 de Diciembre de 1825. — Pedro José Barreiro" (3).
En cuanto a la empresa que doña Josefa Oribe de Contucci,
(1) De la Torre, Memorias citadas. "En "La Pepa", cuyo capitán
era Santiago Sciurano, alias Chentopé, se trajeron de Buenos Aires el dinero
y los tres cajones de cartuchos a bala destinados a los conjurados del ba-
tallón de pernambucanos y que les fueron entregados por doña Josefa Oribe
de Contucci, alma de esa conspiración, a favor de la causa libertadora",
Aureliano G. Berro, op. cit.
(2) Muñoz Miranda, "Sarandí", Revista Histórica.
(3) Colección Lamas, Documento núm. 300, Archivo y Museo Histór.
— 128 —
hermana de don Manuel Oribe, había tomado bajo su responsa-
bilidad, ésta, al remitir a los patriotas el documento de compro-
miso que los sargentos pernambucanos habían suscrito, invocaba
la necesidad de recursos pecuniarios, los que, según se dijo, antes
le fueron remitidos. El gesto de la iniciadora de esta arriesgada
conspiración tiene por sí mismo demasiada elocuencia y relieve
para agregarle un comentario. Baste señalar que "la perspectiva
terrible de la Isla das Cobras no doblegaba su audacia. Y eso que
Lecor, desconfiado o ya puesto en autos, extremaba las medidas
preventivas, haciendo del "Peirajo", anclado en nuestro puerto,
cárcel flotante para los sospechosos de patriotismo activo" (1).
Es notorio que el plan tan sigilosamente fraguado fracasó.
Pero debe destacarse una vez más, que el fracaso no fué produ-
cido ni por falta de ambiente ni por escasez de decisión. Obró,
sí, demasiado eficazmente, la sugestión patriótica; y los pernam-
bucanos, como todos los habitantes de Montevideo, cuando el 7
de Mayo de 1825 divisaron en la cumbre del Cerrito un movi-
miento inusitado de hombres que no eran sus opresores, debieron
violentar sus impulsos para que el alborozo de los espíritus no
trascendiera. Pero los pobres pernambucanos, los humildes per-
nambucanos, de organización sentimental más simple, no supie-
ron ocultar ni pudieron reprimir sus primeros impulsos, y cuando
los detenidos por sospechosos vieron nítida la amenaza que les
esperaba, sus bocas se cerraron a toda delación, como antes sus
corazones de soldados se habían abierto sin reservas ni retaceos
a la insinuante sugestión de una mujer heroica.
Pero sigamos a los emigrados. En los apremios de sus apres-
tos, don Manuel Oribe se comunicaba con el patriota español, ve-
cino de Montevideo, don José María Platero, y le pedía "unas
200 tercerolas que desde el año 1823 tenía depositadas en la
Aduana, que le fueron cedidas generosamente y despachadas por
el vista don Gregorio Gómez, con conocimiento del objeto a que
se destinaban. Este señor, amigo de don Manuel Oribe, merece
una particular mención por aquel servicio" (2).
Los patriotas están ya a punto de dar cima a los preliminares
de la empresa. Basilio Araújo es despachado a Entre Ríos, "con
el objeto de apalabrar al coronel don Andrés Latorre, para que
invadiese por el Uruguay a la altura del Hervidero". Asimismo
se encarga de análoga comisión en Montevideo a don Francisco
Lecocq, cuyo cometido puede deducirse de los términos de una
carta de Lavalleja a don Gabriel Antonio Pereira, de que aquél
es portador y que dice así: "Pongo en su conocimiento que dentro
de muy poco tiempo invadiremos a nuestra patria para conquistar
el lauro de nuestra independencia contra la usurpación y dominio
(1) Juana de Ibarbourou, "Los 33 orientales", "La Democracia".
(2) De la Torre, Memorias citadas.
— 129 —
y sacudir su yugo ominoso. El conductor de ésta, que lo es dort
Francisco Lecocq, va instruido de todo, y expresará a Vd. lo que
por medio de una carta no se puede expresar ni es tampoco pru-
dente, así es que dé crédito completo a todo lo que le informe.
Ahora sí, es preciso que Vds. como patriotas nos secunden y ayu-
den para ver a nuestra patria libre y feliz del poder ominoso de!
extranjero usurpador del suelo natal, como nosotros estamos dis-
puestos a sacrificar nuestras existencias por la patria" (1). Oribe,
en una carta ya recordada, le expresa al mismo Pereira: "Sé que
has sido informado por Lavalleja de nuestra próxima empresa
de invasión; y que nuestro amigo Lecocq te habrá dado los de-
talles de que era portador". Y termina así: "Estamos decididos
a invadir lo más pronto y salir de una vez de esta situación in-
cierta e insegura. Creo que saldremos airosos de nuestra em-
presa, contando que los patriotas como tú secundarán nuestra
obra de regenerar la patria, conquistar su libertad y lanzar al
extranjero usurpador de nuestro hermoso territorio. Esta te la
entregará el amigo Trápani" (2).
Todo está dispuesto. Los aceros están prontos para entrar
en acción. Las voluntades, resueltas a dar el último paso, trazan
nítidamente el programa rectilíneo e inflexible de sus planes. To-
das las dudas se aclaran; todos los desfallecimeintos se descartan;
todos los renunciamientos se sofocan. Es la hora del supremo
trance.
4. Ayacucho. — "La victoria de Ayacucho, que puso fin a
la dominación española en América, tuvo en el Plata profunda
resonancia guerrera" (3).
Se liquidaba con ella, definitivamente, cuando no se espe-
raba, la situación de incertidumbre en que los pueblos habían
vivido hasta entonces, ante el temor, que muchas circunstancias
hacían fundado, de la reconquista española en el Río de la Plata.
Fuera de las proyecciones que el hecho en sí mismo presen-
taba, con él se excitaban y de él recibían nuevo y eficaz aliento,
aspiraciones y tendencias que, al influjo de los sucesos, se habían
ido elaborando progresivamente en los espíritus y pugnaban por
concretarse en realidades ostensibles, cada vez que una nueva
modalidad de los sucesos parecía romper las vallas que a sus
propósitos y planes se oponían. Eran tendencias y aspiraciones
que si bien carecían a veces de precisión en el objetivo y finalidad
perseguidos, tenían de común ser el fruto de un estado de ánimo
de rebelión, de resistencia, estado siempre latente, que se había
arraigado y se había trasmitido en los nativos del Río de la Plata,
(1) Carta del 20 de Marzo de 1825, Correspondencia confidencial y
política del señor don Gabriel A. Pereira.
(2) Carta del 24 de Marzo, Correspondencia de don Gabriel A. Pe-
reira, ya citada.
(3) Arreguine, "Historia del Uruguay".
— 130 —
estimulado por el peso de la dominación extranjera.
Traducíase, pues, en una favorable disposición de ánimo
frente a todo lo que significase un palmo menos en tierra con-
quistada y oprimida, o un obstáculo salvado que fuera quebrando
la cadena, que también ata, de las circunstancias adversas.
Ayacucho era gloriosa, porque desvanecía el temor a la con-
quista española; pero era también gloriosa, porque halagaba el
instinto innato de rebelión, que, libre de una traba más, se dispo-
nía a ejercitarse en nuevos y armónicos empeños.
"A las ocho de la noche del 21 de Enero de 1825, llegó a
Buenos Aires la noticia de la batalla de Ayacucho en el Perú. Una
victoria tan decisiva, i casi puede decirse, inesperada, produjo
una verdadera explosión de entusiasmo i alegría. El pueblo se
agrupaba en los cafés i parajes públicos para oir a los diversos
oradores, que con la exaltación del patriotismo daban detalles
sobre la batalla. A las 10 de la noche hizo un saludo la fortaleza,
que fué contestado por el "Aranzazú", bergantín de guerra na-
cional, i por otro bergantín de guerra brasilero, anclados ambos
en balizas interiores. Se iluminó como por encanto gran parte de
la ciudad i el ruido de cohetes era incesante" (1).
Dos hechos casi simultáneos con la noticia de la batalla de
los generales, ''contribuyeron a que el júbilo del pueblo de Buenos
Aires cobrara tan inusitada intensidad. Por una parte, la reciente
instalación del Congreso Nacional Constituyente y Legislativo, y
la aprobación de la ley de 23 de Enero de 1825, en virtud de la
cual los diputados renovaban, "del modo más solemne" (2), el
pacto con que las provincias habían estado ligadas antes, con lo
que se anunciaba en forma auspiciosa el fin de la anarquía; y
encomendaban provisoriamente al Gobierno de Buenos Aires el
desempeño del poder ejecutivo nacional.
No de menos trascendencia resultaba el hecho de que Ingla-
terra, por intermedio de su Cónsul Woobdine Parish, entraba a
negociar con el Gobierno de las Provincias Unidas, un tratado
de amistad.
Entre las manifestaciones patrióticas que los acontecimientos
enunciados provocaron, merecen destacarse "los paseos cívicos".
"Eran caravanas de jóvenes de todas las clases, desfiles que mar-
chaban a discreción al compás de alegres músicas. Recorrían la
ciudad vitoreando a la Patria y a los vencedores da Ayacucho,
pasaban a congratular a los representantes de la nación, dete-
niéndose a ratos frente a la casa de algunos viejos patriotas para
escuchar los discursos de no pocos oradores improvisados" (3).
El doctor Wilde, en su libro ya citado, agrega: "En la noche
(1) José Antonio Wilde. "Buenos Aires desde 70 años atrás", 1881.
(2) Ver actas del Congreso Nacional Constituyente y Legislativo, tomo
núm. 14, pág. 46.
(3) Gabriel Rene Moreno, "Ayacucho en Buenos Aires".
— 131 —
del 22 hubo una representación dramática en nuestro teatro Ar-
gentino, antecediendo el himno nacional en medio de estrepitosos
vivas a la patria, a Bolívar, a Sucre, etc. El Coronel Ramírez, pa-
rado en un palco, leyó el boletín oficial, vivado con igual frenesí.
La iluminación del teatro se había duplicado, los palcos osten-
taban festones de seda blancos y celestes, i una banda de música
militar tocaba en la calle, frente al teatro. Las fiestas duraron
tres noches i el entusiasmo era inmenso." El interés de este relato
y el haber sido su autor testigo de los hechos que refiere, nos lleva
a prolongar esta transcripción: "El café de la Victoria estaba
completamente lleno, lo mismo que toda la cuadra. Allí se suce-
dían los brkidis patrióticos... Grandes grupos con música y
banderas desplegadas, recorrían las calles cantando la "canción"
i vivando en la casa de los patriotas. Varios banquetes se dieron
en el afamado hotel de Faunch. Cubrían las paredes del comedor
las banderas de todas las naciones, entre las que aparecían retra-
tos de Bolívar, Sucre, etc. La banda tocó "Good save the King"
al brindarse por el Rey de Inglaterra." Un banquete que según
los papeles públicos de la época hizo mucho ruido, fué el que
tuvo por marco solemne los viejos salones del Consulado, y por
obligado complemento la apertura de la llamada "sala de eti-
queta", historiado salón de los virreyes. A propósito, dice Gabriel
Rene Moreno: "Gran concurso selecto". "Hubo arengas". "Seis
horas cabales duró el banquete a que se ha hecho antes referencia.
Este hecho lo dice todo sobre la expansión cordial que ahí reinaba.
De esta última puede decirse que el Río de la Plata se abrió esa
noche en dos brazos espumantes, uno de champaña y otro de
palabras".
Los acontecimientos que se celebraban no eran para menos.
De un lado, Ayacucho, anulaba, como se ha dicho, la amenaza
de la reconquista siempre temida; a su vez Inglaterra, nada menos
que Inglaterra, pactaba con las Provincias Unidas. "Nuestro tra-
tado, dijo en aquella ocasión el Cónsul Parish, es un suceso que
os coloca en el rango de las naciones reconocidas del mundo, su-
ceso debido enteramente a vuestros propios esfuerzos y a la li-
bertad política aquí adoptada".
"Las fiestas, agrega el viejo y pintoresco cronista del antiguo
Buenos Aires, duraron los tres días de Carnaval; en la lista civil
y militar que asistió al "Te-Deum" iban incluidos los cónsules
extranjeros. Caminaban a la par Mr. Pousset, vicecónsul inglés,
i Mr. Slacum, cónsul norteamericano." "Cincuenta años atrás, dice
el escritor Mr. Love, refiriéndose en aquel tiempo a este suceso,
¿quién hubiera soñado semejante acontecimiento? Un cónsul bri-
tánico, unido en un cortejo a un cónsul de sus colonias, hoi inde-
pendientes, para celebrar la independencia de otra parte del con-
— 132 —
tinente americano" (1).
"La noticia de Ayacucho hizo pensar a los argentinos que
habían desaparecido las causas que los condenaran a la inacción
después de la retirada de Gómez (2), enardeció los ánimos y
provocó vehementes manifestaciones en contra del Brasil. No
había número de periódico que no se ocupara del asunto de un
modo u otro; y como si no bastaran los quince órganos de publi-
cidad que había, se fundaron otros especialmente destinados a la
cuestión de la Banda Oriental" (3).
En ese ambiente, agitado por el entusiasmo patriótico y do-
minado por la nota optimista, los emigrados orientales, que vio-
lentando sus más vehementes disposiciones, habían debido dar
entonces, por imposición de las cosas, un nuevo compás de espera
a sus aprestos militares y a su decisión de llevarlos a cabo, sin
cesar por esto su activa obra de propaganda, sintieron, quizá con
no igualada intensidad, que la hora había sonado para liquidar
con hechos la obra en que desde tanto tiempo atrás estaban em-
peñados. Comentando los resultados negativos que se siguieron
a la revolución del año 23, declara el General Lavalleja que él
"calculó que Ínterin no se decidiera la suerte de las armas de los
patriotas en el País, nada se podría hacer, pues si ésta era adversa
a la República Argentina, su primer dever sería atender a sí y no
a los orientales, aun cuando se hubieran emprehendido. Mientras
llegaba esta decisión, Lavalleja estableció en Buenos Aires un
saladero con dos objetivos: primero, aguardar los resultados del
Perú, y segundo, distraer a los portugueses, que estaban con el
ojo sobre él, y al mismo tiempo emplear a sus compañeros en algo.
Llegó la jornada de Ayacucho, y desde este momento con la ma-
yor reserva empezó a aprontarse"; y en carta dirigida a Estanislao
López "le pedía un auxilio en la Provincia de su mando, consis-
tiendo éste en una chacra en el rincón para ponerse a laborar en
el caso de ser desgraciado, y escapar con vida" (4).
"La batalla de Ayacucho, ganada por los patriotas en Di-
ciembre de 1824, que decidió de los destinos de la América es-
pañola, inflamó el patriotismo de los emigrados, que reunidos en
la casa de comercio que regenteaba don Luis Ceferino de la Torre,
firmaron espontáneamente un compromiso, jurando sacrificar sus
vidas en la libertad de su Patria, dominada por el Imperio del
Brasil" (5).
Contribuía no poco a la intensa expectativa de los emigrados,
(1) Wilde, op. cit.
(2) Alusión a la misión Gómez a Río de Janeiro en los años 1823-1824.
(3) F. A. Berra, op. cit.
(4) Papeles del General Juan Antonio Lavalleja, 1821-1824. Manus-
crito original en el Archivo y Museo Histórico.
(5) Memoria de los sucesos de 1825 por Luis de la Torre, Revista
Histórica.
— 133 —
ante la victoria de Ayacucho, el hecho de haber puesto en prác-
tica, en combinación con los opositores del Gobierno de Buenos
Aires, medios de interesar al Libertador Bolívar en la causa de
la Banda Oriental. Conviene señalar aquí, que en carta al Ministro
de Marina de su Gobierno, un emisario francés, Mr. Rósame^ le
manifestaba que en conversación con el Libertador, le había oído
decir que "consideraba como una vergonzosa expoliación la acción
del Portugal al apoderarse de la Banda Oriental del Plata" (1).
En Montevideo, la noticia de Ayacucho no podía dar lugar a
las explosiones delirantes que tuvieron por teatro Buenos Aires,
porque en aquella ciudad, sometida a la dominación de Lecor,
toda demostración de -contento hubiera sido severamente repri-
mida, y los ánimos estaban agobiados por el peso de la conquista
extranjera.
Faltaban, pues, los factores que obraban activamente en la
otra orilla, pero más de uno de los vecinos de Montevideo debió
mirar la fausta nueva como una deseada y edificante sugestión.
No obstante los motivos que obraban en contrario, hay cons-
tancia de haberse celebrado el acontecimiento con relativa publi-
cidad, en , actos que sin duda fueron aislados, pero que son muy
significativos para configurar el semblante de aquel vecindario,
ante la victoria de Ayacucho. He aquí, a propósito, una curiosa
prueba documental: "Excmo, señor: En consequencia a rumores
que se esparcieron en esta Capital de resultas de las penúltimas
noticias venidas de Buenos Ayres relativas a que en aquella Ciu-
dad se tenía por cierto haver sido batidas en Huamanguilla el
nueve de Diciembre por las tropas patriotas al mando del General
Bolívar las tropas realistas mandadas por el Virrey Laserna, se
me ciió aviso de que en un tambo a extramuros de esta Plaza,
había tenido lugar una merienda concurridísima de gentes exal-
tadas, con el fin de celebrar la para ellos fausta noticia, a que se
siguieron brindis chocantes con los principios de paz, orden y
buena armonía, tan encargados por S. M. el Emperador, y que la
suma prudencia que en V. E. resplandece ha procurado en bene-
ficio público con todo esmero sostener. Los deberes de mi empleo
me obligaron a dar cuenta de este incidente a V. E. después de
haber llamado y reprehendido a un joven entenado de don Fran-
cisco Farías, quien jamás quiso denunciar sus cómplices, alegando
(1) Vill,anueva, "El Imperio de los Andes". Referente a la disposición
de Bolívar a intervenir en los sucesos del Río de la Plata, en "El Piloto" del
29 de Setiembre de 1825 se hace referencia a carta de persona allegada al
Libertador en que se expresa: "El General Bolívar espera diariamente los
diputados de Buenos Aires. En el acto piensa marchar con su ejército a
libertar la Provincia Oriental: ha dado nuevas órdenes para reclutar 20.000
hombres, armarlos y uniformarlos, y todo queda aprontándose." (Colección
particular citada.)
— 134 —
que todo ello no había sido otra cosa que un recreo de pura
diversión.
Pero V. E. se sirvió ordenarme se procediese a una informa-
ción sumaria de este hecho, y habiendo sido propuesta al Excmo.
Cabildo, dixeron algunos vocales sería lo mejor dar al olvido dicho
suceso, y otros fueron de opinión que yo como encargado por la
Corporación expusiese verbalmente a V. E. que para proceder a
la mencionada información sumaria, sería bien se sirviese V. E.
expedir la orden por escrito, pues siendo este negocio uno de
aquellos de alto Gobierno, era de la inmediata atribución de V. E.,
o quando menos precisaba el que V. E= mismo se sirviese delegar
en parte para ello sus superiores facultades. Es quanto tengo que
exponer en el particular, y V. E. se servirá en el caso como lo
considere más justo y arreglado. Dios guarde a V. E. muchos
años. — Montevideo, 4 de Febrero de 1825. — Illmo. y Excmo.
Señor. — Firmado: Santiago Sainz de la Maza. — limo, y Excmo.
Señor Capitán General, Barón de la Laguna." — Al margen: "El
siete ofició SS. mandando suspender la sumaria, pero que se in-
dagase los sujetos concurrentes a tales actos y prepárese relación
de ello para Gobierno. — Castillo" (1).
(1) Archivo de la Escribanía de Gobierno y Hacienda. Catalogado:
"Celebridad Bolívar, 28-1895".
CAPÍTULO VIII
LA CRUZADA
1. La gran jornada.
¿. Los Treinta y Tres.
ó. Lugar del desembarco.
4. Primeras consecuencias.
1. Todo hombre nacido en esta tierra, que con el pensa-
miento o con el corazón se acerque al acontecimiento legendario
de la Cruzada, ha de sentir en su espíritu y hasta en su cuerpo,
la conmoción que sigue a toda extraordinaria revelación. Si a la
visión simple y escueta del hecho inaudito se agrega la de su real
significado, la conmoción alcanzará a remover, por misteriosas e
instintivas repercusiones, todas las raíces de su ser.
A la Naturaleza parece reservado el poder de provocar en
nosotros estas hondas y perdurables sensaciones; pero los hom-
bres, mejor aún, algunos hombres, suelen poner de tal manera
en los hechos y en las cosas el sello de su influjo, que llegamos
a sentir su obra con la misma intensidad que nos sobrecoge y nos
desconcierta frente a las representaciones más acabadas de la
Naturaleza. Reproduciendo a nuestros ojos, con no sospechada
fidelidad, la obra del gran artífice, aparecen los hombres diri-
giendo a los hechos. Y entonces nosotros los vemos agrandados,
enormes, imponentes, sublimes, porque los vemos en los hechos,
en las cosas, en el ambiente, abarcándolo y llenándolo todo.
Los hombres de 1825 son así. Empeñosos, han cultivado día
a día el espíritu de sus hermanos de infortunio y han visto multi-
plicarse el número de sus prosélitos; recios y sufridos, han pre-r
dicado la buena nueva de la libertad, y la santidad de su causa
ha encontrado junto con el aliento del desinterés, la pasividad
del egoísmo; tocados por el destino para ser los ejecutores de un
plan providencial, desproporcionado a sus medios, a él entregan
vidas y haciendas, sin tasa ni medida; y cuando llega el momento
de sofocar su vocación guerrera para dar comienzo a la obra du-
radera de la paz, del orden, del límite a la arbitrariedad, estos
hombres extraordinarios bajan sus espadas en señal de acata-
miento al gobierno incipiente.
Símbolo son de las ideas democráticas que vienen a implan-
tar. Son hijos del pueblo, con arraigo en el pueblo, y su única
esperanza y su única fe, es también el pueblo. Jamás usarán de
la fuerza sino como un medio imprescindible para aniquilar a una
fuerza contraria y opresora. Fieles intérpretes del hermoso pos-
— 137 —
tulado que encarnan, será su finalidad esencial edificar sobre
las ruinas.
Si desde el punto de vista patriótico son grandes estos raros
ejemplares de valor y desinterés, también son grandes desde un
punto de vista puramente humano. Grandes, porque vienen a li-
bertar a sus hermanos de la fuerza que los oprime y de la rapa-
cidad que los aniquila; grandes, porque repudian los halagos y
los premios ganados al bajo precio de la sumisión y del renun-
ciamiento; grandes, porque se mueven y reaccionan al influjo de
ideales desinteresados. La Patria es la obsesión de todas sus
horas. Cuando pisan el arenal y se hace el silencio solemne, y
en él se destacan y ruedan las palabras del gallardo paladín, algo
más que la proximidad de los cuerpos acerca y ata a los 33 hom-
bres allí congregados: es el pasado que revive en aquella escena;
es la lucha incruenta, cruel y siempre renovada para alcanzar la
ansiada libertad; es el pasado que vuelve, inexorable, a consumar
el designio providencial; y los recuerdos se agolpan a la memoria,
y los corazones laten con violencia inusitada, y el milagro empieza
a consumarse.
Cuando Artigas, al decidir su retirada al Paraguay, después
de sus últimas derrotas, mandó a Lavalleja, que se hallaba pri-
sionero en la Isla das Cobras, aquel simbólico auxilio de 4.000
pesos, debió tener una anticipada visión de este inconfundible
pronunciamiento.
Volvamos a tomar el hilo de' los hechos.
Dice don Luis Ceferino de la Torre, que dispuestas las cosas
y prontos para arrojarse a la empresa, partieron nuevamente de
Buenos Aires, Manuel Lavalleja, Sierra y Freiré con una docena
de compañeros, conduciendo el armamento a depositarlo en la
Isla Brazo Largo, punto de reunión acordado, que estando cerca
de la costa y de la estancia de Tomás Gómez, debían convinar
con éste el día que los arrimase caballos a los expedicionarios"
(I). Spikerman, en su diario, declara que el 1.° de Abril se em-
barcaron a las 12 de la noche, en la costa de San Isidro, en un
lanchón, los nueve primeros individuos de la expedición, desem-
barcando y acampando en una isla formada por un ramal del
Paraná, llamada Brazo Largo. Los nueve individuos eran: don
Manuel Oribe, don Manuel Freiré, don Manuel Lavalleja, don
Atanasio Sierra, don Juan Spikerman, don Carmelo Colman, Sar-
gento Areguatí, don José Leguizamón (a) Palomo y baqueano
Manuel Cheveste (2).
(1) Memorias citadas. En el mismo sentido, Domingo Ordoñan-a.
"Conferencias Sociales y Económicas".
(2) Juan Spikerman, "La primera quincena de los Treinta y Tres".
— 1 38 —
De-María incluye también en este primer contingente a Dio-
nisio Oribe, criado de don Manuel Oribe (1).
" Este primer grupo era portador de cantidad de armas, per-
trechos y equipos recolectados en Buenos Aires (2). Dice Spi-
kerman que el primer grupo de cruzados permaneció quince días
a la espera de los compañeros que debían venir con Lavalleja; y
De-María asegura que durante la estada de aquéllos en la isla,
"pasaron de oculto a la costa oriental, Oribe, Lavalleja (Manuel)
y el baqueano Cheveste, con el objeto de hablar con Gómez (don
Tomás) y convenir el día y punto en que debía esperar con ca-
ballada a los expedicionarios". Vueltos a la Isla de Brazo Largo,
aguardaron el arribo de la segunda expedición unos diez días
más, al cabo de los cuales "don Manuel Lavalleja y don Manuel
Oribe, genios impacientes y movedizos, determinaron irse con
Cheveste a inquerir la causa de aquel silencio y buscar qué comer,
que por lo pronto era la primera necesidad que había que satis-
facer. Al llegar a tierra la noche era obscura, y casi a tientas die-
ron con una carbonería, cuyo dueño los llevó a la inmediata es-
tancia de los Ruiz, quienes les explicaron que don Tomás Gómez
había sido descubierto, teniendo que escaparse para Buenos Aires,
y que las caballadas de la costa habían sido recogidas e interna-
das. Cuando Ruiz concluyó su narración, Oribe le contestó re-
sueltamente: Pues, amigo, nosotros vamos a desembarcar, aunque
sea para marchar a pie; mientras tanto, vean de darnos un poco
de carne, porque nos morimos de hambre en la isla. Vista por los
hermanos Ruiz la decisión de los expedicionarios, convinieron en
favorecer resueltamente sus intentos, en hacer las señales de apro-
ximación, en aprontar los caballos, en hablar con algunos amigos
y en evitar cualquier choque extemporáneo con aquel terrible
Tornero que guardaba la costa" (3).
Volviendo a los demás expedicionarios y respev:to de ias
incidencias de su travesía, es interesante la versión de Luis Sa-
carello, que vino como marinero en los lanchones de la segunda
expedición. "Hallábase Sacarello el año 25 en Barracas, entre-
gado a sus faenas de carpintero de ribera, cuando en la tarde del
15 de Abril fué tomado por un carpintero Manuel, de la partida,
y sin permitirle hablar, embarcólo en un lanchón". "Poco antes
de ponerse el Sol partió el lanchón en dirección al Paraná de las
Palmas, pero atracando a la costa de San Isidro recibió en esa
noche a su bordo al General Lavalleja, siete oficiales y varios
otros individuos". Y agrega el relato: "En el resto de la noche-
remontamos el Canal del Chana, hasta la boca del Miní, en donde
(1)~ De-María, op. cit.
(2) De-María, op. cit.
(3) Domingo Ordoñana, op. cit. Tornero era un jefe brasilero que
vigilaba la costa del Uruguay.
— 139 —
nos acercamos a una isla y continuamos la noche siguiente, del 17,
hasta la boca de Guazú, y nos escondimos en la isla que está
frente a Punta Gorda; a la noche siguiente, del 18, se nos dio la
voz de silencio y palada seca, por el temor que había a la vigi-
lancia de los cruceros brasileros, y en cuanto llegamos a la Punta
Gorda bajaron a tierra dos hombres, que volvieron pronto. Em-
pezamos, a costear río arriba hasta Punta Chaparro, en donde
bajaron los dos hombres; seguimos a Casa Blanca (estancia), y
allí también bajaron; continuamos hasta la Punta del Arenal
Grande, y allí bajaron y hablaron los dos hombres con un aus-
tríaco que .tenía inmediato a la costa un rancho, quien dio la no-
ticia de que la gente que buscábamos se hallaba en el Rincón,
entre el monte, y entonces fuimos hasta la Punta de Amarillo, que
es la de San Salvador, en donde desembarcaron todos a las tres
de la mañana del 19. Parece que allí encontraron gente reunida y
entonces se internaron y nosotros nos volvimos para Buenos Ai-
res" (1). La versión transcripta no armoniza con lo declarado
por Spikerman, en cuanto éste atribuye la demora de Lavalleja a
un temporal que habría obligado a los expedicionarios a dete-
nerse para no perecer; y al mismo tiempo pone en evidencia la
inquietud que dominaba a los Cruzados, que en todas partes ha-
cían alto y a la que no sería ajeno el temor por la suerte de sus
compañeros. Con Lavalleja venían don Pablo Zufriategui y 20
individuos más.
Reunidos todos los expedicionarios, "nos embarcamos en dos
lanchones y navegamos toda la noche hasta ponernos a la vista
de la costa oriental, a fin de hacer la travesía del Uruguay en la
noche del 19. El río estaba cruzado por lanchas de guerra impe-
riales, y por consiguiente emprendimos marcha en esa noche. A
las siete, habiendo navegado como dos horas, nos encontramos
entre dos buques enemigos, uno a babor y otro a estribor; veíamos
sus faroles a muy poca distancia; el viento era Sur, muy lento, y
tuvimos que hacer uso de los remos" (2).
_ La noche anterior, "una fogata encendida en una quebrada
indicaba el punto a que debían dirigirse en la ribera; pero, como
la noche fuese muy oscura y el viento contrariase la dirección de
las velas, Ruiz cambió el punto en que debían aproximarse, que
era en el Sauce, por otro de más favorable corriente, encendiendo
otra fogata fugitiva en la embocadura de un arroyo llamado Gu-
tiérrez, de la jurisdicción de la Agraciada". En el sitio elegido
para el desembarco, "los hermanos Ruiz y algunos orientales
más esperaban allí con setenta caballos escondidos en unas bre-
ñas inmediatas" (3). Contradicen esta afirmación, el relato de
(1) La revolución de les Treinta y Tres. Benigno T. Martínez, Re-
vista de la Sociedad Universitaria.
(2) Spikerman, op. cit.
(3) Domingo Ordoñan-a, op. cit.
— 140 —
Spikerman, las memorias del General Lavalleja y la opinión de
la mayoría de los historiadores, según se verá en seguida.
Rezan las crónicas de la epopeya, que cuando los cruzados
pisaron el suelo de la patria, no pudieron reprimir un impulso
que los llevó a besarlo. La escena, de por sí solemne, debió co-
brar entonces toda su intensidad. No constituía este hermoso
gesto de honda emoción, una nota discordante ni extraña a la
modalidad de aquellos hombres de sencillo corazón. Si bien se
mira, su obra entera era más que nada una obra de sentimiento.
El cálculo o las ventajas jamás dan resultados tan sorprendentes.
Las convicciones doctrinarias, por sí solas, podrán hacer legislas,
pero nunca héroes. Estas grandes e inauditas empresas han de
partir del corazón. Y el corazón había sido el único regulador
en la vida abnegada y altruista de estos héroes auténticos. Hacían
bien en besar el suelo de la patria; tenían derecho a hacerlo.
Ya están los emigrados en la orilla deseada. Son treinta y
tres hombres, los mismos que desde 1822 recorrieron en incan-
sable peregrinaje el territorio de las Provincias Unidas, y levan-
taron en Montevideo la bandera de la rebelión. De sus malhadadas
andanzas no traen más que el cansancio del camino y un poco
menos de fe en la solidaridad humana. Están solos, como entonces
estaban. Abandonados a sí mismos por todos aquellos a quienes
llamaron en su ayuda, parece que buscaran lo imposible. Nadie
tiene fe en ellos, y ellos la siguen teniendo en sus principios. Pa-
recen iniciados en una religión que nadie entiende ni quiere en-
tender. Ellos, empero, avanzan sin vacilaciones, como si mar-
charan sobre un surco abierto de antemano o sobre los rastros
de una huella.
Refiere un cronista de los hechos, que tomada tierra por los
expedicionarios y escondidas las chalanas en el arroyo de Gu-
tiérrez, volvióse Lavalleja a sus compañeros y con voz conmovida
les dijo: "Amigos, estamos en nuestra patria; Dios ayudará nues-
tros esfuerzos, y si hemos de morir, moriremos como buenos
orientales en nuestra propia tierra". Agrega el mismo cronista
que inmediatamente se ensillaron los caballos (1), se hicieron
los cargueros, y la expedición se internó en el bosque, buscando
(1) Centra lo que Ordoñana declara en párrafo antes transcripto, el
20 de Abril encontró a los errzados "a pie en la espesura del monte tala-
que los encubría, con la esperanza de poder montar a caballo. A su amparo
hicieron la descubierta, y no habiendo novedad divisaron un rancho -al cuai
se dirigió den Manuel Lavalleja con el baqueano Cheveste, con los frenos
en la mano en busca de caballos. En esa choza de un 'austríaco, encontraron
un caballo atado. Lo toman, montan en él enancados Lavalleja y el ba-
queano. Por fin, a eso de las siete de la mañana divisaron a cierta distancia
+res jinetes conduciendo una tropilla de caballos. Eran los hermanos Manuel
y Laureano Ruiz, que con el peón Mariano Bujan venían con caballada"'.
De-María, op. cit.
— 141- — ■
Un punto más secreto y franco para despachar bomberos y chas-
ques y ordenar el plan de campaña" (1).
Veamos ahora cómo relataba la heroica hazaña "La Gaceta
Mercantil", de Buenos Aires, en su número del 30 de Abril: "Banda
Oriental. — En este momento acabamos de recibir la plausible
noticia del desembarco de los Bravos Orientales en su país, y del
buen éxito de su primer encuentro con las fuerzas del Brasil (Ar-
gentino extraordinario de ayer). Don Juan Antonio Lavalleja, don
Manuel Oribe y otros varios oficiales y vecinos de la Banda Orien-
tal que salieron de Buenos Aires decididos a libertar su provincia
del yugo ominoso y degradante del Brasil, supieron el jueves 2 1
(es noticia traída por uno de los individuos que salieron en tan
heroica empresa) que algunos de los individuos de quienes espe-
raban caballos y otros recursos en el momento de su desembarco
habíanse visto precisados a fugar. . ." (2). Por su parte, "El Ar-
gos", del 14 de Mayo, decía: "Los sucesos que hoy tienen lugar
en la Banda Oriental del Río de la Plata merecen llamar la aten-
ción de los críticos públicos, por la importancia y trascendencia
que ellos traen consigo. Es bien sabido ya que unos beneméritos
patriotas decididos a sacrificar su quietud, su bienestar y hasta
su vida o redimir a su patria de la opresión y servidumbre en que
está hace algunos años, concibieron el atrevido proyecto de pre-
sentarse ante sus compatriotas y de moverlos en masa para que
los auxiliasen en la ejecución de su plan. Aquél se ha ejecutado
dé un modo que excede las esperanzas qu£ se habían formado al
convinarlo, y que promete resultados los más prósperos a la con-
clusión de la guerra de la independencia por todas partes, y al
establecimiento de una completa libertad en todos los puntos del
continente americano". Y agregaba haberse "sentido en todos
los puntos de la Banda Oriental un sentimiento uniforme y deci-
dido por sacudir su esclavitud y romper violentamente los vínculos
que la ligaban a un gobierno extranjero" (3).
El programa de los patriotas es claro y terminante como la
firme resolución que los mueve. Son estos sus términos: "Llegó
en fin el momento de redimir nuestra amada patria de la ignomi-
niosa esclavitud con que ha gemido por tantos años y elevarla
con nuestro esfuerzo al puesto eminente que le reserva el destino
sobre los pueblos libres del nuevo mundo. El grito heroico de
libertad retumba ya por nuestros dilatados campos con el estré-
pito belicoso de la guerra. El negro pabellón de la venganza se
ha desplegado, y el exterminio de los tiranos es indudable. ¡Ar-
gentinos, Orientales! Aquellos compatriotas nuestros, en cuyos
pechos arde inexausto el fuego sagrado del amor patrio, y de que
(1) Ordoñana, op. cit.
(2) • "La Gaceta Mercantil", núm. 457, Biblioteca Nacional, Bs. Aires.
(3) "El Argos", núm. 150, Biblioteca Nacional, Buenos Aires.
— 142 —
más de uno ha dado relevantes pruebas de su entusiasmo y su
valor, no han podido mirar con indiferencia el triste cuadro que
ofrece nuestro desdichado país, bajo el yugo ominoso del déspota
del Brasil. Unidos por su patriotismo, guiados. por su magnani-
midad, han emprendido el noble designio de libertadores. Deci-
didos a arrostrar con frente serena toda clase de peligros se han
lanzado al campo de Marte con la firme resolución de sacrificarse
en aras de la Patria o reconquistar su libertad, sus derechos, su
tranquilidad y su gloria.
Vosotros, que os habéis distinguido siempre por vuestra de-
cisión y energía, por vuestro entusiasmo y bravura, ¿consentiréis
aún en oprobio vuestro el infame yugo de un cobarde usurpador?
¿Seréis insensibles al eco dolorido de la Patria, que implora
vuestro auxilio? ¿Miraréis con indiferencia el rol degradante que
ocupamos entre los pueblos? ¿No os conmoverá vuestra misma
infeliz situación, vuestro abatimiento, vuestra deshonra? No, com-
patriotas; los libres os hacen la justicia de creer que vuestro pa-
triotismo y valor no se han extinguido, y que vuestra indignación
se inflama al ver la Provincia Oriental como un conjunto de seres
esclavos sin gobierno, sin nada propio más que sus deshonras y
sus desgracias. Cesen ya, pues, nuestros sufrimientos. Empuñe-
mos la espada, corramos al combate y mostremos al mundo entero
que merecemos ser libres. Venguemos nuestra patria; venguemos
nuestro honor, y purifiquemos nuestro suelo con sangre de trai-
dores y tiranos. Tiemble el déspota del Brasil de nuestra justa
venganza. Su cetro tiránico será convertido en polvo, y nuestra
cara Patria verá brillar en sus sienes el laurel augusto de una
gloria inmortal. Argentinos Orientales: Las Provincias hermanas
sólo esperan vuestro pronunciamiento para protejeros en la he-
roica empresa de reconquistar vuestros derechos. La gran nación
argentina, de que sois parte, tiene gran interés de que seáis libres,
y el Congreso que rige sus destinos no trepidará en asegurar los
vuestros. Decidios, pues, y que el árbol de la libertad, fecundi-
zado con sangre, vuelva a aclimatarse para siempre en la Provin-
cia Oriental. Compatriotas: Vuestros libertadores confían en
vuestra cooperación a la honrosa empresa que han principiado.
Colocado por voto unánime a la cabeza de estos héroes, yo tengo
el honor de protestaros en su nombre y en el mío propio, que
nuestras aspiraciones sólo llevan por objeto la felicidad de nues-
tro país, adquirirle su libertad. Constituir la provincia bajo el
régimen representativo republicano, en uniformidad a las demás
de la antigua unión. Estrechar con ellas los dulces vínculos que
antes la ligaban. Preservarla de la horrible plaga de la anarquía
y fundar el imperio de la ley. He aquí nuestros votos: Retirados
a nuestros hogares después de terminar la guerra, nuestra más
digna recompensa será la gratitud de nuestros conciudadanos.
Argentinos - Orientales: El mundo ha fijado sobre vosotros su
143
atención. La guerra va a sellar nuestros destinos. Combatid, pues,
y reconquistad el hecho más precioso del hombre digno de serlo. —
Campo volante, Abril de 1825. — Juan A. Lavalleja."
2. En su obra "Los Treinta y Tres", el doctor Luis Melián
Lafinur, después de una seria y laboriosa investigación de docu-
mentos, referencias y antecedentes, llega a la conclusión de que
la única lista auténtica de los cruzados, es la comprendida en el
Catálogo de la Correspondencia Militar del año 1825, publicada
oficialmente por la Inspección General de Armas.
He aquí esa lista:
Coronel Comandante en Jefe Don Juan Antonio Lavalleja
Mayor
Capitán
Teniente
Alférez .
Cadete .
Sargento
Cabo 1.°
Baqueano
Soldado
Manuel Oribe
Pablo Zufriategui
Simón del Pino
Manuel Lavalleja
Manuel Freiré
Jacinto Trápani
Gregorio Sanabria
Manuel Meléndez
Atanasio Sierra
Santiago Gadea
Pantaleón Artigas
Andrés Spikerman
Juan Spikerman
Celedonio Rojas
Andrés Cheveste
Juan Ortiz
Ramón Ortiz
Avelino Miranda
Carmelo Coimán
Santiago Nievas
Miguel Martínez
Juan Rosas
Tiburcio Gómez
Ignacio Núñez
Juan Acosta
José Leguizamón
Francisco Romero
Norberto Ortiz
Luciano Romero
Juan Arteaga
Dionisio Oribe
Joaquín Artigas
El Capitán don Basilio Araújo no vino incorporado a los
Treinta y Tres, pero sí en la misma condición hizo el viaje por
tierra, pasó el Uruguay, cumplió su comisión y se unió en la costa
a los Treinta y Tres".
— Í44 — ^
Cuando el doctor Melián Lafinur publicó la obra que se ha
citado, basaba sus conclusiones en la primera revista de Comi-
sario fechada el 30 de Abril de 1825 (1), en la lista publicada por
Washington P. Bermúdez en el periódico "Baturrillo Uruguayo"
con las firmas de don Juan Antonio Lavalleja y don Pablo Zufria-
tegui; y," por último, en la lista contenida en un libro editado en
París el año 1826, con un apéndice referente a la usurpación de
Montevideo por los gobiernos portugués y brasilero (2). La au-
toridad indiscutible del investigador y la procedencia de los do-
cumentos tomados como fuente, nos eximirán de entrar en nuevas
consideraciones acerca de la lista de los Treinta y Tres. Pero he
aquí que el mismo doctor Melián Lafinur, con posterioridad a la
publicación de su folleto sobre "Los Treinta y Tres", halló para
confirmarlo más en su primer aserto, un nuevo antecedente de
inapreciable significado, que con una pequeña variante reproduce
en lo demás, exactamente, la nómina del Catálogo de la Corres-
pondencia Militar. Ese nuevo antecedente documental lo consti-
tuye la lista de los 33 publicada en "El Piloto" del 7 de Enero
de 1826, que textualmente dice así;
" Para la historia. — Relación exacta de los 33 héroes orien-
tales que llevaron la libertad a su patria:
Sr. Don Juan Antonio Lavalleja. Sold. Manuel Ortiz.
Manuel Oribe.
Pablo Zufriategui.
Simón del Pino.
Manuel Lavalleja.
Manuel Meléndez.
Manuel Freiré.
Anatasio Sierra.
Jacinto Trápani.
Gregorio Sanabria.
Santiago Gadea.
Pantaleón Artigas.
Juan Piquiman.
Andrés Piquiman.
Sargento Celedonio Rojas.
Baqueano Andrés Cheveste.
Ramón Ortiz.
Avelino Miranda.
Carmelo Coimán.
Santiago Nievas.
Miguel Martínez.
Juan Rosas.
Tiburcio Gómez.
Matías (ya no existe).
Juan Acosta.
José Leguizamón.
Francisco Romero.
Luciano Romero.
Norberto Ortiz.
Juan Arteaga.
Dionisio Oribe.
Joaquín Artigas " (3).
La investigación parece haber constatado que los cruzados
no eran treinta y tres, y ha llegado a comprobar que no todos
eran orientales.
En cuanto al error de cantidad, con que se impugna la de-
nominación más corriente de los cruzados — los 33 — , creemos
(1) Ver "Anales del Ateneo de! Uruguay".
(2) Noticias históricas, políticas y estadísticas de las Provincias Uni-
das del Río de la Plata, Lonches, 1825.
(3) "El Piloto", Colección del doctor Luis Melián Lafinur.
— 145 —
que no justificaría una variación de lo que constituye un bautismo
popular, mantenido y trasmitido de generación en generación du-
rante un siglo. Todos los razonamientos en pro de la precisión y
de la exactitud, resultarían en este caso pequeños. Las caracte-
rísticas esenciales de la cruzada y el origen de sus elementos di-
rigentes, hacen de aquélla una obra eminentemente oriental, no
obstante la nacionalidad de algunos de sus componentes.
Lavalleja, Oribe-, Zufriategui, del Pino, Manuel Lavalleja,
Freiré, Trápani y la mayor parte de los cruzados, eran orientales;
y eran orientales no sólo por haber nacido en la Banda Oriental.
Eran orientales, sobre todo, por lo que desde 1811 habían hecho.
Eran orientales, en último término, porque cuando desembarcaron
en la Agraciada, la Patria estaba con ellos y sólo con ellos.
3. Nuevas disidencias acusa la crónica en la determinación
del lugar preciso en que los Treinta y Tres desembarcaron. Mien-
tras unos afirman que fué en la Agraciada (1), otros atribuyen al
Arenal Grande (2) la gloria de tan elevado destino. El doctor
Berra, en su "Bosquejo Histórico" y en sus notas a un trabajo
alusivo, publicado en 1884 en la Revista de la Sociedad Univer-
sitaria, empieza por declarar que a su juicio "no hay verdadera
disidencia entre las dos versiones". "Examinada la región del
Uruguay en que el hecho se realizó, se ve que desemboca el Ca-
talán, formado por la confluencia del Arenal Grande y del Arenal
Lhico. Dos o tres leguas al Sud desagua el Agraciada, arroyo de
mucha menos agua y extensión que el otro. Y más al Sud, algunas
cuadras más al Norte que la punta de Chaparro, sale una cañada
que se llamó a principios de este siglo de Guardiazabal; años
después, hacia 1825, de los Ruices, y después, hasta hoy, de Gu-
tiérrez". Después de afirmar que los Treinta y Tres desembarca-
ron en el arroyo de los Ruices, concluye en que "si dicen algunos
que el desembarco se efectuó en la Agraciada, es porque aluden
al distrito a que el arroyo así llamado da su nombre", y si otros
convienen en que aquél tuvo lugar en el Arenal Grande, "es porque
tal era en 1825 el nombre con que se designaba la extensión de
tierra en que están comprendidos el arroyo de los Ruices (Gutié-
rrez) y el Agraciada". En síntesis, la opinión del doctor Berra
— acorde en lo esencial con la de Ordoñana y con una base tan
respetable como el testimonio de don Ignacio Núñez — es que los
Treinta y Tres desembarcaron "en el Arroyo de los Ruices, en el
Arenal Grande" (3).
4. Primeras consecuencias. — - internada la expedición en
el territorio del país, ve multiplicarse a su paso el contingente de
sus adeptos. En el trayecto hasta la barra de San Salvador "treinta
(1) Demingo Ordoñana, op. cit. De-María, op, cit.
(2) De la Torre, memoria citada. — Spikerman, op. cit. — Oribe, ci-
tado por Berra.
(3) Ignacio Núñez, "Efemérides", citado por Berra, op. cit.
— 146 —
o cuarenta hombres montaraces", buscan un lugar en las filas; y
aquellos otros hombres, montaraces también, a su manera, los
reciben con los brazos abiertos. No era raro que en un pueblo
oprimido, todos los hombres montaraces se sintieran hermanos.
Próximos ya al pueblo de San Salvador, que por informes
recogidos se hallaba ocupado por una fuerza enemiga como de
cien hombres, al mando de Laguna, la noche favorece sus planes
y consiguen acercarse más, sin ser sentidos, pues los oficiales de
la guarnición están de baile (1). Advertido Laguna de la presen-
cia de los patriotas, dispone que un oficial Balbuena vaya a reco-
nocerlos. Al encuentro del emisario se adelanta don Manuel La-
valleja, quien preguntado por Balbuena sobre qué gente era aque-
lla, contesta Lavalleja: "Es la vanguardia del ejército libertador"
(2). Instado para que se plegase al movimiento, Julián Laguna
abandona el campo patriota después de conferenciar con Lava-
lleja, quien entonces le advierte "que lo iba a cargar inmediata-
mente" (3). Es el primer choque de las armas patriotas. La brega
es corta y pronto sobreviene la dispersión de los imperiales. No
exageraba don Manuel Oribe, cuando afirmaba en carta a don
Luis C. de la Torre: ".. . , el 23 batimos en San Salvador a Ser-
vando Gómez y al Coronel Laguna, donde los dispersamos sin
tirar un tiro y sí sólo a sable" (4). Al día siguiente entran los
expedicionarios en Santo Domingo de Soriano y el pueblo los
recibe sin ninguna muestra de reserva. "En esta muy noble, ba-
lerosa y leal villa de Santo Domingo Soriano, puerto de la salud
del Río Negro, en 24 días del mes de Abril de 1825. Los señores
Justicia y Regimiento juntos y congregados en esta casa de nues-
tro Alcalde de primer voto, don José Vicente Gallegos, a pedimento
del Comandante de las fuerzas armadas de la Patria, don Juan
Antonio Lavalleja, que dentro este día en esta Villa, quien juntos
nos pasó tres oficios: el 1.° para que en el momento se mandaran
aprestar las milicias del Departamento, que se hallaban bajo el
mando de la Patria; el 2.°, encargándonos el orden y sostén del
vecindario y castigara a los malos, hasta la última pena si sus
delitos así lo merecieran, y el 3.°, privando todo auxilio a las fuer-
zas enemigas de la patria; cuyas contestaciones pasó nuestro Al-
calde a nombre de este Cabildo; y no teniendo más que acordar,
cerramos este nuestro acuerdo" (5). Con posterioridad los capi-
tulares de Soriano dieron cuenta a Lecor "de la entrada de las
fuerzas de la patria en esta Villa", y le acompañaron copia de los
(1)
Spikerman
, op. cit.
(2)
De-María,
op. cit.
(3)
Spikerman
, op. cit.
(4)
De-María,
op. cit.
(5)
Archivo General Ad
ministrativo.
de
Soriano.
Libro de Actas del Cabildo
— 147 —
oficios de Lavalleja y de las contestaciones del Cabildo (1).
La laboriosa gestación está dando sus primeros frutos. La
campaña, hasta entonces oprimida, corre a agruparse en torno de
los que vienen a salvarla. De linde a linde hay como un estreme-
cimiento de nueva vida. Son las fuerzas dormidas, pero no muer-
tas, que vuelven a recuperar el impulso inicial. "Vamos a tener
patria, y si tan pronto la tenemos se lo debemos a su coraje y
decisión" (2). No hacía Santiago Vázquez sino reflejar la nota
dominante de este ambiente alborozado, cuando expresaba a La-
valleja: "La suerte de la Banda Oriental puede estar sujeta a ac-
cidentes y alternativas, pero jamás lo estará la carrera magestuosa
que V. y sus dignos compañeros se han abierto para la inmorta-
lidad" (3).
"La Gaceta Mercantil", de Buenos Aires, es bien explícita
respecto de la magnitud del pronunciamiento, cuando haciéndose
eco de informes de un individuo conductor de la noticia, expresa
que "quedaban con el valiente Lavalleja más de 200 hombres a
los que se "agolpaban" en cáela momento los desgraciados "orien-
tes", ansiosos de vengar la opresión en que los pusieran la trai-
ción y aspiración de un Imperio" (4).
En su número del 4 de Mayo refiere "El Argos" el banquete
con que los ingleses habían celebrado el 23 de Abril, en la fonda
de Faunch, el día de San Jorge; y entre los brindis pronunciados,
reproduce uno del gran patriota Pedro Trápani, cuyo tono revela
las esperanzas que los sucesos alentaban en los nativos. Dice así:
"Por que se consigan los esfuerzos que hacen los patriotas por
libertar una pequeña parte de este continente que aún gime bajo
las ignominiosas cadenas de los déspotas. Hablo, señores, de la
linda y desgraciada Banda Oriental, cuyos hijos han demostrado
ser tan dignos enemigos de los ingleses en la guerra como amigos
sinceros de ellos en la paz" (5). El mismo periódico, en suelto
del 14 de Mayo, asegura que los pueblos de la Banda Oriental
llegarán a ser libres de sus opresores porque sus sacrificios y su
resolución así lo exigen".
Prosigamos el relato de los hechos. Mientras los cruzados
tentaban sus primeros pasos, Rivera había dado cuenta a Félix
Olivera, de "haber desembarcado en el Arenal Grande como 50 o
60 hombres, los más oficiales, con Dorrego y Lavalleja", los cua-
les, según agregaba, "dispersaron al Coronel Laguna, que se ha-
(1) Archivo General Administrativo. Libro de actas del Cabildo
de Soriano.
(2) Carta de José J. Muñoz a Lavalleja. Colección Lamas. Archivo
y Museo Histórico.
(3) Colección Lamas, Archivo y Museo Histórico.
(4) Biblioteca Nacional, Buenos Aires.
(5) "El Argos", núm. 146. Biblioteca Nacional, Buenos Aires.
— 148 —
liaba sólo con 12 hombres en San Salvador" (1). La noticia ha-
bía partido quizá de Buenos Aires, pues el Cónsul del Imperio,
Pereira Sodré, anunciaba al Gobernador de la Colonia, el 18 de
Abril, que habían pasado para esta banda, "Lavalleja, Manuel
Oribe, Alemán y juntamente algunos oficiales más con 20 o 30
soldados con bastante armamento y dinero" (2). A su vez el
Gobernador de la Colonia respondía a este oficio, manifestando
que "el señor brigadier don Frutos por estos días estará sobre
ellos con 500 hombres" (3). El suceso de Monzón desbarata,
después, los cálculos de los imperiales, y la revolución se ex-
tiende, rotas ya las únicas vallas que detenían todavía su natural
expansión. El prodigio se cumple. Es siempre el pasado que
vuelve para combinar la disposición de las cosas y dirigir las
voliciones de los hombres conforme a un plan providencial. La-
valleja y Rivera están juntos otra vez. Son los hombres de 1817
que vuelven. Es la consigna y hay que cumplirla. Quizá en la
noche, cuando el reflejo de los fogones iluminó con su luz mor-
tecina y gloriosa la paz del campamento, ahora todo uno, aquellos
dos hombres, que acababan de sacrificar sus rencores y reservas,
debieron sentir que la suerte toda de la patria estaba en sus ma-,
nos. Todo vuelve a lo que antes fué. Al cabo de los años trans-
curridos, las manos se estrechan y los corazones se entienden.
Es el milagro de la voluntad cuando es cosa del corazón lo que
la mueve.
El 2 de Mayo Lavalleja escribe a su esposa, doña Ana Mon-
terroso, desde San José: "El 19 de Abril salté en tierra con los 33
patriotas; el 23 ataqué a don Julián Laguna y a Servando en San
Salvador. El 24 entré en Soriano. No quise atacar a la Capilla
de Mercedes por evitar un desorden en los vecinos de aquel pue-
blo. Continué mi marcha al interior de la campaña y tuve noticia
que don Frutos venía en marcha de la Colonia a incorporarse a
una fuerza de 300 portugueses que cruzaban la campaña, y ésta
fué cortada por nosotros. Desatendí todas las atenciones y me
propuse perseguirlo, y el 29 a las once de la mañana lo tomé con
seis oficiales que le acompañaban y 50 y tantos soldados" (4).
Los aptriotas siguen sin obstáculos su marcha, y después de
pasar por Canelones, llegan en la mañana del 7 de Mayo al Cerrito
de la Victoria. "El corto escuadrón desplegóse al galope por re-
taguardia de la cabeza en batalla, contestando al unísono a una
arenga breve de su jefe, en tanto el porta elevaba la bandera en
la cumbre del pequeño calvario, sitio de históricas leyendas" (5).
vl) Catálogo de la Correspondencia Militar del año 1825.
(?.) Deodoro de Pascual, op. cit.
(3-) Deodoro de Pascual, op. cit.
(4) De-María, op. cit.
(5) Acevedo Díaz, "Grito de Gloria".
— 149 —
Ya se insinuó antes que el acuerdo entre Rivera y Lavalleja
fué un factor decisivo en la marcha de la revolución. Compren-
diéndolo ellos así, quisieron hacerlo bien palpable a los orientales
y a los brasileros; y el medio de difusión lo constituyeron los
manifiestos que se transcriben. Para exhortar a las tropas de su
mando, Lavalleja y Rivera les decían: "Amigos: Vuestros Jefes
os saludan, llenos del afecto con que siempre avéis distinguido
nuestras personas y animados de vuestro decidido patriotismo,
luego que nos avéis visto unidos para salvar nuestra digna patria
os entregasteis al impulso y sin trepidar un solo momento an
volado aseguirnos; nuestra gratitud será eterna, nueva muestra
de vuestra noble confianza; nosotros afianzaremos asta llenar
vuestras dignas esperanzas y corresponderemos en un todo a
vuestro empeño sagrado. Nosotros confiamos con vuestra cons-
tancia para la consolidación de la grande obra. Sed constantes,
orientales, y no separéis de vuestra vista el precioso objeto de la
revolución; es preciso que avriguéis en vuestro seno todas las
virtudes que os han echo hijos de la grandesa: no manchéis un
renombre tan glorioso con una conducta vil; vuestros Jefes y ami-
gos os suplican y mandan que respetéis al vecindario, su familia
y sus averes; ellos han prodigado el fruto desunidor, minorando
el alimento de sus hijos para facilitar la empresa; la sangre con
que se ha regado los campos que han servido de teatro a nuestras
glorias, es la de los amigos, ermanos y parientes; todo lo han
perdido en la empresa y conformados esperan recibir por nosotros
su Libertad, su soriego y respetados como propios ciudadanos de
un país livre. . . — Arroyo de la Virgen, 5 de Mayo de 1825" (1).
Tratando de estimular en las tropas brasileras sentimientos
de solidaridad con la causa que los patriotas representaban, era
esta su exhortación: "Don Fructuoso Rivera y don Juan Antonio
Lavalleja, a quienes muchos de voostros conocéis, tienen la satis-
facción de saludaros y haceros saver que el Brasil en 1822 des-
cortinó sus miras y aclamó su Independencia. Portugal hacía más
de diez años que preveía estas consecuencias, y para frustrarlas
maquinó la injusta invación de este Territorio en el año 16, pre-
textando mediar nuestras diferencias..." "Vosotros Brasileros
conosisteis esto mismo quando os resolvisteis en 823 a despedazar
el yugo y proclamar buestra Libertad e independencia, pero la
maliciosa política de esos Tiranos tendió nuevos lazos a vuestra
incauta fee, para haceros bolber a buestra antigua servidumbre y
de acuerdo el hijo con el padre tubieron la osadía de hechar por
tierra el soverano Congreso que havíais instalado, cuya represen-
tación entorpecía sus miras ambiciosas". "Tropas Brasileras, Je-
fes, Oficiales superiores, Inferiores y soldados: Nosotros os halla-
mos con la verdad que nos es característica; si vosotros sois Li-
verales, ¿por qué queréis desmentir buestros principios oponién-
doos a nuestra sagrada Livertad? Consentir en nuestras ideas y
(1) Archivo y M.- Histórico, papeles del Juzgado de San José (copia).
— 150 —
en nosotros hallaréis hospitalidad y un comercio pacífico que es-
treche más y más los vínculos de nuestra perpetua amistad" (1).
En consonancia con la anterior exhortación, exponían a los
vecinos brasileros: "Don Fructuoso de Rivera y don Juan Antonio
Lavalleja, a quienes los más de vosotros conocéis de bien cerca,
hos hablan con toda la pureza de sus sentimientos, para asegu-
raros que sin embargo del desenrrollo que este país a hecho a
nuestra dirección para proporcionarse su livertad justa, así como
el Brasil a proclamado la suya, esto hera consiguiente, pero así
mismo la guerra no hes movida contra buestras personas y vienes,
es solamente contra la fuerza armada que se oponga y quiera pri-
varnos de nuestros derechos; por esta razón nos apresuramos a
haceros savedores de que podréis sin cuidado alguno quedar en
la Provincia, seguros que en toda forma seréis respetados y pro-
tegidos por el Gobierno y de todos los que dependan de sus ór-
denes. La guerra será honrrosa y terminará muy en brebe, por
cuanto nuestros derechos se reclaman solamente a libertar nuestro
país. Los brasileros serán nuestros amigos toda vez que sin opo-
sición evacúen la Provincia y se retiren a sus pertenencias. Ve-
cinos brasileros: No despreciéis la oferta que hos hacen vuestros
amigos, en que hos ofrecen su palabra de honor" (2). Cuando
las tropas levantan su bandera en el Cerrito, Montevideo se dis-
pone a sufrir una vez más la irritación de Lecor. Este hombre
vulgar, que entonces había perdido hasta las buenas maneras,
"desconfía de todos, arresta a muchos patriotas, desarma al Pue-
blo y de a tan sólo las armas en manos de portugueses" (3).
Los sitiadores, en tanto, en número de 73, van a librar el
primer lance con fuerzas de la plaza. Son Oribe, Manuel Lava-
lleja y Atanasio Sierra los que dirigen. El choque obliga a los
imperiales a retirarse con precipitación.
Los reveses excitan la saña de los conquistadores y comien-
zan las prisiones y los confinamientos en el bergantín de guerra
"Pirajá", que anclado en Montevideo, llena cumplidamente los
más siniestros designios de Lecor. En "La Gaceta Mercantil" del
5 de Mayo, se recoge la versión de que las prisiones han sido
numerosas en Montevideo y de haber abandonado la ciudad, entre
otros, Juan Giró, Juan Benito Blanco, Lorenzo Pérez, José Cátala,
José Alvarez, León Ellauri, Emilio González, Ramón Massini, José
Vidal, Manuel Vidal, Fernando Otorguez, Juan Pérez, Manuel So-
ria y Antuña (4).
Dentro del recinto de Montevideo fracasa entonces el pro-
yectado movimiento de los pernambucanos; y las persecuciones
(1) Archivo y Museo Histórico (copia).
(2) Archivo y Museo Histórico (papeles del Juzgado Letrado de
San José).
(3) De la Sota, manuscrito citado.
(4) Núm. 461, Biblioteca Nacional. Buenos Aires.
— 151 —
continúan, y por todos los medios se trata de intimidar a la po-
blación, hasta llegar los brasileros a reclamar airados, "la tras-
plantación de todo hombre que hablase castellano" (1).
La empresa militar de los cruzados ha tendido todas sus lí-
neas. Lavalleja se estacionará en el Pintado; Rivera quedará en
el Durazno; Oribe y Calderón en el Cerrito; sobre las Vacas mar-
chará desde Maldonado Leonardo Olivera; Simón del Pino man-
tendrá sus cuarteles en sus pagos de Canelones, y Manuel Duran
operará en San José, mientras otras partidas atenderán los re-
clamos de la Colonia. Es la materialización de la obra estupenda
de los cruzados, "Desbórdase la revolución hasta la frontera de
Cerro Largo, sin quedar más puntos en poder de los brasileros,
en la parte meridional del Río Negro, que Colonia y Montevideo".
Y es tal la sugestión y el arraigo del patriótico empeño, que
según relato de un cronista digno de crédito, 600 hombres de
caballería brasilera que se hallaban en Punta de Carretas cuando
los orientales llegaron al Cerrito, permanecieron "en fría expecta-
ción" frente a las partidas que coronaban la eminencia, mientras
la enseña de los Treinta y Tres se levantaba como la bandera de
la mañana que entonces empezaba a clarear.
(1) De la Sota, manuscrito citado»
CAPÍTULO IX
ACTOS INSTITUCIONALES
1. ti Uobierno Provisorio.
¿. La declaratoria de independencia.
6. La incorporación a las Provincias Unidas.
1. — La empresa de los Treinta y Tres, que a juzgar por los es-
casos elementos externos que en los momentos de su iniciación
presentaba, parecía destinada a reducirse a un esfuerzo aislado
e inorgánico, sin arraigo en el país ni repercusiones fuera de sus
fronteras, después de cumplir en pocos días el programa preli-
minar que sus dirigentes se habían trazado de antemano, se dis-
pone a dar una tregua a sus providencias, hasta entonces pura-
mente militares — sin perder de vista, claro está, las exigencias
que el momento plantea — , y entrando, dentro de lo posible, en
el terreno de las realizaciones permanentes, se aboca sin dudas ni
vacilaciones a la organización de una autoridad regular y or-
denada.
Fuera ocioso e inoportuno querer destacar la trascendencia
que la decisión de los patriotas entraña, Pero no lo es el señalar
la fidelidad con que estos hombres, en los primeros pasos de su
empresa, procuran encarnar en los hechos los postulados de su
credo democrático. Los más de ellos militares, actuando en un
ambiente de guerra y con la perspectiva de que la situación
anormal que atraviesan, deberá prolongarse por un tiempo cuyo
final no es fácil prever, pugnan por que la situación de fuerza
creada y mantenida a favor de circunstancias transitorias y do-
tada por naturaleza de poderes discrecionales, ceda cuanto antes
su lugar y su jerarquía al régimen ordenado de la legalidad, en
que se reduce mucho la influencia de los factores de puro hecho
y se elimina la variabilidad infinita de las decisiones, sometién-
dolas a normas generales y permanentes.
Hace apenas dos meses que estos hombres extraordinarios
consumaron la temeraria cruzada. La lucha con los usurpadores
está recién en sus comienzos. Y mientras Lecor pide a su Em-
perador tropas y más tropas, estos hombres rinden, en medio del
ruido de las armas, su primer homenaje a los principios.
Con fecha 27 de Mayo, Lavalleja ordena a los Cabildos que
se proceda a la elección de un ciudadano por cada Departamento,
para constituir el Gobierno Provisorio de la Provincia. La elec-
ción deberá verificarse en juntas designadas con ese fin. Y la
elección se realiza, y al cumplirse dos meses del desembarco, se
instala en la Florida el Gobierno Provisorio. Sólo la fe en los
— 154 —
dogmas es capaz de tan insólitas revelaciones. Resultaban pro-
féticas estas palabras de "El Piloto": "La Provincia Oriental
vuelve hoy a la carrera de su felicidad, pero para llegar a ella no
basta triunfar del enemigo sobre el campo de batalla; es preciso
que la razón y el convencimiento auxilien la obra del tiempo, y
que las úlceras que la anarquía hizo en los corazones, queden
para siempre cicatrizadas. Es preciso que las instituciones sigan
el último paso de la victoria" (1). Era una etapa más; ella llevaría
a los pasmosos resultados "que desvanecieron completamente los
justos temores de los unos y sobrepasaron extraordinariamente
las alegres esperanzas de los otros" (2).
Lo esencial es que los patriotas revelan que se hacen cargo
de la índole de la conquista portuguesa y aciertan en los medios
más eficaces para que aquel castillo de codicia, de ambición y de
intriga, se desmorone. Lo esencial es que sin descuidar ni des-
atender la guerra, ellos van minando los cimientos en que la
usurpación parecía asentarse, y junto a los campamentos que
están alerta, los Cabildos acatan la decisión del pueblo de orga-
nizarse y constituirse, y se levanta, inconfundible y dominadora,
la bandera del orden. Lo esencial es que ejército y pueblo están
afanosamente empeñados en una empresa a la que concurren con
decisión y uniformidad encomiables, y que dan la impresión de
actuar como soberanos en sus dominios. Lo esencial es que la
obra se concreta y trasciende, y los pueblos vecinos primero y
los otros pueblos después, se sienten atraídos por el espectáculo
edificante y sugestivo de un pueblo joven que empieza a decidir
de sus destinos.
Y ese pueblo está solo. Son sus hijos, sólo sus hijos (3), los
que esgrimen las armas contra el conquistador; son también sus
hijos, sólo sus hijos, los que van a iniciar en las asambleas la
obra realmente constructiva. Todo esto es la cruzada, todo esto
es el coronamiento de su impulso inicial.
Eran exactas las palabras de Agustín Francisco Wright,
cuando en carta a Lavalleja, le decía: "Yo no puedo menos que
incistir en la necesidad.de que a la mayor brevedad elija esa
Provincia su Gobierno y de que V. se haga cargo de él. Para el
sistema de govierno y de orden que V. conforme a sus sentimien-
tos trata de establecer en esa Provincia, le ha de ser a V. con-
veniente atraerse todos los hombres de más viso de ella por su
(1) "El Piloto", 30 Junio 1825. Colección del Dr. Luis Melián Lafinur.
(2) "El Nacional", 13 Octubre 1825, Colee, del Dr. Luis Melián Lafinur.
(3) Julián S. de Agüero, en carta del 17 de Abril de 1827, decía a
Lavalleja: "Acuérdese usted que usted solo precipitó una guerra para la
cual no había preparación alguna". Colección Lamas, Archivo y Museo
Histórico. — Manuel José García, en nota del 8 de Julio de 1825, expresaba
al vicealmirante de la escuadra brasilera: "La actual insurrección ha sido
obra exclusiva de sus habitantes (de la Provincia Oriental)". Actas del
Congreso Legislativo y Constituyente, año 1824.
— 155 —
crédito, su riqueza y su saber; sólo con estos elementos podrá V.
levantar un edificio sólido y que corresponda a los deseos de V. y
haga la felicidad de esos pueblos" (1).
Pueden servir de comentario a los primeros ensayos insti-
tucionales de la cruzada, los términos de una nota de la Comisión
delegada en Buenos Aires, en que se afirmaba: "Pero lo que sobre
todo ha colmado la ansiedad de la Comisión y la de todos los
amigos de esa Provincia, es el anuncio que hace el señor Co-
mandante en Jefe de que el 12 del presente quedará ya nombrado
el Gobierno Provincial" (2). Entretanto, la propia Comisión an-
ticipa que ve complacida, en las operaciones de los jefes orien-
tales, "el orden más estricto", "el honor que esto da a la em-
presa", "el admirable efecto que produce a todos los aspectos";
y declara estar convencida hasta la evidencia de "que es el único
rumbo por donde ha de llegarse al deseado puerto de la felicidad".
Nunca se destacará bastante este aspecto fundamental del
movimiento institucional y guerrero del año 25. En el fondo de
todas las declaraciones, en la esencia misma de los sucesos, la
realidad indiscutible y única es esta: resistencia unánime contra
la conquista y empeño de organizarse y constituirse mediante la
implantación de un sistema de autoridad reglada y de gobierno
propio. Se avanzaba así, gradualmente, en la obra del orden, y
se lograba dotar de alguna personalidad a la entidad inorgánica
que entonces constituía la Provincia Oriental.
Decía bien una hoja pública de Buenos Aires, cuando afir-
maba que no era bastante que los orientales "hubiesen sacudido
por un esfuerzo heroico la opresión extranjera, si los habitantes
de la provincia no se mostraban capaces de gobernarse regular-
mente. . . Ellos lo han hecho de un modo que admira a sus pro-
pios enemigos" (3).
Comentando la trascendencia de los primeros intentos de
organización, Rivera escribía a Lavalleja: "Es indecible el placer
que me ha ocasionado la noticia de la instalación de nuestro Go-
vierno Provisorio y la providencia tan acertada con que ha prin-
cipiado sus tareas, nombrándolo Brigadier General y Comandante
en Jefe de las tropas de la Patria. Este paso, la representación
de nuestro Govierno y nuestra constancia y esfuerzos, me hace
creer que nuestra cara Patria se halla ya en el goce de sus dere-
chos" (4). Y Rivera cerraba su carta declarando que la instala-
ción del Gobierno y la designación de Lavalleja, habían sido re-
cibidas en el ejército "con la más esclarecida alegría".
2« — En consonancia con miras tan acertadas y con tan favo-
(1) Junio 1 de 1825, Colección Lamas, Archivo y Museo Histórico.
(2) La Comisión a los Jefes Orientales. 7 Junio 1825. Colección La-
mas, Archivo y Museo Histórico.
(3) "Mensajero Argentino", 29 Noviembre 1825, Biblioteca Nacional.
(4) Junio 17 de 1825. Colección Lamas. Archivo y Museo Histórico.
— 156 —
rabie acogida, a la instalación del Gobierno Provisorio sigue la
de la Asamblea de Representantes de la Florida, etapa culminante
de este proceso.
El programa de la magna asamblea está más que esbozado
en la correspondencia preliminar que los delegados de la revo-
lución, radicados en Buenos Aires, mantenían asiduamente con los
dirigentes del movimiento (1). "Mucho celebraré que se reúna la
representación provincial y que se expida del modo que está in-
dicado", dice don Francisco Muñoz en carta a don Manuel Ca-
lleros (2). Y entre los principales objetos de la convocatoria se-
ñala el "declarar ilegales e inconvenientes los actos del Congreso
Cisplatino y los demás que tubieron lugar en aquella época hasta
el día. Esto es lo esencial por ahora, y vamos contrayéndonos a
la guerra y conservación del orden". "Insten por la anulación de
lo determinado por el maldito Congreso Cisplatino", es la frase
con que Pedro Trapa: li llama la atención de Lavalleja y Rivera
sobre la primera y m/,3 apremiante cuestión del momento.
La Asamblea de la Florida no descuida ninguno de los pro-
blemas fundamentales que le salen al paso; y su fórmula simple
y categórica, que bien pudiera llamarse el credo de nuestra libe-
ración, declara: "írritos, nulos, disueltos y de ningún valor para
siempre, todos los actos de incorporación, reconocimientos, acla-
maciones y juramentos arrancados a los pueblos de la Provincia
Oriental, por la violencia de la fuerza unida a la perfidia de los
intrusos poderes de Portugal y el Brasil que la han tiranizado,
hollado y usurpado sus inalienables derechos, y sujetádolos al
yugo de un absoluto despotismo desde el año de 1817 hasta el
presente de 1825. Y por cuanto el Pueblo Oriental aborrece y
detesta hasta el recuerdo de los documentos que comprenden tan
ominosos actos, los Magistrados Civiles de los pueblos en cuyos
archivos se hallan depositados aquéllos luego que reciban la pre-
sente disposición, concurrirán el primer día festivo en unión del
Párroco y vecindario y con asistencia del Escribano, Secretario o
quien haga sus veces, a la casa de Justicia, y antecedida la lectura
de este Decreto se testará y borrará desde la primera línea hasta
la última firma de dichos documentos, extendiendo en seguida un
certificado que haga constar haberlo verificado, con el que deberá
darse cuenta oportuna al Gobierno de la Provincia". "En conse-
cuencia de la antecedente declaración, reasumiendo la Provincia
Oriental la plenitud de los derechos, libertades y prerrogativas
inherentes a los demás pueblos de la tierra, se declara de hecho
y de derecho libre e independiente del Rey de Portugal, del Em-
perador del Brasil y de cualquiera otro del universo, y con amplio
(1) Ver Colección Lamas en el Archivo y Museo Histórico.
(2) 17 de Agosto de 1825, Archivo y Museo Histórico.
r-.tW —
y pleno poder para darse las formas que en uso y ejercicio de su
soberanía estime convenientes".
Es esta una declaración en que la letra no traiciona al espí-
ritu y en que cada palabra tiene en su apoyo un hecho consumado.
Para mantener la integridad de sus afirmaciones, están en armas
todos los hombres válidos del país. Su contenido es, pura y sim-
plemente, una definición — la más radical — de la soberanía. En
cuanto a sus proyecciones fuera de fronteras, ¿es acaso calculable
el enorme influjo que estos hechos — que en seguida se hicieron
notorios — debieron ejercer en los demás pueblos americanos y
en los otros pueblos de Europa que seguían nuestros pasos con
marcado interés? ¿Es acaso calculable el golpe certero que estos
ensayos de organización y de gobierno propio debieron represen-
tar para el total desprestigio y el total aniquilamiento de la con-
quista portuguesa? Y si las cosas son así; si los hombres de la
cruzada iniciaron y empezaron a consumar la extinción de la con-
quista extranjera, de la abrumadora y aplastante conquista; y si
ellos mismos dieron al pueblo los medios de decir libremente su
voluntad, y el pueblo y ellos — que eran su espíritu — echaron los
cimientos del gobierno, tentaron los primeros pasos dentro de la
legalidad y afirmaron así, en forma rotunda y categórica, la per-
sonalidad soberana de ia entidad de que formaban parte; y si
todo esto se hizo por libérrima disposición de los hombres de la
cruzada, que la voluntad del país ratificó después en voto incon-
fundible, ¿puede negarse que estamos asistiendo a un definitivo
alumbramiento? Es el Pueblo Oriental que en función de soberano,
atiende a los reclamos de la guerra, proclama su calidad de agru-
pación autónoma y se da las normas que han de regirlo. Son los
conceptos de Patria y de Soberanía, que ruda pero categórica-
mente se exteriorizan, en medio del asentimiento jubiloso de
los pueblos, que así traducen su arraigada vocación autonómica.
Y es, sobre todo, la fidelidad a los dogmas de la revolución, la fe
ciega en el pueblo, que vuelve a obrar eficazmente sobre los es-
píritus, mientras los emisarios de Buenos Aires andan de emba-
jada en embajada y de cancillería en cancillería, buscando ansio-
samente una corona.
Alguien ha expresado que en medio del silencio que siguió
ai desembarco de ios Treinta y Tres, el batir de los corazones al
unísono pudo hacer pensar que era un solo corazón el que palpi-
taba. Cuando el 25 de Agosto se instaló en la Florida la Sala dé
Representantes, no debió ser menor la emoción ni menos solemnes
las circunstancias: el pueblo empezaba a deliberar como soberano.
3. "La H. Sala de Representantes de la Provincia Oriental
del Río de la Plata, en virtud de la soberanía ordinaria y extraor-
dinaria que legalmente reviste para resolver y sancionar todo
cuanto tienda a la felicidad de ella, declara: que su voto general,
constante, solemne y decidido es, y debe ser, por la unidad con
— 158 —
las dems provincias argentinas a que siempre perteneció por los
vínculos más sagrados que el mundo conoce. Por tanto, ha san-
cionado y decreta por ley fundamental la siguiente: Queda la Pro-
vincia Oriental del Río de la Plata unida a las demás de este
nombre en el territorio de Sud-América, por ser la libre y es-
pontánea voluntad de los Pueblos que la componen, manifestada
con testimonios irrefragables y esfuerzos heroicos desde el primer
período de la regeneración política de dichas Provincias".
El problema que suscita esta decisión de la Sala de Repre-
sentantes de la Florida, lo- plantea dos años antes la revolución
de 1823. Y como los hombres que actuaron en 1823 son los mis-
mos que en 1825 tuvieron la dirección de los sucesos, y como
todos se hallaron empeñados en un mismo y único objeto, no será
inconveniente considerar aquel problema a través de los aconte-
cimientos que entre esas dos fechas se producen.
El planteamiento de la cuestión propuesta se ha reducido,
generalmente, a contraponer como únicas las dos hipótesis extre-
mas, vale decir: si la revolución que Montevideo inició en 1823 y
que culminó después en la Florida, pugnaba por conquistar la
independencia absoluta del país, con lo que el acta de incorpo-
ración a las Provincias Unidas se habría reducido a un mero re-
curso de circunstancias; o si, por el contrario, la única finalidad
de aquel movimiento consistía en que la Provincia Oriental desa-
pareciese, para entrar a formar parte de Buenos Aires o de la
Argentina.
Trátase, como se ve, de dos tesis extremas y por consiguiente
simplistas, que quizá no sean suficientemente comprensivas como
para poder llegar a expresar con fidelidad la trama complicada de
los hechos que ambas, cada una a su modo, pretenden interpretar.
La época que estamos estudiando y el ambiente a que se
circunscriben nuestras observaciones, si de algo debieron nece-
sariamente carecer, fué de precisión en las ideas tal como nosotros
las concebimos, sobre todo en las ideas políticas y en los concep-
tos hoy familiares a la doctrina constitucional.
Separados de nosotros por un siglo y sometidos al yugo de
una dominación extranjera, que en 1823 ya mediaba una década
de permanencia; ligados 3. los pueblos vecinos por vínculos es-
trechos que la solidaridad y el común origen habían ido fortale-
ciendo, y que a pesar de parciales y transitorias desintegraciones,
no habían llegado nunca a romperse del todo, los hombres de 1823
y 1825, sin dejar, de sentir hondamente y con no superada inten-
sidad la idea de patria y los sentimientos que le son anejos, y sin
dejar de considerarse fuertemente atados al territorio que pisaban,
debían sufrir — ellos y sus ideas — el influjo de los factores de
hecho que sobre ellos especialmente actuaban.
Partícipes los más de las luchas contra la dominación espa-
ñola, cuya extinción en el Río de la Plata databa en 1825 de muy
— 159 —
pocos años; en pugna después con la conquista portuguesa; y
unidos a Buenos Aires y a las demás provincias bajo el apremio
del enemigo común — Inglaterra siendo aún españoles; más ade-
lante España y Portugal — , la noción de patria hubo de coexistir
en ellos con un arraigado sentimiento de solidaridad, de comuni-
dad, con sus aliados, mejor aún, con sus hermanos (1); senti-
miento que debió tener un fondo de americanismo, pero que debió
ser nítidamente rioplatense, en un sentido aproximado a lo que
antes se consideró Virreynato del Río de la Plata. Y, en efecto,
el problema vital que las circunstancias planteaban a los diri-
gentes de 1823 y 1825, seguía siendo — en sus líneas fundamen-
tales^— el mismo que desde 1810 venía agitando a esta parte de
América contra las miras de la conquista extraña. Antes había
sido España y ahora era Portugal y el Brasil; pero siempre, ahora
y antes, era algo que tenía de común el venir, por lo menor ori-
ginariamente, de fuera de América. Como consecuencia de este
hecho, que no necesita comprobación, el concepto de extranjero
debió ser, en cierto sentido, restringido, hasta llegar a valer como
el sinónimo más aproximado de europeo. Y en ese concepto de
extranjero, casi equivalente a europeo, jamás llegó a incluirse a
ningún pueblo americano y menos que a ninguno al de las Pro-
vincias Unidas. De ahí que el vínculo de solidaridad que la guerra
con el común enemigo fué anudando entre orientales y argentinos,
no llegara a desaparecer por celos o rencillas de nacionalismo, a
pesar de las disidencias que se produjeron. Los pueblos del Plata,
hermanos y unidos en las luchas con el conquistador europeo, no
pudieron llegar a sentirse extraños del todo; y así perduró — sin
desmedro de la noción de patria y de autonomía — el concepto de
aquella comunidad rioplatense, cuyas raíces se pierden en la re-
mota consolidación de la conquista española.
Contribuía no poco a que este lazo de solidaridad se conser-
vase, el hecho de que los pueblos rioplatenses — la Banda Oriental
entre ellos — , a quince años apenas de iniciada la revolución,
constituían agrupaciones inorgánicas, en las que debía parecer
prematuro todo plan definitivo de organización, aunque fuera so-
bre la base, que hoy tanto nos seduce, de formar cada una, una
entidad absolutamente independiente. La época era, para los
orientales, de lucha, de apremio; y para todos los pueblos de esta
parte del continente, de expectativa, de espera, si acaso de inten-
tos de organización, pero no de soluciones definitivas.
Todo contribuía, pues, a que la unión de las distintas por-
ciones del antiguo virreynato se prolongase. Y téngase presente
que como ya se ha dicho, esta comunidad entre argentinos y
(1) El General Rivera, refiriéndose a la batalla de Guayabos, librada
entre argentinos y orientales, dice que "ella por desgracia fué de hermanos
contra hermanos". "Memoria de los sucesos de armas", op. cit
— 160 —
orientales había tenido, para arraigar en los hechos y consoli-
darse y trasmitirse en los sentimientos de los nativos, el antece-
dente decisivo de la dominación española en el Río de la Plata.
Los sucesos de 1823 y 1825 se desarrollan en este escenario
y sufren la influencia de los factores que se han señalado. Per-
siste, por una parte, la orientación ya destacada, de comunidad y
solidaridad con las Provincias Unidas; se insinúa y se afirma,
por otra, la vocación autonómica de la Banda Oriental, en los
acuerdos del Cabildo del 23 y en los felices ensayos de gobierno
del año 25, a que antes se hizo referencia; y la guerra con Portu-
gal y el Brasil, es otra ocasión más para que cobre — si cabe —
nueva actualidad, la tendencia de unión de las Provincias Unidas,
frente al nuevo enemigo común o que puede llegar a ser común.
Factores tan variados y complejos debieron acentuar' la poca
fijeza de las ideas. De ahí que muchos conceptos y declaraciones
que frente a los sucesos fueron concretándose, no tengan, aisla-
damente considerados, sino un valor muy relativo. Y así es que
ha podido decirse que el término "independencia" significó mu-
chas veces en las prédicas de la época, la ansiada extinción de la
conquista portuguesa; y así también pudiera señalarse que en
más de una declaración, los vocablos "independencia" y "Pro-
vincia", fueron empleados con repetida simultaneidad.
Antecedentes tan diversos hacen difícil reflejar con alguna
exactitud el escenario de aquel momento histórico y desentrañar
de los sucesos un juicio acertado. A la diversidad de los factores
influyentes, que ya entraña — por sí sola — el riesgo de incurrir
en apreciaciones erróneas o incompletas, únese la distancia en
el tiempo, que nos separa materialmente de los hechos tanto como
nos aleja espiritualmente de los sentimientos y de las ideas do-
minantes.
La revolución de 1823, que no podía sustraerse a la influencia
de las causas que se han esbozado, no se caracteriza por la pre-
cisión de su finalidad o de su objeto. Es claro que con ella se
intentaba la liberación de la Banda Oriental del dominio portu-
gués, y en esto el propósito de los iniciadores es evidente. Pero,
si se busca una respuesta radical que armonice con alguna de las
dos tesis extremas — la de la independencia absoluta o la de la
sumisión a Buenos Aires — , esa respuesta no aparece. El histórico
acuerdo del 16 de Diciembre de 1822, mientras por una parte
consagra a favor del Cabildo y, por ende, del pueblo que aquél
representa, discrecionalidad para decidir de sus destinos, insi-
nuando la idea de soberanía absoluta, hace, por otra, repetidas
referencias a la "Provincia", denominación con que se designa a
la Banda Oriental. El primer acuerdo del Cabildo electo el 1.° de
Enero de 1823, después de aludir en forma concluyente a la "Pa-
tria" y al "Pueblo", termina encareciendo la necesidad de recor-
dar a los habitantes de la "Provincia", la protección de las pro-
— 161 —
víncias hermanas. Mientras el mismo Cabildo expone a Da Costa
"que los habitantes de la Provincia no anhelan otro fin que el de
su absoluta libertad e independencia", la declaración pierde el
carácter radical en que parecía haber sido planteada, pues a ren-
glón seguido los capitulares expresan más nítidamente su ver-
dadero pensamiento, declarando que están decididos a mantener
la independencia; "para lo cual" destruirán las fuerzas del Brasil,
y llegado el caso las de Da Costa; con lo que el término indepen-
dencia se acerca y casi se confunde con la idea de libertarse del
Brasil y Portugal. Mientras, las autoridades brasileras, desde San
José, lanzan su anatema a la revolución, y su argumento más
poderoso para aniquilarla consiste en hacer resaltar que con ella
se busca la independencia absoluta; los dirigentes del movimiento
van oficialmente autorizados a Buenos Aires, Santa Fe y Entre
Ríos, a buscar auxilios para la empresa, y — en buenas cuentas —
a preparar allí, fuera del país, el gran contingente militar para la
campaña que se anunciaba. Por su parte, los Caballeros Orien-
tales o "independentistas", que en su representación del 26 de
Diciembre de 1822 al Gobernador López, dan — a mi juicio — la
nota más1 clara en el sentido de la independencia absoluta, por
boca de su órgano de opinión más caracterizado, exponen o ha-
cen suyas manifestaciones como estas: "Todo nos demuestra que
desde la ribera occidental del Río de la Plata hasta la última de
las provincias de la Unión, es uniforme el clamor por que Mon-
tevideo vuelva a cerrar el círculo de la confederación argentina".
"Véase aquí las ideas con que siempre nos alimentamos; y cier-
tamente ellas son las mismas que la campaña oriental, siguiendo
la marcha circunspecta de sus compatriotas de la Plaza, apurará
aquel instante en que sus manos y las nuestras y el gorro encima,
ofrezcan de nuevo ese espectáculo armonioso y respetable que
rompió una serie funesta de fatalidades". "¿Conviene más a la
felicidad de esta provincia constituirse en un estado particular
independiente y aislado de las demás provincias del Río de la
Plata, o entrar convencionalmente en la alianza de todas o algu-
nas de ellas, suponiéndolas dispuestas a unirse por las bases de
una convención? Los editores opinamos por la segunda parte de
la proposición" (1).
Otro papel público, que fué también portavoz de los Caba-
lleros Orientales, "El Pampero", estampaba en sus columnas, con
marcada insistencia, artículos de periódicos de la otra orilla, en
los que se llegaba a decir: "Montevideo. ¡Viva la Patria! Este
pueblo argentino (alude a la Banda Oriental) ha despedazado ya
las cadenas que lo ligaban al Brasil, por declaración solemne de
su heroico Cabildo" (transcripción de "El Argos", de Buenos
Aires) .
(1) "La Aurora", 4 Febrero y 18 Marzo 1823. Biblioteca Nacional
— 162 —
Por último, la declaración del Cabildo de Montevideo, del
29 de Octubre de 1823, y la nota que esta misma corporación
dirigió al General Soler en Diciembre siguiente, coinciden en que
la Provincia Oriental "no pertenece, ni debe, ni quiere pertenecer
a otro Poder, o Estado, o Nación, que la que componen las Pro-
vincias de la antigua Unión del Río de la Plata, de que ha sido y
es una parte. . .".
La poca precisión que todo esto pone en evidencia, revela la
acción de los factores a que antes aludimos. Y revela, asimismo,
que bajo el influjo de elementos tan variados y tan complejos, no
siempre se logró expresar, nítida y fielmente, el fondo del pen-
samiento que regulaba las acciones.
El dualismo de 1823 vuelve a plantearse en 1825, en decla-
raciones trascendentales. Las primeras normas que en uso de su
soberanía se dicta la Banda Oriental por medio de sus represen-
tantes, proclaman con carácter de ley fundamental, su indepen-
dencia del Rey de Portugal, del Emperador del Brasil y de "cual-
quier otro del universo", y su unión a las demás provincias del
Río de la Plata.
Frente a estas dos afirmaciones categóricas, el análisis
ahonda más la separación de las dos tesis extremas a que se hizo
referencia. ¿Era la independencia absoluta lo que aquellos hom-
bres buscaban, o era su propósito suprimir la entidad de que for-
maban parte y hacerla desaparecer en el conjunto de la Nación
Argentina? La respuesta la dan, elocuente, los hechos y los do-
cumentos que los perpetuaron: los orientales de 1823 y 1825, ni
tenían como objetivo inmediato la independencia absoluta de la
Banda Oriental, ni consentían en renunciar a su vocación auto-
nómica. Pugnaban, sí, por la unión convencional con las Pro-
vincias Unidas del Río de la Plata, y en este sentido la documen-
tación oficial y privada no acusa, en los dirigentes de la época,
ninguna disidencia apreciable (1).
(1) Comentando la ley del Congreso Legislativo y Constituyente reu-
nido en Buenos Aires, que declaraba la incorporación de la Provincia Orien-
tal a las demás del Río de la Plata, decía Lavalleja al Ministro Balcarce:
"Este paso, señor, nos eleva al distinguido puesto de nacionales, y para los
orientales no es menos glorioso este acontecimiento que la jomada de Sa-
randí." ("Mensajero Argentino", 25 de Nov. de 1825. Biblioteca Nacional.)
El 15 de Julio de 1825, Pedro Trápani decía a Lavalleja: "Si llegan a
esa impresos que hablen contra el Govierno de Buenos Aires, deve Vm. des-
preciarlos, pues este Govierno es compuesto de personas patriotas, honra-
das y de talento, las que prosederán siempre en conformidad con los mejores
intereses de la nación en que los orientales son y serán parte integrante."
(Colección Lamas, Archivo y Museo Histórico.)
El Congreso Legislativo y Constituyente de las Provincias Unidas, por
ley del 3 de Enero de 1826, dispuso: "En atención a los distinguidos servi-
cios que han prestado en favor de la libertad de la Provincia Oriental don
Juan Antonio Lavalleja y don Fructuoso Rivera, se autoriza ai Poder Eje-
— 163 —
La doctrina de la Sala de Representantes de la Florida tra-
taba de combinar — no pudiendo eludirlas — las fuerzas concu-
rrentes que en diversos sentidos actuaban, cuya influencia va-
riable nos desorienta y nos hace ver en aquel escenario, la poca
fijeza de las ideas, el dualismo de que nos venimos ocupando.
Acaso ésta que hoy miramos como dualidad, no era, en sustancia,
sino la formulación de dos aspectos complementarios y no con-
tradictorios de una misma y única idea: la patria, considerada
como hecho predominantemente natural, espontáneo, indiscutible,
y que como tal había que mantener, constituir y perpetuar; la
unión convencional, la confederación, la unión con las demás
provincias, como solución predominantemente política, pero como
solución política no de circunstancias, sino permanente.
¿Entrañaba la unión a las Provincias Unidas una verdadera
innovación? Los Capitulares de 1823 y los Representantes de la
Florida no innovan, porque es el viejo programa artiguista el que
postulan.
No es la sumisión a Buenos Aires la solución que ellos pro-
pician, como lo demuestra la resistencia de Lavalleja, de Trápani
y de los que con ellos compartían la dirección de los sucesos, a
tos intentos de "nacionalización" y de "unitarismo" que prestigia
en la metrópoli porteña don Bernardino Rivadavia (1).
No es tampoco la sumisión de la Banda Oriental a la Nación
Argentina, porque la Nación Argentina no existe entonces (2).
cutivo Nacional para que les expida despachos de brigadieres." Rivera y
Lavalleja aceptaron el grado militar que el Gobierno del General Las Heras
les confería.
El 9 de Abril de 1827, el patricio don Joaquín Suárez, en su carácter
de Gobernador Provincial, promulga la Constitución sancionada por el Con-
greso Constituyente y Legislativo de las Provincias Unidas del Río de la
Plata. En análogo sentido puede verse la Colección Lamas, documentos
números 16, 18, 19, 132, 140, 157, 291, 409, 426, 460, 484, 487, 495, 565,
871 y 873. Archivo y Museo Histórico.
(1) Ver la correspondencia del General Lavalleja en la Colección
Lamas. Archivo y Museo Histórico.
(2) He aquí algunas transcripciones del diario de sesiones del Con-
greso Legislativo y Constituyente de 1824:
El diputado Acosta hace presente que están "las provincias dislocadas
e independientes, sin una asociación que las rija". (Sesión del 22 de Di-
ciembre de 1924.)
Afirma el diputado Agüero: "Yo voy a contraerme a una sola reflexión,
que es la situación de nuestras provincias por la disolución del Estado." —
(Sesión del 22 de Diciembre de 1824.)
"Se ha dicho que no fstá constituida (la nación); también es cierto",
dice el diputado Gómez en el seno de aquella corporación.
Define el diputado Agüero la situación exacta del país, declarando que
"no hay sino provincias independientes". (Sesión del 19 de Enero de 1825.)
El mismo Agüero, aludiendo a la actitud del Gobierno de Buenos Aires
al tomar a su cargo los intereses que correspondían a la nación, legitima
aquel hecho en la circunstancia de que el titular de esos intereses, o sea la
— 164 —
No es ni siquiera la unión a Buenos Aires solamente.
Es, sí, la unión a las Provincias Unidas, a Santa Fe, a Entre
Ríos, a Corrientes, a Córdoba; a las mismas provincias que en
1815 proclamaron a Artigas, protector de los pueblos libres. Es
el ideario de Artigas que surje una vez más y que tantas otras
fracasara por sus disidencias con los políticos porteños.
Nunca se insistirá demasiado en una distinción que es capital
en la cuestión que analizamos, a saber: que la pugna de Artigas,
desde los principios de la lucha en adelante, fué sólo con los
hombres de Buenos Aires y radicó en el repudio de la primacía
que esta provincia pretendía atribuirse sobre la Banda Oriental y
sobre las demás del Río de la Plata; y que la unión de la Banda
Oriental a las Provincias Unidas, constituyó invariablemente para
el Protector, el principal objeto de sus afanes (1).
Respecto de las demás provincias, la estrecha vinculación
que con Artigas las ligaba es evidente, hasta el punto de que la
hostilidad de Buenos Aires hacia el "jefe de los Orientales", pro-
viene de que aquéllas, aleccionadas por la vocación localista de
su protector, acentúan más sus resistencias a la tendencia absor-
bente y centralista de la que fué y pretendía seguir siendo, capital
del antiguo Virreynato del Río de la Plata.
Los Representantes de la Florida están, pues, en buena com-
pañía. La Provincia Oriental entrará "en una firme liga de amis-
tad con cada una de las otras para su defensa común, seguridad
de su libertad y para su mutua y general felicidad, obligándose a
asistir a cada una de las otras contra toda violencia o ataques
hechos sobre ellas, o sobre alguna de ellas por motivo de religión,
soberanía, tráfico o algún otro pretexto cualquiera que sea". "La
Provincia retiene su soberanía, libertad e independencia, todo
poder, jurisdicción y derecho que no es delegado expresamente
por la confederación a las Provincias Unidas juntas en congreso".
Son éstas las bases mediante las cuales Artigas postulaba su fe
nación, no podía atenderlos "por hallarse disuelta". (Sesión del 5 de Enero
de 1825.)
Ver Juan B. Alberdi: "Bases", De la integridad nacional de la Repú-
blica Argentina. — Ramos Mejía: "El federalismo argentino". — M. A. Mon-
tes de Oca: "Lecciones de Derecho Constitucional", tomo I.
(1) "Yo no hice otra cosa — dice el Gneral Artigas — q^e responder
con la guerra a los manejos tenebrosos del Directorio, y a la guerra que él
me hacía por considerarme enemigo del Centralismo, el cual sólo distaba
un paso entonces del realismo. Tomando por modelo a los Estados Unidos,
yo quería la autonomía de las provincias, dándole a cada Estado su gobierno
propio, su Constitución, su bandera, y el derecho de elegir sus represen-
tantes, sus jueces y sus gobernadores, entre los ciudadanos naturales de
cada Estado. Esto es lo que yo había pretendido para mi Provincia y para
las que me habían proclamado su Protector. Hacerlo así, habría sido darle
a cada uno lo suyo." (Entrevista del General Paz con el General Artigas
en el Paraguay, citada por don" Isidoro De-María en su "Compendio de la
Historia de la República Oriental del Uruguay".)
— 165 —
en la Confederación de las Provincias Unidas del Río de la Plata;
y es ésta la esencia de la declaración de la Florida, si se tiene
presente que cuando la ley de unión se comunicaba al Gobierno
y al Congreso Legislativo y Constituyente reunido en Buenos Ai-
res, este último se reducía a una asamblea en que los represen-
tantes de varias provincias, dislocadas, separadas e independien-
tes, iban a deliberar sobre su suerte futura, y empezaban por de-
clarar que hasta la promulgación de la Constitución que el Con-
greso formase, "las Provincias se regirían por sus actuales ins-
tituciones". Y es de tener en cuenta que esto sucedía en el te-
rreno legal.
En el terreno de los hechos, las provincias, repuestas apenas
del caos y de la anarquía que las habían separado y aislado unas
de otras, intentaban una nueva unión; y las actas del Congreso
Constituyente, a que venimos aludiendo, son bien elocuentes y
categóricas acerca de la firmeza y hasta de la agresividad con
que los diputados del interior entraban a defender bravamente
las autonomías locales. Las provincias estaban "dislocadas e in-
dependientes", según la expresión del diputado Acosta. "No hay
sino provincias independientes", decía con su autorizada palabra
el diputado Agüero. La obra del Congreso tuvo que empezar "or-
ganizando antes de constituir", expresa con elocuencia Alberdi.
Si a esto se agrega que los escasos antecedentes legales,
entonces en vigor entre algunas provincias, se reducían al tratado
Cuadrilátero — que expresamente consagraba "la libertad, inde-
pendencia, representación y derechos" de las cuatro partes con-
tratantes (1) — , no es aventurado afirmar que el ambiente y los
sucesos debieron parecer favorables para llevar adelante las ideas
de confederacin que habían arraigado en los hombres de 1825,
desde que Artigas — su auténtico paladín — las expusiera en sus
memorables Instrucciones.
Tacuarembó y la Agraciada, que acusan una manifiesta co-
munidad como hechos de guerra contra la conquista portuguesa,
coinciden también en la obra constructiva de la paz.
Múltiples factores variaron después la marcha de los sucesos;
pero en medio de la trama complicada de los hechos y de la con-
fusión de las ideas, la obra de los cruzados alentó y mantuvo in-
alterable la idea de patria, con el calor que aquellos hombres
ponían en sus sentimientos y hasta en sus convicciones doctrina-
rias. Buscaron la confederación con las demás provincias, pero
antes afirmaron, en función de soberanos, la personería y la vida
institucional de la entidad de que ellos eran parte. Y la obra dio
sus frutos.
Para quienes han declarado que los acontecimientos del año
(1) Buenos Aires, Santa Fe, Entre Ríos y Corrientes.
— 166 —
25 son fechas argentinas, escribió Pedro Trápani sus cartas la-
pidarias (1).
En medio de una tendencia general a la declamación y al én-
fasis, que, por otra parte, las circunstancias favorecían, Pedro
Trápani rompe con los modelos artificiosos de su época, y llana-
mente y aún con mucho desaliño en su estilo pintoresco, saca de
la realidad sus conceptos; y con una elocuencia que a las veces
asombra, logra destacar de los hechos que relata, aspectos y mo-
dalidades que vienen a ser, quizá sin él mismo sospecharlo, su
síntesis más acabada. Quien penetre el espíritu de ese sencillo
epistolario, si sabe apartar a un lado los elementos transitorios
y sorprender la intimidad afectuosa que constituye su fondo, no
podrá negar que aquellas cordiales conversaciones con Lavalleja,
revelan a las claras en los dos interlocutores, una estrecha y uni-
forme vocación sentimental, que no logra ocultar ni aún el relato
escueto de las finanzas de la guerra. No es sólo una cuestión de
interés o de más o menos ventaja la que allí se debate y se co-
menta. Es otra su naturaleza. Sin llegar a nombrarla, el lect&r
adivina que es cosa del corazón, porque las frases que la rozan
ponen, como entre líneas, un toque de honda y penetrante emoción.
Es la Patria, a la que Lavalleja y Trápani dieran, abnegadamente,
todas las energías de sus vidas.
(1) Archivo y Museo Histórico.
ÍNDICE
T
CAPITULO I (pág. 3). — PRIMERAS CAUSAS. — 1. Tacuarembó y la
Agraciada. — 2. Los tenientes de Artigas. Sumisión del país.
CAPITULO II (pág. 7). — FACTORES DE LA CONQUISTA PORTU-
GUESA. — 1. España y Portugal en Europa. — 2. España y Portugal
en América. — 3. Buenos Aires y las Provincias. Artigas. — 4. La di-
plomacia argentina en Río de Janeiro. — 5. El anuncio de la invasión
portuguesa. — 6. La diplomacia española y la expedición de Cádiz. —
7. Todo favorece los planes de Portugal.
CAPITULO III (pág. 19).— EL CONGRESO CISPLATINO. — 1. Antece-
dentes. — 2. Medidas preparatorias. — 3. El Congreso y sus delibera-
ciones. La incorporación. — 4. El Congreso y su finalidad esencial.
Opinión unánime de publicistas e historiadores. — 5. D. Juan VI y
Lecor., — 6. Fué el Congreso un hecho sin arraigo.
CAPÍTULO IV (pág. 35). — LA BANDA ORIENTAL BAJO LA DOMINA-
CIÓN PORTUGUESA. — 1. Factores que contrariaban la expansión de
la conquista portuguesa. — 2. La conquista y sus medios: a), Nulidad
de su aporte; b), Fué una obra de rapacidad; c), Desproporción entre
funcionarios y gobernados; d), Fué una ocupación puramente militar;
e), Nunca fué aceptada por los nativos; f), Estuvo confiada a la dis-
crecionalidad de un jefe irresponsable.
CAPÍTULO V (pág. 49). — INDEPENDENCIA DEL BRASIL. — 1. El es-
píritu antimonárquico en el Reino Unido. — 2. La revolución en Portugal
y en el Brasil. — 3. Regreso del Rey a Portugal. La obra de las Cor-
tes. — 4. La independencia del Brasil. — 5. La independencia del Brasil
en la Banda Oriental.
CAPÍTULO VI (pág. 57). — LA REVOLUCIÓN DE 1823. — 1. Su inicia-
ción. — 2. Repercusiones del movimiento en la campaña. Suceso del
Rincón de Clara. — 3. Los "Caballeros Orientales". — 4. Las resolu-
ciones del Cabildo. — 5. El Cabildo y D. Juan Antonio Lavalleja. —
6. Los diputados del Cabildo en Santa Fe. — 7. Los diputados del Ca-
bildo y el Gobierno de Buenos Aires. — 8. La revolución de 1823. Su
fracaso. — 9. Síntesis.
CAPÍTULO VII (pág. 113). — LA ÚLTIMA ETAPA. — 1. Lecor en Mon-
tevideo. Emigración patriota. — 2. Los emigrados en Buenos Aires. —
3. Preliminares de la Cruzada. — 4. Ayacucho.
CAPITULO VIH (pág. 136). — LA CRUZADA. — 1. La gran jornada. —
2. Los Treinta y Tres. — 3. Lugar del desembarco. — 4. Primeras
consecuencias.
CAPÍTULO IX (pág. 153). — ACTOS INSTITUCIONALES. — 1. El Go-
bierno Provisorio. — 2. La declaratoria de independencia. — 3. La
incorporación a las Provincias Unidas.
**c